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El capitán Mark Brentworth examinó con detalle su espacioso puente con profunda satisfacción. El crucero pesado Jason Alvarez, la nave más poderosa jamás construida en el sistema Yeltsin (al menos hasta que los cruceros de batalla Courvosier y Yaríákov fueran destinados el mes siguiente), era el orgullo de la Armada. También el suyo, y le había servido bien. Los piratas que una vez infestaron la región se habían convertido en cosa del pasado gracias a las unidades manticorianas de la zona y a la rápida expansión de la Armada graysonita. El Alvarez (y Brentworth) contaba con dos naves derribadas en su haber y había participado en la derrota de otras cuatro, pero la presa se había vuelto más astuta durante los últimos meses y, en cierto modo, el capitán casi se alegraba, dado el aburrimiento de su actual destino. Su emplazamiento, más allá del límite hiperespacial de la Estrella de Yeltsin, no era demasiado glamuroso, pero su personal necesitaba descansar después de la caza de piratas. Aunque tampoco quería que se sintieran demasiado relajados, pensó a la vez que sonreía para sí.

El último convoy de Mantícora tenía estimada su llegada en las próximas seis horas, y debería aparecer pronto en el rango de los sensores del Alvarez, pero ni él ni su segundo se lo habían mencionado al resto de la tripulación. Sería interesante comprobar cuánto tardaban sus muchachos en detectarla llegada del convoy… y lo rápido que ocuparían sus puestos de combate antes que fuera identificado de manera afirmativa.

Mientras tanto, sin embargo…

—¡Rastro hiperespacial sin identificar en tres-punto-cinco minutos luz, señor!

—¡Sitúelo! —gritó Brentworth, y miró hacia su segundo—. ¡A los puestos de combate, señor Hardesty!

—¡Por supuesto, señor!

La alarma comenzó a resonar antes de que el segundo replicara, y Brentworth miró lo que indicaban los monitores desde su silla, con el ceño fruncido. Si era el convoy, había llegado mucho más temprano de lo esperado. Por otro lado, parecía poco probable que fuera otra nave, tan cerca del tiempo estimado de llegada especificado.

El capitán se frotó la punta de la nariz y luego se volvió hacia su oficial táctica. Los ojos del teniente Bordeaux estaban estudiando los datos. Era demasiado pronto para que sus sensores de velocidad lumínica pudieran detectar algo a esa distancia, pero los análisis ere sobre las lecturas hiperluz ya se habían materializado para cuando Brentworth les dedicó su atención.

—Es un único objeto, señor —informó Bordeaux, sin apartar la vista de la pantalla—. Parece una fragata. A una distancia de seis-tres-punto-uno-seis millones de kilómetros. Rumbo cero-cero-tres hacia uno-cinco-nueve. Aceleración dos-punto-cuatro kps2. Velocidad actual punto-cero-cuatro-ocho veces la velocidad de la luz.

Brentworth comenzó a asentir, para acto seguido dar un respingo. Su trayectoria lo llevaba por el vector más corto hacia Grayson, pero la velocidad era extraña. La fragata debería haber ido a un sesenta por ciento de la velocidad luz para conseguir cruzar la frontera alfa con tal celeridad. Pero ello suponía superar con creces el límite considerado seguro para una nave equipada con un escudo de partículas y antirradiaciones de uso comercial, puesto que la tensión fisiológica causada por el trauma de traslación a esa velocidad era brutal. ¡Por tanto, debía navegar al límite del colapso del compensador para mantener la presente aceleración con la impulsión de una fragata!

Ningún mercante sería capaz de maniobrar de esa forma (a no ser que se viese obligado a ello), y el estómago de la capitana se encogió. Se suponía que iban a ser tres fragatas escoltadas por un par de destructores, pero el Alvarez visualizaba solo una fuente de impulsión. Eso, junto con el trauma de traslación y la aceleración…

—¡Astronavegación, trace una ruta de intercepción! ¡Comunicaciones, póngame en contacto con el cuartel general!

Apenas hizo caso de las respuestas mientras le indicaba a Hardesty que se acercara a su lado. El rostro del segundo parecía tan preocupado como el suyo, y Brentworth tuvo que forzar la voz para evitar que se le notara.

—¿Quién más está ahí fuera, Jack? ¿Hay alguien más cercano a ellos que nosotros?

—No, señor —dijo Hardesty con suavidad, y la boca de Brentworth se convirtió en una estrecha rendija, ya que el Alvarez estaba situado en las proximidades de la Estrella de Yeltsin. La aceleración de su nave es dos veces superior a la de la fragata, pero aunque esta se dirigía directamente hacia ellos a unos 14 000 kps, se hallaba fuera del alcance de los misiles así como de cualquiera que los persiguiera.

—¿Aún trazando la ruta, Astronavegación? —gritó.

—Señor, no podemos interceptarlo fuera de la órbita de Grayson si mantiene su aceleración actual —replicó el astronavegador—. A máxima aceleración nos llevará ochenta y ocho minutos alcanzar su velocidad.

Las manos de Brentworth agarraron con fuerza los brazos de la silla, y las aletas de su nariz se dilataron a la vez que inhalaba con fuerza. Ya se temía algo así. La única posibilidad de intercepción era que alguien que estuviese cerca de Grayson tuviera un vector convergente. Sin embargo, la fragata no iría tan rápido a menos que algo la persiguiera, y cabía la remota posibilidad de poder situarse al alcance de ese algo.

—Sígalo de todas formas —dijo con frialdad.

—Sí, señor. Timonel, cero-uno-tres grados a babor.

—Virando cero-uno-tres grados a babor, señor.

—¡Señor, recibo una transmisión de la fragata!

—Pásela a la pantalla principal.

—Enseguida, señor.

Un rostro apareció en el monitor principal. Era la cara de una mujer, cubierta de sudor y retorcida en una mueca de tensión; su voz era áspera y tirante.

—¡…ayday! ¡Mayday! ¡Aquí la nave comercial manticoriana Territorio Real! ¡Estamos bajo el ataque de naves de guerra desconocidas! ¡Mi escolta y otras dos fragatas han sido destruidas! Repito, estamos bajo el ataque de naves de gue…

—¡Capitán, tenemos otro rastro! —El informe del oficial táctico interrumpió el histérico mensaje de la mujer, y los ojos de Brentworth se volvieron a su pantalla, donde se mostraba una nueva fuente de impulsión que pisaba los talones de la fragata. No, eran dos…, ¡tres!, y el capitán reprimió un gruñido: agónico. No eran mercantes (no con aquellas curvas de energía), e iban en persecución de la fragata por encima de cinco kps2.

—… cualquier nave. —La voz de la capitana manticoriana brotó del comunicador. Sus palabras habían tardado tres minutos en llegar al Alvarez. Habían sido transmitidas antes de ver cómo sus ejecutores se situaban tras ella; ahora se repetían en la mente de Brentworth como un réquiem mientras veía las señales gravitacionales de los misiles de impulsión que se dirigían hacia el mercante—. ¡A cualquier nave que pueda oírnos! ¡Aquí la capitana Uborevich del Territorio Real! ¡Me hallo bajo ataque! ¡Repito, nos atacan y necesito ayuda! ¡A cualquier nave que pueda oírme, por favor, responda!

El oficial de comunicaciones del Alvarez contempló a su capitán con una mirada suplicante, pero Brentworth no dijo nada. No tenía sentido responder, y todo el mundo en el puente lo sabía.

El misil se situaba a la cola de la fragata, acelerando a casi noventa mil ges, y Brentworth contempló, casi con náuseas, cómo daba alcance a su objetivo. Impactó contra el icono del impulsor de la fragata, de mayor tamaño…, y el Territorio Real se esfumó de la faz del universo.

—¡… responda! —demandaba todavía la voz de Uborevich a través del comunicador—. ¡A cualquier nave, por favor, responda! ¡Necesitamos ayuda…!

—Apáguelo —ordenó Brentworth, y la voz de la mujer fallecida cesó a mitad de mensaje. Contempló la pantalla y siguió con la mirada a los asesinos del Territorio Real. Sabía, a ciencia cierta, que saltarían al hiperespacio y se desvanecerían mucho antes que los tuviese a tiro, y la frustración (y el odio) ardieron en sus ojos.

—¿Lecturas, Henri? —inquirió con una voz fría como la muerte, y su oficial táctico tragó saliva.

—Ninguna positiva, señor. Son naves de guerra normales y corrientes: todas pueden alcanzar esa aceleración y disparar esos misiles. Supongo que se trata de un crucero ligero y un par de destructores, pero eso es todo lo que le puedo decir.

—Asegúrese de guardar el registro de todo lo que tengamos. Quizá Inteligencia o los propios manticorianos puedan obtener más del análisis que nosotros.

—Sí, señor.

Brentworth se sentó en silencio mientras contemplaba el monitor, hasta que finalmente el trío de asesinos cruzó el límite y desapareció, momento en el que se echó hacia atrás con un suspiro de derrota y fatiga.

—Continúe en el rumbo de intercepción, astro —dijo abatido—. Tal vez algún superviviente lograra escapar a la muerte en las cápsulas de emergencia.

* * *

El capitán de corbeta Mudhafer Ben-Fazal bostezó y bebió más café. La G4 primaria del sistema Zanzíbar era un puntito brillante muy por detrás de su nave ligera de ataque; transitaba con calma a lo largo de la frontera exterior del cinturón de asteroides, así que atesoró la calidez del café como un calmante contra la fría soledad que se extendía más allá de su casco. Hubiera preferido estar en cualquier otro lugar, en cualquier otro sitio que no fuera aquel, pero no había sido consultado cuando tramitaron sus órdenes.

Los líderes del FLZ habían sido expulsados de su tierra natal, aunque seguían llegando a sus manos esporádicos cargamentos de armas. Venían de fuera del sistema, y aunque quienquiera que se las suministrara era muy cuidadoso para eliminar todas las pistas antes de realizar el intercambio, la República Popular de Haven era la única potencia interestelar que había reconocido al FLZ. Inteligencia estaba virtualmente convencida de que la República Popular de Haven estaba haciendo algo más que proporcionar santuario a la decrépita «armada» de los terroristas en puertos como Mendoza y Chelsea.

Y a pesar de que había alguien que apoyaba y armaba al FLZ, aún existía el inconveniente de transportar los cañones y las bombas hasta Zanzíbar, y la mejor apuesta de Inteligencia era que se servían de mineros para el contrabando. El sistema Zanzíbar era rico en asteroides y nadie podría dedicarse a registrar cada barcaza que pasara por la zona. Ni tampoco a patrullar los cinturones de forma efectiva, razonó decaído Ben-Fazal. La zona era demasiado extensa como para que la fuerza limitada de la Armada la tuviera bajo control aunque siempre existía la posibilidad de lograr descubrir algo, lo que explicaba la razón de que la Al-Nassir estuviera allí, privando al capitán de corbeta Ben-Fazal de su más que merecido tiempo libre.

Rio entre dientes y dio unos golpecitos sobre el respaldo de su silla mientras tomaba otro sorbo de café. La Al-Nassir no era más que el juguete de un niño en comparación con las auténticas naves de guerra, como la división de cruceros de batalla manticorianos que orbitaba Zanzíbar, pero sus armas serían más que suficientes para encargarse de cualquiera de las desarrapadas naves de la «Flota» del FLZ. Y sería maravilloso cazar a unos cuantos de esos animales cuyas bombas y «ofensivas de liberación» habían matado y mutilado a tantos civiles, pensó mientras su risa se apagaba.

—Discúlpeme, capitán, pero los sensores pasivos han detectado algo.

Ben-Fazal enarcó una ceja ante las palabras de su oficial táctico, y el teniente se encogió de hombros.

—No es mucho, señor; solo una filtración de radio. Podría ser una baliza de algún prospector, pero si es así, resulta una señal muy confusa.

—¿De dónde proviene?

—Del sector dos-siete-tres, creo. Como le he dicho, es muy débil.

—Bien, echemos un vistazo —decidió Ben-Fazal—. Hacia dos-siete-tres, timonel.

—Sí, señor.

La diminuta nave de guerra alteró el rumbo y se dirigió hacia el elusivo origen de la señal. El oficial táctico frunció el ceño.

—Realmente es muy confusa, señor —informó después de un momento—. Se trata de una baliza, su código de identificación ha sido verificado. Nunca he visto nada parecido a esto. Es similar a…

El capitán de corbeta Ben-Fazal nunca supo a lo que se parecía. La amenazadora y descarnada sombra de un crucero ligero surgió de la oscuridad, navegando entre los sectores de asteroides como un tiburón en un banco de algas, y entonces solo tuvo tiempo para darse cuenta de que la señal había sido cebo para atraerlo, y para reconocer la signatura del crucero havenita que hizo explotar su nave por los aires.

* * *

—Acaban de cruzar la frontera de forma definitiva, comodoro.

La comodoro Sarah Longtree asintió ante el informe de su oficial de operaciones y confió en que diera la impresión de estar más calmada de lo que en realidad estaba. Su escuadrón de cruceros pesados constituía una poderosa formación, pero no tanto como la fuerza de repos que se encaminaba hacia ellos.

—¿Tiempo para que entren en el alcance de los misiles?

—Unas doce horas largas todavía, señora —replicó el oficial de operaciones Se rascó la nariz y frunció el ceño cuando consultó el monitor—. Lo que no entiendo es por qué realizan una aproximación en espacio-n. Han destruido una decena de plataformas de sensores, pero incluso dentro del límite de velocidad lumínica, tienen que saber que nosotros contaremos con descargas completas antes que ellos. ¡Por no mencionar que están ignorando a varios de los nuestros que los tienen dentro de su alcance en este momento! Destrozar el resto de las plataformas no tiene mucho sentido. Por otro lado, si quieren alcanzarnos el movimiento lógico sería entrar en el hiperespacio para realizar la aproximación. ¿Por qué dejar que los veamos desde tan lejos?

—No lo sé —admitió Longtree—, pero, francamente, es la menor de mis preocupaciones en este momento. ¿Tenemos sus identificaciones?

—El rastreo del perímetro aún está depurando los datos de nuestras plataformas intactas, señora, pero las que han sido alcanzadas consiguieron buenas lecturas: hay al menos dos cruceros de batalla ahí afuera.

—Estupendo. —Longtree se arrellanó aún más en los cojines de su silla de mando y recapacitó un instante.

El oficial de operaciones estaba en lo correcto acerca de lo extraño de su aproximación. Las plataformas exteriores del sistema Zuckerman los habían captado a una distancia de doce horas luz del límite territorial, y dejar que esto sucediera era un grave error por parte de quien fuera. Si se hubieran mantenido en espacio-h hasta el límite hiperespacial del sistema, podrían haberse abalanzado sobre Zuckerman (y sobre Longtree) antes que se supiera siquiera lo que estaba ocurriendo. Pero siendo las cosas como eran, contaba con mucho tiempo para enviar un mensajero hacia el cuartel general de la flota; de tal forma que aunque acabasen con su escuadrón al completo, Mantícora sabría quién era el responsable. En lo que a estrategia se refería, aquel era uno de los actos más estúpidos de los que se tuviera constancia.

Sin embargo, este hecho no parecía confortar a la gente que iba a morir.

—Actualización del rastreo del perímetro, señora —anunció de repente su oficial de comunicaciones—. La fuerza estimada del enemigo es de seis cruceros de batalla, ocho cruceros pesados y elementos de protección.

—Entendido. —Longtree se mordió el labio al escuchar la nueva información y observó los datos con atención. Sus naves podrían intentar algo si el enemigo no contara con cruceros de batalla, pero este dato convertía la tarea en una utopía.

—¿Aún sin datos de otras incursiones?

—No, señora —replicó su oficial de operaciones—. Estamos recibiendo actualizaciones continuas del resto de los sectores, y esta es la única.

—Gracias. —Se retrepó de nuevo y se mordisqueó levemente un nudillo ¿Qué demonios era lo que planeaba esa gente? Ambos bandos habían sido muy cuidadosos en evitar violaciones del territorio contrario durante años… y ahora los repos lo invadían sin pensárselo dos veces, y todo para atacar una base de la Flota que ni siquiera era importante. ¡No tenía sentido!

—¡Cambio de situación! —La cabeza de la comodoro se giró con rapidez, y su oficial de operaciones la miró con expresión de incredulidad absoluta—. ¡Invierten el rumbo, comodoro!

—¡¿Qué?! —Longtree no logró ocultar la sorpresa de su voz, y el oficial de operaciones se encogió de hombros.

—No tiene mucho más sentido que el resto de las cosas que han hecho, señora. El rastreo del perímetro informa que han alterado el rumbo a uno-ocho-cero grados y pasan a cuatro-cero-cero fuerzas g de aceleración. ¡Se marchan justo por donde han venido!

Longtree sacudió la cabeza, aún incrédula… y aliviada. Después de todo, ni ella ni sus naves morirían aquel día, y lo que era más importante, la guerra que temía Mantícora no iba a comenzar en el sistema Zuckerman. A pesar de su apaciguamiento, su confusión seguía creciendo. ¿Por qué? ¿De qué iba todo aquello, por el amor de Dios? Tenían que saber que habían sido avistados e identificados, y todo lo que habían conseguido era la destrucción de una decena de plataformas de sensores, reemplazables con suma facilidad. Así que, ¿por qué emprender lo que constituía una declaración de guerra —en especial, una tan chapucera— y luego no molestarse en continuar y atacar?

La comodoro Longtree no sabía la respuesta a su pregunta, pero sí que era de vital importancia. Por alguna razón, la República Popular de Haven había violado de forma deliberada el territorio de la Alianza, y aunque la destrucción de las plataformas de sensores no era una cuestión de vida o muerte, sí constituía una provocación que el Reino Estelar de Mantícora no podía ignorar. Había un propósito tras todo aquello. ¿Pero cuál?