8
El crucero de batalla Invencible aceleró en dirección a su destino. La capitana Marguerite Daumier se sentaba en la silla del comandante, aparentemente relajada, mientras dirigía la ronda de disparos de la división temporal, pero Honor sospechaba que su tranquilidad no era más que fachada, ya que la atmósfera en el puente del Invencible estaba repleta de tensión.
Acarició las orejas de Nimitz, su propia faz convertida en una máscara inexpresiva, mientras aguardaba de pie en la parte trasera del puente y comparaba su propia tripulación con la de Daumier. Daumier llevaba dirigiendo el Invencible alrededor de un año-T y su gente trabajaba con una precisión entrenada, algo que, tuvo que admitir, la tripulación del Nike aún tenía que adquirir. Pero fuera cual fuera el mando interno del Invencible, el rendimiento de su división era bastante deficiente.
No era culpa de Daumier. De hecho, no lo era de nadie. Ninguna de las tres naves había trabajado junto al resto en anteriores ocasiones, y su coordinación no estaba al nivel requerido. El Intolerante había confundido uno de los cambios de rumbo, y mantuvo una aceleración de trescientas ochenta ges en dirección hacia su antiguo objetivo durante noventa segundos antes de que el capitán Trinh se diera cuenta de lo que había ocurrido. Honor tuvo la suerte de no encontrarse en el puente para observar su reacción cuando lo hizo, y había esperado, en parte, que Sarnow se pusiera en comunicación con el culpable con el expreso propósito de pedir su cabeza. Pero el almirante únicamente se sobresaltó y siguió contemplando el despliegue en silencio mientras Trinh luchaba por volver a la formación.
Ese había sido el error más espectacular del día, pero, por supuesto, no había sido el único. La mayoría de ellos no hubiera sido evidente para alguien que simplemente contemplase el ejercicio, aunque sí para la gente que lo llevaba a cabo. A pesar de su tamaño, los cruceros de batalla contaban con poco armamento para enfrentarse a una línea de naves de batalla. Debían confiar en la perfecta realización de las maniobras para superar a los oponentes más grandes, y las mismas cualidades se requerían para atrapar a las naves más pequeñas que eran su presa habitual, ya que los cruceros y los destructores eran capaces de alcanzar mayores aceleraciones, además de ser más rápidos debido al timón. Desafortunadamente para los capitanes de Sarnow, su habilidad para actuar y reaccionar como unidad estaba lejos de los estándares de la Armada, a pesar de lo buenos que fueran considerados por separado.
Excepto en el caso del Aquiles y del Casandra, lo que debía irritar aún más a la capitana Daumier, pensó Honor con cierta compasión. La división veterana de Isabella Banton había operado como un equipo durante dos años-T, y lo demostró ejecutando a la perfección las órdenes de Sarnow. Se movían como una sola unidad, y realizaban las maniobras con una precisión que dejaba a la altura del betún al resto de las naves. En caso de combate, lo más probable sería que las dos naves de Banton vencieran a las tres de Daumier, lo que no hacía que se sintiera precisamente feliz.
—Entrando en el rango de fuego, señora. —El oficial táctico del Invencible sonaba un tanto tenso y su espalda parecía casi rígida, tirante, como si se resistiera de manera física al deseo de mirar sobre su hombro en dirección al almirante Sarnow.
—Comuníquelo al resto de la división, radio —ordenó Daumier—. Solicite confirmación de su posición.
—De acuerdo, señora. —El oficial de comunicaciones se inclinó sobre su panel—. Todas las unidades confirman su posición —informó tras un momento.
—Gracias.
Daumier se recostó en la silla, con los brazos cruzados. Había algo casi reverente en su actitud y Honor trató de no sonreír, aunque fuera de manera comprensiva, para así evitar que se malinterpretara su expresión. Sabía que Daumier hubiera preferido subordinar el armamento del Agamenón y el Intolerante al control de artillería del Invencible, pero este no era el propósito del ejercicio. Sarnow ya sabía que Daumier era excelente en ese campo; lo que quería comprobar era de qué manera se comportaba la división ante un fuego a gran velocidad, corto alcance y un tiempo de reacción escaso sin contar con la red táctica del escuadrón, y Honor sospechaba que la respuesta no era muy halagüeña.
—Entrando en fase final de disparo —dijo el oficial táctico—. Búsqueda de balizas iniciada. En proceso…, en proceso…, ¡contacto! —Aguardó un momento más, con los ojos pegados a su monitor mientras las balizas montadas en los asteroides para que imitaran naves hostiles parpadeaban ante él—. ¡Identificación de guía confirmada! ¡La tengo fijada, capitana!
—Fuego —replicó ella bruscamente, y el costado de la nave lanzó un andanada de inmediato.
Los ojos de Honor se volvieron al instante hacia el monitor. No servía de nada para seguir el curso de la batalla, pero a tan corto alcance…
Un terrible y silencioso tornado hizo erupción en la pantalla a la vez que los láseres y gráseres destrozaban el trozo de acero y níquel del círculo de asteroides de Hancock. Algunos de los asteroides más pequeños se desvanecieron sin más, vaporizándose entre estallidos y explosiones; otros destellaron como diminutas estrellas conforme los haces de luz empezaban a brillar a modo de soles, y Honor sintió algo parecido al sobrecogimiento.
Había visto más destrucción provocada por una sola andanada. De hecho había sido ella misma la que la había llevado a cabo hacía ya tiempo, como oficial táctica de la NSM Mantícora. Pero la Mantícora era un superacorazado enorme, lento y pesado, desmañado y diseñado para sobrevivir el impacto con la línea de batalla. Pero este caso era algo diferente. Había un cierto sentimiento de ligereza mezclada con poder, un reconocimiento de la elegancia letal del escuadrón.
O, se corrigió tras echar un vistazo al monitor, su potencial letal, puesto que alguien había cometido un grave error.
Mantuvo los ojos fijos en el monitor, con cuidado de no mirar a Sarnow, mientras las naves completaban su ronda de fuego y el CIC[16] analizaba los resultados. Una de las naves, parecía que se trataba de nuevo del desgraciado Intolerante, había vuelto a disparar a las balizas equivocadas.
En caso de que se hubieran enfrentado a un enemigo real, una de sus unidades no habría logrado enzarzarse en el combate. Y no solo no habría provocado daño alguno, sino que los artilleros enemigos, sin la molestia del fuego recibido, no habrían tenido problemas para devolver el ataque. Lo que significaba que una de las naves de Sarnow habría sido alcanzada de lleno.
Los hombros de la capitana Daumier se tensaron y el silencio se extendió como la pólvora por el puente, hasta que Sarnow se aclaró la garganta.
—Creo que tenemos un problema, capitana —observó, y Daumier giró la cabeza para afrontar su mirada—. ¿Cuál ha sido? —preguntó tras un momento.
—Me temo que el Intolerante fijó como objetivos las balizas del Agamenón, señor. —La respuesta sonó como una mezcla de disculpa y censura del barco de Trinh, y Honor asintió mentalmente.
—Comprendo. —Sarnow cruzó los brazos a su espalda y caminó despacio por la sección táctica para estudiar los detalles de las lecturas; a continuación suspiró—. Supongo que aún es pronto. Pero tenemos que mejorar, capitana.
—Sí, señor.
—Muy bien. Reúna la división, por favor, capitana Daumier. Apartémonos del cinturón mientras el comodoro Babcock realiza su pasada. Quiero ver qué tal lo hace su división.
—Por supuesto, señor. Trace la ruta, astro.
—De acuerdo, señora. —La voz del astronavegador sonó tan neutra como la de su capitana, pero Honor estaba segura de que ninguno de ellos sabía lo que vendría a continuación.
* * *
Los comandantes de escuadrón y división del Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla y de las unidades que les servían de apantallamiento se cuadraron cuando Sarnow entró en la sala de reuniones a bordo del Nike. Honor lo siguió de cerca junto con la capitana Corell, y la ansiedad de los oficiales reunidos casi se podía cortar. Era la primera vez que Sarnow los había reunido a todos, ya que el comodoro Prentis, el oficial al mando de la 53.º división, había llegado en la NSM Desafiante hacía menos de seis horas. No había sido lo bastante pronto como para participar en los ejercicios de los últimos días, lo que tenía sus pros y contras. No se había visto salpicado por los incidentes anteriores, pero también era el recién llegado; aunque a estas alturas ya debería haberse percatado de que el resto del escuadrón esperaba que su almirante les echase la bronca sobre su reciente actuación.
—Tomen asiento, damas y caballeros —ordenó Sarnow, mientras se acomodaba en uno de los extremos de la mesa mientras que Honor y Corell se sentaban a su derecha e izquierda, respectivamente. Casi todos los demás se miraron entre ellos, incómodos, pero un comandante, vestido de modo impecable y sentado al lado del comodoro Van Slyke, oficial al mando del Decimoséptimo Batallón de Cruceros Pesados, echó un vistazo a Honor antes de apartar la mirada. A ella le resultaba familiar, aunque estaba segura de que nunca habían sido presentados. Se preguntó quién sería.
»Bueno, gente —continuó el almirante después de un rato—, parece que las cosas no han funcionado muy bien. Por fortuna… —comentó, y utilizó la expresión de manera deliberada—, el almirante Parks no espera mucho de nosotros por ahora.
Su tono no parecía muy grave, era más bien divertido, pero algo parecido a un sobresalto generalizado recorrió la mesa, y el capitán Trinh se ruborizó.
—Soy consciente de que no se puede culpar a nadie por los errores de hoy —prosiguió Sarnow—, aunque la responsabilidad de superarlos recae sobre todos nosotros. Desde este momento, borrón y cuenta nueva; pero de aquí en adelante se tomará buena nota de todo. ¿Comprendido?
Cada una de las cabezas asintió, y él respondió con una de sus sonrisas felinas.
—¡Bien! Miren, damas y caballeros. No busco ninguna cabeza de turco y no me gusta reprochar a los demás sus errores pasados, pero también puedo ser el peor hijo de puta que jamás hayan conocido. Y la verdad es que el hecho de que el almirante Parles vigile cada uno de nuestros movimientos no me pone de buen humor. Todo nuevo escuadrón tiene sus problemas. Lo sé yo, y también lo sabe el almirante Parks. Sin embargo, la simpatía que sintamos hacia estas contrariedades vendrá determinada por los esfuerzos que se lleven a cabo para superarlas. Estoy seguro que no nos decepcionarán.
Las cabezas volvieron a asentir de una manera menos mecánica, y él se retrepó en la silla.
—En tal caso, comencemos por examinar qué ha salido mal. La capitana Corell y la capitana Harrington han preparado una crítica de los ejercicios que acabamos de efectuar, y estoy seguro de que encontrarán su presentación fascinante.
* * *
Los murmullos se extendían por todo el compartimiento, y el cristal tintineaba con suavidad cuando el servicio rellenaba los vasos vacíos. Los invitados del almirante Sarnow se reunían en pequeños grupos o circulaban como la tranquila corriente de un río, y Honor sonreía y asentía para sí cuando el movimiento browniano dejaba a alguien a distancia de interacción.
No le resultaba fácil porque no le gustaban los acontecimientos sociales. Siempre le había pasado eso, aunque al menos había aprendido a emanar ese aire reconfortante que se espera de un anfitrión.
Agarró un canapé de apio de una bandeja y se lo alargó a Nimitz. El gato emitió un gritito de satisfacción y atrapó la exquisitez con una de sus manos auténticas. Se sostenía sobre el hombro de Honor con los cuatro miembros traseros mientras masticaba; sus ojos parpadeaban, sumido como estaba en una felicidad epicúrea. Ella le rascó el pecho a la vez que observaba a MacGuiness moverse entre los comodoros y los capitanes, vigilando al resto del servicio. Dio gracias a Dios por poder contar con él. Tampoco pudo evitar elevar una o dos plegarias más de agradecimiento por su primer oficial. La comandante Henke se deslizaba entre todos los invitados con la gracia de un albatros, y su rango pasaba a un segundo plano merced a su aplomo. Y, por supuesto, a su linaje, pensó Honor con una sonrisa.
El comodoro Stephen van Slyke emergió de la multitud para entablar una conversación en voz baja con Sarnow. Honor no conocía a Van Slyke, pero lo que había visto de él le había gustado. Tenía la complexión de un luchador, un cuello de toro, cabello negro, ojos marrones y cejas más pobladas que las de Sarnow; pero sus movimientos eran rápidos, y aunque sus comentarios durante la reunión de los oficiales al mando no habían resaltado por su brillantez, sí lo habían hecho por ser pragmáticos y directos.
El mismo comandante vestido de modo impecable en quien se había fijado en la conferencia siguió el paso de Van Slyke y se detuvo con una expresión dolorida cuando los dos oficiales de rango superior se alejaron de él. Los miró por un momento; luego sus ojos repararon en Honor y se estrecharon.
Ella levantó la vista despacio y se preguntó cuál sería el problema. Se trataba de un hombre delgado que le recordaba a una avispa; se movía con la gracia lánguida y calculada típica de cierto segmento de la aristocracia… al que Honor siempre había despreciado. Había servido con oficiales que eran aún más lánguidos y cansinos que él, aunque algunos se encontraban entre las personas más brillantes que había conocido. No tenía ni idea de por qué decidían ocultar su competencia tras fachadas tan recargadas e irritantes, y no le gustaba que lo hicieran.
El comandante continuó mirándola (no fijamente, pero sí más de lo que se consideraría cortés), hasta que cruzó la cubierta en su dirección.
—Capitana Harrington. —Su voz educada contaba con un matiz pulido que le recordaba a alguien, aunque no sabía determinar a quién.
—Comandante —asintió ella—. Me temo que no hemos sido presentados —continuó—, y han sido tantos los oficiales que me han presentado que no recuerdo su nombre.
—Houseman —dijo el comandante sin más—. Arthur Houseman, jefe del Estado Mayor del comodoro Van Slyke. Creo que conoce a mi primo.
Honor notó cómo su sonrisa se agarrotaba, y Nimitz dejó de mascar el apio. Ya sabía la razón por la que le era tan familiar. Aunque más pequeño que Reginald Houseman, y de complexión más imponente, el parecido familiar era inequívoco.
—Así es, comandante. —Su timbre de soprano pronunció el rango con un ligero toque enfático, y él se sonrojó levemente al serle recordada su posición.
—Pensé que usted había… Señora…
La pausa fue deliberada, y los labios de Honor se apretaron. Brotaron lágrimas en sus ojos, y mientras se acercaba a él bajó la voz para que nadie pudiera escucharla.
—Escúcheme bien, comandante. No me gusta su primo y yo no le gusto a él, pero eso no tiene nada que ver con usted. A menos, claro está, que usted así lo quiera, aunque creo que no es el caso. —Su sonrisa reveló su dentadura y en sus ojos surgió la alarma—. Pero sin importar lo que sienta, comandante Houseman, deberá observar la adecuada cortesía militar no solo para conmigo, sino también para con cualquiera que se encuentre a bordo de mi nave. —Houseman apartó la vista, que osciló hacia Sarnow y Van Slyke, y la sonrisa de Honor se volvió aún más fría—. No se preocupe, comandante. No le diré nada al almirante Sarnow… y tampoco al comodoro Van Slyke. No creo que sea necesario, ¿me equivoco?
Los ojos de Houseman se volvieron furiosos hacia ella, aunque Honor aguantó estoicamente la mirada. Entonces él tragó saliva y el enfrentamiento concluyó.
—¿Algo más, comandante? —preguntó Honor con suavidad.
—No, señora.
—Entonces supongo que tiene cosas mejores que hacer —dijo. La cara de Houseman se endureció durante un instante, pero asintió sin más y se dio la vuelta, Nimitz se agitó, enfadado, sobre el hombro de Honor, y esta lo acarició para tranquilizarlo mientras veía desaparecer a Houseman entre la multitud Podía haber conducido la situación de mejor manera, reconoció para sí aunque la arrogancia de aquel hombre la había sacado de sus casillas. Un comandante, sin importar la influencia de su familia (y el clan Houseman, de ser francos, contaba con mucha), que se enzarzaba en una disputa con un capitán de grado superior se merecía todo lo malo que le pudiera ocurrir aunque era consciente de que su respuesta había dejado en evidencia su rencor y se culpaba por ello. Lo más probable es que, de todas formas, no hubiera sido capaz de evitarlo, pero ahora era la capitana del buque insignia de Sarnow. Parte de su trabajo consistía en solucionar los asuntos que pudieran interponerse en el funcionamiento del escuadrón, y ni siquiera lo había intentado. Peor aún, ni siquiera se le había ocurrido que debía intentarlo hasta después que hubiera pasado.
Suspiró en silencio y escuchó a Nimitz masticar su apio. Algún día tendría que aprender a controlar su temperamento.
—Pagaría por saber lo que está pensando, dama Honor —murmuró una voz de tenor. La capitana levantó la vista con rapidez, para comprobar que era el almirante Sarnow quien le sonreía—. Me preguntaba cuándo se encontrarían usted y Houseman. Veo que ha sobrevivido a la experiencia.
Las mejillas de Honor se incendiaron ante el soniquete irónico de la voz de Sarnow, y su sonrisa se torció.
—¡Oh, no se preocupe por ello, capitana! Arthur Houseman es un intolerante narcisista. Si se le echó al cuello seguramente fue porque se lo había ganado, y si yo pensase que se ha pasado de la raya se lo habría dicho. —El sonrojo de Honor se fue tan pronto como había llegado, y él asintió—. Exacto. Como le dije, dama Honor, es usted la capitana de mi buque insignia, y espero que cumpla con su papel. Esto incluye no aguantar ninguna estupidez de un oficial de menor graduación que, además, es un pedante y un resentido por haberse demostrado que su primo es un cobarde. Desafortunadamente, es muy bueno en su trabajo. Eso, imagino, es la razón por la que el comodoro Van Slyke lo tolera, pero usted no tiene por qué hacerlo.
—Gracias, señor —dijo ella con tranquilidad.
—No me lo agradezca, capitana. —Le tocó el codo ligeramente y sus ojos brillaron con curiosidad, mezclada con diversión y advertencia—. Cuando tiene razón, tiene razón. Cuando no, seré yo quien le corte la cabeza. —Sonrió una vez más, y ella hizo lo mismo.