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—Estoy impresionado, dama Honor. Es una buena nave la que tenemos aquí —dijo el almirante Sarnow mientras caminaban por el pasillo, y Honor sonrió.

—Yo también estoy contenta con ella, señor —aseguró—. Cuando no está estropeada.

—Lo comprendo, pero el personal de la base realiza un trabajo excepcional, y me he percatado de que suelen sobrestimar el tiempo que les llevará terminar un trabajo. —El mostacho del almirante se estremeció cuando sonrió—. No creo que se hayan dado cuenta de lo buenos que son.

—Ciertamente, forman el grupo de operarios de astillero más eficiente que jamás haya visto —confesó Honor, y no mentía al reconocerlo. La tarea que el personal de la base arrostraba era bastante más compleja que lo que el informe del capitán Tankersley había sugerido, pero aun así la estaban realizando con energía y eficacia.

Alcanzaron el ascensor central y ella se apartó a un lado para dejar que el oficial de mayor graduación entrara primero, luego tecleó el destino. El corto viaje transcurrió en un confortable silencio y Nimitz no se movió del hombro ni un ápice, un signo inequívoco de que aprobaba al nuevo oficial al mando del escuadrón. Honor se sentía inclinada a pensar de la misma forma. Mark Sarnow era joven para su rango, solo ocho años-T mayor que ella, pero exudaba un aire de confianza innegable.

El ascensor los condujo hasta el puente del Nike. Era más pequeño que el del camarote de Honor, pero igual de magnífico; el mapa central ocupaba casi dos tercios del espacio de la sala, mientras que el repetidor mostraba duplicadas las «lecturas» críticas de su propia tripulación.

El personal del almirante estaba aguardando, y la capitana (de menor graduación), la honorable Ernestina Corell, su jefa del Estado Mayor, alzó la vista de su memobloc con una sonrisa.

—Estaba a punto de enviar a un grupo en su busca, señor. Ha estado a punto de perderse la conferencia del almirante Parks. —Sarnow echó un vistazo a su reloj y sonrió.

—Aún tenemos tiempo, Ernie. ¿Por qué no se unen a nosotros usted y Joe en la sala de reuniones?

—Por supuesto. —Corell y el comandante Joseph Cartwright, el oficial de operaciones de Sarnow, siguieron al almirante hasta la escotilla de la susodicha sala, y Honor solo se detuvo para sonreír a Samuel Webster antes de unirse a ellos.

—Tomen asiento, señores —invitó Sarnow, indicando con un gesto las sillas situadas alrededor de la mesa de conferencias. Se quitó la gorra, se desabrochó la chaqueta y se dejó caer en la silla que presidía la mesa; Honor se colocó justo en el extremo opuesto.

—No tenemos tiempo para profundizar —dijo el almirante—, pero quiero que hablemos de lo más importante, ya que tenemos a la dama Harrington con nosotros, antes de que volvamos al Grifo de nuevo. —Sonrió una vez más—. Una de las razones por la que me alegraré de tener al Nike operativo de nuevo es que será una oportunidad idónea para marcharme de la estación. Llevo aquí demasiado tiempo.

Honor no dijo nada, pero el matiz de exasperación de Sarnow no le pasó inadvertido, y se preguntó lo tensas que estarían las cosas entre él y el hombre al que había reemplazado.

—Y una vez que estemos operativos, capitana Harrington —continuó—, vamos a estar muy ocupados trabajando con el escuadrón. Me temo que el Almirantazgo no nos ha destinado aquí de vacaciones.

Sus oficiales de personal rieron disimuladamente, y Honor sonrió ante su tono irónico mientras se giraba hacia Corell.

—¿Cuál es nuestra posición, Ernie?

—Hemos recibido un tiempo estimado de llegada actualizado del Desafiante y del Embestida mientras usted y la capitana estaban bajo cubierta, señor —replicó la jefa del Estado Mayor, alta y de huesos delicados—. Podemos contar con el Desafiante en unos tres días, pero el Embestida se retrasa. No llegará hasta el veinte del próximo mes.

—Maravilloso —suspiró Sarnow—. ¿Alguna razón para ello?

—No, señor, salvo el tiempo estimado de llegada.

—¿Por qué no me sorprende? ¡Oh, bueno! El astillero tampoco soltará al Nike en breve. ¿El almirante Parks está al tanto de la situación?

—Sí, señor.

—Bien. —Sarnow se frotó la mejilla y sus ojos se estrecharon mientras reflexionaba. Luego miró a Honor.

—Básicamente, dama Honor, lo que tenemos aquí es un nuevo escuadrón al completo. No ha existido un Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla desde la última reorganización, y aparte del Aquiles y el Casandra, que serán transferidos desde el Decimoquinto Escuadrón de Cruceros de Batalla, ninguna de nuestras unidades tiene experiencia como equipo. Tendremos que empezar a construir desde los cimientos, y el tiempo no está de nuestro lado.

Mantuvo la mirada de Honor, y ella asintió.

»Cada oficial superior que he conocido —continuó— tenía sus propias ideas acerca de lo que esperaba de su capitán, y yo no soy ninguna excepción. Espero su participación constante, dama Honor. Si se encuentra con un problema, arréglelo por sí misma o acuda a mí; y si el problema soy yo o algo que yo haga, dígamelo. Ernie y Joe hacen lo que pueden para tenerme al corriente de todo, pero a veces necesito toda la ayuda posible. ¿Entendido? —Sonrió, pero había acero tras su sonrisa, y Honor asintió de nuevo.

»No será el capitán al mando del escuadrón, capitana, pero sí el del buque insignia. Esto puede provocar problemas cuando tenga que tratar con alguien de mayor graduación que usted, aunque espero que sepa manejar tales asuntos… y que recuerde que usted es la capitana del buque insignia. Es la mujer que va a sentarse en reuniones de personal a las que ellos no asistirán, la más familiarizada con mis planes e intenciones. No tengo en mente encargarle el solventar todos los problemas que se me planteen, pero sí confío en contar con su discreción e iniciativa para tratar los asuntos del escuadrón, así como los del Nike, siempre y cuando se hallen encuadrados en su ámbito de actuación.

»A cambio de su devoción absoluta hacia el deber —continuó, con otra de sus fieras sonrisas—, haré lo propio con usted. Si en algún momento me siento descontento con sus acciones, se lo diré a usted antes de que nadie más lo oiga. Basándome en su informe personal, espero que usted suponga una incorporación valiosa, en especial en un escuadrón recién creado. No permita que cambie de idea.

—Lo intentaré, señor —dijo Honor quedamente.

—Sé que lo hará…, y confío en que tenga éxito. Ahora dime, Joe —Sarnow se giró hacia su oficial de operaciones—, ¿qué sabemos acerca de los parámetros de nuestra misión?

—No tanto como me gustaría, señor —dijo Cartwright—. Con el escuadrón del almirante Tyrel de servicio, vamos a ser la unidad principal en la pantalla protectora del almirante Parks, pero la situación operativa de la fuerza al completo parece estar sometida a una reevaluación. —El comandante se encogió de hombros—. Todo lo que puedo decirle es que, en apariencia, el almirante pretende retenernos aquí en un futuro inmediato.

—Podría ser peor —dijo el almirante, aunque no sonaba especialmente convencido de ello—. Al menos tendremos tiempo para trabajar. —Cartwright asintió y Sarnow se acarició la mejilla de nuevo; consultó otra vez el reloj y se enderezó en su asiento.

—De acuerdo. Ernie, ya que tanto el Aquiles como el Casandra han actuado en equipo con anterioridad, comenzaremos por ahí. Quiero que usted y Joe pongan a practicar a los artilleros del escuadrón disponibles en lo próximos días. Agrúpelos en dos divisiones, el Aquiles y el Casandra en una, el Invencible, el Intolerante y el Agamenón en otra, para que compitan entre sí. Yo dirigiré el Invencible. Advierta a la capitana Daumier de que subiré a bordo.

—Sí, señor. —La jefa del Estado Mayor tomó notas en su memobloc, y Sarnow miró a Honor.

—Es obvio que no podemos incorporar al Nike, dama Honor, pero me gustaría que se uniera a mí en el Invencible. Y no se preocupe, su presencia no molestará a la capitana Daumier. El Invencible es el actual campeón de la Copa de la Reina, y está casi tan orgullosa de su nave como usted del Nike. No dude de que disfrutará mostrándole la calidad de la artillería, que espero equipare mi buque insignia. —Dejó escapar una breve sonrisa, y ella replicó con otra.

»Cuando volvamos voy a comenzar a componer la red de mando del escuadrón, así que, por favor, haga que su oficial de comunicaciones se siente con el comandante Webster para que todo esté preparado antes de que salgamos. Me gustaría probar, tan pronto como sea posible, con algunos sims de escuadrón para ver cuáles son los aspectos a limar.

—Por supuesto, señor.

—Gracias. —El almirante inspiró, se incorporó con un pequeño impulso y recogió la gorra—. Supongo que eso es todo por el momento. Ernie, Joe…, tenemos una cita con el almirante. ¿Nos disculpa, dama Honor?

—Por supuesto —repitió Honor, y Sarnow se precipitó a través de la escotilla, con los oficiales del Estado Mayor siguiéndolo de cerca. El nivel de energía del compartimiento descendió de forma considerable con su salida, y Honor sonrió cuando Nimitz suspiró en su hombro.

Pero a pesar de todo no la abandonaba una cierta preocupación. George Monet había recibido el mensaje original que convocaba la reunión celebrada en el Grifo porque Webster aún no había subido a bordo, y el resto de los almirantes había sido instruido para ser acompañado por sus capitanes de buque insignia. Sarnow no lo había hecho.

No había razón alguna para excluirla, así que podría obedecer a cualquier causa. Lo cierto es que el hecho de que su nave estuviera sometida a reparaciones de importancia tal vez lo explicara. Pero de la misma manera, un capitán cuya nave estaba en manos del astillero tenía más tiempo libre, no menos…, y ella era el único capitán de buque insignia que no estaría allí. ¿Había alguna otra razón para que el almirante Parks no la hubiese invitado? No conseguía imaginar ninguna, pero eso no significaba que no existiese. Y si así fuera, ¿se debía a Sarnow o a ella?

Se levantó, cruzó las manos tras de sí y se alejó despacio de la sala de conferencias, aún sumida en sus pensamientos.

* * *

El eco de su respiración resonaba fuerte en el silencioso gimnasio mientras Honor iba de una a otra máquina. De todas las formas de ejercicio, la que más le costaba era la del levantamiento de pesas, ya que su convalecencia le había pasado factura sobre todo en ese sentido. No lo suficiente para preocupar al DepMed, tal vez, pero sí para preocuparla a ella. Aún estaba recuperando la masa muscular de la parte superior del cuerpo, y las pesas eran el medio más rápido para hacerlo, aunque entumecieran la mente. Pero cuando volviera a ser la de antes, se prometió mientras soltaba la barra con un resoplido, encontraría formas más divertidas de mantenerse en forma.

Pulsó el botón de guardado para devolver los cables de tensión ajustable dentro de la mampara, y se pasó las manos por el cabello. El Nike había sido diseñado desde el principio como buque insignia y, a diferencia del resto de los destinos previos de Honor, tenía un gimnasio privado para el capitán y su personal. Honor no estaba segura al principio de si sería una buena idea, pero no pensaba rechazar la invitación del almirante Sarnow para que lo usara. Era más pequeño que el gimnasio principal, pero su privacidad le permitía ajustar la gravedad interna para equipararla a la de su hogar natal, sin molestar a los demás o sin tener que esperar a medianoche para ponerse a entrenar.

Pasó las manos por detrás de la espalda y se arqueó hasta que crujió, para después alejarse del banco de levantamiento, Nimitz alzó la vista desde su refugio en la barra asimétrica inferior. Comenzó a desperezarse, pero ella sacudió la cabeza.

—Oh, tú no, Apestoso. No es momento para jugar al disco —le dijo, y volvió al banco con un suspiro de resignación. Rio ahogadamente y luego se dirigió al trampolín, algo con lo que sí disfrutaba. La mayoría de los espaciales se sentía feliz «nadando» en un tanque de gravedad cero, pero Honor prefería el agua y los diseñadores del Nike, en un arranque de celo, habían incorporado una piscina para uso del almirante. El agua de la misma formaba parte de los sistemas de consumo, lo que con toda probabilidad explicaría cómo los diseñadores habían convencido al DepNav para que la comprase; y aunque era bastante pequeña, era lo suficientemente profunda como para bucear.

Dio tres pasos sobre el trampolín, se arqueó de manera elegante en el aire y se zambulló en el agua sin más salpicaduras que las que causaría un pez; Nimitz se estremeció con fastidio en su asiento. Los humanos, había concluido hacía ya tiempo, se divertían con cosas muy raras.

El agua estaba más caliente de lo que le hubiera gustado a Honor… pero de nuevo tenía la culpa su hogar natal, Esfinge. Nadó hasta el fondo, luego se hizo una bola, se estiró y salió a la superficie con una bocanada de felicidad. Movió la cabeza para sacudirse el pelo, comprobó su situación y nadó con rapidez hacia la escalerilla. La diligencia era algo muy importante, decidió, para no terminar abandonándose a los privilegios del rango.

Sonrió y comenzó a subir por la escalerilla; entonces hizo una pausa, aún sumergida hasta la cintura en el agua, mientras la escotilla se abría. El personal de Sarnow aún se hallaba a bordo del Grifo, y esperaba tener el gimnasio para ella sola.

El recién llegado cruzó la escotilla, pero se quedó petrificado cuando sintió todo el peso de la gravedad aumentada. Vestía cómodas ropas deportivas y echó un rápido vistazo a su alrededor, sorprendido, para luego ponerse rígido cuando la vio en el agua.

—Discúlpeme, dama Honor —dijo sin perder un instante—. Pensé que no habría nadie en el gimnasio. No deseaba molestar.

—No se preocupe, capitán Tankersley. —Honor terminó de salir de la piscina—. Y no molesta. Adelante.

—Gracias, señora. —Tankersley siguió hacia delante para que la escotilla se cerrara, luego miró en derredor y silbó de forma apenas audible—. El almirante Sarnow no bromeaba cuando dijo que le habían dado su propio parque de atracciones ¿verdad?

—No, no lo hacía —concedió Honor—. Deme un instante y reajustaré la gravedad.

—No se moleste, por favor. A menudo también la elevo cuando no hay nadie que se pueda quejar. Esa es la razón por la que estoy tan agradecido de que el almirante me haya invitado a pasarme por aquí cuando no estoy de servicio.

—Es algo que siempre consigue enfadar a la gente —convino Honor con una sonrisa.

—Bueno, entiendo el punto de vista, pero me habitué durante mi estancia en la isla Saganami. Estuve en el equipo de combate sin armas, y el instructor jefe MacDougal siempre obligaba a los novatos de Mantícora y Grifo a ejercitarnos con un cuarto de gravedad adicional, como poco.

—¿Estuvo en el equipo? —interrumpió Honor sorprendida—. ¡Yo también! ¿En qué estilo fue entrenado?

—El favorito del instructor jefe —respondió Tankersley con cierta amargura—. «Coup de vitesse».

—¿Ha seguido con el entrenamiento? —quiso saber ella.

—Sí, señora. No tanto como me hubiera gustado, pero he continuado con ello.

—Bien, bien, bien —murmuró Honor—. Eso es muy interesante, capitán Tankersley. Necesito un compañero que me haga de sparring. ¿Esta interesado?

—Solo si me promete que no me hará daño —dijo Tankersley. Las cejas de Honor se enarcaron y él sonrió—. He visto el vídeo de Grayson, señora.

—¡Oh! —Las mejillas de Honor se incendiaron, y miró hacia otro lado—. Confiaba en que la gente acabara por olvidarse de eso.

—Le deseo buena suerte, señora. No todos los días un oficial manticoriano frustra un intento de asesinar a un jefe de Estado aliado…, y frente a una cámara, nada menos.

Honor se encogió de hombros, incómoda.

—Fue cosa de Nimitz. Si no hubiera leído sus emociones y me hubiese avisado, ahora estaríamos todos muertos.

Tankersley asintió sobriamente y recorrió con la vista el gimnasio hasta dar con Nimitz, quien devolvió la mirada con todo el orgullo propio de una estrella de holovídeo.

—En cualquier caso —siguió Honor sin pararse— sigo necesitando un sparring, y si usted está dispuesto…

—Por supuesto, señora. Será un honor.

—¡Estupendo! —Honor le ofreció la mano y él la apretó a la vez que sonreía. Ella respondió de la misma forma, pero entonces miró a sus ojos y se detuvo. Había algo allí que no estaba acostumbrada a ver. No sabría decir con certeza lo que era, pero fue súbitamente consciente de lo mojado y ceñido que estaba su bañador. Notó que su cara enrojecía, y miró hacia abajo cuando le soltó la mano con un repentino sentimiento de incomodidad.

Él también pareció advertirlo, puesto que apartó la vista con cierto aire de desasosiego. El silencio descendió sobre ellos por un momento, hasta que él se aclaró la garganta.

—A propósito, dama Honor —dijo, con un matiz de tensión que ensombrecía su voz—. Siempre he querido disculparme por lo ocurrido en Basilisco. Yo…

—No ha de disculparse por nada, capitán.

—Creo que sí, señora —replicó Tankersley despacio. La miró a la cara con expresión seria.

—No, no debe —insistió ella—. Se vio atrapado en una vieja disputa. No tenía nada que ver con ella, y tampoco podía hacer nada para evitarlo.

—Pero siempre me he sentido mal por ello. —La mirada de Tankersley se perdió en el suelo—. Verá, yo avalé la solicitud del capitán Young para un cambio de destino, antes de saber quién había sido asignado allí. Todos los oficiales al mando lo hicieron.

Honor se enervó. Se había preguntado por qué Young no había sido relevado por abandonar su estación; ahora lo sabía. Debía de haber sabido lo de su destino en Basilisco antes que ella, y debía de haber tomado medidas para ocultarse cuando abandonó el puesto fronterizo. A un capitán que sacaba su nave de la estación para reajustarla más le valía tener un verdadero problema que lo justificara. Pero si todos los dirigentes del departamento acordaron que su nave necesitaba de un reacondicionamiento general, el manual lo autorizad a solicitar el permiso del oficial al mando de su estación para volver al astillero. Siempre y cuando el oficial en cuestión lo aceptara, no podía resultar censurad por abandonar su estación…, incluso si después se demostraba que el reajuste no había sido en realidad necesario. Y ya que Pavel Young era el oficial al mando de la estación Basilisco, no había tenido ningún problema en aceptar su propia solicitud; así dejó a Honor sola y sin apoyo de ningún tipo, y sin violar en sentido estricto, los reglamentos.

Pero su carrera se habría acabado de inmediato tras todo aquel asunto, con influencia familiar o sin ella, si sus oficiales no hubieran firmado la solicitud.

—Comprendo —afirmó tras un momento. Cogió su toalla y se secó el pelo luego la enrolló alrededor del cuello y dejó que colgara para cubrir sus pechos. Tankersley no dijo ni una palabra y se quedó allí mismo, inmóvil con la mirada apartada, hasta que ella extendió el brazo y le tocó el hombro con suavidad.

—Comprendo —repitió—, pero lo que no entiendo, capitán, es la razón que lo lleva a culparse por ello. —Sintió cómo el hombro de Tankersley se estremecía y le dio un pequeño apretón antes de apartar la mano—. No podía saber lo que pasaría después de firmar esa solicitud.

—No —dijo él despacio, para luego suspirar y darle la espalda—. No, señora, no sabía lo que planeaba. Aunque estaba seguro de que había problemas entre ustedes. Desconocía el porqué —añadió con rapidez— y, como he dicho, no tenía ni idea de lo que sucedería después de firmar. Pero debería haber supuesto que tramaba algo, y nunca se me ocurrió preguntarme el qué. Supongo que es por lo que me culpo en realidad. Lo conocía y debería haber investigado, pero si le digo la verdad, lo único que quería era alejarme de Basilisco.

—¡Ah! —dijo Honor con una sonrisa solo forzada en parte—. ¡Ahora lo entiendo! Yo estaba enfadada cuando me destinaron allí, y usted ya llevaba…, ¿cuánto, un año-T?

—Más o menos —replicó él de forma ya más natural, y su boca se retorció en un remedo de sonrisa—. Creo que el año más largo de mi vida.

—Me lo puedo imaginar. Pero en serio, no lo culpo ni a usted ni a nadie más excepto al propio Young, y usted debería hacer lo mismo.

—Si usted lo dice, señora… —El capitán, de complexión recia, la sorprendió con una reverencia que debería haberla hecho sentir ridícula ahí de pie, embutida en su bañador empapado, sacándole más de una cabeza de alto. Pero de algún modo extraño, no lo hizo.

—¡De acuerdo, entonces! —exclamó—. Estaba usted a punto de ejercitarse y yo tengo que volver con el papeleo. ¿Cuándo cree que tendrá tiempo para un combate?

—Mañana a las doce del mediodía estaría bien. —Sonó aliviado por el cambio de conversación—. Tengo un equipo preparado para comenzar a levantar las placas exteriores del casco bajo Fusión Tres durante la primera guardia y me gustaría estar allí, aunque debería tener un hueco a la hora del almuerzo.

—¡Genial! En ese caso lo veré sobre las doce, capitán Tankersley —concluyó Honor con un asentimiento, y se dirigió hacia las duchas con Nimitz pegado a su sombra.