6
—Ahí, señora —dijo descontento Ivan Ravicz—. ¿Lo ve?
Honor estudió la pantalla del escáner; luego tensó el dispositivo de su ojo izquierdo para cambiar a modo microscópico. Se inclinó para acercarse a la carcasa y su cara dibujó una mueca cuando lo advirtió. La diminuta grieta era casi invisible (incluso con su ojo cibernético tenía problemas para verla), pero se extendía de forma innegable en un corte diagonal que iba de una a otra esquina y seguía hasta el nivel de cubierta.
—Lo veo —suspiró—. ¿Cómo lo pasaron por alto los escáneres del ingeniero?
—Porque no había nada. —Ravicz se rascó la nariz, con los ojos más tristes que nunca, y luego propinó un puntapié de frustración al generador—. Hay una imperfección en la matriz, capitana. Parece una buena cristalización de las de toda la vida, aunque se supone que no es posible con las nuevas aleaciones sintéticas. La fractura no debió de ocurrir hasta que volvimos al ciclo operativo habitual.
—Comprendo. —Honor reajustó su ojo a visión normal y se enderezó; sentía la delicada presión de la mano de Nimitz sobre la cabeza, pues el ramafelino se equilibraba tras el movimiento.
Como la última nave de Honor, el Nike tenía tres plantas de fusión, aunque los requerimientos de energía eran enormes en comparación con los del crucero pesado. La NSM Intrépido podría haber funcionado con una sola, pero el Nike necesitaba al menos dos, lo que lo dejaba con solo una de repuesto. Dependía de la tercera para volver a ser completamente operativo, y a la vista de las cosas, arreglarla iba a ser más complicado de lo que Honor había imaginado.
El mensaje de bienvenida del almirante Parks había sido más que correcto, pero había apreciado cierta frialdad subyacente; y, dadas las circunstancias, le habría encantado echarles la culpa a los obreros del astillero de Hefestos.
Privado de un legítimo objetivo humano para su descontento, Parks podría considerar que la capitana del Nike tenía que haber sabido lo que podía pasar… y adoptar las medidas necesarias para que no ocurriera.
—Bien. En tal caso, supongo que deberíamos…
Dejó la frase en el aire y giró la cabeza cuando oyó el resonar de las botas sobre las mamparas de la cubierta tras de sí. Sus labios se estrecharon levemente cuando vio al hombre que acompañaba a Mike Henke. Era bajo; su coronilla apenas llegaba al hombro de Honor, pero también parecía corpulento y recio, y su cabello largo, más largo de lo que la moda decretaba, quedaba recogido en una coleta que sobresalía bajo su gorra negra. Los puños mostraban los cuatro anillos dorados que también llevaban los suyos, pero en el alzacuello portaba las cuatro marcas doradas de un capitán inferior, no el planeta de un capitán de lista, Nimitz se removió en su hombro cuando sintió el súbito arrebato de disgusto asociativo… y la recriminación ante este sentimiento.
—Perdón por la tardanza, señora —dijo Henke de modo formal—. El capitán Tankersley estaba inmerso en otro trabajo cuando aterrizamos.
—No hay de qué preocuparse, Mike. —La voz de soprano de Honor sonó más fría de lo que hubiera deseado, pero ofreció su mano de todas formas—. Bienvenido a bordo del Nike, capitán. Espero que sea capaz de devolverlo a la vida en poco tiempo.
—Pondremos todo nuestro empeño en ello, señora.
La voz de Tankersley era más profunda de lo que recordaba, parecía brotar retumbando de su pecho. Entonces, parte de los sentimientos de otro se colaron en su cerebro. Se trataba de Nimitz, que la conducía hacia las emociones de Tankersley, como había aprendido a hacer en Yeltsin. Aún no estaba acostumbrada a ello y alargó la mano para tocar al ramafelino, requiriéndole así que cesara. Pero a pesar de ello reconoció la incomodidad del otro capitán, un sentimiento de culpa embarazosa a causa de las circunstancias de su primer encuentro.
—Gracias —dijo de forma más natural, e indicó el escáner—. El comandante Ravicz acaba de enseñarme dónde se ha producido el daño. Eche un vistazo, capitán.
Tankersley miró a la pantalla y después volvió a fijarse con más detalle; sus labios se abrieron en un silbido mudo.
—¿La cruza de parte a parte? —Enarcó la ceja y su cara se contorsionó en una mueca de disgusto cuando vio el asentimiento de Ravicz; luego sonrió torvamente a Honor—. Estas nuevas aleaciones acabarán siendo algo maravilloso…, señora, una vez descubramos qué hacer con ellas.
—Cierto. —Los labios de Honor se retorcieron en respuesta al tono de su contestación; golpeó con la mano el generador—. ¿Estoy en lo cierto al suponer que necesitamos cambiarlo por completo?
—Me temo que sí, señora. Bueno, podría probar con una soldadura, pero estamos hablando de una fractura de unos buenos veinte metros hasta la cara externa. En primer lugar, este tipo de cosas se supone que no se rompen, y de acuerdo con el manual, colocar un parche debería ser solo el último recurso. La fractura corta dos de las abrazaderas que soportan la carga y también el canal dos de alimentación de hidrógeno. Lo malo es que tenemos que sacarla de todas formas, y preferiría no dejarla a usted con una unidad reparada que podría volver a estropearse en cualquier momento. Mi gente puede tratar de hacer un apaño una vez que la tengamos en el taller. Si la retiran, y si cumple con los requisitos después de la reparación, que lo dudo, podemos guardarla en el almacén para usarla más adelante. Mientras tanto arreglaremos el Nike colocando una nueva carcasa.
—¿Tiene una que podamos usar?
—Si claro. Estamos repletos de repuestos para casi todo. —El orgullo de Tankersley con respecto a su nueva base era evidente, y Honor se sintió más desarmada todavía por ello que por su disposición para encargarse del trabajo.
—¿De cuánto tiempo hablamos? —preguntó.
—Esas son las malas noticias, señora —dijo Tankersley, más serio—. No tiene una vía de acceso lo suficientemente grande como para mover el repuesto, así que tendremos que abrir la sala de fusión. —Puso las manos sobre las caderas y se giró despacio, mirando de soslayo el gigantesco e inmaculado compartimiento; sus ojos se tornaron tristes—. Si el Nike fuera más pequeño podríamos desconectar la energía y retirar el panel de emergencia, pero eso aquí no funcionaría.
Honor asintió en señal de comprensión. Como en la mayoría de los mercantes, las salas de fusión de los destructores y cruceros ligeros (y de algunos cruceros pesados más pequeños) habían sido diseñadas con mamparas equipadas con un sistema de extracción que permitía deshacerse de los reactores estropeados como último recurso en caso de emergencia. Pero las naves de guerra de mayor tamaño no podían hacer lo mismo, a menos que sus diseñadores hicieran sus plantas de energía más vulnerables. El Nike medía un kilómetro y medio, con una anchura, en su punto mayor, de unos doscientos metros, y sus plantas de fusión habían sido enterradas bajo el eje central de su casco. Eso las protegía del fuego enemigo, pero también significaba que tenía que confiarse en que las salvaguardas hicieran bien su trabajo con el daño recibido…, ya que el acceso externo era prácticamente imposible.
—Vamos a tener que atravesar el casco y un montón de mamparas, señora, y luego habrá que volver a ponerlo todo en su sitio, —continuó Tankersley—. Tenemos el equipo para ello, pero imagino que llevará al menos dos meses de trabajo… Lo más probable es que llegue a catorce o quince semanas.
—¿Se tardaría menos en Hefestos, si regresáramos a Mantícora? —pronunció Honor con un tono tan neutral como le fue posible, aunque si Tankersley se sintió ofendido ante la pregunta, no lo demostró.
—No, señora. Ya, sí, Hefestos cuenta con mejor equipamiento auxiliar, pero dudo que recortara más de una semana nuestro tiempo, y perdería el doble en el viaje de vuelta.
—Ya lo suponía. —Honor suspiró—. Bien, parece que estamos en sus manos ¿Cuándo comienza?
—Estaré con mi gente aquí en menos de una hora —prometió Tankersley—. Estamos muy ocupados con el trabajo de la expansión, pero creo que seré capaz de trastocar un poco mis programas para comenzar a despejar los corredores de control en la siguiente guardia. Tengo un destructor en el muelle dos con el anillo del impulsor trasero abierto, y mi gente necesitará un día o así para cerrarlo. Tan pronto como lo haya hecho, el Nike será el objetivo prioritario.
—Excelente —dijo Honor—. Si tengo que entregar mi nave a alguien, capitán, me alegro de que al menos sea a alguien que cuidará bien de ella.
—¡Oh, por supuesto que lo haré, señora! —Tankersley se apartó de las mamparas que estudiaba para darse la vuelta con una sonrisa—. Ningún trabajador de astillero quiere tener a un capitán espacial echándole el aliento en la nuca. No se preocupe. La repararemos tan pronto como sea posible.
* * *
El almirante Mark Sarnow alzó la vista y pulsó un botón cuando reverberó el sonido de un mensaje entrante.
—¿Sí?
—Oficial del personal de comunicaciones, señor —anunció su guardia. Sarnow asintió, satisfecho.
—Que entre —dijo, y sonrió cuando la escotilla se abrió para dejar paso a un hombre alto y pelirrojo, vestido con el uniforme de capitán de corbeta—. Bien, Samuel. ¿He de inferir que ya tienes noticias de la base de reparaciones?
—Sí, señor. —El capitán de corbeta Webster le alcanzó un memobloc—. La estimación del capitán Tankersley para la reparación del Nike.
—¡Ah…! —Sarnow recogió la tarjeta y la dejó sobre su escritorio—. La veré más tarde. Dame las malas noticias primero.
—No es tan grave como piensa, señor. —La expresión formal de Webster se tornó en una sonrisa—. El taller está totalmente desbordado, pero el capitán Tankersley asegura que lo tendrá todo arreglado para dentro de catorce semanas.
—Catorce semanas, ¿eh? —Sarnow se atusó el espeso mostacho, sus ojos verdes estaban pensativos—. Odio tenerlo aquí abajo tanto tiempo, pero está en lo cierto: es mejor de lo que esperaba. —Se recostó sin dejar de acariciar el bigote, y luego asintió—. Informe al almirante Parks de que creo que podemos dejar partir al Irresistible según lo previsto, Samuel.
—Sí, señor. —Webster se cuadró y comenzó a salir, pero Sarnow levantó la mano.
—Un minuto, Samuel. —El capitán de corbeta se detuvo, y el almirante señaló una silla—. Siéntate.
—Sí, señor. —Webster se arrellanó en el lugar indicado, y Sarnow dejó que su propia silla se meciera adelante y atrás mientras contemplaba ceñudo su mesa. Entonces miró hacia arriba, hasta encontrarse con los ojos del oficial.
—¿Estuvo en Basilisco con lady Harrington? —Su tono convirtió la pregunta en una afirmación, y los recuerdos ensombrecieron los ojos de Webster. Levantó una mano hasta el pecho, casi por reflejo, pero la volvió a bajar y asintió.
—Sí, señor. Estuve allí.
—Hábleme un poco de ella. —Sarnow se retrepó en la silla y miró a la cara del capitán—. Bueno, he leído su informe, pero necesito algo menos aséptico.
—Yo… —Webster se detuvo y se aclaró la garganta ante la inesperada cuestión, y Sarnow esperó con paciencia mientras el capitán ordenaba sus pensamientos. Pocas veces se le pedía al personal de la RAM que realizara declaraciones sobre sus mandos (en especial referentes a sus antiguos superiores) y, como regla tácita, al almirante le disgustaban los oficiales que llevaban a cabo esta práctica. Pero no se retractó. El almirante Parks no le había dicho nada, aunque sus reservas eran obvias precisamente por ello.
Honor Harrington tenía más experiencia de combate que cualesquiera otra dos oficiales de su edad juntos. Nada en el informe que tenía Sarnow parecía justificar que un almirante se sintiera menos que complacido por contar con un capitán de probada capacidad bajo su mando; y aun así, Parks no lo estaba. ¿Se debía a que sabía algo que Sarnow desconocía? ¿Algo extraoficial?
Por supuesto, Parks siempre había sido un criticón en lo que a etiqueta militar se refería. Nadie negaba su competencia pero podía volverse demasiado estirado y estricto (de hecho, era frío como un maldito pescado muerto), Sarnow había oído los rumores que circulaban sobre Harrington. También sabía que siempre circulaban historias de este tipo, sobre todo acerca de los oficiales que habían conseguido lo que ella; el problema radicaba en separarle verdadero de lo falso. Lo que le preocupaba era lo que sugerían algunos acerca de su temeridad, incluso su arrogancia, y sospechaba que eso era lo que también inquietaba a Parks.
Muchos de estos rumores podían descartarse directamente como obra más de celosos por su éxito, y el Almirantazgo no le habría conferido un mando del Nike a nadie sobre cuya capacidad albergara dudas. Pero siempre acechaba el espectro de la influencia, y el almirante Haven Albo había decidido por todos los medios posibles, hacer de la carrera de Harrington algo parecido a un proyecto personal. Sarnow conocía a Haven Albo, aunque no demasiado, y su obvia parcialidad reflejaba, con toda probabilidad, su opinión de que Harrington era tan buena como su informe indicaba. Después de todo, el trabajo de almirante consistía en cuidar de los oficiales jóvenes de mayor valía. Pero, en cierto modo, la propia reputación de Haven Albo de rechazar el tráfico de influencias en el pasado convertía sus actuales esfuerzos en algo un tanto sospechoso.
A pesar de lo que pudieran pensar de ella, Harrington ahora era la capitana del buque insignia de Sarnow. Tenía que conocer a la mujer que había tras los rumores, no solo el informe oficial. Por eso necesitaba escuchar a alguien que la conociera, y Webster no era el típico oficial inexperto. A pesar de su juventud, Samuel Webster había conocido más oficiales al mando, tanto social como profesionalmente, que Sarnow. También había resultado herido de gravedad bajo el mando de Harrington, lo que debería anular cualquier tendencia a idealizarla. Por otro lado, se trataba de alguien brillante y observador, y Sarnow confiaba en su juicio.
Webster se hundió en la silla, ignorante de los pensamientos de Sarnow, deseando que el almirante no le hubiese preguntado a él. Se sentía desleal al hablar de la capitana Harrington con su actual superior. Pero ya no era el oficial de comunicaciones de ella, sino el del almirante Sarnow.
—No estoy seguro de a qué se refiere, señor —dijo finalmente.
—Sé que le estoy colocando en una situación embarazosa, Samuel, pero es el único miembro de mi personal que la conoce y… —El almirante alzó la mano; no estaba dispuesto a explicar la razón de su preocupación. Webster suspiró.
—En tal caso, almirante, todo lo que puedo decir es que es la mejor —acabó por asegurar—. Tuvimos graves problemas cuando nos desterraron a Basilisco, y la capitana… se encargó de ellos, señor, y nunca la oí alzar la voz mientras lo hacía. Usted sabe para qué se solía usar la estación Basilisco, y nosotros tampoco éramos la mejor tripulación del mundo. No cuando llegamos. Pero por Dios, almirante ¡sí que lo éramos cuando salimos de allí!
Sarnow se acomodó, sorprendido por la vehemencia de Webster, y el oficial de comunicaciones apartó la mirada antes de seguir.
»La capitana sacó lo mejor de nosotros, a veces más de lo que jamás hubiera imaginado posible, y no creo que tenga nada que ver con lo que hace. Se trata de quién es, señor. Confías en ella. Sabes que nunca te dejará tirado, y cuando la mierda comienza a salpicar, sabes que te cubrirá lo mejor posible. Soy un oficial de comunicaciones, no un especialista táctico, pero vi lo suficiente en Basilisco como para darme cuenta de lo buena que es. No sé si ha recibido el informe del DepNav acerca del derroche de nuestro armamento, almirante, pero estar tan lejos de los nuestros fue horrible. Todos lo sabíamos desde el principio, pero a la capitana no le importó. Los repos nos machacaron a conciencia, señor, tres cuartas partes de nuestra gente fueron abatidos o heridos, pero siguió adelante y consiguió acabar con ellos. No sé si alguien más podría haberlo hecho, pero ella lo logró.
La voz del capitán de corbeta se había transformado en un hilo apenas audible en el tranquilo camarote, y bajó la vista hacia sus manos.
»Al principio la maldijimos por hacer que nos enviaran a Basilisco. No fue su culpa, pero eso no cambiaba lo que sentíamos, y se lo demostramos. Pero para cuando todo se vino abajo, la habríamos seguido hasta el infierno. De hecho, supongo que eso es lo que hicimos… y lo que haríamos de nuevo. —Webster se sonrojó al notar su propia intensidad.
»Lo siento, señor. No sé si es lo que deseaba saber, pero… —titubeó casi indefenso.
Cruzó sus ojos azules y extrañamente vulnerables con los del almirante, y Sarnow le sostuvo la mirada en silencio durante un largo momento. Luego asintió.
—Gracias, Samuel —dijo con sosiego—. Eso era justo lo que quería saber.
* * *
Honor trabajaba sin parar, con el ceño fruncido a causa de la concentración con la que sus dedos recorrían el teclado. A veces pensaba que la Armada era impulsada por los informes y los memorandos, y no por las plantas de fusión. No parecía tener fin alguno, y el DepNav casi era peor que el DepPers, en especial cuando uno de los capitanes de su majestad era tan despreocupado como para cargarse la nave que los señores del Almirantazgo le habían entregado. ¿Había convencido algún psicólogo a sus señorías para que la castigaran de un modo tan poco sutil por sus pecados?
Acabó con las correcciones finales y el visto bueno del capitán al informe de Ravicz, cruzó referencia de su propio informe con el del capitán Tankersley, y envió copias de todos los documentos relevantes al almirante Sarnow, al almirante Parks y a la tercera lady del Espacio Danvers, con otra copia dirigida a la atención de los ingenieros del Nike y una más para los inspectores de Hefestos. Luego imprimió su firma con la pluma electrónica y presionó el pulgar en el panel del escáner con un suspiro de alivio. De allí en adelante dependía de los operarios del astillero, y ella, por su parte, se alegraba de que así fuera.
Se echó hacia atrás y tomó un trago del cacao que MacGuiness había dejado a su lado. Lo acababa de hacer y aún estaba caliente, aunque ni había dado cuenta de su entrada, así que tomó nota mental para agradecérselo después.
Suspiró de nuevo. Quedaba un montón más de papeleo por hacer y debía ponerse a ello, pero la mera idea le desagradaba. Parte de ella quería descender hasta fusión tres para curiosear, pero la gente del capitán Tankersley preferiría no tener al capitán del Nike encima de ellos. Por otro lado, podía sentir cómo desarrollaba un caso grave de fiebre de mamparas, acompañado de una reacción alérgica al papeleo. Tal vez debiera ir al gimnasio y pasar allí al menos una hora…
Su comunicador chirrió, y presionó el botón con cierto alivio.
—Al habla la capitana.
—Comunicaciones, señora —dijo la voz del capitán de corbeta Monet—. He recibido un mensaje personal para usted del Irresistible. Del almirante Sarnow.
Honor colocó la taza de cacao a un lado con rapidez, y se pasó las manos por el cabello. Hubo un tiempo en el que lo llevaba tan corto como el de la mayoría de los oficiales, pero su nueva longitud complicaba su peinado, y deseó fervientemente que se le hubiera avisado con anterioridad de la comunicación de Sarnow. Contrajo la cara cuando sus dedos, apresurados e inmisericordes, se quedaron enredados en un rizo; después se atusó la chaqueta. Era uno de sus uniformes más antiguos y cómodos, aunque estaba un poco usado y un tanto deshilachado. Temió la reacción de MacGuiness cuando descubriera que había saludado a su nuevo almirante por primera vez vistiendo algo tan deshonroso, pero no tenía tiempo suficiente para cambiarse. Un recién nombrado capitán de buque insignia no hace esperar a su almirante cuando lo va a ver por primera vez.
—Pásalo a mi terminal, por favor, George —solicitó.
—Sí, señora —replicó Monet, y el almirante Mark Sarnow reemplazó a los datos que mostraba la pantalla. Su piel era más oscura de lo que había esperado, matiz enfatizado por sus ojos verdes, su cabello castaño y unas cejas pronunciadas, mucho más oscuras que el pelo o el mostacho, que formaba una línea recta sobre el puente de su nariz aguileña.
—Buenas tardes, dama Honor. Espero no interrumpir. —Su voz de tenor sonaba más gentil, casi suave, que lo que sugería su rostro de mandíbula cuadrada.
—Buenas tardes, señor. Y no, no interrumpe. Solo estaba ocupándome de papeleo rutinario.
—Bien. He tenido la oportunidad de echar un vistazo al informe del astillero acerca de su planta de fusión, y parece confirmar la valoración de su ingeniero. Soy consciente de que estará bloqueada en el puerto durante bastante tiempo, pero dadas las circunstancias me gustaría dejar libre al Irresistible para regresar a Mantícora y cambiar mi bandera al Nike tan pronto como sea posible.
—Por supuesto, señor. Como desee.
—Gracias. —La súbita sonrisa de Sarnow confirió a su rostro un inesperado entusiasmo, casi infantil—. Trataremos de no molestarla, capitana, pero quiero que mi personal establezca contacto cuanto antes con sus oficiales y por supuesto, necesito algo de tiempo para informarla de todo.
—Sí, señor. —Honor mantuvo una expresión calmada, pero sintió una innegable satisfacción ante el tono de su bienvenida. Algunos almirantes habrían saludado a un capitán de buque insignia con ciertas reservas, en especial a uno que los hubiera incomodado al llegar con una nave lisiada, fuera o no su culpa.
—Muy bien entonces, capitana. Con su permiso, subiremos a bordo a las siete de la mañana.
—Perfecto, almirante. Si lo desea, haré que mi segundo contacte con el suyo y arregle la transferencia del equipo.
—Gracias. Y mientras tanto, me gustaría invitarla a que se uniera al capitán Parsons, la capitana Corell y a mí en la cena a bordo del Irresistible a las diecisiete horas, si no le supone ningún problema.
—Por supuesto, señor.
—¡Estupendo! Entonces nos veremos luego, capitana —dijo Sarnow, y cortó la conexión con asentimiento cortés.