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—… Así que estamos al día en los proyectos de construcción, y el astillero es operativo en lo que a reparaciones menores se refiere —concluyó el comandante lord Haskel Abernathy.
El comandante cerró su memobloc y el vicealmirante de los verdes, sir Yancey Parles, asintió.
—Gracias, Hack —dijo a su oficial de logística; luego levantó la vista y miró a los oficiales y a los comandantes de escuadrón de la sala de reuniones del superacorazado NSM Grifo—. Y bien hecho —continuó—. Eso va por todos ustedes, y en especial por la gente del almirante Sarnow. Han conseguido que el astillero vaya un mes por delante con respecto a lo estimado.
Abernathy sonrió ante el cumplido, y Sarnow inclinó la cabeza sin más. Fue un gesto cortés, aunque Parks se sintió algo molesto.
Le había costado desde el principio, y aunque se reprendía por culparse de ello, había sido muy duro. Siempre había una cierta reticencia cuando un oficial tomaba el lugar de quien había sido su subalterno, y Parks seguía resentido por quedarse en su puesto. Saber que la situación no sería mucho más fácil para Sarnow tampoco ayudaba mucho. Parks llevaba en Hancock apenas un mes-T, y el contralmirante no podía evitar que una parte de él pusiese en una balanza los éxitos de Parks con lo que él habría conseguido de conservar el mando. Nunca dejó traslucirlo, pero eso no evitaba que el nuevo comandante de la estación se sintiera desafiado con su presencia.
Parks apartó tales pensamientos y se aclaró la garganta.
—De acuerdo, damas y caballeros. Eso nos lleva a discutir lo que estamos haciendo ahora. ¿Cuándo van a estar listos los repos, Zeb?
El honorable comandante Zebediah Ezekial Rutgers O’Malley, oficial de Inteligencia de Parks, era un hombre alto, delgaducho, con ojos despiertos a quien todo el mundo, salvo su almirante, llamaba «Zero». También hacía gala de un vivaz sentido del humor (por fortuna, dado las iniciales de su nombre) y de una memoria fotográfica, por lo que ni se molestaba en llevar consigo su memobloc.
—En este momento, señor, Seaford Nueve ha sido reforzado con dos escuadrones de superacorazados, un escuadrón de acorazados y un escuadrón incompleto de cruceros de batalla, con seis escuadrones de cruceros y tres flotillas enteras de destructores que actúan como escolta.
Se detuvo, como incitando algún que otro comentario, pero no hubo ninguno.
—Eso significa, por supuesto, que tenemos una ventaja de alrededor de un cuarenta por ciento en naves de línea —continuó O’Malley—, y una vez que dispongamos del resto del escuadrón del almirante Sarnow, añadiremos dieciséis cruceros de batalla a sus seis, aunque hemos recibido informes de un tercer escuadrón de superacorazados que pudiera estar en camino hacia la posición del almirante Rollins. Eso le otorgaría a él la ventaja, pero, de acuerdo con la OIN[14], prosigue con las mismas actividades: ensayos y maniobras, nunca a más de un año luz o dos de Seaford. Y no hay ningún signo que haga pensar que su preparación se está acelerando.
»Sin embargo, hay algo en mis últimos informes que me preocupa. —Alzó una ceja y miró a su almirante; Parks le indicó que continuara con un gesto de cabeza.
»Nuestro cónsul en Haven opina que el asesinato del ministro de Economía de los repos ha supuesto un significativo incremento en la inestabilidad interna. Su análisis de la situación, que difiere en parte del de los analistas de la OIN, es que el Gobierno de Harris podría hacer uso de una crisis externa para apaciguar las tensiones de los pensionistas.
—Discúlpeme, comandante. —La melodiosa voz de tenor de Mark Sarnow lo interrumpió de forma educada—. Pero ¿en qué medida difieren los análisis de nuestro cónsul y los de la OIN?
—Me gustaría decirle que es una cuestión más de matices que de otra cosa, señor. La OIN está de acuerdo con que la situación interna está dando grandes quebraderos de cabeza a Harris y sus secuaces, y cree que a Harris no se le partiría el corazón precisamente si encontrara una oportunidad para desviar la atención del pueblo; pero los analistas piensan que está demasiado ocupado como para buscar, de manera activa, una confrontación directa. El comandante Hale, nuestro cónsul, entiende que están equivocados. Que la presión a la que se ve sometido Harris es suficiente como para impelerlo a buscar una distracción con respecto a unos problemas económicos que, en el fondo, son irresolubles.
—Comprendo. —Sarnow se frotó una de sus espesas cejas, su rostro oscuro sumido en la abstracción—. ¿Y quién cree que tiene razón?
—Es difícil de decir sin contar con datos de primera mano, señor. Dicho esto creo que conozco bien a Al Hale, y no lo tengo por un alarmista. ¿Quiere mí honesta opinión? —O’Malley enarcó ambas cejas, y Sarnow asintió—. Dadas las circunstancias, le daría a Al una probabilidad del setenta por ciento de estar en lo correcto.
—Y si están dispuestos a crear un incidente —agregó Parles— esta región es, ciertamente, un lugar lógico para ello.
Todos alrededor de la mesa inclinaron la cabeza en gesto afirmativo. La estación Basilisco, término de la Confluencia del Agujero de Gusano de Mantícora, localizada a unos ciento sesenta años luz al norte de la estación Hancock, se había convertido en un centro económico de importancia al atraer la colonización y exploración a su órbita; pero las estrellas están muy separadas, y ni que decir tiene que Mantícora era considerada un poco más importante que Basilisco. Lo que significaba, ya que el Reino Estelar nunca se había mostrado particularmente interesado en la expansión por la expansión, que la Armada no había desarrollado bases en la zona para proteger la región.
Ello no debería haber supuesto ningún problema…, excepto porque la República Popular ya había tratado, en una ocasión, de hacerse con Basilisco. Si los repos lo intentaban por segunda vez y tenían éxito, Mantícora perdería un diez por ciento de sus ingresos globales. Peor aún, Haven controlaba ya la Estrella de Trevor, con lo que si conquistaran Basilisco contarían con dos términos, facilitando así la invasión directa del sistema manticoriano a través de la confluencia, lo que obligaría a la Real Armada Manticoriana a recuperarla a toda costa.
Reconquistar Basilisco sería una difícil tarea en cualquier situación, pero en especial si los repos establecían una flota poderosa para bloquear el sistema principal. Seaford Nueve era, sin lugar a dudas, el primer paso para colocar esa flota, y hasta que Mantícora lograra que Alizon y, sobre todo, Zanzíbar se unieran a la Alianza —y hasta que la estación Hancock estuviera dispuesta— no podría hacer nada para evitarlo. En la situación actual, la estructura del tratado aún no se había puesto a prueba y todavía se mostraba algo inestable, por lo que Haven haría todo lo posible para evitar que llegara a fortalecerse. Sus actividades —que incluían el reconocimiento político de los «patriotas» del Frente de Liberación de Zanzíbar— dejaban a Parks en una encrucijada estratégica poco envidiable.
Conociendo la disparidad en cuanto al tonelaje total de las flotas y la ventaja tecnológica de Mantícora, tenía al alcance de la mano una magnífica oportunidad para aplastar las fuerzas de los repos. Desafortunadamente, debía defender a tres aliados dispersos en una esfera de veinte años luz de diámetro. Mientras ambos bandos siguieran concentrados, podría encargarse de lo que fuera que los repos tuvieran entre manos. Pero si dividía sus efectivos para cumplir con todas sus responsabilidades y Haven aglutinaba toda su fuerza contra un único objetivo, abrumarían al destacamento, rodeándolo y destrozando sus unidades por separado.
—Creo —dijo el almirante casi en un murmullo— que hemos de ponernos en lo peor. También conozco al comandante Hale, y su anterior trabajo me impresionó. Si él está en lo cierto y la OIN no, podríamos llegar a encontrarnos con dos situaciones peligrosas. Primero, los repos tal vez traten de fabricar una crisis, incluso creando uno o dos incidentes, solo para alimentar su maquinaría propagandística. Eso sería malo, dada la alta probabilidad de que el incidente se les vaya de las manos; pero, siendo francos, me preocupa menos que la segunda alternativa. Quizá hayan alcanzado el punto de preparación necesario para desencadenar una guerra auténtica.
»La cuestión estriba, no creo que haya que recordarlo —no había muestra alguna en los ojos azules de Parks de la extravagancia que destilaba su sonrisa—, en saber qué están planeando. ¿Comentarios?
—Me inclino a pensar en términos de provocaciones e incidentes —dijo la almirante Konstanzakis después de un momento. La alta y corpulenta comandante del Octavo Escuadrón de Superacorazados se inclinó hacia delante y miró en dirección a la mesa hasta encontrarse con los ojos de Parks; luego golpeó con su índice la carpeta de la copia impresa que estaba delante de ella—. De acuerdo con estos informes las actividades del FLZ[15] se incrementan, y si Haven desea iniciar un incidente sin relevancia su mejor opción sería el Frente de Liberación. Ya están proporcionando refugios a la «Flota» de esos estúpidos andrajosos del FLZ. Si además deciden azuzar a los terroristas contra el Gobierno del califa… —Se encogió de hombros, y Parks asintió.
—¿Zeb? —preguntó.
—Es una posibilidad, señor. Pero ofrecer un apoyo significativo a Zanzíbar a través de la propia armada del califa y de las naves ligeras que tenemos emplazadas allí para ayudarles supone un auténtico problema. El califato cortó las relaciones diplomáticas con la república y bloqueó el comercio havenita cuando los repos reconocieron al FLZ, por lo que no disponen de medios suficientes para entregarles armamento de manera subrepticia. Si tratan de hacerlo abiertamente se arriesgan a que les explote en la cara, y a encontrarse con algo que no sean capaces de controlar. —Fue el turno de encogerse de hombros del oficial de inteligencia—. Siendo sinceros, señor, hay una decena de lugares donde podrían ocasionar una confrontación. Zanzíbar sería el más peligroso desde nuestro punto de vista, pero esto mismo es motivo suficiente para que lleven a cabo sus planes en cualquier otro sitio, en especial si su objetivo es crear una cortina de humo y no una guerra real.
Parks volvió a asentir. Después suspiró y se frotó la sien derecha.
—De acuerdo, dejemos de elucubrar hasta que tengamos más datos acerca del asunto y podamos decidir con mayor facilidad. Incluso si hubiera incidente, el quid de la cuestión será cómo responderemos a él, y eso nos lleva de vuelta a nuestras opciones. ¿Cuál es la manera más efectiva de proteger a nuestros aliados y asegurar al mismo tiempo la estación Hancock?
El silencio se impuso en la sala mientras recorría la mesa con la mirada Nadie dijo nada hasta pasados unos segundos, cuando Konstanzakis golpeó su carpeta por segunda vez.
—Deberíamos reforzar las patrullas de Zanzíbar, señor. Quizá no sea una mala idea dividir uno de los escuadrones de cruceros de batalla en varias divisiones y distribuir sus unidades entre los tres sistemas. Así seguiremos siendo superiores a la actual fuerza naval de Seaford, y, desde un punto de vista político, reafirmará a nuestros aliados y marcará la línea para los repos.
Parks bajó la cabeza de manera afirmativa, aunque la idea de dividir a los cruceros de batalla en pequeños grupos que, casi con toda probabilidad, no serían capaces de afrontar un ataque concentrado, no se le antojaba muy apetecible.
Comenzó a hablar, pero Mark Sarnow se le adelantó.
—Pienso que deberíamos considerar un despliegue adelantado de inmediato, señor —propuso el comandante de escuadrón de Parks.
—¿Cómo de adelantado, almirante? —La cuestión sonó más cortante de lo que había pretendido Parks, pero Sarnow no pareció arredrarse.
—Justo en el límite de Seaford Nueve, a sus doce, señor —replicó, y cruzó las piernas bajo la mesa—. No estoy hablando de una presencia permanente, pero un extenso período de maniobras ahí fuera haría que Rollins se pusiera nervioso, y aún estaríamos dentro del límite territorial. No tendría ninguna excusa para protestar por nuestra presencia, y si diera comienzo alguna acción estaríamos lo suficientemente cerca como para mantener nuestras fuerzas concentradas y perseguirlo cuando se dirija hacia su objetivo, sea cual sea.
—No estoy convencido de que sea una buena idea, señor —objetó Konstanzakis—. Ya tenemos un escuadrón de cruceros ligeros vigilando a los repos, y lo saben. Si nos movemos hacia allí con naves de la frontera, nos exponemos demasiado. Ese tipo de despliegue tendría sentido si están listos para pulsar el botón, pero si lo que quieren es solo un incidente aislado estaríamos dándoles una oportunidad de oro para encontrar uno, con límite territorial o sin él.
—Estamos más o menos de acuerdo en que si desean provocar un incidente no podemos hacer nada para evitarlo, dama Christa —señaló Sarnow—. Si nos sentamos a esperar que hagan lo que planean, les estamos concediendo la infectiva para que decidan cuándo y dónde atacar. Pero si en lugar de eso los presionamos, quizá lleguen a la conclusión de que no vale la pena. Y si no lo ven así y deciden contestar, estaremos en posición para tomar nuestras propias medidas. Es poco probable que nos ataquen si nos situamos a su espalda, y si lo hacen de todas formas, tendremos a punto a todos nuestros efectivos para someterlos.
—Opino como la dama Crista —dijo Parks con una cuidada voz neutra—. No tiene sentido provocarlos en este momento, almirante Sarnow. Por supuesto, si la situación cambia quizá mi punto de vista también lo haga.
Cruzó sus ojos con los de Sarnow, y el contralmirante asintió casi de inmediato.
—De acuerdo. En ese caso, almirante Tyrel —prosiguió Parks mientras miraba al otro comandante de crucero de batalla—, dividiremos su escuadrón. Sitúe dos naves en Yorik, tres en Zanzíbar y otras tres en Alizon. El capitán Hurston —asintió en dirección a su oficial de operaciones— les asignará los elementos necesarios para su defensa.
—Sí, señor. —Tyrel daba muestras de estar descontento, y Parks no lo culpaba. Dividir su escuadrón no solo incrementaría la vulnerabilidad individual de cada unidad, sino que también reduciría, a efectos prácticos, el rango de Tyrel de oficial al mando de escuadrón a comandante de división. Y, admitió para sí, eso haría que los cruceros de batalla de Sarnow, una vez terminados, quedaran en Hancock, de forma que pudiera mantener vigilado a su agresivo superior.
—Creo que con esto concluimos la sesión informativa matutina —dijo, incorporándose para indicar el fin de la conferencia. Se dirigió hacia la escotilla, que se abrió al acercarse él, y un soldado de comunicaciones reculó al encontrarse cara a cara con su almirante.
—¡Oh, perdóneme, sir Yancey! Tengo un mensaje urgente para la capitana Beasley.
Parks realizó un ademán para que pasara, y su oficial de comunicaciones recogió el mensaje, lo leyó e hizo chirriar los dientes.
—¿Algún problema Teresa? —preguntó Parks.
—El rastreo del perímetro ha detectado una nueva aproximación hará unos treinta minutos, señor —dijo Beasley, y miró hacia Sarnow—. Parece que su buque insignia acaba de llegar, almirante. Es fantástico, pero aún no está capacitado para luchar. —Entregó el mensaje al contralmirante y siguió hablando con Parks.
—El Nike ha sufrido un fallo en su maquinaria, señor. Su planta de fusión posterior ha resultado desconectada. De acuerdo con un informe preliminar del ingeniero, se ha producido una fractura en el alojamiento del generador primario.
—Algo se les debe de haber pasado por alto a los ingenieros —convino Sarnow, que aún leía el mensaje—. Parece que vamos a tener que poner patas arriba la instalación al completo.
—¿Han tenido que lamentar alguna baja personal? —quiso saber Parks.
—No, señor —confirmó Beasley.
—Demos gracias a Dios por ello. —El almirante suspiró y luego sacudió la cabeza con un movimiento seco—. Odiaría ser el capitán de la nave en estos momentos. Imagine informar al comandante de la estación, en su primer destino con el más moderno crucero de batalla de la Armada, que se ha visto reducido a dos tercios de la energía total. —Sacudió la cabeza de nuevo—. De todas formas, ¿quién es el pobre desdichado?
—La condesa Harrington, señor —dijo Sarnow, a la vez que levantaba la vista del memobloc.
—¿Honor Harrington? —replicó Parks sorprendido—. Pensé que aún estaba convaleciente.
—No según esto, señor.
—Bien, bien. —Parks se acarició la mejilla y luego volvió a mirar a Beasley—. Alerte al astillero para que facilite su reparación, Teresa. No quiero que esa nave esté en el dique seco más de lo necesario. Si fuera más rápido enviarla a Hefestos, quiero saberlo cuanto antes.
—Sí, señor. De inmediato.
—Gracias. —Parks depositó la mano sobre el hombro de Sarnow durante un momento—. Y en cuanto a usted, almirante, parece que el traslado a su nueva nave insignia tendrá que esperar. Por el momento, dejaré aquí el Irresistible para que disponga de él. Si el Nike ha de regresar a casa, estoy seguro de que el Almirantazgo le enviará un sustituto antes de que requiera el Irresistible.
—Gracias, señor.
Parks asintió y llamó con un gesto a su jefe del Estado Mayor, para que lo siguiera mientras salía de la sala. El comodoro Capra se situó a su derecha y Parks echó un vistazo atrás para asegurarse de que nadie lo podía escuchar antes de proferir un suspiro.
—Harrington —murmuró—. ¿No es estupendo?
—Es una oficial excepcional, señor —replicó Capra, y las fosas nasales de Parks se abrieron en un bufido silencioso.
—¡Es una cabeza loca sin autocontrol, eso es lo que es! —Capra no dijo nada, y Parks hizo una mueca—. Oh, conozco de sobra sus informes de combate —añadió irritado—. ¡Pero se la debería atar más en corto! Hizo un buen trabajo en Basilisco, aunque podría haber sido más diplomática. Y todo ese asunto del asalto a un emisario en Yeltsin…
Sacudió la cabeza, y Capra se mordió la lengua. A diferencia de Parks, el comodoro conocía al honorable Reginald Houseman, doctor en psicología, y sospechaba que Harrington lo había dejado marchar con más facilidad de la que a él le hubiera gustado. Pero ese era un punto de vista que no podía compartir con su almirante, y ambos caminaron en silencio hasta que Parks se detuvo de improviso y se dio un golpe en la cabeza.
—¡Oh, Dios! Fue a Houseman a quien atacó, ¿no?
—Sí, señor.
—Estupendo. ¡Maravilloso! Y ahora el primo de Houseman es jefe del Estado Mayor en el crucero pesado que servirá de protección de Sarnow. ¡Apenas puedo esperar a que se encuentren!
Capra asintió sin más y Parks continuó hablando, más para sí que para su acompañante, mientras entraban en el ascensor y tecleaban el código de destino.
—Justo lo que necesitábamos —suspiró—. Dos kamikaces, uno al mando del otro, y una lucha interna entre ella y el jefe del Estado Mayor de un escuadrón de cruceros. —Sacudió la cabeza con gesto grave—. Me temo que este va a ser un destino muy complicado.