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—De acuerdo, timonel, probemos con el ochenta por ciento —dijo Honor con voz queda.
—Sí, señora. Subiendo hasta el ochenta por ciento. —Las habilidosas manos de la jefa técnica Coxswain Constanza incrementaron la energía de la cuña de impulsión, y Honor visualizó los datos en el monitor de la silla de mando mientras la aceleración de la nave aumentaba hasta alcanzar los niveles máximos normales de la Armada. El Nike se dirigía hacia los confines exteriores de la agrupación de planetas y asteroides de Mantícora-A. Un trozo de la estrella de Mantícora-B brillaba en la pantalla, mientras las lecturas del impulsor alcanzaban el clímax.
—Energía al ochenta por dentro, señora —anunció la capitán de corbeta Oselli—. Tres-punto-nueve-cuatro-uno-cuatro KPS2.
—Gracias, Charlotte. —La voz de soprano de Honor resonaba cortés, pero no podía ocultar su satisfacción. Eso superaba con creces las expectativas de fabricación, y pulsó un botón del brazo de la silla.
—Sala de máquinas, comandante Ravicz —replicó una voz al instante.
—Le habla la capitana, comandante. ¿Cómo va todo por allí?
Ivan Ravicz echó un vistazo al informe del constructor que sostenía sobre su antebrazo, y la mujer juntó el dedo índice y el pulgar en un círculo; un antiguo gesto de aprobación.
—Todo bien, señora —informó el ingeniero—. Tenemos un repunte en la telemetría de fusión tres, pero la impulsión continúa en el espectro verde.
—¿Qué clase de repunte?
—Nada importante, señora, solo una ligera fluctuación. Se encuentra dentro de los márgenes, y los sistemas de la sala de máquinas ni lo muestran. Por eso creemos que es cosa de la telemetría, pero lo mantendré vigilado.
—Bien, Ivan. Prepárese para pasar a máxima potencia.
—Preparado, señora.
Honor cortó la comunicación y volvió la vista a Constanza.
—A máxima potencia militar, timonel.
—Sí, señora. Pasando a máxima potencia militar.
Hubo una pizca de excitación contenida en la voz de la mujer, y Honor reprimió una sonrisa. Coxswain no había tenido muchas oportunidades para probar sus naves al máximo de su capacidad (de hecho, tampoco los capitanes, ya que el departamento Naval siempre advertía contra «el uso innecesario e indebido de los sistemas propulsores de las naves estelares de su Majestad»), pero aquel día había una razón de más para esta excitación.
Constanza ajustó los sistemas despacio, con los ojos clavados en el panel mientras Honor consultaba sus propias lecturas con igual atención. Su mente tendía a derivar hacia el compensador inercial en momentos como ese. Si fallaba, la tripulación del Nike se convertiría en algo que recordaría vagamente a una pasta de anchoas, y la nave de Honor había sido elegida para probar la última generación de compensadores del departamento Naval. Era una adaptación de la Armada de Grayson, lo que no terminaba de inspirar confianza, ya que el nivel tecnológico de Grayson estaba retrasado más o menos un siglo con respecto al de Mantícora, aunque Honor había visto el sistema de Grayson en acción. Había sido construido de forma tosca y en masa, pero nadie podía negar su eficiencia, y el departamento Naval aseguraba que no solo se habían pulido todos los defectos, sino que lo había mejorado en líneas generales. Además, la Armada no había tenido ningún fallo en el compensador desde haría unos tres siglos-T.
O, al menos, ninguno del que se tuviera constancia. Por supuesto, siempre estaba esa nave que se perdía «por causas desconocidas», y puesto que un fallo del compensador a máxima aceleración no dejaba ningún superviviente que pudiera informar…
Apartó tales pensamientos mientras la cuña de impulsión llegaba a su clímax y Oselli hablaba.
—Máxima potencia militar, capitana. —La astronavegadora la miró y le dedicó una enorme sonrisa—. ¡Cinco-uno-cinco-punto-cinco gravedades, señora!
—¡Perfecto! —Esta vez Honor no pudo ocultar la alegría que acompañaba a su voz, ya que el resultado era un dos y medio por ciento mejor de lo estimado por el departamento Naval y los ingenieros. Solo un tres por ciento menos de lo que su última nave podía desarrollar, pero la NSM Intrépido pesaba solo trescientas mil toneladas.
Pulsó de nuevo el botón.
—Sala de máquinas, comandante Ravicz.
—La capitana de nuevo, Ivan. ¿Todo sigue verde por ahí abajo?
—Si señora. Podríamos mantener estas condiciones durante mucho tiempo. —Honor advirtió cómo la satisfacción de Ravicz luchaba contra su cautela profesional—. Esta nave está bien construida.
—El informe del constructor así lo atestiguaba. —Y él sonrió.
—Terminaremos en breve —le dijo Honor, y se echó hacia atrás en la silla mientras soltaba el botón—. Manténganos a máxima potencia treinta minuto más, timonel.
—Sí, señora —replicó Constanza de inmediato, y Honor sintió la satisfacción de la tripulación del puente ante el logro de su nave.
Lo compartía, pero su mente ya estaba pensando en la siguiente fase. Una vez que la prueba había sido un éxito, era tiempo de comprobar el armamento del Nike. Esa era una de las razones que explicaba su rumbo actual, ya que el cinturón beta era el campo de tiro tradicional de la Armada. Habría unos cuantos asteroides menos en breve, pensó alegre, y se estiró para acariciar el mentón de Nimitz mientras este ronroneaba desde detrás de la silla.
* * *
James MacGuiness vertió el cacao en la taza de Honor, y ella la levantó para deleitarse con el rico aroma del chocolate. El asistente la observó con algo de ansiedad, pero desterró tal expresión en cuanto ella se enderezó.
—¿Tenemos algo nuevo aquí, Mac?
—Sí, señora. Pruébelo.
Honor tragó con cautela y enarcó las cejas. Tomó otro sorbo más largo, luego bajó la taza con un suspiro.
—¡Delicioso! ¿Qué le has añadido?
—Una pizca de almendra, señora. El contramaestre me dijo que es muy apreciada en Grifo.
—Me ha encantado. Recuérdame que se lo diga a mi padre cuando lo vuelva a ver, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, señora. —MacGuiness trató, en vano, de ocultar su satisfacción ante la reacción de ella, luego se cuadró cuando sonó la señal de entrada y Honor presionó un botón.
—¿Sí?
—Primer oficial, señora —anunció su centinela.
—Gracias, sargento. —Honor presionó otra tecla para abrir la escotilla y la comandante Henke pasó por ella.
—¿Deseaba verme, señora?
—Sí, Mike. Siéntate. —Henke obedeció, a la par que su actitud «oficial» comenzaba a suavizarse y adquirir un tono informal; Honor miró a MacGuiness—. La segundo es uno de esos bárbaros que beben café, Mac. ¿Te importaría traerle una taza?
—Claro que no, señora. —MacGuiness desapareció y Henke sacudió la cabeza.
—Aún atiborrándote de calorías, por lo que veo. ¡Ahora me explico por qué estás todo el rato haciendo ejercicio!
—Tonterías —respondió Honor—. Algunos poseemos un metabolismo activo que nos permite abandonarnos al placer de las cosas más deliciosas de la vida sin miedo a las consecuencias.
—Va a ser eso —bufó Henke.
MacGuiness reapareció con una taza de café sobre un platillo de reborde dorado, y las cejas de la comandante se enarcaron. La taza mostraba el escudo del Nike, la diosa alada de la victoria lanzando rayos con la mano en alto, pero el número de casco inscrito bajo el escudo era BC-09. Lo que indicaba que la taza tenía unos cuantos siglos, casi quinientos años-T. Era parte del servido del capitán de la segunda nave que había llevado ese nombre, y como tal estaba reservada para ocasiones formales.
—¿A qué debo el honor? —preguntó, y Honor rio entre dientes.
—A dos cosas. Primero, acabo de recordar que es tu cumpleaños. —La cara de Henke se contorsionó en una mueca, y Honor rio de nuevo—. No te preocupes. No te estás haciendo vieja, solo más experimentada.
—Tal vez. Pero seguro que has ido a contárselo al resto de los oficiales; con toda probabilidad a través de tu fiel sirviente, ¿verdad? —exigió saber Henke, mientras señalaba a MacGuiness. Honor puso cara inocente, y la comandante gruñó—. Sí, lo has hecho. ¡Y eso significa que estarán esperándome para cantar esa horrible canción! Demonios, Honor, ¡sabes que tengo un oído muy fino! ¿Has oído alguna vez a Ivan Ravicz intentando cantar? —La recorrió un escalofrío, y Honor convirtió su sonrisa en un tosido seco.
—Estoy segura de que sobrevivirás —aseguró conciliadora—. Por otro lado, esa es solo una de las cosas que estoy celebrando. Tenemos órdenes, Mike.
—¡Oh! —Henke se enderezó en la silla y colocó la taza al lado, la frivolidad sustituida por un repentino interés.
—Sí. Estando preparada para el servido, la NSM Nike se ha de dirigir a la estación Hancock para recibir al contralmirante de la Marca roja Sarnow, tras lo que se convertirá en buque insignia del Quinto Escuadrón de Cruceros de Batalla.
—Como buque insignia de la estación Hancock… y de un recién creado escuadrón, ¿eh? Bien, bien, bien —murmuró Henke, y sus ojos negros brillaron—. Nada despreciable. Y por lo que he oído, Sarnow es de esos que hacen que las cosas se pongan interesantes.
—Eso si hace honor a su reputación —añadió Honor—. Nunca lo he conocido en persona, pero tengo buenas referencias suyas. Y conozco a la perfección al menos a un miembro de su tripulación.
—¡Oh! ¿Y quién es?
—Su oficial de comunicaciones sirvió conmigo en Basilisco. El capitán de corbeta Webster.
—Webster —repitió pensativa Henke—. ¿No es ese el primo o el sobrino-nieto de sir Webster James?
—Sobrino. Es joven, pero no debe su rango a sus familiares. Creo que te gustará.
—Si hace su trabajo tan bien como su tío, es probable que sí —convino Henke, y luego sonrió—. Y hablando de parientes, tengo uno que también sirve en Hancock.
—¿En serio?
—Sí. Mi primo, primo cuarto, en realidad, es el segundo de reparaciones de la base. —Henke meneó la cabeza por un momento, ofreciéndole a Honor una expresión enigmática—. De hecho, lo conoces.
—¿Lo conozco? —Honor estaba sorprendida. Se había encontrado con varios de los parientes de Henke (la mayoría personajes de alcurnia que habían ido a visitarla durante sus días libres en la isla Saganami), pero dudaba de que cualquiera de ellos sirviera en una base orbital como primer oficial.
—Ajá. Lo conociste en Basilisco. El capitán Paul Tankersley. —Honor intentó (y a punto estuvo de lograrlo) no apretar los labios en un gesto de repugnancia. Aunque no tenía nada que ver con el propio Tankersley, se reconoció a sí misma. Para ser honestos, apenas lo recordaba. Se esforzó por visualizar su aspecto, pero solo consiguió una imagen demasiado vaga. Bajo, pero de aspecto fibroso y sólido. Eso fue todo lo que le vino a la mente. Eso, y la incómoda situación con la que tendría que lidiar en breve.
—Paul me habló de ti —dijo Henke tras unos segundos, interrumpiendo sus pensamientos—. O algo así. Creo que me hubiera dicho algo más si no pensase que estaba traicionando a su antiguo superior. Él es así, incluso si el superior en cuestión es Pavel Young.
Esta vez Honor no pudo reprimir la fría y sombría rabia que asomó a su rostro, y su mano se crispó en torno a la taza en respuesta a aquellos insidiosos recuerdos.
—¿Sabes? —continuó Henke, en un hilo de voz—, nunca me dijiste lo que ocurrió esa noche.
—¿Qué? —Honor sacudió la cabeza y parpadeó.
—He dicho que nunca me contaste lo que ocurrió en realidad esa noche.
—¿Qué noche?
—¡Oh, no te hagas la tonta, Honor! Sabes perfectamente a lo que me refiero. —Henke suspiró cuando Honor la miró sin expresión alguna—. La noche —explicó— en que le diste una buena tanda al señor guardiamarina, lord Pavel Young. ¿No lo recuerdas?
—Se cayó por las escaleras —respondió Honor de forma casi automática, y Henke resopló.
—Seguro. ¡Por eso te encontré escondida bajo cubierta, con Nimitz preparado para arrancar la cara de cualquiera que se acercara! —Honor dio un respingo y recordó una ocasión en que Nimitz había hecho eso mismo, pero Henke no pareció advertirlo—. Mira, Honor, sé la historia oficial. También sé que es basura, y en caso de que no haya nadie que te lo haya dicho ya, circulan todo tipo de rumores al respecto…, en especial en Basilisco.
—¿Rumores? —Honor apartó la taza y sintió cierta sorpresa sorda cuando vio el temblor de sus dedos—. ¿Qué rumores? ¡No he oído nada sobre eso!
—Claro que no. ¿Quién va a comentarlos cerca de ti? Pero después de la forma en que te apuñaló por la espalda en Basilisco, no hay mucha gente que lo dude.
Henke se echó hacia atrás con los ojos fijos en Honor, y esta se removió inquieta bajo su mirada. Se había prometido no revelar nunca nada de lo que ocurrió, y esperaba (de manera más desesperada que realista, recapacitó ahora) que la historia tendría una muerte natural.
—De acuerdo —dijo Henke después de unos segundos—, te diré lo que yo creo que ocurrió. Opino que el bastardo trató de violarte, y que le pateaste los huevos hasta ponérselos por sombrero. ¿Cierto?
—Yo… —Honor se detuvo y tomó un trago de cacao, luego suspiró—. Más o menos —concedió al final.
—Por el amor de Dios, ¡¿y por qué no lo dijiste en su momento?! ¡Yo misma traté de que me lo contases, y estoy segura de que el comandante Hartley también!
—Sí, estás en lo cierto. —La voz aguda de Honor sonaba demasiado débil, resultando casi inaudible, mientras miraba el fondo de su taza—. No me di cuenta entonces, pero debí haberlo sabido. O haberlo supuesto. Pero yo solo… —Su voz se quebró e inhaló profundamente—. Me sentí tan sucia, Mike… Como si me hubiera contaminado de alguna forma, solo con tocarme. Estaba… avergonzada. Aparte, él era el hijo de un conde, y yo ni siquiera era bonita. ¿Quién iba a creerme?
—Yo lo habría hecho —dijo Henke con suavidad—, y también Hartley. Así como todos los que os conocieran a ambos y escucharan ambas versiones de la historia.
—¿Sí? —La sonrisa de Honor era torcida—. ¿Habrías creído que el hijo del conde de Hollow del Norte había intentado violar a una vaca con cara de pan como yo?
Henke reculó ante el amargo tono de su amiga, pero se mordió la lengua para evitar soltar una réplica inapropiada. Sospechaba que muy poca gente se hacía una idea de lo fea que se había sentido Honor cuando estaba en la academia. Y la verdad es que por aquel entonces sí que lo había sido en parte, pero su cara plana había madurado hasta convertirse en una belleza de facciones bien esculpidas. No era «bonita» y nunca lo sería, pensó Henke, pero tampoco tenía ni idea de la envidia que despertaba en el resto de las mujeres a causa de su estructura ósea y de sus ojos oscuros y almendrados tan exóticos. Su cara poseía una vitalidad expresiva, a pesar de la ligera rigidez de su lado izquierdo, y ella lo ignoraba. A pesar del dolor de sus ojos, no se trataba de su supuesta fealdad. Se trataba de la niña que había sido, no de la mujer que era ahora. Henke estaba segura de que se trataba del modo en que había traicionado a esa niña al no conseguir que se hiciera justicia en su nombre.
—Sí —dijo con ternura—, te habría creído. De hecho, pensé que había ocurrido algo mucho más horrendo, así que fui a ver a Hartley.
—¡¿Qué fuiste a ver a Hartley?! —Los ojos de Honor se abrieron de par en par y Henke se agitó, incómoda.
—Estaba preocupada…, y también estaba convencida de que no te podría sacar la verdad. Así que sí, le dije lo que pensé que había sucedido.
Honor la contempló, y su memoria revivió la agónica escena en la oficina del comandante, la manera en la que él casi había llegado a rogarle que le dijera lo que había ocurrido en realidad. Deseó de nuevo haberlo hecho.
—Gracias —susurró—. Estás en lo cierto. Debería haberlo contado. Podrían haberle imputado si lo hubiera hecho. Pero no lo pensé en su momento, y ahora es demasiado tarde. Además… —cuadró los hombros e inspiró de nuevo—, finalmente se escapó.
—Sí y no —replicó Henke—. Su reputación cayó en picado, y lo sabe, pero aún está en el servicio. Y de forma activa.
—La influencia familiar. —Honor esbozó algo remotamente parecido a una sonrisa, y Henke asintió.
—La influencia familiar. Me parece que los que la disfrutamos no podemos renunciar a ella, queramos o no. Quiero decir que todo el mundo sabe quiénes somos, y siempre hay alguien que quiere que le debamos un favor, incluso si no lo pedimos. Pero Hollow del Norte… —Sacudió la cabeza descontenta—. La gente como él me enferma. Incluso si no fueras mi amiga, me hubiese encantado ver a Young expulsado. Demonios, con un poco de suerte incluso lo hubieran metido en el calabozo. Pero… —La voz de Henke falló—. Te perdono. Es duro, compréndelo, pero creo que tengo un gran corazón.
—¡Oh, gracias! —dijo Honor, aliviada por el cariz más liviano que tomaba la conversación, y Henke sonrió.
—Ni lo menciones. Pero, en mi opinión, deberías saber que a Paul nunca le gustó Young, y ahora menos que nunca. Por lo que sé, es algo mutuo. Es por algo acerca de la ayuda que prestó Paul para sabotear su reasignación, evitando que el Brujo volviera a Basilisco a tiempo para que así no tuvieras que ver otra vez a ese montón de mierda.
—¿Qué? ¡No sabía que había sido algo preparado!
—Paul nunca dijo que lo fuera, pero seguro que hizo algo que gustó al almirante Warner. Lo sacaron del Brujo y lo transfirieron a Hefestos antes de que volvieras de Basilisco, y ha estado jugando a perro guardián del astillero desde entonces. Ahora ha alcanzado el grado de capitán y papá me ha dicho que es probable que ascienda en breve. ¡Pero ni se te ocurra decirle nada de eso! —dijo Henke con una súbita y fiera indignación—. Se volvería loco si pensara que alguien mueve los hilos para beneficiarlo.
—¿Y no lo hacen?
—No, o al menos es lo que tengo entendido. No mucho más de lo que lo harían con alguien de quien consideran que hace un buen trabajo. Así que ni una palabra.
—Mis labios están sellados. Tampoco creo que tenga muchas oportunidades de hacerlo.
—¿No? —preguntó Henke, y meneó la cabeza una vez más; luego sonrió—. Bien, recuerda tener la boca cerrada si al final surge la ocasión —añadió—. Ahora, respecto a esas órdenes…