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La lluvia tamborileaba sobre la ventana de doble acristalamiento, y el fuego crepitante tras Hamish Alexander, conde de Haven Albo, danzaba al compás del aire que tiraba de él desde la chimenea. Era una forma arcaica, bárbara, de calentar una habitación, pero ese no había sido el auténtico motivo por el que había sido encendido. El frío que acompañaba al prematuro invierno, que aún no había traído la nieve, se había aposentado sobre Haven Albo calando hasta los huesos y la misma alma, aunque el sibilante restallido de un fuego aún conseguía que la magia siguiera funcionando.
El decimotercer conde se retrepó en su enorme silla de madera, construida a medida por orden del undécimo conde, y estudió a su invitado. Sir James Bowie Webster, primer lord del Espacio del Almirantazgo manticoriano, vestía el dorado y negro de almirante de flota, pero Haven Albo llevaba ropas civiles.
—Así que es oficial, ¿me equivoco?
—No. —Webster sorbió el café caliente, luego se encogió de hombros—. No puedo decir que sea el hombre que yo hubiera escogido, pero me faltan dos meses para abandonar mi cargo.
Haven Albo realizó una mueca, pero terminó asintiendo. Era irritante, como poco, el que alguien con el talento de Webster tuviera que abandonar el puesto de primer lord del Espacio, pero considerando las largas carreras profesionales, dilatadas gracias a los tratamientos antienvejecimiento, la Armada había desarrollado una política de rotación entre sus almirantes de mayor graduación para evitar que se quedaran demasiado tiempo al margen.
Webster sonrió como respuesta a la expresión de su amigo, mas sus ojos continuaron serios mientras proseguía.
—Alguien ha de reemplazarme y, sea quien sea, Caparelli tiene buenos respaldos. Y eso puede ser muy útil en el próximo año o en los siguientes.
—Buenos respaldos… y una cabeza muy dura —murmuró Haven Webster resopló.
—¿Aún le guardas rencor por la paliza que te dio en el campo de fútbol de isla Saganami? —lo azuzó.
—¿Por qué debería? —preguntó Haven Albo con cierto retintín—. Fue un clásico ejemplo de fuerza bruta sobre técnica, y lo sabes.
—Además de que no te gusta perder.
—No me gusta perder —concedió el conde, y se encogió de hombros—. Bueno, como tú bien dices, tiene redaños. Y al menos no tendrá que soportar a Janacek.
—Amén —respondió Webster con énfasis. El recién reemplazado dirigente civil de la Armada ocupaba un lugar muy bajo en la lista de la gente que despertaba las simpatías de ambos oficiales.
—Pero —continuó Haven Albo tras una breve pausa—, de algún modo, no creo que hayas venido hasta aquí para decirme que Cromarty y la baronesa Morncreek han elegido a Caparelli.
—Tan perspicaz como de costumbre. —Webster colocó su taza a un lado y se inclinó hacia delante, situando los antebrazos sobre las rodillas—. El hecho es que Lucien Cortez continúa como quinto lord del Espacio, pero Caparelli está deseando imponer sus ideas políticas, y estoy aquí para que me des tu aprobación antes de que firme un par de destinos de mando. —Alzó la mano cuando la ceja de Haven Albo se enarcó.
»Bueno, claro que es prerrogativa suya el tratar de imponer su punto de vista. Yo también quise lo mismo en su momento. Pero él quiere conseguirlo en un par de meses. Dada la actual situación de la República Popular de Haven, me gustaría que contase con un equipo sólido que lo apoye durante la transición.
—Tiene sentido —reconoció Haven Albo.
—Me alegro de que compartas mi opinión al respecto. Me siento orgulloso de haber encajado todas las piezas…, salvo algunas excepciones.
—¿Como cuáles?
—La estación Hancock es la más importante. Esa es la razón por la que quería hablar contigo —dijo Webster, y Haven Albo gruñó al comprender por qué había regresado de una inspección en la más moderna y, posiblemente, más vital estación de la Real armada manticoriana.
La enana roja del sistema Hancock no tenía nada digno de mención…, excepto su propia situación. Se encontraba justo al norte de Mantícora, lo que la convertía en un puesto avanzado para los sistemas de Yorik, Zanzíbar y Alizon, todos ellos miembros de la alianza de reinos anti Haven. Tal vez lo más importante era que estaba a menos de diez años luz del sistema Seaford Nueve, y Seaford Nueve era una de las bases más grandes de la República Popular de Haven. Lo que resultaba de lo más interesante, ya que Haven no tenía nada que mereciese la pena proteger en un radio de unos cincuenta años luz.
—Déjaselo a Mark Sarnow —dijo el conde, y Webster refunfuñó.
—¡Demonios, sabía que dirías eso! ¡Es demasiado inexperto, y ambos lo sabemos!
—Inexperto o no, también es el hombre que consiguió que Alizon pasara a formar parte de la Alianza —argumentó Haven Albo—, sin mencionar que operó en Hancock antes de eso. Y si has leído mi informe, sabrás qué clase de trabajo hacía allí.
—No cuestiono su competencia, solo su experiencia —contraatacó Webster—. Nadie admira más su trabajo que yo, pero ahora que las instalaciones del astillero han sido mejoradas, vamos a convertir la estación en un destacamento completo. Lo que significa que necesitaremos al menos un vicealmirante, y si pongo al mando a un contralmirante, ¡y un contralmirante de los rojos, nada menos!, no tardará en estallar un motín.
—Entonces asciéndelo.
—Lucien ya lo enchufó cuando era comodoro, hace dos años. —Webster sacudió la cabeza—. No, olvídalo, Hamish. Sarnow es bueno, pero no tiene la experiencia necesaria.
—¿Y en quién piensas entonces? —quiso saber Haven Albo, para a continuación detenerse con expresión congestionada—. ¡Oh, no, Jim! ¡Yo no!
—No —suspiró Webster—. No hay nadie con el que prefiera contar antes que contigo, pero incluso con la renovación de la estación, solo hay un puesto de vicealmirante libre. Además, te quiero cerca de casa por si la mierda comienza a salpicar por todas partes. No, pensaba en Yancey Parks.
—¿Parks? —Una de las cejas del conde se enarcó, sorprendido.
—Casi es tan buen estratega como tú, y es un organizador excelente —señaló Webster.
—¿Por qué me da la sensación de que intentas convencerte de ello? —preguntó Haven Albo con una pequeña sonrisa, y Webster bufó.
—No lo hago. Trato de convencerte a ti para que estés de acuerdo conmigo.
—No lo sé, Jim… —El conde se levantó y cruzó las manos tras de sí, para luego dar una vuelta por su estudio. Contempló la fría noche por un momento y luego giró, hasta clavar los ojos en las crepitantes llamas.
—Lo que me preocupa de verdad —dijo sin volver la cabeza— es que Yancey piensa demasiado.
—¿Y desde cuándo es eso un defecto? ¿No te quejabas hace un momento justo de lo contrario con Caparelli?
—Touché —murmuró Haven Albo chasqueando la lengua.
—Además, ha estado trabajando con DepPlan en el diseño general del sector. Lo conoce al dedillo, y la principal prioridad tiene que ser hacer de Hancock una estación completamente operativa.
—Cierto. —El conde arrugó la frente y luego meneó la cabeza—. No lo sé, Jim. Hay algo en todo esto que… me escama. —Sus manos se cerraron y se abrieron un par de veces, luego se dio la vuelta hasta encarar al primer lord del Espacio—. Tal vez es solo que lo veo demasiado frío. Sé que tiene redaños, pero es muy crítico consigo mismo. Sí, posee un buen sentido de la estrategia, pero a veces piensa tanto cada decisión que debe tomar que cae en la indecisión.
—Creo que lo que necesitamos es precisamente un analista —opinó Webster, y Haven Albo miró con gesto ceñudo y después resopló.
—Oye, promociona a Sarnow a comandante de escuadrón y te daré mis bendiciones.
—¡Chantaje! —gruñó Webster entre sonrisas.
—Pues no lo aceptes. No necesita mi aprobación, su señoría.
—Cierto. —Webster frotó su afilada barbilla y luego asintió con brusquedad—. ¡Hecho! —dijo de súbito.
—Bien. —El conde sonrió y se volvió a sentar tras su escritorio antes de asumir un tono informal, poco habitual en él—. A propósito, Jim, hay algo más de lo que me gustaría hablarte, ya que estás aquí.
—¿Sí? —Webster dio un trago al café, mirando a su amigo sobre el borde de la taza; después la bajó—. ¿Qué podría ser? No…, déjame adivinarlo. ¿Quizá tu nueva protegida, la capitana Harrington? —preguntó Webster con ironía.
—Es la protegida de Raoul, no la mía. Solo pensé que es una estupenda oficial.
—Una oficial que recibió una herida tan grave que la ha tenido un año en el dique seco.
—¡Oh, por el amor de Dios! —bufó Haven Albo—. No he seguido la evolución de su convalecencia, pero la conozco. ¡Derrotó a un crucero de batalla repo que triplicaba el peso del suyo después de haber sido herida! Y además sé un poco acerca de lesiones traumáticas… —Sus labios se apretaron y un escalofrío le recorrió el cuerpo—. ¡Si no está al cien por cien de su capacidad física a su vuelta al servicio, me comeré la gorra!
—No puedo discutirte eso —dijo Webster de forma conciliadora, pero detrás de sus ojos calmados estaba sorprendido por la ira genuina que habían destilado las palabras del conde—. Y lo sabes bien, pero es el DepMed el que nos ha parado los pies. La quiero de vuelta en el espacio, Luden la quiere de vuelta en el espado y tú la quieres de vuelta en el espacio, pero todos están preocupados por la posibilidad de precipitar los acontecimientos. Solo son de la opinión de que necesita más tiempo.
—Déjala volver a la acción, Jim —pidió impaciente Haven Albo.
—¿Y si el Consejo de oficiales tiene sus reservas?
—¡¿Reservas?! —Haven Albo se medio incorporó; sus ojos casi echaban chispas.
—¿Te importaría volver a sentarte y no saltarme al cuello? —inquirió Webster con algo de aspereza. El conde parpadeó, como si solo entonces fuese consciente de su propia expresión, y relajó los hombros. Después se sentó y cruzó las piernas con una débil sonrisa—. Gracias —dijo el primer lord del Espacio—. Mira, Hamish, son los loqueros quienes están preocupados al respecto. —Haven Albo comenzó a decir algo con aspecto enfadado, pero se paró cuando vio la mano alzada ante él—. No te lances sobre mí, todavía, ¿de acuerdo? —Webster aguardó a que su amigo tomara asiento una vez más y luego prosiguió.
»Como bien sabes, incluso Lucien y yo lo tenemos muy complicado para ignorar al DepMed, en especial si se trata de oficiales al mando, y Harrington ha pasado por una convalecencia muy dura. No conozco los detalles, pero surgieron unas cuantas complicaciones con su tratamiento, y como tú mismo has dicho, sabes mejor que yo lo que eso puede implicar.
Se detuvo, sosteniendo la mirada del conde, y la cara de Haven Albo se endureció. Su propia mujer había sido una inválida casi total durante años. Se mordió el labio antes de asentir.
»De acuerdo. Por lo que sé, todas las complicaciones y la terapia estropearon algo su belleza, pero ya se ha recuperado de eso. Lo que preocupa a los psicólogos es la gente que perdió en Grayson. Y lo de Raoul. Era casi un padre para ella, y según he oído murió cuando ni siquiera estaba junto a él. Hay demasiadas posibilidades de que algo así la llegue a consumir de dolor y pena, Hamish, y no parece que quiera hablar de ello con nadie.
Haven Albo inició su réplica, pero no llegó a pronunciarla. Harrington había perdido a novecientos hombres, además de los trescientos heridos, para acabar con el crucero de batalla Saladino, y recordaba la angustia que había visto en su rostro cuando sus defensas se vinieron abajo durante solo un segundo.
—¿Qué dicen las evaluaciones? —preguntó tras un breve instante.
—Se encuentra dentro de lo aceptable. Pero no olvides a su ramafelino —dijo Webster con un resoplido—. ¡El DepMed tampoco lo hace! He recibido un largo memorando del capitán Harding acerca del vínculo telepático y de cómo puede desbaratar la fiabilidad de las pruebas.
—Pero tal vez también sea la razón por la que no ha llorado sobre el hombro de los psicólogos —reflexionó Haven Albo—; y sin poner en tela de juicio la sinceridad de Harding, has de admitir que los loqueros siguen resentidos por su incapacidad para describir cómo funciona el vínculo. Pero incluso ellos tienen que reconocer que puede ser una influencia positiva, y además Harrington es muy tenaz. Si se puede abrir camino por sí misma, no pedirá ayuda.
Tienes razón, pero DepMed no desea colocarla en una situación donde tenga que tomar determinadas decisiones, sobre todo si está al límite. Demasiadas vidas dependen de su juicio…, y arriesgarlas en tales circunstancias no sería muy justo para ellos.
—Cierto. —Haven Albo se tiró del labio y luego sacudió la cabeza—. Eso no va a ocurrir. Es dura, sí, pero no estúpida, y no creo que sea capaz de mentirse a sí misma. Si las cosas fueran como propones, nos lo diría. Además, sus padres son doctores, ¿no?
—Sí. —La sorpresa de Webster al enterarse de que Haven Albo sabía tal cosa se dejó traslucir en su voz—. De hecho, su padre dirigió todo el tratamiento. ¿Porqué?
—Porque eso significa que ellos también son conscientes de los problemas potenciales que podrían surgir con el DepPsi, y si hubiera alguno, serían ellos quienes la presionarían para que buscara ayuda. La gente que cría a una hija como esa tampoco se miente a sí misma. Y, a diferencia de Harding, la conocen bien, a ella y a su relación con el ramafelino, desde que era una niña.
—Sin lugar a dudas —concedió Webster, y Haven Albo enarcó una ceja cuando vio la leve sonrisa del primer lord.
—¿Qué es tan divertido? —refunfuñó, y Webster negó con la cabeza.
—Nada, nada. Sigue con lo que decías.
—No hay mucho más que decir. Es una oficial excelente que necesita una cubierta bajo sus pies de inmediato, y el DepMed está lleno de estúpidos si piensan que no va a ser capaz de soportarlo. —Haven Albo bufó burlón—. Si están preocupados por ella, ¿por qué no la destinas a algún lugar tranquilo?
—Bueno, Luden y yo lo hemos considerado —dijo despacio Webster—, pero no nos parece lo más apropiado. —Haven Albo se puso rígido y su amigo bajó la vista unos segundos; luego lo hizo sobresaltarse con una carcajada a mandíbula batiente—. ¡Demonios, Hamish! ¡Eres tan condenadamente simple!
—¿Qué? —Haven Albo parpadeó confundido, luego frunció el ceño—. ¿Qué quieres decir con «simple»? —gruñó, y Webster sacudió la cabeza y sonrió.
—¿Destinar a Harrington a algo «tranquilo»? ¡Estaría mordiendo las mamparas antes de una semana! —Se rio de nuevo al ver la expresión del conde, y se retrepó en la silla—. Lo siento —dijo, sin que sonara muy convencido de ello—, pero no podía dejar pasar la oportunidad de fastidiarte un poco después de lo serio que te has puesto con todo este tema. De hecho, Luden y yo, hum, nos encargamos del DepMed mientras estabas en Hancock. Imaginamos que Harrington estaba dispuesta a aceptar lo que le dijeran los loqueros, así que la hemos destinado al confín profundo.
—¿Confín profundo?
—Sí. La enviamos al Nike la semana pasada.
—¿Al Nike? —Haven Albo se puso de pie como un rayo, con la boca abierta de par en par; luego se recuperó y miró fijamente a su amigo—. ¡Bastardo! ¡¿Por qué no me lo dijiste?!
—Te he dicho que eres demasiado simple. —Webster rio disimuladamente—. Tienes cierto complejo de Dios en lo que respecta a tu propio juicio. —Levantó la ceja—. ¿Qué te hizo suponer que no compartía tu opinión sobre ella?
—Pero el mes pasado dijiste…
—Dije que teníamos que luchar con la burocracia, y lo hicimos. Ya lo hemos conseguido. Pero ha valido la pena verte así de cabreado.
—Ya veo. —Haven Albo se acomodó en la silla y apretó los labios—. De acuerdo, uno a cero. Me vengaré.
—Aguardo tu revancha con expectación —contestó Webster con sequedad.
—Bien, porque te cogeré cuando menos te lo esperes. —El conde se tiró del lóbulo de la oreja y luego resopló—. Pero ya que la has puesto de nuevo en cubierta, por qué no…
—Nunca te das por vencido, ¿eh? —preguntó Webster—. ¡Le he dado el mejor puesto de comandante de toda la flota! ¿Qué más quieres que haga?
—¡Calma, Jim! ¡Calma! Solo iba a decir que ¿por qué no envías al Nike a la estación Hancock como el buque insignia de Sarnow cuando ella tome el mando?
Webster comenzó su réplica, pero se detuvo enseguida, con el rostro congestionado. Jugueteó con la taza de café un momento y luego empezó a reírse.
—¿Sabes?, podría ser una buena idea. ¡Todos los oficiales novatos se morirían de envida si Sarnow se hace con el Nike!
—Por supuesto que sí, pero no es ahí adonde quería ir a parar. Supongo que le has entregado el Nike a Harrington porque, a pesar de querer «irritarme», aún tienes en alta estima sus capacidades.
—Por supuesto. Necesita una puesta a punto antes de que podamos considerar su ascenso, pero ya ha dado los primeros pasos.
—Bien; podría aprender un montón de Sarnow, y ambos se compenetrarían bien —dijo Haven Albo—. Más que eso: siendo franco, me sentiría mejor si Parks contara con una pareja como esa para mantener a raya a sus enemigos.
—Huir… Creo que me gusta la idea —dijo Webster despacio—. De acuerdo, Yancey montará en cólera. Sabes lo estricto que es con el protocolo y las normas de cortesía militar. La manera en que Harrington se encargó de ese estúpido de Houseman en Yeltsin será como una patada en el estómago para él.
—No importa. A la larga le vendrá bien.
—De acuerdo, Hamish —asintió el primer lord con rapidez—. Lo haré. ¡Cómo me gustaría estar allí cuando Yancey se entere!