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Madrid, Agencia de Corazón Rodríguez, enero de 2006

—Para comprensión de la historia debo empezar por decir cosas que son de conocimiento general, aunque siempre hay pasajes no conocidos por la mayoría. La historia de mi país, desde la independencia, está marcada fuertemente por Trujillo. Nunca nadie tendrá tanta significación como él. Aún ahora hay gente que lo conoció y que piensa que su Era fue la que proporcionó el mayor esplendor a nuestra República. Están equivocados. Fue un régimen despótico, corrupto y sin libertades. Más de tres décadas en las que la vida humana no tuvo ningún valor para quienes se opusieron al sistema. Pero en la otra parte de la isla de La Española había otro régimen aún peor, el de François Duvalier, llamado también Papa Doc. Las atrocidades que ese hombre hizo en su pequeño país no son para contar. Bástese decir que se estima en treinta mil las personas que fueron eliminadas durante cada uno de los dos regímenes en sus respectivos países. Pero mientras Trujillo lo hizo en treinta y tres años, François Duvalier solo necesitó catorce. Más aún: su hijo, llamado Jean-Claude aunque más conocido por Baby Doc, prolongó el régimen de torturas y asesinatos hasta el año ochenta y seis. En total, veintinueve años de mandato despiadado en el que los victimados haitianos fueron sesenta mil. Es decir, en un período de tiempo similar, las dictaduras de los Duvalier padre e hijo masacraron al doble de ciudadanos que la dictadura de Trujillo.

»En teoría, y sin entrar en detalles, ambos regímenes eran iguales. Ambos salieron de unas urnas fraudulentas, por presiones de los respectivos ejércitos; ambos se hicieron dictaduras anticomunistas, ambos estuvieron apoyados y financiados por Estados Unidos, ambos gozaban del beneplácito de la Iglesia, a la que hacían constantes donaciones, y, para el orden interior, ambos se sostenían por siniestras organizaciones policiales: el SIM en Quisqueya y el MVSN en Haití. Y una cosa más y no menos importante: ambos eran racistas. Pero aquí viene la diferencia. Mientras Trujillo quería blanquear la raza, Duvalier deseaba lo contrario: que la raza única o hegemónica, al menos entre la clase gobernante y la élite burguesa de Haití, fuera negra. Quería una raza afro pura. Así que mientras Trujillo asesinaba haitianos, el otro perseguía y eliminaba no solo a los blancos sino a los mulatos y zambos.

»En diciembre del cincuenta y ocho los dos dictadores se reunieron en un punto fronterizo dominicohaitiano situado entre las localidades de Jimani y Malpasse y firmaron un acuerdo por el que ambos regímenes se comprometían a no permitir acciones subversivas en contra del otro en sus respectivos territorios, y que todas las acciones de los exiliados políticos que incitaran a la violencia serían castigadas con severidad. Era un acuerdo para ser cumplido cuando conviniera porque en realidad a ambos dictadores les interesaba socavar el país visceralmente enemigo. Sus teorías sobre la raza eran irreconciliables. Solo fueron razonablemente fieles al acuerdo a partir de la llegada de Castro a Cuba, enemigo común por su programa de exportar la revolución comunista a toda América.

»Dada la imprecisa frontera, nunca cesaron las escapadas al otro lado de personas perseguidas. Cuando los interceptaban y convenía, los devolvían a cambio de un evadido de la parte contraria. Puede uno imaginarse el destino que esperaba a esos desgraciados. No ocurría así con aquellos que podían desfavorecer la imagen del otro país sin parecerlo o cuyas profesiones, valga decir médicos o arquitectos, sirvieran al país receptor. Esos eran amparados con artilugios legales que los justificaban. Así que cada uno devolvía o retenía a los escapados en función de sus intereses.

»Todo lo que le cuento a partir de ahora procede de testimonios orales, no contrastados pero de verosimilitud aceptada. Todo hila con la lógica y con la veracidad de lo que afirmaron aquellas personas que vivieron esos hechos.

»En mil novecientos cincuenta y nueve hubo una invasión dominicocubana por las localidades de Estero Hondo, Maimón y Constanza. Fue un fracaso. Por diversas causas, algunos españoles que Trujillo había llevado como colonos se adhirieron a la invasión. Nunca habrá documentos que lo atestigüen, como no los hay de los campesinos muertos por el ejército de Trujillo durante esa invasión, ya fuera por causa de los bombardeos indiscriminados sobre campos y aldeas o fusilados por sospechas de haber ayudado a los invasores. Se trataba de que la incursión estuviera aislada de adhesiones internas. La consigna era mostrar que no tuvieron ninguna asistencia por parte de la población, ya fuera nativa o asimilada. Pero las familias de aquellos desaparecidos guardaron la memoria. Y cuando llegó la democracia, que nunca fue estable y que provocó una nueva intervención gringa en el sesenta y cinco, intentaron averiguar su paradero en la esperanza de que siguieran con vida, o, en su defecto, el testimonio de dónde echaron sus cadáveres.

»Aquí, de su guerra civil de ustedes, pueden encontrarse restos enterrados en campos o cunetas. Allá no es posible porque a muchos los desaparecieron arrojándolos a alta mar desde aviones o barcos.

»Uno de esos españoles de Constanza, que gozaba de un interés especial y sorprendente por parte de Trujillo desde su llegada, se adhirió al grupo invasor por causas nunca sabidas. El dictador apostó por la lógica y tuvo certeza de que intentaba llegar a Haití. Así que ofreció a Duvalier cambiar al español, si finalmente llegaba allá, por uno de los escapados políticos que se guarecían en Ciudad Trujillo. El dictador haitiano aceptó, anotó la descripción del fugitivo y dio las instrucciones para que lo cogieran vivo si se presentaba en la frontera, lo que sería una hazaña sorprendente. ¿Alguna duda hasta ahora?

—Varias —dije—. Pero una en particular. ¿Cómo hicieron ese trato los dos dictadores? ¿Volvieron a verse?

—Nunca lo hicieron desde el acuerdo suscrito en la frontera. Utilizaron el teléfono. Tenían línea directa, como los rusos y los gringos. Y hablaban en español porque Trujillo no sabía el francés y el otro, como la mayor parte de los haitianos, usaba el español con frecuencia.

»El colono español consiguió llegar a Haití a pesar de todo y fue detenido por los Ton-tons Macoutes de la milicia denominada Volontaires de la Sécurité Nationale, el MVSN que antes mencioné. —Optó por una interrupción, no supe si para dar dramatismo al relato o si alguna emoción gusaneaba en su memoria—. Pero no fue devuelto a Ciudad Trujillo.

—¿Qué eran esos Ton-tons?

—Una policía secreta, sin uniforme la mayoría pero todos con anteojos negros. Estaba compuesta por miles de hombres, muchos de ellos reclutados entre simples delincuentes. No recibían remuneración del Estado, por lo que se financiaban ellos mismos a través de la extorsión y el crimen. Cuando paraban a alguien por la calle, lo normal era que el interpelado se defecara encima de puro miedo. Tan terribles y descontrolados eran que el mismo Duvalier no se fiaba de ellos y decidió rodearse de una policía de confianza llamada Guardia Presidencial.

»Es oportuno señalar que el coronel Johnny Abbes, el sagaz e implacable jefe del SIM, no fue consultado por Trujillo, solo informado del acuerdo establecido entre los dos mandamases. Él debía simplemente ejecutar la orden. El haitiano elegido por Trujillo era uno de los capitanes que participaron en la intentona para derrocar a Duvalier ocurrida dos años antes y que costó un elevado número de muertos en Haití. Le tenía en la prisión atenuada de la Base de San Isidro porque le dio importantes informes sobre asuntos militares del otro país. Pero no le merecía ninguna consideración porque era un militar y se sublevó, algo imperdonable para Trujillo y su escala de valores, en la que el espíritu castrense, sea del ejército que fuere, estaba en lo más alto. Así que entre el blanco admirado y el desertor negro, Trujillo no tuvo dudas.

»Duvalier y Abbes eran amigos desde que este ayudara y financiara al haitiano para conseguir el poder en mil novecientos cincuenta y siete, y después de que, más tarde, como consejero de Seguridad de su Gobierno, le asistiera en la creación de la MVSN, remedo del SIM. Además viajaba con regularidad a Puerto Príncipe, donde siempre lo recibían con grandes muestras de afecto. En uno de esos viajes, Duvalier confirmó a Abbes el acuerdo hecho con Trujillo sobre el colono español.

»Aunque Abbes fue siempre fiel servidor del Jefe, era lo suficientemente avispado para percibir que el Régimen no podría durar muchos años más después de la impaciencia que empezaban a mostrar los gringos y la Iglesia. Tenía treinta y cinco años y no estaba dispuesto a que la marea de la renovación lo arrastrara. Para esa fecha Duvalier recién había cumplido el medio siglo mientras que Trujillo estaba al borde de los setenta.

»Abbes era consciente del odio que le profesaban sus compatriotas, tanto por parte de las clases atemorizadas como de los chupones del Régimen. Para estos últimos era un advenedizo, con el máximo poder amedrentador del país después de Trujillo. Al contrario que en Haití, donde era una persona respetada. En caso de que Quisqueya reventara de odios, él debería optar por el lugar donde sus espaldas estuvieran cubiertas.

»Abbes jugó a ganador a espaldas de su Jefe. Ofreció a Duvalier la entrega de un profesor complotado en el intento de golpe de Estado que antes mencioné, además del capitán del Ejército ofrecido por Trujillo. Sabía del odio del jefe haitiano por el humanista exiliado. La condición que puso era que no devolvieran al español sino que lo encarcelaran. Dirían que llegó agonizante a Haití y que murió allí. ¿Razones? ¿Quién puede saber lo que anida en una mente perversa? Testimonios orales de viejos colaboradores señalan que Abbes tenía obsesión por el asunto de Constanza. Quería saber lo que realmente pasó allí, asumiendo personalmente el interrogatorio del colono, no desde la condescendencia presumible de Trujillo sino con los métodos que le eran propios. Sentía una bronca especial hacia el maldito español porque fue la causa de que en ocasiones el Jefe cuestionara su eficacia en el alto cometido asignado. Por culpa suya recibió apercibimientos de Trujillo, no exentos de visos amenazantes lo que significaba la pérdida de su confianza. Y debía pagarlo caro.

»Y eso es lo que ocurrió. El español fue capturado en la frontera y llevado a la cárcel de Fort-Dimanche, una prisión más tenebrosa incluso que la de La Victoria de Ciudad Trujillo, a pesar de su festivo nombre. Está considerada como el Auschwitz de Haití. Miles de personas fueron confinadas allí sin pasar antes por ningún juzgado. Ningún juez intervino nunca en esos encarcelamientos. Fueron incontables los que murieron por hambre, enfermedades y torturas. Allí Abbes mandó torturar a ese colono español y luego lo mató. Trujillo nunca supo de ello. Los acontecimientos se le precipitaron y dejó de pensar en los españoles.

—Lo que cuenta no es solo interesante, sino tremendo. Pero debe de haber una relación, que no veo.

—Después de la muerte de Trujillo, Abbes viajó a varios países, España entre ellos. Era un país donde algunos elefantes venían a morir. Pero luego volvió a Haití, no sin dejar a buen recaudo la mayor parte del dinero sacado de Quisqueya: unos doscientos mil dólares de entonces. En Puerto Príncipe se ocupó de asesorar al MVSN. Y un día del sesenta y siete desapareció, con toda la familia. Algunos dicen que murió junto a su mujer e hijos, asesinados por los Ton-tons, que quemaron luego la casa. Incluso se mostraron fotos de unos cuerpos calcinados, totalmente irreconocibles. Pero hay contradicciones porque su vivienda, situada en la acomodada comunidad de Pétionville, nunca se quemó. Un día apareció vacía. El pájaro había volado. Lo cierto es que Abbes siguió vivo porque alguien retiró el dinero del banco español. Solo pudo retirarlo él, o alguien que lo tuviera a su nombre, lógicamente con su autorización. No volvió a aparecer con ese nombre.

—No me digas que ese Abbes es el misterioso Ángel Álvarez.

—Ese canalla hizo mucho daño, se llenó de crímenes. En la lista de malvados fue incluso superior a su Jefe ya que Trujillo ejercitó su crueldad durante tres décadas y ese individuo lo hizo en tan solo seis años. Algunos miembros de esas familias que destrozó, y que no estaban dispuestos a que escapara al castigo humano, buscaron su pista durante años. Y esas pistas parece que lo identifican. Solo lo sabremos de forma exhaustiva cuando puedan cruzarse sus huellas dactilares, algo realmente difícil porque el tal Álvarez apenas sale de casa y dicen que siempre lleva guantes, lo que es prueba de que las oculta. —Puso el gesto de quien acaba de presentar su tesis doctoral—. Bien. Eso es todo.

Le contemplé en silencio y él se dejó hacer. Parecía más delgado después de haber desembuchado todo eso.

—Ahora que no está Élido, ¿vais a contratar otro pistolero?

—No lo sé. No depende de mí. En cualquier caso, disculpe, pero no es de su incumbencia.

—Cierto. Pero, aunque solo sea para apaciguar la brizna de curiosidad que esta historia me ha creado, ¿por qué no me dices quién o quiénes son esos obstinados perseguidores del tal Álvarez o Abbes? En honor a la verdad casi me matan por él.

—No se lo puedo decir. Y, de nuevo le pido disculpas. No es algo que le deba interesar. Ya no tiene nada que ver con usted.

Estuve considerando el asunto. Tenía razón. Como Rafael Molina. No me incumbía. Además, estaba cansado de soportarlo. Si ese era el final debería dejarlo en ese punto. Y es lo que hice. Saqué lo requisado a Élido y se lo entregué. Todo. En su bolsa. La cogió sin abrirla.

—Solo una pregunta —dijo, sin apretar la mirada, como un perfecto embajador. Me dio la sensación de que no esperaba que soltara las pertenencias con tanta facilidad—. ¿Qué pensaba hacer con estas cosas?

—No lo sé. Quizá mi subconsciente esperaba que alguien como tú viniera a por ellas.