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Madrid, diciembre de 2005

Rodolfo Ramírez me llamó unos días después de mi visita.

—Están limpios. Los seis. La empresa es normal, aparentemente. Su negocio es internacional. Fabrican relojes de pared y carillones. Y joyas de alto valor. Disponen de tiendas aquí y en el extranjero. Son concesionarios de grandes marcas suizas, americanas y japonesas de relojes de pulsera. También de plumas estilográficas de renombre.

—¿Ningún antecedente?

—Ni una maldita multa de aparcamiento.

—¿Vinieron los de Figueras?

—Sí, a la UDEV. Estuve presente. Uno de ellos con el brazo escayolado. Dijo que se le rompió al caerse en la escalera de su casa. La verdad es que eran unos tíos grandes. Negaron que hubieran agredido al venezolano y a ti.

—¿Cómo justificaron que su coche cayera al precipicio?

—Contaron su cuento. Que vieron el accidente y que salieron a prestar ayuda. Que te adelantaste y te ayudaron a meter al herido en tu coche. Y que cuando volvían al suyo, vieron que se escurría sin remedio.

—¿Qué dijeron de los bolsos y las armas?

—Pensaron que se perdieron en el mar cuando el coche se sumergió. Agradecieron mucho el haberlos recobrado. Después de mirar dentro, dijeron que todo estaba completo.

O sea, que ocultaron que me quedé con su dinero. Su aceptación del hurto, sin proponer una denuncia específica, entraba en la lógica. Tapaba males mayores.

—Preguntarían cómo los habéis obtenido.

—Dijimos que nos los enviaron de forma anónima, algún ciudadano cumplidor.

—Si pensaban que se habían perdido en el mar, sería lógico que buscaran una explicación de por qué los tenía ese ciudadano y no la Guardia Civil. Y por qué estaban secos y no empapados. ¿No hicieron comentarios?

—Ninguno. Pero la contradicción es evidente. La lógica da razón a tu versión, no a la de ellos.

—No me digas que pusiste en duda mi declaración de los hechos.

—No. Pero actuamos sobre pruebas, confirmando los datos y las declaraciones. Sea quien sea. No necesito recordártelo.

—¿Preguntaron sobre el muestrario de joyas?

—No. Una prueba más de que ocultan algo.

—¿Y los otros individuos?

—Nada. No había motivo para retener a ninguno. Los de Coruña soltaron su cuento. Como los de Gijón. Pero hay un dato que perjudica a estos últimos. Según la policía de allá estaban bastante castigados, con hematomas y cortes en las jetas. Y sin embargo no hicieron denuncia ni solicitaron la asistencia de un médico. Dijeron que un tipo intentó mangarles, lo que fue corroborado por varios testigos. Se dieron por satisfechos al frustrarse el atraco. Ni siquiera pisaron la comisaría. Muestra de que no quieren ser notados.

—¿Qué pensáis hacer?

—Seguiremos indagando a esos cabrones. Porque, en cuanto a los de Figueras, no es razonable que nadie se quede tan pancho después de perder dos bolsos con documentaciones y armas; no sin hacer la pertinente denuncia. Y es garrafal su desinterés por el muestrario, algo de gran valor e imprescindible en el trabajo que dicen realizar, como bien señalaste. Sabemos que no te quedarías algo así, por lo que concluimos que no lo llevaban. O sea, que mienten. Eso, unido al comportamiento ilógico de los de Gijón, hace que no sea solo cosa mía ni del Departamento sino de la UDEV. Como ves estamos trabajando.

—Rodolfo, el mes que viene se casa mi hijo. No puedo tener esta amenaza encima.

—Espero que lo tengamos resuelto antes —dijo, tras una silenciosa consideración—. Pero nos vendría bien que aportaras alguna prueba más.

—Procuraré conseguirlas.