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Constanza, septiembre de 1955

No te des por vencido, ni aun vencido,

no te sientas esclavo, ni aun esclavo…

PEDRO BONIFACIO PALACIOS

A los pocos días de la multitudinaria visita de Trujillo el cambio fue total para muchos de la colonia. El director les informó que habían procedido sin demora a la incautación de propiedades a campesinos y latifundistas para dárselas a los colonos. Tomaron la decisión tras estimar que de no hacerlo seguirían teniendo las mismas pobres cosechas, ya que los actuales agricultores no tenían conocimientos para mejorarlas ni deseos de aprender, aparte de su repugnancia a un trabajo ordenado y constante, lo que era peor. Además de que los terratenientes parecían contentarse con las parcas ganancias. No había tiempo para más dilaciones. El Gobierno quería dar impulso al gran proyecto comprometido, lo que significaba atajar por lo sano y sin contemplaciones.

No era algo a lo que los españoles pudieran oponerse. En el fondo comprendían las razones porque las tierras estaban casi improductivas por la negación general al trabajo. Y habían escuchado las canciones que circulaban tendentes a resaltar lo malo que era el practicarlo. «Que trabaje el blanco, que es un pendejo», señalaban con jolgorio. Así que la mayoría aceptó la situación con alegría. De la noche a la mañana casi todos los lugareños con tierras habían desaparecido. Corrió el rumor de que los militares ahorcaban a los que intentaban prestar resistencia. Dejaron sus bohíos, se llevaron sus hijos, sus gallinas, sus míseras pertenencias, y se eclipsaron.

—¿Qué ye eso de que los ahorcan? —preguntó Polín a don Manuel—. No será verdad.

—Lo es. Tenedlo por cierto. Aquí la vida y la propiedad privada están subordinadas a los proyectos del Jefe. Para las grandes obras públicas se hacen levas por los pueblos y se expropian fincas, todo a la fuerza, sin indemnizaciones y sin que nadie proteste porque saben a lo que se exponen. Manda el progreso general y según esa filosofía sale ganando el país y por añadidura el conjunto de ciudadanos. Los vagos dejarán de serlo para transformarse en obreros dignos. Es la regeneración del país y de sus gentes, y el Jefe tiene claro que es algo que no puede someterse a discusión. A su juicio, la mayoría del pueblo vive en la barbarie y en la bestialidad. Carecen de raciocinio para saber lo que les conviene. Claro que es brutal lo hecho a esos campesinos, pero no es excepcional. Ha venido ocurriendo en todos los países a través de la historia. Todos los dirigentes, y más los dictadores, saben que es la única forma de cumplir con las exigencias del desarrollo.

A pesar de la medida no había tierra para todos, por lo que hubo que efectuar sorteo de las propiedades incautadas, una vez eliminados los anteriores límites y fijado las nuevas demarcaciones. Martín y Polín recibieron cincuenta tareas de esas fincas para los dos, con la promesa de que más adelante les darían otra parcela igual. Pero ante el asombro y disgusto del director, Martín se negó a ocuparla.

—De forma expresa el Generalísimo Trujillo dijo que diéramos prioridad a ustedes dos. No han entrado en el sorteo como los otros. ¿Quieren desobedecerle? ¿Saben a lo que juegan?

—No ye desobediencia. Queremos labrar tierra nueva. Denos de las que han salido de las talas. Y los aperos pa trabayalas.

—¿Por qué? Las que saldrán del deforestado serán indómitas y requerirán un gran esfuerzo para ponerlas en situación. Es más fácil trabajar sobre tierra preparada.

—No queremos dejar a nadie sin su tierra.

—Pero, hombre, casi todas son de terratenientes que nada hacen por mejorarlas. El expropiarlas es para el bien de ustedes y del país.

—Échanles de su tierra. Quédanse sin nada.

—Como que son ustedes exigentes y no comprenden. Esos campesinos malviven y malvivirán en tierras que nunca serán suyas. Por eso están ustedes aquí. Se han creado varias colonias y se crearán más, y eso supondrá que no podamos atender a tiempo todas las necesidades. Son ustedes miles de gentes. —Hizo una pausa para ver si su razonamiento había calado. Quizá sí en el más joven, pero el grande, que era el señalado, mostraba inflexibilidad en su gesto. La madre que lo parió—. Bien. Tendrán la tierra que piden, pero deben arreglárselas con lo que hay. Sin aperos. Llegarán cuando lleguen.

De nuevo el absurdo. ¿Cómo podía justificarse la falta de recursos por el hecho de ser muchos? Estaba claro que el proyecto iba realizándose sobre la marcha, sin haberse organizado previamente aun conociéndose la cantidad de inmigrantes contratados. Los más templados no porfiaron al comprender que allí vivían de la improvisación, lo que era clara herencia de la Madre Patria. Quejarse no aportaba soluciones.

La parcela cubría algo más de tres hectáreas, contenidas en un rectángulo de unos trescientos por cien metros arrimado al bosque. Un terreno enorme que antes fue parte de esa arboleda y cuyo aspecto Polín siempre recordaría. La castigada superficie atestiguaba la dolorosa matanza de árboles centenarios y la desigual batalla habida entre el vegetal y el hierro. Los tractores se habían llevado luego los troncos dejando el suelo como un campo bombardeado. Sobresalían muñones de raíces, todavía con vida, entre restos de broza y hierba, y regueros de aceite chorreados de las máquinas. Era un paisaje desolador, que invitaba a la deserción. Polín miró a su hermano y nunca olvidaría su gesto impávido ni el nuevo e inédito discurso.

—Esta ye una tierra dormida, nuestra tierra. Nunca hemos tenido tanta. No importa cómo ye ahora sino cómo tará cuando la trabayemos. Si antes tenía vida, respirará otra vez. Y si no, daremosle una nueva y ella florecerá con los frutos que deseamos.

Estaba allí plantado, grande y único, destacando de la tierra castigada como si fuera un árbol sobreviviente de la matanza. Era una imagen tan magnífica que Polín notó que se le conmocionaba el alma. Y supo que, pasara lo que pasase, nunca olvidaría ese momento.