Horas más tarde, Thane, Tilly y yo salimos de la comisaría de policía. El pueblo estaba desierto. Habíamos estado un buen rato respondiendo a las preguntas de los dos detectives estatales que se habían presentado en el despacho de Wayne Van Zandt. Wayne se había unido al equipo de rescate, aunque vislumbré un brillo de satisfacción en su mirada al enterarse del fallecimiento de Luna. Me pregunté si algún día sabríamos la verdad de lo que le ocurrió en la cascada. Quizá su amnesia fuera una bendición.
Habían interrogado primero a Thane. Mientras Tilly y yo esperábamos nuestro turno, ella me limpió los arañazos y me curó el corte superficial del hombro con un antiséptico que había robado del botiquín de primeros auxilios. Le pregunté sobre mi madre. Compartió conmigo varios recuerdos en voz baja. Me imaginé a Freya sola y desesperada por encajar en Asher Falls. Una chica que había encontrado consuelo en el jardín de un cementerio.
—¿Y qué puedes decirme de Edward? —continué.
—No pienso hablar de él —refunfuñó Tilly.
—¿Por qué?
—Puede que no estuviera implicado en la muerte de mi niña, pero tampoco hizo nada por tratar de ayudarla.
—Creo que era un hombre débil —opiné—. Su abuelo debía de tenerlo aterrorizado.
Quizá también le asustaba el Mal, pensé para mis adentros.
—Eso no justifica su comportamiento.
—Lo sé.
Pero una parte de mí quería creer que había algo de bondad en el corazón de mi padre biológico. Me negaba a creer que Pell era mi única herencia Asher.
Tilly dejó caer una mano sobre mi hombro.
—No te mortifiques por eso, chica.
—No lo haré.
Pero claro que lo haría. ¿Cómo no hacerlo?
—¿Sabías que Luna era la asesina? —pregunté.
—Todos estuvieron involucrados en su muerte, pero Luna era la única que aparecía en mis sueños.
—Pero guardaste el secreto. Lo has sabido durante todos estos años y…
—No tenía pruebas que apoyaran mi teoría. Además… No quería que nadie descubriera que existías.
—Te quemaste las manos para mantenerme a salvo.
—Hice lo que debía —sentenció. Cerró el botiquín y lo dejó a un lado—. Te daré un remedio natural cuando lleguemos a casa —añadió.
—Gracias.
Después se sentó a mi lado.
—¿Por qué le quitaste el collar a Luna?
—Tenía un pentáculo dibujado en el dorso —contestó—. Tenía que destruirlo.
—¿Se parecía al del peñasco? —pregunté más ansiosa—. ¿Tenía una punta abierta?
Asintió con la cabeza.
—Hay otro idéntico en la biblioteca. Sidra me lo mostró.
—Dime dónde está.
La miré con recelo.
—¿Por qué?
—Haces demasiadas preguntas.
Después de dejar a Tilly en su casa, Thane y yo nos sentamos en la escalera del porche trasero. Había dejado de llover y se respiraba serenidad. No había neblina ni fantasmas planeando sobre el muelle. Tan solo la luz de la luna titilando sobre las aguas tranquilas del lago.
—¿Cómo es posible que la noche sea tan hermosa después de todo lo que ha sucedido? —pregunté maravillada.
—Quizá ya haya acabado —sugirió Thane—. El abuelo está muerto. Igual que Luna. Y Hugh, Catrice, Bryn… han desaparecido. Puede que el Mal se haya esfumado con ellos.
Deseaba creer en sus palabras, pero tras tantos años viviendo rodeada de fantasmas me había convertido en una persona muy precavida.
Sin embargo, el aire transmitía una ligereza distinta. La brisa también había cambiado. Ahora soplaba dulce, fresca, fragante.
De repente me asaltó una idea sombría.
—Estoy preocupada por Sidra. No debería pasar la noche sola.
—Está con Ivy.
—¿Cómo lo sabes?
—Uno de los detectives lo mencionó.
—También estabas preocupado por ella, ¿verdad?
Él encogió los hombros.
—No es más que una niña. Es muy duro perder a una madre.
Incluso cuando ya estaba muerta cuando naciste, pensé. Pero me sentía afortunada de poder contar con mi madre adoptiva.
—¿Qué piensas hacer ahora? —pregunté—. Te has quedado sin casa.
—No te preocupes por mí. Ya me las apañaré.
—Siempre puedes quedarte aquí a dormir, si lo necesitas.
Se quedó mirándome detenidamente durante unos segundos. Me habría gustado saber qué le estaba pasando por la cabeza en ese momento.
—Gracias.
Admiré las montañas; el reflejo de las estrellas brillaba como un sinfín de motas de purpurina. Había un tema del que todavía no habíamos tenido la oportunidad de charlar. La revelación de Pell.
—¿Crees que estaba diciendo la verdad?
—¿Sobre Harper? No lo sé. No quiero ni pensarlo.
—Es imposible que la tenga encerrada en algún sitio contra su voluntad —dije—. No después de todo este tiempo. Ni siquiera Pell Asher podría haberse ido de rositas con algo así.
—Hay una alternativa. Es probable que la abandonara a su suerte —propuso—. En fin, si sigue viva, tengo que encontrarla.
—Lo sé.
—Pero eso no cambia lo que siento por ti —murmuró.
—Pero lo cambiará, créeme.
Se frotó la nuca.
—No sé ni por dónde empezar a buscarla. La mansión Asher ha quedado reducida a escombros, así que he perdido cualquier pista que el abuelo pudiera guardar.
Le cogí de la mano.
—No puedes rendirte así como así; busca entre las ruinas. Haz lo que tengas que hacer, Thane. Pero encuéntrala.
Pensé en la conversación que había mantenido con Pell esa misma noche, pero aún no estaba preparada para compartirla con Thane. La conspiración del anciano solo serviría para complicar más las cosas.
—Alguien más tiene que saberlo —sugerí—. No maquinó el accidente él solito. Seguramente sobornó a gente…, a agentes de policía, al forense, quizás incluso a su abogado. Ahora eres el heredero de la fortuna Asher. Puedes hacer que desembuchen.
Thane hizo un gesto de indiferencia.
—¿Quién sabe qué disposiciones estableció el abuelo en su testamento? Además, tú eres la verdadera Asher. Puedes presentar una queja formal al estado.
—Es toda tuya. No quiero ni un céntimo. Este lugar… —murmuré, y sentí un escalofrío—. Prefiero que seas tú quien gestione el legado de Pell.
—¿Y eso?
—Para aportar algo bueno al pueblo.
Me pareció ver la sombra de una sonrisa.
—Restaurarlo, querrás decir.
Contemplé el lago. Se estaba levantando una espesa niebla.
—Si no es demasiado tarde.
—Nunca es demasiado tarde —puntualizó, y luego me besó.
No esperaba conciliar el sueño en toda la noche, pero fue una de esas veces en que el cuerpo ignora la mente; caí rendida nada más tumbarme en la cama. Thane se había marchado minutos antes porque quería unirse al equipo de rescate, pero me prometió que, si necesitaba descansar, vendría a casa.
No sé cuánto tiempo llevaba dormida cuando oí a Angus levantarse y corretear pasillo abajo. Estaba adormilada y no tenía ni idea de la hora que era, pero el reflejo de la luna seguía titilando sobre el lago. Me quedé inmóvil, escuchando el silencio. Angus se puso a lloriquear en un ruego desconsolado por salir al jardín.
—¿En serio? ¿A estas horas? —murmuré.
Pero Angus no cedió y continuó gimoteando, de modo que me levanté de la cama y me puse una chaqueta sobre el camisón. Caminé hasta la cocina todavía algo soñolienta. Allí estaba, con el hocico pegado al cristal de la puerta trasera.
Me asomé por la ventana. Sobre el agua se extendía una nube de bruma, pero no avisté ningún fantasma.
Tras abotonarme la chaqueta, crucé el porche y abrí de un empujón la puerta de tela metálica. Angus bajó a toda prisa los escalones y corrió como una bala hacia el lindero del bosque. Ladraba desesperado, como si hubiera descubierto algo entre las sombras.
—¿Qué hay ahí fuera? —pregunté tiritando de frío.
Hizo caso omiso de mis advertencias y se adentró en la arboleda. Sin embargo, sabía que no andaba muy lejos porque le oía ladrar. Habría jurado escuchar una voz y, de inmediato, Angus enmudeció.
Me alarmé y no dudé en atravesar el jardín para meterme en el bosque. De pronto, emergió una sombra. Me quedé paralizada. Al principio creí que era Sidra. Llevaba una sudadera negra con capucha que le tapaba el rostro. Pero no tardé en caer en la cuenta de que aquella silueta era demasiado alta para ser Sidra.
—¿Ivy?
Se deslizó la capucha y dejó al descubierto su hermosa melena azabache. Con paso desafiante, se fue acercando al jardín.
El instinto me empujó a retirarme hacia la escalera, aunque la lógica me decía que no tenía razón para temerla.
—¿Dónde está Sidra?
—¿Cómo voy a saberlo? —respondió con expresión huraña. No obstante, hubo un matiz de emoción en su voz que me inquietó.
—Pensaba que estaba contigo.
—Entonces supongo que estará durmiendo en casa.
—¿A qué has venido? —le pregunté confundida.
—A ver a Thane.
Esta vez sí sentí el inconfundible cosquilleo del miedo en la espalda. Recordé todo lo que Thane me había contado sobre esa chica: había habido algunos… incidentes.
—No está aquí —contesté, e hice un gran esfuerzo para no revelar mi nerviosismo.
—Lo sé. Le he visto marcharse.
—¿Dónde estabas?
—Justo ahí —dijo, y señaló el bosque. ¿Dónde se había metido Angus?—. Os he visto juntos —acusó—. Le has besado.
Respiré hondo.
—No es lo que piensas.
—¡Es precisamente lo que pienso! —exclamó. Aquella repentina explosión de ira me dejó de piedra. Se acercó un paso más—. Has estado detrás de él desde el día en que viniste. Te dije que le dejaras en paz, ¿te acuerdas? Te avisé de que nunca escogería a una forastera. ¿Por qué no me escuchaste?
—Ivy…
—Estamos hechos el uno para el otro —aseguró—. Él lo sabe, pero se niega a admitirlo porque tiene miedo a mi padre. Pero, en cuanto cumpla los dieciocho, ya no habrá nada que pueda interponerse entre nosotros, ni siquiera tú.
—Ivy, escúchame —amonesté—. ¿Dónde está Angus? ¿Qué le has hecho? ¿Está herido?
—Dios mío —murmuró poniendo los ojos en blanco. Bajo el pálido resplandor de la luna, no parecía más que una niña—. Ese chucho estúpido es la menor de tus preocupaciones. Pero, tranquila, no le he hecho daño. Tan solo le he dado un tranquilizante, igual que el otro día.
—¿Cómo? ¿Qué significa eso? —pregunté. Y, como por arte de magia, se me encendió una bombilla—. Fuiste tú quien colocó todas esas trampas en el claro del bosque.
—No tuve más remedio —aceptó—. No parecías dispuesta a irte por voluntad propia.
A pesar de estar envueltas por la negrura de la noche, veía a Ivy con perfecta claridad. Su cabellera larga y lustrosa. La curva desdeñosa de sus labios. El brillo de locura en su mirada. Thane tenía razón. Ivy no era como las demás chicas. Era un alma solitaria y necesitada. Quizá por eso Thane había querido mostrarse bondadoso con ella, pero Ivy se había inventado una fantasía que, con el paso del tiempo, había convertido en su realidad.
Si viviera en otra ciudad, habría superado ese encaprichamiento. Pero en Asher Falls… ¿Quién sabe si el Mal se había aprovechado de la debilidad de aquella pobre adolescente? ¿Quién sabe si actuaba por el impulso de una rabia más intensa que la propia?
Una avalancha de terror me abrumó. Por fin lo comprendí. Siempre habría alguien dispuesto a invitar al Mal. Alguien como Pell y Luna, capaces de todo para satisfacer su sed de poder. Y alguien tan desamparado como Ivy. Aquello no había terminado. Y no acabaría hasta que me marchara de Asher Falls.
Cogí aire.
—¿Llevas un tatuaje en el tobillo? ¿Es una estrella con una punta abierta?
Me observaba con detenimiento.
—Te advertí. El día que nos llevaste a casa te dije que te fueras de aquí. Tendrías que haberme hecho caso.
El destello de algo metálico llamó mi atención. Ivy estaba empuñando un cuchillo curvado, muy parecido a los que Luna guardaba en su despacho. Estaba acorralada. Medité la posibilidad de enfrentarme a ella. No era una enclenque. Todos estos años de trabajo físico me habían ayudado a fortalecer los músculos, pero lo cierto era que la navaja le daba cierta ventaja.
Empecé a pensar en qué opciones tenía. No podía meterme en el porche sin darle la espalda. Sabía que podía ganarle la carrera hasta el bosque, pero, si trataba de esconderme entre los árboles, estaría condenada, porque Ivy conocía muy bien ese terreno. Además, no me cabía la menor duda de que había colocado trampas por todos lados.
La única vía de escape era el lago.
Tenía el caminito de piedras justo delante. Si conseguía llegar hasta el agua, podría ocultarme entre la niebla…
Mientras sopesaba mis posibilidades, la jovencita se acercó otro paso más. De pronto, oí algo en el corazón del bosque. Alguien correteaba entre los arbustos. Pensé en Tilly. Ivy también oyó ese ruido. Desvió la cabeza hacia los árboles. Aproveché esa décima de segundo de distracción para salir huyendo hacia el lago. Fue un milagro que no resbalara y me cayera de bruces, porque las piedras estaban húmedas. La neblina se arrastraba por el embarcadero, así que corrí a toda prisa hacia el muelle. Iba descalza, pero, a juzgar por los quejidos de los tablones de madera, daba la impresión de que llevaba mis botas de trabajo.
Por un momento contemplé la opción de subirme a la barquita que estaba amarrada y remar hasta la orilla más lejana. Pero tenía a Ivy pegada a mis talones, así que cuando alcancé el extremo del embarcadero, bajé por la escalerilla y me sumergí en el lago.
El agua estaba helada, pero eso no me amedrentó y empecé a chapotear a ciegas. Estaba aterrorizada. Cuando saqué la cabeza del agua, ideé un nuevo plan. Me adentraría varios metros en el lago y después nadaría hasta la orilla más cercana. Sin embargo, la niebla era mucho más espesa sobre la superficie, y eso me desorientó. Extendí un brazo en un intento de localizar la escalerilla, pero ya me había alejado demasiado.
Estudié mis opciones, pero allá donde mirara me topaba con ese muro blanco. Quise creer que la niebla se había condensado para cobijarme, pero ni siquiera eso me consolaba.
La voz de Ivy se perdía entre la bruma. Nadé varios metros lago adentro y dejé que la neblina y el silencio me engulleran. Respiraba con dificultad y sentía las piernas y los brazos entumecidos por el frío. El camisón era de algodón, y apenas lo notaba, pero la chaqueta de lana pesaba demasiado, y ya no me quedaban fuerzas suficientes para quitármela.
Me quedé escuchando el silencio durante un rato que se me hizo interminable. Oí que algo rozaba los pilones de madera y avisté una ola. Creí que Ivy se había zambullido en el agua, pero enseguida me percaté de que había botado la barquita, porque escuché el sonido de los remos acariciando las aguas. Me alejé a nado de aquel sonido y di media vuelta hacia el lugar donde creía que estaba el muelle.
De pronto, me golpeé el hombro con uno de los pilotes. Alargué los brazos para equilibrarme y palpé una superficie de madera. La borda de la barca. Miré hacia arriba, y la intensa luz de una linterna me deslumbró. Empujé el bote, pero Ivy me golpeó con el remo. Me hundí como una piedra en el agua.
Me fui sumergiendo lentamente hacia las profundidades del lago, con el resplandor de la luna iluminando las aguas. Vi el ángel de Thane intentando rescatarme mientras las campanas me instaban a volver al redil. Pero había otros ángeles. Ángeles de alabastro con las caras cubiertas de algas. Distinguí varias alas rotas desparramadas en el fondo, junto con otros monumentos derrocados y ataúdes antiguos. Y en el corazón de una selva de juncos y algas se erigía la estatua de un niño. Aquel jardín subacuático era precioso a la par que espeluznante. Hasta ese momento no había pensado que quizás hubiera muerto. Eso explicaría por qué veía todo lo que me rodeaba con tanto detalle: los chapiteles góticos de los mausoleos, las lápidas a medio enterrar. Incluso podía leer algunos de los apellidos: FOUGERANT, HIBBERD. Y, grabado en tres lápidas diminutas: MOULTRIE.
Sin previo aviso, todo se volvió gris y borroso. Ahora tan solo me acompañaban sombras, fantasmas y una colección de criaturas que pertenecían a ambos mundos y a ninguno al mismo tiempo. Abominaciones con miradas ardientes y rostros primitivos.
De pronto, una de esas bestias salió de la penumbra. La reconocí de inmediato. Era aquella asquerosa monstruosidad que había visto en el cementerio, la misma que se había escurrido por debajo de la valla como una serpiente y se había arrastrado entre los matorrales como una araña. Pero ahora, en su reino, no parecía en absoluto repugnante, sino una criatura ancestral y marchita.
Me di cuenta de que ya no nadaba entre las profundidades del lago, sino en una especie de paisaje de ensueño. Aquel ser estaba ante la entrada de una cueva… o de una tumba. Tras él solo había oscuridad, un vacío negro que rezumaba muerte. Tenía ese hedor pegado a la ropa, a la piel. ¿Quién era? ¿Qué era?
Procuré rodearle para asomarme por aquel agujero, pero no parecía dispuesto a dejarme pasar. Levantó una mano retorcida y me hizo retroceder. Pero logré vislumbrar algo en la tumba que trataba de ocultar. Algo hermoso y brillante. El aura frágil del fantasma de una niña.
¿Sería la hija de Devlin?
La pequeña, desesperada, me hacía señas para llamar mi atención. Sentía el irreprimible deseo de ir junto a ella.
De repente, noté que algo tiraba de mí en la dirección opuesta. Una vez más me encontré atrapada en el juego de la cuerda. El guardián se hizo a un lado. Era inútil que tratara de guiarme o protegerme. La decisión dependía solo de mí.
Cuando por fin alcancé la mano de aquella niña, surgió una zarpa de la tumba y me agarró por la muñeca. Observé el semblante de algo ancestral que exhalaba el aliento fétido del Mal…
A pesar de apalear el brazo que ahora me sostenía por el cuello, me sentía en un limbo de paz y calidez. La misma sensación de regocijo de un bebé acunado entre los brazos de su madre.
Todavía hoy no consigo explicarme cómo sobreviví. Quizás estuve al borde de la muerte, pero el deseo de vivir es un instinto poderoso, incluso para alguien que nació en el otro lado. Incluso para los fantasmas.
No recuerdo haber nadado hasta la superficie ni resucitar.
Cuando abrí los ojos, vi a tres personas observándome.
Me explicaron que Thane, agotado, decidió regresar a la casa de Covey para descansar. Una terrible pesadilla había despertado a Tilly. Por su parte, Sidra, que por lo visto sospechaba de su mejor amiga, la había seguido hasta allí. Pero Ivy se había desvanecido.
Tenía la vista borrosa y sus voces no eran más que ecos lejanos.
—Amelia, ¿puedes oírme?
—Te ha resucitado, muchacha.
Y de pronto noté los labios fríos de Sidra susurrándome al oído:
—Vi tu fantasma.
Ladeé la cabeza. El fantasma de Freya estaba suspendido sobre el muelle. No hizo falta que me lo dijera; sabía que había ayudado a Thane a sacarme de aquel abismo. Había venido a despedirse.