Las luces de una patrulla de policía nos pillaron por sorpresa. Las encontramos tras tomar una curva. Aparentemente, alguien había conseguido establecer conexión telefónica. Tal vez hubiera habido un accidente. No habría sido extraño dado el tiempo que hacía. Pero a medida que nos fuimos acercando, advertí las luces de emergencia que parpadeaban sobre una barrera que la policía había colocado en mitad de la carretera.
Un agente se aproximó al coche y Thane bajó la ventanilla.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—La lluvia ha inundado el puente —informó el agente, que se subió el ala del sombrero para echar un vistazo al interior del coche—. No podrá pasar por ahí, al menos hasta mañana. El río ha crecido demasiado.
—Tenemos que llegar a casa —insistió Thane—. Mi abuelo es un inválido.
—Pero no está solo, ¿verdad?
—No sé si hay alguien con él, por eso tengo que pasar.
—Si amaina la lluvia, el agua empezará a recular dentro de pocas horas. La carretera estará despejada por la mañana.
Se acercó otro agente.
—¿Algún problema?
—Ninguno —contestó Thane—. Nos gustaría ir a casa, eso es todo.
—Lo siento, pero esta noche no podrá ser. Si intenta cruzar el puente, la corriente del río se lo llevaría por delante. Les aconsejo que busquen un lugar donde pasar la noche. Manténganse alejados de estos despeñaderos. En varias zonas del condado se han producido aludes de barro. Diversos testigos aseguran haber visto pedruscos del tamaño de un coche rodando por la carretera. Tras una tormenta como esta es cuestión de tiempo que las crestas de las montañas empiecen a desmoronarse.
—Gracias.
Thane dio media vuelta y se marchó por donde había venido. En cuanto tomamos la curva, aparcó el coche en la cuneta.
—¿Por qué no les has dicho lo que ha ocurrido? —le pregunté, un poco inquieta.
—Porque no quería que me avasallaran con todo tipo de preguntas. Voy a subir a casa —declaró—. Después, puedes contárselo tú misma, o irte a casa y esperarme. Haz lo que quieras.
—Pero… ¿cómo piensas cruzar el arroyo?
—Hay otro puente a unos setecientos metros. Cruzaré por ahí.
—Thane, es una locura. ¿Por qué no esperas hasta mañana para hablar con él?
—No es eso —murmuró. Empezó a tamborilear los dedos sobre el volante—. Tienes razón, es una locura. Ahora que sé la verdad le mataría con mis propias manos, créeme. Ese tipo me lo arrebató todo. Pero no tengo agallas de dejarle ahí, postrado en esa silla de ruedas.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Quedarte con él hasta que pase la tormenta? ¿Después de todo lo que has descubierto esta noche? Es una idea terrible. ¿Y si el tiempo empeora? Os podríais quedar atrapados e incomunicados varios días.
—Por eso tengo que ir a buscarle. Mi abuelo tiene un viejo todoterreno que solía utilizar para salir de caza. Si las cosas se ponen feas, lo arrancaré para bajar la ladera.
—Pero ya has oído a los agentes. El río ha crecido mucho. No podrás cruzarlo, ni siquiera con un todoterreno.
Thane estaba furioso.
—Entonces conduciré hasta donde pueda y cargaré con él el resto del camino. No espero que lo entiendas. Ni siquiera yo logro entenderlo. —Se quedó en silencio—. Por favor, vete y deja que haga esto.
Miré por el espejo retrovisor. Las ventanas de la mansión Asher estaban iluminadas. Podía imaginarme a Pell Asher allí arriba observando su imperio mientras la montaña se iba derrumbando a su alrededor. No me gustaba admitirlo, pero yo tampoco tenía el coraje de abandonarle a su suerte.
—Te acompañaré.
—No —espetó con determinación—. Es demasiado peligroso. Coge el coche y márchate. Esto no es asunto tuyo.
—Sí, sí lo es. Además, si Pell está solo, necesitarás mi ayuda. No puedes cargar con él tú solo, y lo sabes. Así que vamos.
Abrí la puerta y me bajé del coche. Él rodeó el deportivo y me sujetó por los brazos.
—¿Estás segura de esto?
—Sí. Vamos. Quiero acabar con esto lo antes posible.
Lo que pasó aquella noche fue, cuando menos surrealista, pero no me di cuenta de ello hasta días más tarde. Repasé una y otra vez lo ocurrido en un intento de hallarle una lógica, un sentido. No conseguía explicarme por qué había decidido poner mi vida en peligro por un hombre que jamás había mostrado la más mínima consideración por mí. Un hombre que había destruido vidas ajenas y se había ofrecido a encubrir la muerte de una muchacha para proteger a su hijo y el apellido de la familia. Un hombre que había inundado un cementerio y, con ello, había abierto una puerta terrible. Un hombre que había recibido el Mal con los brazos abiertos y lo había invitado a entrar en mi vida.
Y a pesar de eso ahí estaba, caminando arduamente por la orilla del río. La lluvia nos calaba hasta los huesos y teníamos los zapatos llenos de fango. El peso del barro, de la tormenta y de mis propios pensamientos se me hacía insufrible. Por suerte, Thane cogió el ritmo y no tuve más remedio que concentrarme en seguirle. Nos habíamos sumergido en un bosque oscuro y lúgubre. Además del constante goteo de la lluvia, oía mi propia respiración rasgada. No jadeaba por agotamiento, sino por los nervios y las emociones contenidas de las últimas horas. Todo había pasado demasiado deprisa. Me sentía como si me hubieran dado una paliza y veía el peligro en todas partes.
Thane me miró por encima del hombro.
—¿Estás bien?
—Sí.
No quería perderme, así que andaba pegada a él. De vez en cuando miraba las lucecitas que titilaban en la cima de la colina. Visualicé a Pell Asher detrás de aquel ventanal, regio, desafiante y contumaz, a pesar de estar recogiendo los amargos frutos de lo que había sembrado.
Thane señaló hacia delante.
—El puente está justo ahí.
Entre resbalones y tropiezos, avanzamos por la orilla del río. El corazón me dio un vuelco cuando vi el puente, poco más que unos tablones de madera mal colocados y un endeble pasamanos. El agua corría a tan solo un palmo del puente. Con suma cautela, lo empezamos a cruzar en fila india. Cada vez que el río me salpicaba, contenía la respiración. En cualquier momento podía perder el equilibrio y verme arrastrada por la espuma hasta las rocas. Así que me concentré para no patinar.
Conseguimos llegar al otro lado sin percances. Tras pasar la orilla, trepamos por una ladera rocosa que nos condujo hasta la carretera. La ruta debería haber sido mucho más fácil por el asfalto, pero la pendiente era muy pronunciada y el viento soplaba en contra, de forma que ascender por ahí fue todo un calvario. Deseaba acabar con aquello para poder irme a casa y darme un buen baño de agua caliente. Me moría de ganas por dejar atrás esa noche infernal.
De repente, cuando apenas unos metros nos separaban de la mansión, oí un sonido que sonó como un balazo.
Agarré a Thane por el brazo.
—¿Qué ha sido eso?
—No lo sé.
Nos quedamos observando la casa y oímos otro estruendo. Y después un tercero. Por un momento me imaginé a Pell disparándonos desde uno de los balcones superiores.
—Jesús. La casa debe de estar desplazándose de los cimientos. Las vigas se están partiendo.
Me cogió de la mano y salimos disparados hacia el jardín. Había dos coches aparcados en la plazoleta.
—Bryn y Catrice están aquí —informó—. Me pregunto si estarán esperando a Luna.
—Pues se van a llevar una sorpresa —farfullé.
La escalera del porche se había desprendido. Daba la impresión de que toda la estructura vibrara, así que cruzamos ese agujero de un salto.
Dentro, los sonidos de la tormenta se mezclaban con los crujidos y los gemidos de la madera antigua. Las gotas de lluvia se filtraban por el techo y calaban el papel pintado que adornaba las paredes. El suelo estaba repleto de charcos, pero era evidente que las goteras eran viejas. Las luces parpadeaban. A medida que se iban abriendo grietas, se oía un chisporroteo eléctrico que no anunciaba nada bueno. Estábamos en lo que antaño había sido un vestíbulo elegante y opulento. La casa se estaba viniendo abajo.
Thane se puso a gritar el nombre de su abuelo, de mi abuelo, mientras revisábamos cada una de las habitaciones. La mansión rechinaba y se lamentaba como si hubiera cobrado viva propia. Sentí el terrible peso de una oscura emoción sobre los hombros.
—Si ves una estrella de cinco puntas, destrúyela —ordené.
—Te doy mi palabra.
Se había soltado un azulejo del techo; el chorro de agua empapaba la gigantesca mesa de caoba donde habíamos cenado la noche que había anunciado mi hallazgo en la cima de laureles. Me daba la impresión de que había pasado una eternidad desde aquella velada.
—¡Abuelo! —chilló Thane.
—¡Estamos aquí! —respondió Hugh.
Todos se habían reunido en la salita donde tan solo unas noches antes habíamos tomado una copa. Y desde donde Pell Asher había urdido su plan.
Estaba sentado en la silla de ruedas, frente a la ventana, tal como había imaginado. Ni se molestó en girarse cuando Thane deslizó la puerta corredera.
Al entrar en la sala percibí el grito ahogado de Catrice, que parecía sorprendida y asustada. Bryn, en cambio, me miraba desafiante, furiosa. Y Hugh, apoyado sobre la chimenea, tenía los ojos clavados en su copa.
—¿Dónde está el personal de servicio? —preguntó Thane—. Tenemos que irnos de aquí. La casa se está derrumbando.
—Los criados se marcharon hace horas —dijo Hugh—. Solo quedamos nosotros.
—¿Y por qué seguís aquí? —quise saber.
—¿Dónde más íbamos a ir?
—A algún lugar seguro —propuse.
Él se encogió de hombros.
—Siempre hemos estado a salvo entre estas cuatro paredes.
—Ya no —dijo Thane.
Catrice, la única que parecía nerviosa, dio un paso hacia delante.
—Esperamos demasiado. Cuando quisimos irnos, nos enteramos de que el puente estaba inundado y cerrado al tráfico. Por cierto, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
—A pie.
—Entonces estáis atrapados, como nosotros.
—No del todo —murmuró Thane—. Pienso llevarme al abuelo en el todoterreno.
Eso llamó la atención de Hugh.
—¿El todoterreno? Lleva ahí aparcado varios años. Se habrá quedado sin batería.
—No hace mucho logré arrancarlo para dar una vuelta —rebatió Thane—. Tiene batería, así que nosotros nos vamos. Haced lo que queráis.
—¡Pero no puedes abandonarnos! —lloriqueó Catrice.
—Podéis acompañarnos —propuso él—, pero antes quiero advertiros de que a estas alturas los ayudantes del sheriff del condado ya se habrán enterado de lo ocurrido. Estoy seguro de que querrán haceros varias preguntas sobre el asesinato de Freya Pattershaw, así que quizá prefiráis quedaros aquí para preparar el interrogatorio.
—Si hubieras mantenido el pico cerrado, nada de esto habría salido a la luz —regañó Bryn.
—Habría salido de todas formas, cuando encontraran el cadáver de Luna —dijo.
Catrice hundió la cara entre sus manos y se echó a llorar.
Hugh se tomó la copa de un sorbo.
Bryn, por otro lado, me miraba con desprecio.
—Luna tenía razón. Amelia es una amenaza para todos. Nada de esto habría ocurrido si no hubiera venido a Asher Falls.
Thane cruzó la sala como un rayo y la agarró por el brazo.
—No te atrevas a culpar a Amelia de esto. Vosotros sois los únicos responsables. Y pienso asegurarme de que todos acabéis entre rejas por cómplices de asesinato —dijo. Luego se giró hacia Pell y añadió—: Incluido tú, viejo.
Pero Pell no reaccionó al desafío de su nieto.
Thane se acercó al enorme ventanal y se colocó a su lado.
—Mataste a mi madre y después a Harper porque suponían una amenaza para tu proyecto.
Pell hizo un gesto de desdén con la mano.
—Ratas de alcantarilla, las dos.
Thane apretó la mandíbula.
—¿Cómo te atreves a decir eso?
El anciano alzó la cabeza.
—¿Cómo te atreves a hablarme en ese tono? Si no fuera por mi generosidad, estarías viviendo en la calle.
—¿Generosidad? Asesinaste a mi madre y a mi prometida, ¿y te crees generoso?
—Edward estaba mejor sin ella. Le mantuvo alejado de su hogar, de su familia, durante años. Por su culpa, Edward me despreciaba.
La expresión de Thane se había vuelto más pasiva, como si la rabia del anciano le hubiera relajado.
—Ella no tuvo nada que ver, fue culpa tuya y solo tuya —dijo, y se inclinó sobre la silla de ruedas—. Tendrías que haber oído cómo hablaba Edward de ti… Solo tenía palabras de odio.
—¡Cállate! —exclamó Pell—. Cierra esa boca, muchacho. Puedo quitarte todo lo que te he dado con tan solo chasquear los dedos.
Thane se irguió.
—Siempre te has encargado de que no se me olvide, ¿verdad? Pero si siempre he sido tan intrascendente para la familia, ¿por qué me arrebataste a Harper? ¿Qué más te daba con quién me casara?
Otro gesto de indiferencia.
—Esa jovencita solo te habría traído problemas. Habrías tenido una vida miserable a su lado.
—¿Y por eso acabaste con ella?
Pell Asher se quedó callado, pero sonrió con cierta astucia.
—Nunca he dicho eso. La chica sigue viva.
Thane le lanzó una mirada de incredulidad y luego explotó de ira. Jamás había visto a nadie tan enajenado. Antes de que pudiera decir algo que le tranquilizara, agarró la silla de ruedas para que su abuelo le mirara a los ojos.
—¿De qué estás hablando? ¡Contéstame!
—Ya me has oído. Harper Sweeney no está muerta.
El joven se tambaleó, como si escuchar aquello hubiera sido igual que una bofetada.
—Estás mintiendo. Identificaron su cadáver. Hubo una autopsia, se celebró un funeral. Es imposible que esté viva. No después de todo este tiempo. Lo habría sabido.
—Tú no sabes nada —interpuso Pell con tono despectivo—. Lo aceptaste sin hacer una sola pregunta. Un verdadero Asher habría insistido en ver el cadáver con sus propios ojos.
Thane, que respiraba entre jadeos y tenía los puños cerrados, seguía sin creer las palabras de su abuelo.
—Mientes. Todo esto no es más que una farsa. Te encargaste de que la mataran, y ahora estás intentando encubrir las pistas que puedan inculparte.
—Muerta no me servía de nada. Pero viva… —murmuró, y deslizó la mirada hacia mí.
—Podría utilizarla —finalicé.
Los ojos de aquel anciano titilaron, como si hubiera dado en el clavo.
—¿Utilizarla para qué? —quiso saber Thane.
—Para obligarte a hacer lo que se le antojara —expliqué sin despegar la vista de mi abuelo—. ¿Me equivoco?
Esbozó una sonrisa que me puso la piel de gallina.
—No somos sus marionetas —protesté enfadada—. No puede controlar nuestra vida ni decidir con quién queremos estar.
—Ya lo he hecho —afirmó.
—Si sigue con vida, ¿dónde está? —preguntó Thane con voz rasgada.
—En un lugar donde jamás la encontrarás —sentenció Pell.
—¿Dónde está?
No llegué a tiempo de detenerle. Se abalanzó sobre su abuelo y le cogió por el cuello. Catrice se puso a chillar y me pareció oír a Hugh soltar un juramento, pero de inmediato vino a ayudarme.
—¡Thane! ¡Para! ¡Suéltalo! —grité.
Al fin, y tras un breve forcejeo, Thane se rindió y apartó los dedos de la garganta del viejo. Dejó caer las manos y se retiró. Tenía una mirada salvaje, casi demente.
—¡Echadlo de aquí! —ordenó Pell, aferrándose al apoyabrazos de la silla de ruedas—. ¡Marchaos! ¡Marchaos todos! Necesito un momento a solas con mi nieta.
—Ni en sueños, viejo —dijo Thane, que ya había recuperado el control—. Me llevo a Amelia de aquí. Esta casa está a punto de venirse abajo.
—Los cimientos de nuestra mansión se levantaron sobre esta montaña hace más de doscientos años —anunció Pell con arrogancia—. Y permanecerán aquí por los siglos de los siglos. Y ahora, fuera todo el mundo.
—No pasa nada —le susurré a Thane—. Deja que hable con él.
Esperé a que todo el mundo se marchara para colocarme frente a la silla de ruedas, pero no estaba dispuesta a concederle la satisfacción de arrodillarme ante él.
—¿Dónde está Harper? No puede seguir escondiéndoselo. Debe decírselo —rogué.
—¿De veras quieres verlo en los brazos de otra mujer?
—Thane me importa, y quiero que sea feliz.
Hizo una mueca de desagrado.
—Qué noble.
—¿No se da cuenta de lo que ha hecho? Se lo ha quitado todo. Incluso su tranquilidad. Usted sabe que su nieto no se dará por vencido.
—No la encontrará.
—Entonces, ¿para qué decírselo? ¿Para atormentarle?
Pell alcanzó un libro que había sobre la mesa. Era el mismo volumen de cubierta de cuero que tenía entre las manos la noche en que le conocí. Rozó el emblema dorado de la tapa con la yema de los dedos.
—Os he visto juntos. Es evidente que os sentís atraídos el uno por el otro. Tú no quieres dejarte llevar, quizá porque sigues anclada en el pasado, porque todavía no has conseguido olvidar al detective de Charleston.
Ahogué un grito.
—¿Cómo se ha enterado de eso?
—Lo sé todo sobre ti, querida. Hace años que sigo cada uno de tus movimientos —reveló, y me ofreció el libro—. Echa un vistazo.
Pasé las páginas, horrorizada. No había escatimado en nada. Había fotografiado y había catalogado cada etapa de mi vida con una meticulosidad sobrecogedora. Instantáneas donde aparecía paseando por el cementerio de Rosehill. Fotografías con mi padre. Con Devlin. Me temblaba todo el cuerpo.
—Eres la última de los Asher —anunció—. La estirpe depende de ti.
—¿Y qué tiene eso que ver con Harper?
—La llave de su libertad está en tus manos, Amelia.
Cerré el libro.
—¿A qué se refiere?
—El día que des a luz a mi primer bisnieto, Harper Sweeney quedará libre.
—Lo dice como si la mantuviera encerrada, pero creo que miente como un bellaco. Ni siquiera alguien como usted puede ser tan cruel.
—Tú misma has dicho que mi nieto te importa. Que solo quieres su felicidad. ¿O acaso tus palabras estaban vacías? —se burló.
—Cree que puede jugar a ser Dios con la vida de la gente, pero está muy equivocado.
—Somos los Asher —espetó—. Aquí, somos Dios. Siempre lo hemos sido en estas tierras. No te hagas la tonta, sabes muy bien de lo que estoy hablando. Lo has sentido. Habita en tu interior. Acéptalo.
—¿Como hizo usted? ¿Como hizo Luna?
—Ah, Luna —dijo, como si escupiera su nombre—. Ya era hora, por cierto. Los otros dos parásitos pueden reunirse con ella en el Infierno. Pero tú… —murmuró, y me cogió del brazo. Procuré soltarme, pero me agarró con más fuerza. Sentía sus dedos esqueléticos presionándome el antebrazo—. Tienes más poder que todas ellas juntas, la oportunidad de empezar una nueva dinastía.
Al fin logré zafarme de él.
—No, gracias.
Endureció la mirada.
—Mi legado jamás desaparecerá, muchacha. Tus hijos y tus nietos serán Asher. Sentirán un imán hacia este lugar, como tú. Estarán conectados por sangre y por tierra, como tú. Lo notarán en el viento, como todas las generaciones de Asher. Y alguno de ellos lo aceptará.
Me estremecí.
—¿Y si no tengo descendencia?
—La tendrás, por el bien de Thane y de Harper. Y también por tu propio bien. Es tu destino.
De repente, Thane entró en la salita.
—Tenemos que irnos.
Miré a Pell Asher.
En silencio, el anciano se deslizó de nuevo hacia el ventanal.
Thane consiguió arrancar el todoterreno a la primera. Los dos nos giramos para mirar por última vez la hermosa fachada de la mansión. No pude resistir la tentación de comprobar el balcón superior, donde había pillado a Pell Asher observándonos la noche que Thane me besó por primera vez. Ese día ya sabía quién era. Sin duda se habría sentido muy satisfecho de que su plan estuviera marchando tal como había ideado.
Apreté el libro contra el pecho.
—¿Y los demás? —pregunté.
—Es su elección —contestó—. O se quedan aquí, o se enfrentan a la policía.
—Difícil.
—Es más de lo que merecen.
Justo en ese momento, el tendido eléctrico se partió y un cable se quedó chisporroteando sobre la acera mojada. Un segundo más tarde, todos los cristales de la mansión se hicieron añicos. La colina estaba cediendo bajo nuestros pies. El vehículo empezó a sacudirse con violencia. Me sujeté al asiento para evitar volcar. Thane trataba de controlar el volante, y por fin empezamos el descenso. Eché un vistazo por el retrovisor. La casa se había separado de los cimientos y se estaba desmoronando por momentos.
—Thane…
Miró de reojo.
—Ya lo veo.
—¿Puedes ir más rápido?
Sabía que la casa no nos alcanzaría. Ese no era el problema, sino la idea de que la mansión de Pell Asher nos persiguiera colina abajo.
—¡Agárrate bien! —gritó Thane justo antes de que chocáramos contra un pedrusco que había aterrizado justo delante de nuestras narices.
El frenazo me propulsó hacia el parabrisas, pero el cinturón de seguridad evitó que saliera disparada por el cristal.
Thane rebuscó la llave y procuró volver a arrancar el motor. Pero no pudo. La casa se cernía sobre nosotros.
—Oh, Dios mío…
—¡Salta!
Salimos del vehículo de un brinco y bajamos rodando por la ladera cubierta de fango. Cuando llegamos al arroyo, el agua había inundado la pasarela. Aquella estructura endeble se balanceaba de un lado a otro. El agua nos mojaba los tobillos. No solté el pasamanos ni el libro del abuelo, hasta haber cruzado el río. Durante el breve trayecto, ni siquiera respiré.
Luego, los dos nos giramos al mismo tiempo. La casa Asher se había desplomado en la falda de la montaña.