Capítulo 37

Tilly, Tilly, ¿estás bien? —balbuceé.

—Estoy bien, chica. ¿Y tú? —preguntó con ansiedad. Su silueta se veía diminuta sobre el peñasco. Diminuta pero fiel.

—Bien, pero estaba preocupadísima por ti. Fui a tu casa y, cuando vi toda esa sangre en el cuarto de baño…, pensé en lo peor.

—Me estaba tomando un té y me resbaló el vaso de las manos. Me corté el dedo. No me dio tiempo a limpiarlo porque sabía que estabas en un aprieto y tuve que salir rápido para salvarte.

—Pero… vine aquí a buscarte. Cuando Catrice me explicó lo que le ocurrió a Freya…

De repente, la mirada de Tilly se tornó gélida.

—¿Dónde viste a Hawthorne?

—Me siguió hasta tu casa.

—¿Y la dejaste entrar en mi casa? —susurró con tono acusatorio.

—No. Apareció allí sin avisar.

—Sabía que tendría que haber plantado más romero —farfulló.

Miré a Thane. Se había hecho a un lado para dejarnos un poco de intimidad. Bajo las estrellas, tenía el aspecto de un tipo alto, oscuro y muy atractivo. Y fiel.

—¿Qué quería esa mujer? —preguntó Tilly.

—Estaba muy nerviosa. Que yo estuviera viva demostraba que Freya no falleció en el incendio. Oh, es una larga historia —dije, y suspiré—. Pero tú ya la conoces. Me dijo que corrías un grave peligro, y que la policía no llegaría a Asher Falls hasta pasadas varias horas, así que vine aquí para… rescatarte —añadí, aunque no sonó muy convincente.

Se le oscureció la mirada.

—Pues fue una insensatez por tu parte. Podrían haberte matado.

—Y a ti también. Pero eso ya no importa. Estamos a salvo. Y ahora sé la verdad —murmuré.

Me cogió de la mano y la apretó. Luego se giró hacia Thane y le preguntó:

—¿Cómo supiste que Amelia estaba aquí?

Él se dio media vuelta y vislumbré los arañazos que le había dejado en la cara, lo que me recordó aquella siniestra oscuridad que nos había hechizado en Thorngate. La misma oscuridad que había empujado a Luna a la perdición.

—Vi su coche en el cementerio —respondió—, atravesé la cima de laureles y la llamé varias veces, pero no me contestó.

¿Había algo de recriminación en su voz?

—¿Y qué habrías hecho si la hubieras encontrado a tiempo? —exigió saber Tilly.

—Todo con tal de salvarle la vida.

—Incluso…

—Sí.

Tilly asintió.

—A fin de cuentas, has sido tú quien la ha salvado, ¿no?

Sentí un nudo en la garganta. Miré a Thane, pero, por lo visto, tenía la mente en otros asuntos.

Tilly me agarró por el brazo.

—Apartémonos del borde de este peñasco, chica. Me da la sensación de que se va a derrumbar en cualquier momento.

Tenía razón. El margen se estaba erosionando. Eso no podía ser buena señal. Entonces oí un ladrido. Se me encogió el alma. Angus seguía en la cueva. Si las paredes se desmoronaban, se quedaría allí atrapado para siempre.

Sacudí a Thane para sacarle de su ensimismamiento.

—Dijiste que había un camino. ¿Puedes mostrármelo?

—Por aquí.

Descendimos rápidamente. Cuando alcanzamos la boca de la cueva, no pude evitar mirar de reojo el cuerpo sin vida de Luna. No podía soportar esa imagen, aunque Tilly no parecía tener los mismos reparos. Espantó las aves carroñeras y se inclinó para arrancar la cadena plateada del cadáver. Por el rabillo del ojo vislumbré la piedra lunar.

—No deberías acercarte al cuerpo —avisó Thane—. Tendremos que avisar a las autoridades.

Tilly ignoró la sugerencia y continuó observando aquella piedra como si estuviera embrujada.

Me asomé por la abertura y llamé a Angus.

—Me he metido en esta cueva decenas de veces —dijo Thane—, y nunca me di cuenta de que estuviera conectada con otra cueva. Si Angus se ha colado por ese pasadizo, ten por seguro que sabrá encontrar la salida.

Y, justo en ese preciso instante, apareció trotando hacia mí. Me restregó su hocico frío y húmedo por las manos en un gesto de cariño y alegría infinita. Seguía un tanto desconcertada por cómo se había comportado hacía un rato, pero me negaba a creer que la oscuridad se había metido en él. Si hubiera querido hacerme daño, me habría seguido por los túneles de laureles. Sin embargo, optó por obligarme a huir del asesino, y quizá también de sí mismo.

Tilly miraba fijamente el despeñadero, el pentáculo que ahora lucía otra punta abierta. Me fijé en que movía los labios, pero no logré descifrar lo que había dicho. Después, arrojó la piedra lunar hacia la estrella. La gema se hizo añicos al golpearse con el muro de piedra. De repente, la tierra empezó a temblar.

—¡Sal de ahí! —chilló Thane, que enseguida cogió a Tilly y la apartó del claro. Un segundo más tarde, los salientes se desprendieron y cayeron al suelo.

No tardamos en marcharnos de allí. Corrimos a toda prisa por el bosque, en dirección al cementerio. Thane iba a la cabeza, y tanto Tilly como yo hicimos todo lo posible por seguirle el ritmo. Apenas había musitado palabra, lo que empezaba a preocuparme. Él también había oído lo que Luna había dicho sobre su madre y Harper. Tras varios metros me percaté de que la distancia que nos separaba era cada vez mayor. Entonces adiviné qué se proponía. Tenía prisa por llegar al coche porque no podía esperar un segundo más a reunirse con Pell en la mansión de los Asher.

Angus se quedó en la retaguardia, con Tilly. Alcancé a Thane. Sabía cómo era, y me asustaba pensar en cómo reaccionaría si su abuelo admitía los crímenes. Así que corrí tras él por esos bosques embarrados. Cuando llegué al cementerio, fui directa hacia su deportivo.

Thorngate estaba bañado por el tenue resplandor de la luna. Los ángeles Asher destacaban sobre los demás monumentos. Se alzaban orgullosos, desafiantes, casi con ademán divino. Reconocí algunos de mis rasgos en aquellos rostros, y sentí un escalofrío.

Thane se deslizó tras el volante y cerró la puerta de golpe.

—¿Qué demonios haces?

—Te acompaño.

—Ni siquiera sabes adónde voy.

—A casa de tu abuelo —contesté—. ¿No crees que deberíamos llamar antes a la policía?

—Es imposible. No hay cobertura.

—¿Cómo estás tan seguro? Ni siquiera lo has comprobado.

—Porque intenté llamar antes. Las torres más cercanas se han desconectado por la tormenta. Tendremos que contactar con comisaría desde la casa Asher.

—Pero no vamos allí por eso, ¿me equivoco?

Se pasó una mano por el pelo.

—Deberías irte a casa, con Tilly. No va a ser una charla muy agradable.

—No creo que debas enfrentarte a tu abuelo solo.

—No voy a matarle, si eso es lo que te preocupa. Aunque lo haría encantado.

Puse una mano sobre su brazo.

—No merece que te encierren en la cárcel. No eres así, Thane.

Arrancó el motor y giró el volante sin decir palabra.

Al llegar a la carretera principal de la isla, la luna se escondió tras unos nubarrones y el paisaje quedó sumido en una negrura absoluta. Apenas se distinguía la silueta de los pinos sobre el tapiz de montañas y estrellas. Unos goterones empezaron a salpicar el parabrisas. La cuneta rebosaba de agua.

Pese a que la carretera estaba húmeda y resbaladiza, Thane pisó el acelerador. Me tomé unos segundos para estudiar su perfil. Casi podía palpar su ira, un pasajero inoportuno que coqueteaba con el peligro. Tomó una curva sin apenas frenar. Ese volantazo me dejó sin respiración y anclada al asiento.

De pronto, se giró y me fulminó con la mirada.

—Me oíste que te llamaba cuando estabas en la cima de laureles, ¿verdad? ¿Por qué no me contestaste?

Aquella tampoco iba a ser una conversación agradable, pensé.

—Estaba asustada.

—¿De mí? ¿Por qué?

—Por algo que Catrice me había contado.

—¿Qué te dijo?

De forma distraída, empecé a acariciarme el brazo.

—¿Recuerdas el día que la llevé a casa? Te comenté que me había dado la impresión de que todas se habían reunido en su estudio para espiarme, y que no podía dejar de pensar que había venido a Asher Falls por un motivo.

—Lo recuerdo.

—Ese mismo día, sentados en el porche trasero, me miraste como si hubieras visto un fantasma. Te pareció ver a otra persona, pero alegaste estar soñando despierto.

Frunció el ceño.

—Sí, ¿y?

—¿A quién viste?

Una pausa.

—A Edward.

—Así que lo sabías.

—Lo supuse. Tenías esa expresión de lejanía en tu mirada y sostenías la cabeza de un modo muy particular. Eras el vivo retrato de Edward.

—¿Me parezco a él?

—Quizás ahora mismo no, pero ya me había dado cuenta antes. Aquel día, en el cementerio, cuando nos pusimos a hablar de los ángeles…, uno de ellos me recordó a ti. En ese momento no le di más importancia, pero después empecé a atar cabos. Tu asombroso parecido con mi padrastro. Tu insistencia en que habías venido a Asher Falls por una razón.

—¿Lo sospechaste el día que nos conocimos en el ferri?

—Te reconocí por una fotografía que había visto en el periódico —dijo—, pero no te relacioné con Edward hasta más tarde. ¿Por qué lo preguntas?

—Catrice me aseguró que lo sabías desde el principio. Según ella, Pell y tú os las habíais ingeniado para traerme hasta aquí para que pudieras seducirme. Porque soy su última esperanza de continuar con el linaje familiar.

Thane se quedó pálido.

—¿Y la creíste?

—No quería, pero tenía miedo. Tilly había desaparecido, y Catrice acababa de revelarme la verdad sobre el asesinato de Freya. No podía asimilar todo eso y pensar con claridad… —murmuré—. Espero que entiendas que su acusación me diera que pensar.

—¿Qué dijo? —preguntó sin alterar la voz.

—Ya te lo he explicado…

—Quiero saber qué dijo palabra por palabra.

—Según ella, harías cualquier cosa para consolidar tu posición en la familia Asher; dijo que incluso te cortarías el brazo derecho para darle a tu abuelo un heredero.

—Ya veo —murmuró, sin despegar los ojos de la carretera—. Catrice lleva algo de razón en eso, no voy a negarlo. Pero de ahí a pensar que te haría daño…, a dudar de si aceptar mi mano cuando estabas a punto de despeñarte… —Soltó un suspiro—. Me cuesta comprenderlo, la verdad.

—Lo siento —me disculpé, y me giré hacia la ventanilla. Tras el cristal, las sombras de la noche pasaban volando a mi lado—. Pero quizá sea para mejor.

—¿Por qué?

—Por quién soy.

Otra pausa.

—Es por lo que sucedió aquella noche, ¿verdad? Dijiste que tú le habías permitido entrar.

—Por lo visto, todo empezó la noche en que nací. Freya Pattershaw era mi madre.

—Entonces, ¿Freya y Edward…?

Le miré. Volví a fijarme en las marcas que le había dejado en la mejilla.

—Hay muchas cosas que todavía no comprendo, pero este lugar es muy peligroso para mí. Y me convierte en alguien peligroso para los que me rodean. Lo que merodea por ahí…, lo que tú y yo sentimos aquella noche…, viene a por mí.

—¿Cómo podemos detenerlo? —preguntó.

Cerré los ojos.

—Me parece que eso es imposible.