Entre tropiezos inicié el descenso. Como si se tratara de una señal divina, la lluvia aflojó y por fin logré tranquilizarme. En el horizonte veía la silueta de las montañas sobre el cielo y, entre dos nubes de tormenta, advertí el resplandor plateado de la luna. El ambiente rezumaba a naturaleza. El frescor de la inminente noche era más que bienvenido.
No obstante, seguía sin tener la menor idea de dónde estaba. El paisaje no me resultaba familiar en absoluto, de modo que el pánico no tardó en reaparecer. Había encontrado la salida de aquella madriguera, pero todavía estaba perdida. Y el asesino no debía de andar muy lejos. Era alguien que conocía aquel lugar como la palma de su mano. No podía quedarme ahí para siempre a la espera de que me cazara. Tenía que seguir caminando.
Así que reanudé la marcha y empecé a subir entre los árboles. El terreno era escarpado y accidentado, lo que convertía aquel ascenso en todo un desafío. Era evidente que aquel paseo acabaría por mermar mis reservas de energía. Avanzaba con lentitud porque no tenía una linterna y el camino estaba repleto de ramas caídas y piedras resbaladizas. Tuve que parar para quitarme una piedrecita que se me había metido en una bota, pero el daño ya estaba hecho. Tuve que contener un grito de dolor y frustración.
No muy lejos se oía el chorro de agua de la cascada. Pensé que si seguía andando por la base del acantilado al final llegaría a aquella puerta arqueada. Desde ahí ya sabría cómo llegar al cementerio, donde tenía aparcado el coche.
Me arrodillé para atarme los cordones de la bota y me pareció oír el lejano murmullo de truenos. Un segundo más tarde, toda la montaña se sacudió y una avalancha de piedras y guijarros rodó ladera abajo. Busqué refugio bajo un saliente rocoso. Me quedé allí acuclillada hasta asegurarme de que el alud de rocas hubiera terminado su curso. Luego salí de mi escondrijo y seguí avanzando.
Aunque nunca había estado en esa parte de la colina, empezaba a orientarme. El terreno estaba mucho más nivelado. Distinguí un caminito rústico que bordeaba la falda de la montaña. La ruta era mucho más llevadera por aquí, pero no podía bajar la guardia porque cualquiera podría verme. El sonido de la cascada cada vez estaba más cerca. De repente vislumbré aquella entrada arqueada. Se me aceleró el pulso porque, por primera vez desde hacía muchas horas, sabía dónde estaba. Con un poco de suerte, estaría de vuelta en el cementerio en menos de media hora.
Un cuervo alzó el vuelo desde la cima del peñasco. No pude evitar seguirle por el cielo. ¿Qué le habría asustado? Miré hacia atrás y me fijé en el foco de luz de una linterna que se movía agitada por el centro de la pradera.
De inmediato me aparté del camino y me tumbé sobre la piedra, pero el fulgor de la luna me dejaba completamente expuesta. Por un momento consideré dar media vuelta, pero entonces me acordé de que Thane me había dicho que existía un camino alternativo hasta la cima del pedrusco. Así pues, si alguien hubiese sobresaltado a aquel pobre pájaro, a esas alturas ya me habría visto. Tal vez estuviera pisándome los talones y, dada mi condición, sabía que me alcanzaría.
Mi única esperanza era encontrar un lugar donde esconderme. Sin embargo, me espantaba adentrarme en aquel túnel. Recordaba demasiado bien la sensación de estar enclaustrada, esa claustrofobia casi sofocante. Las cicatrices de Wayne Van Zandt.
Aun así, de todos modos, ya estaba asediada por la persona que corría a toda prisa por la pradera. Por lo que sabía, alguien se estaba acercando por detrás. No podía ir a ningún sitio, tan solo pasar por debajo de ese arco.
Si no hubiera oído el ladrido apenado de Angus, habría seguido dudando. Sonó un tanto apagado, como si estuviera a varios metros de distancia.
—¡Angus! —llamé con un susurro—. Angus, ¿dónde estás?
Desde las profundidades de la cueva resonó un lloriqueo.
Cuidado. Podría ser un truco, me advirtió una vocecita.
Asomé la cabeza por la abertura y pronuncié su nombre en voz baja.
—Angus.
Palpé los muros de piedra para situarme. Notaba decenas de ojos clavados en la espalda, observándome desde cada grieta y fisura. Las paredes parecían cobrar vida con el espectáculo de sombras. La luz de la luna parecía animar aquel agujero.
—¿Dónde estás, chico?
Sin moverme de la entrada de la cueva, oí un ruido apenas perceptible. Pisadas. Estaba histérica. No sabía qué hacer. No podía esconderme en la cueva…, no tenía salida, así que era otra trampa. Thane había comentado que no tenía más de cuatrocientos metros de profundidad.
Los pasos cada vez estaban más próximos. Todavía no había encontrado un escondite.
Una vez más estudié aquellos muros. Ya parecían traicioneros a la luz del día, así que ahora, en absoluta oscuridad, sin duda sería una escalada suicida…
Me imaginé el hacha rasgándome la piel y no vacilé un segundo más. Me giré y empecé a trepar por la pared de piedra. El miedo y la desesperación destaparon una agilidad de la que nunca había sido consciente. Incluso en aquella penumbra, me las arreglé para encontrar asideros y puntos de apoyo, aunque algunos se desmoronaron con el peso. Justo cuando estaba a punto de alcanzar el saliente más cercano intuí una presencia. Me escurrí sin hacer el menor ruido, con la esperanza de que, por algún milagro divino, no me descubriera. Me pegué a la pared y eché un vistazo al claro.
Desde mi privilegiada posición, vi a Luna deslizarse hasta el centro del claro. Extendió los brazos de cara a las montañas y empezó a dar vueltas y más vueltas, invocando al Mal, tal como yo había hecho en aquel círculo de ángeles Asher.
Se despojó de su hermosa cabellera, de su piel tersa y reluciente, y de la silueta voluptuosa que el paso de los años no parecía haber estropeado. Se quitó la máscara una vez más, dejando al descubierto un cuerpo y un rostro arrugado y marchito.
En una mano llevaba una linterna; en la otra, algo que destellaba bajo la luz de la luna. Era uno de los puñales de filo curvo que había visto en su despacho. Quizás era la misma arma que había utilizado para asesinar a mi madre.
Abrió los ojos y con una lentitud exagerada dibujó un círculo mientras contemplaba los muros que rodeaban el estanque. Bajó los brazos y se dirigió de nuevo hacia la entrada arqueada. Por un momento creí que se habría rendido.
El alivio me dejó un tanto mareada. Apoyé la mejilla sobre la roca fría y húmeda.
Entonces oí un quejido.
Luna se detuvo y escudriñó la cueva desde la distancia. Incluso en plena oscuridad, la vi retorcer los labios; habría jurado notar la adrenalina corriendo por sus venas cuando acarició el filo del puñal.
Las pulsaciones me iban a mil por hora, pero no porque temiera por mi seguridad.
Me puse en pie sobre el saliente y el súbito movimiento arrojó una lluvia de piedrecitas sobre el claro. Me miró. En sus ojos se reflejaba la luna.
—Ahí estás.
Lo dijo con tal indiferencia que cualquiera habría pensado que estábamos charlando del tiempo.
Me apoyé sobre la pared. Deseé que la roca me tragara. Miré hacia arriba para calcular la distancia hasta la cima del peñasco o el próximo saliente.
—Yo, en tu lugar, no lo probaría —me soltó mientras se acercaba a la base del peñasco—. Si te quedas donde estás, no le haré daño al perro.
La observaba con atención desde el saliente.
—¿Por qué iba a creerte?
—¿Acaso tienes otra opción?
—Mataste a Freya —la acusé.
Luna se encogió de hombros.
—Era una molestia, como tú.
—¿Y por qué soy yo una molestia?
Tenía que dejar que hablara. Estaba decidida a entretenerla hasta que encontrara una salida.
—Eres agotadora, Amelia.
—¿A qué te refieres?
—Mírame. Mírame la cara. Esto es culpa tuya.
—¿Perdón?
—Todo cambió cuando llegaste a Asher Falls. El viento, esta montaña…, hasta los muertos.
De repente me azotó una brisa gélida. Pensé en el cadáver de Emelyn Asher.
—¿Cómo sabes que es culpa mía?
—Oh, eres tú. No sé cómo lo has hecho, pero te has nutrido de nuestra energía y has usurpado todo mi poder —espetó con la mirada ardiente—. Y quiero que me lo devuelvas.
Creía que había escalado esa pared con relativa facilidad, pero Luna trepó como una pantera. En un abrir y cerrar de ojos se plantó en otro saliente del peñasco. Justo cuando cogía impulso para abalanzarse sobre mí, me giré y salté hacia otro saliente de piedra. El borde se derrumbó en cuanto aterrizaron mis botas. Tardé una eternidad en conseguir mantener el equilibrio. Después hundí los dedos en las minúsculas grietas que encontré en la piedra.
—Soy la nieta de Pell Asher. Ten por seguro que, si me matas, vendrá a por ti.
Soltó una ruidosa carcajada.
—¿De veras crees que ese vejestorio me asusta? Él cree que tiene el control, pero no es así.
Tenía la sensación de que allí había alguien, pero no me atrevía a apartar los ojos de Luna.
—Si de veras soy una amenaza para ti, ¿por qué me contrataste? ¿Por qué me ofreciste la casa de Covey?
—Oh, de todo eso se ocupó Pell. Y debo admitir que todavía guarda varios ases bajo la manga. No sabía que estuvieras viva. Al principio creí que a ese viejo loco se le había antojado restaurar el cementerio antes de morir. Habría sido muy típico de él. Lo averigüé después de tu llegada. En cuanto a la casa de Covey… —dijo entre risas—. Supongo que Pell pensó que te mantendría a salvo hasta que lograra su hazaña.
Lograra su hazaña…
Me estremecí.
—Una vez que le dieras un heredero, no le servirías de nada. No con tu desafortunado linaje. Sin duda se habría ocupado de ti como lo hizo con Harper y con la madre de Thane.
Di un paso atrás.
—¿Qué tiene que ver la madre de Thane con esto?
—Pell creía que si eliminaba a Riana, Edward volvería a casa, con su familia. Así que planeó el atropello y la posterior fuga. El pobre nunca supo cómo se estrelló.
Procuré que aquella horrible historia no me afectara. Me aferré con todas mis fuerzas a la piedra. Quería pensar que el espacio que separaba nuestros salientes me ofrecía un poco de protección, pero el sentido común me decía que Luna estaba jugando conmigo. Me tenía justo donde quería, así que podía permitirse el lujo de tomarse el tiempo que quisiera.
—¿Edward se enteró?
—Tenía sus sospechas, pero no pudo hacer nada. Aunque al final consiguió vengarse.
—¿Cómo?
—Se suicidó. Se las arregló para incinerar su cuerpo antes de que Pell pudiera reclamar el cadáver.
Me acordé de lo que Thane me había contado sobre Edward: quería liberarse de las cadenas Asher.
—Si sentía tal desprecio por Pell, ¿por qué dejó a su hijo con él?
—No lo dejó. Se lo llevó. Edward estaba demasiado débil para enfrentarse a su tío —explicó. Me fijé que Luna estaba acariciando la piedra que llevaba alrededor del cuello—. Esa es tu familia, Amelia. Tu legado. Es quien eres. Pero eso ya no importa…
El pentáculo estaba esculpido en ese mismo peñasco, justo sobre nosotras. Encima del saliente donde estaba Luna, distinguí la punta abierta de la estrella; sobre mi cabeza, una punta cerrada. No sé qué esperaba conseguir. Supongo que actué siguiendo mis instintos. Cogí una piedra y empecé a rasgar esa punta cerrada par intentar borrar el extremo.
—¡No! —gritó Luna.
Sin titubear, saltó la distancia que separaba los dos salientes con aparente destreza. Sin embargo, debía de haber una fisura en la roca, o quizá mi propio peso la había provocado, porque oí un chasquido similar al de un disparo. Luna podría haberse salvado si Angus no hubiera aparecido por uno de los oscuros recovecos del peñasco. Gruñó como un demonio y arremetió contra ella. Puesto que había bajado la guardia, Luna empezó a tambalearse. Aturdidas, nos quedamos mirándonos durante unos segundos que se me hicieron eternos. Al ver que perdía el equilibrio, me agarró y las dos caímos en picado.
Logré sujetarme al saliente en el último momento. Me quedé colgando de esa cornisa. De ella dependía mi vida. Un instante más tarde oí un estruendo. El cuerpo de Luna chocó contra el suelo. De inmediato, una bandada de miles de pájaros asesinos voló hacia el claro.
De repente, escuché que Thane me llamaba. Había descendido hasta el saliente.
—¡Cógeme la mano!
La roca se estaba desmoronando bajo mis dedos, pero, aun así, vacilé.
Algo ardía en su mirada, ira…, dolor…
Sin embargo, tras un pestañeo, ese brillo se desvaneció. Me cogió por los brazos y me ayudó a subir. El saliente estaba a punto de derrumbarse. Angus salió disparado hacia la cueva y Thane me propulsó hacia arriba. Escalé por el peñasco sin pensármelo dos veces.
Las aves se habían agolpado alrededor de Luna. La oí gritar. Cuando llegué a la cima, me giré para ayudar a Thane. Entonces vi a Tilly. Estaba al borde del peñasco, observando aquel siniestro espectáculo.