No sé por qué fui a la cima de laureles donde descansaba el cuerpo de Freya, pero el instinto me decía que Tilly estaría allí. Quizás hubiera heredado su extraordinaria intuición, o a lo mejor estaba respondiendo a su llamada desesperada. Incluso puede que fuera el fantasma de Freya quien me guiara hasta allí. Lo único que sabía era que la fuerza magnética que me atraía hacia ese lugar era demasiado intensa como para ignorarla. Además, no se me ocurría otro lugar donde buscar a Tilly.
Cuando Angus y yo llegamos al cementerio, estaba lloviendo otra vez. Mientras me abría camino entre el bosque armada con el gas lacrimógeno y un puñado de herramientas que había cogido del maletero del coche y que podían hacer las veces de armas letales, me repetí varias veces lo estúpido que había sido pensar que podría salvar a mi abuela por mi propia cuenta. E igual de absurdo podría ser creer a pies juntillas todo lo que había salido por boca de Catrice. Ella misma había admitido que había colaborado en urdir un asesinato. Y, sin embargo…, ¿qué otra opción tenía? Había perdido a Freya para siempre, y no estaba dispuesta a perder a mi abuela justo ahora.
Mientras ascendíamos hacia la cima, intenté contactar de nuevo con la policía estatal, pero seguía sin cobertura. Pensé en llamar a Thane, pero ¿y si Tilly tenía razón? ¿Y si había tramado nuestro romance con su abuelo desde el principio?
La idea de que Thane hubiera jugado conmigo me partía el corazón, pero no tenía tiempo para compadecerme de mi desgracia. Después ya me encargaría de rememorar y analizar cada una de nuestras conversaciones para encontrar pistas que pudieran delatarle. Pero ahora no era el momento de eso. No cuando la vida de Tilly pendía de un hilo. Ella me había traído a este mundo, y siempre me había protegido. ¿Cómo no hacer lo mismo por ella?
Sorteé los matorrales y zarzas, con el pulso a mil. Nos estábamos aproximando a la tumba. A mi tumba. Angus se estaba comportando de un modo muy extraño. Olisqueaba las hojas y rascaba el suelo, como si siguiera el rastro de algo. El rastro de mi olor, pensé. Cuando le llamé por el nombre, me mostró los dientes.
Le observaba con cautela y con un nudo en el estómago.
—¿Angus? ¿Qué pasa, chico?
Su única respuesta fue un gruñido grave. Asustada, retrocedí varios pasos. ¿Qué le había pasado?
Agazapado, empezó a dibujar un círculo a mi alrededor. Permanecí inmóvil y, de repente, la terrible advertencia de mi padre resonó en mi cabeza: «Tu entorno más cercano se ha convertido en un peligro, porque el Mal tratará de utilizarlo para debilitarte».
—Tú no, Angus —susurré.
Continuó trazando el círculo, con el pelaje erizado. No tenía otra alternativa que retirarme de allí con suma lentitud. Y en ese preciso instante Angus trotó hacia la tumba, pero sin quitarme los ojos de encima. No probó a acercarse ni a atacarme. Me pregunté si solo había querido asustarme.
Seguía lloviznando. Oía las gotas de agua caer sobre las hojas. Y algo más. Algo familiar a la vez que alarmante. Un sonido de una astilla…
No fui capaz de identificar el ruido, pero estaba segura de que el asesino estaba detrás de ese pasadizo de matorrales, fuera de mi campo visual.
Entonces recordé algo que Catrice me había dicho una vez. Las tres amigas, Luna, Bryn y Catrice, eran como hermanas de sangre y conocían esas colinas como la palma de su mano.
¿Y Hugh? ¿También podía estar acechándome?
Al igual que Freya, había entrado en su juego vil y cruel, pero ahora no podía permitirme pensar en el despiadado final que sufrió mi madre ni el horrible modo en que llegué a este mundo. No podía malgastar un solo segundo castigándome por la doble fachada de Thane o la traición de Angus. Debía mantener la cabeza despejada…
De pronto, apareció una silueta encima de la cornisa, una figura vestida de negro y con un hacha en la mano. Ahogué un grito y me zambullí entre las malas hierbas para alejarme de esa cima. Por un momento creí que Angus se abalanzaría sobre mí, pero se quedó clavado junto a la tumba, contemplando algo que no me atrevía a mirar.
Me arrastré a ciegas por el suelo, con las ramas azotándome la piel y tirándome del pelo. El terror más puro y el recuerdo del fantasma de Freya me impulsaban a seguir adelante. Pasados unos minutos, el bosque de laureles fue espesándose. Las ramas se agolpaban las unas sobre las otras y me resultaba muy complicado escurrirme entre ellas. Cualquier rayo de luz que hubiera logrado colarse por las nubes de tormenta se estrellaría contra ese muro impenetrable de madera. Y me perdí.
Fui a parar a un pequeño claro y decidí darme un descanso. Apoyé las manos en las rodillas y procuré recuperar el aliento.
Levanté la cabeza y presté atención a los sonidos de la naturaleza para guiarme, pero todo lo que oía era la lluvia y el zumbido de mosquitos a mi alrededor. Agucé el oído y aprecié el lejano rumor de las cascadas. Intenté orientarme, pero me había desviado tanto del infierno de laureles que había perdido el norte. No podía concebir una trampa más efectiva.
Me senté en ese diminuto claro, mojada, tiritando y aterrorizada por lo que me esperaba en ese laberinto de maleza. Si bien la monotonía del paisaje me confundía, escabullirme por esa pared sólida me parecía imposible. Di una vuelta muy poco a poco y escudriñé los alrededores en busca de una pista que me condujera hasta Tilly. Hasta un lugar más seguro. Estaba rodeada de figuras esqueléticas, ramas semejantes a brazos fantasmales que trataban de agarrarme.
Entre la lluvia oí otro sonido, esta vez rítmico y constante, y no tardé en adivinar qué era. El asesino estaba utilizando el hacha para trazar un camino entre la maraña de ramas. El cazador se estaba acercando a su presa. No tenía que buscar un sitio donde refugiarme. Ya estaba acorralada.
Con la mano en el pecho, me esforcé por precisar la dirección. El ruido provenía de mi derecha, pensé. No, de mi izquierda. No…, de mi derecha…
Me balanceaba hacia delante y atrás, como una marioneta. Aquel laberinto traicionero me había desorientado y me aterrorizaba la idea de huir y toparme de cara con el asesino.
Presa del miedo, me sujeté de una rama nudosa como si fuera un salvavidas. El aire enmudeció de forma repentina. Ni hachazos ni pisadas ni suspiros rasgados. En aquel silencio contenido, me aferré a aquella rama y me imaginé al asesino blandiendo el hacha.
Y justo entonces, cuando podría haber usado toda ventaja para guarecerme, amainó la tormenta. Distinguí nuevos sonidos, el lejano gorjeo de un somorgujo, el torrente de agua de la catarata.
Sin embargo, también aprecié una respiración, una inhalación profunda. Alguien había seguido la estela de mi perfume. El asesino estaba justo allí. Justo detrás de mí.
Me desplomé sobre las rodillas y me deslicé bajo las ramas. Las azaleas, una auténtica pesadilla, se habían convertido en mis aliadas.
Una rama con espinas me había cortado el labio, así que presioné la herida para aliviar el dolor. Sentí el sabor metálico de la sangre en la boca y una vez más pensé en Freya. No quería correr la misma suerte que ella. Joven, embarazada y desesperada. Eso hacía de ella una presa fácil. Al menos yo contaba con la ventaja de conocer el juego.
Agachada bajo las ramas, me imaginé al asesino en el claro, esperando pacientemente a su próxima víctima. Me quedé quieta, ni siquiera me moví para apartar el pelo que me impedía ver. No osaba ni respirar. Estaba oculta por una pantalla de hojas y ramas. Lo único que tenía que hacer era quedarme inmóvil. Era imposible que el asesino supiera dónde estaba. Había aprendido una lección importante: el caminito de ramas partidas había delatado mi posición. A partir de ahora, no iba a ponérselo tan fácil.
Sabía que estaba merodeando por el claro. Oía el chasquido de las ramas y la respiración agitada, fruto de la emoción. Me asomé entre las ramas retorcidas hasta advertir una silueta.
No emití sonido alguno. Estaba convencida de ello. Pero, de repente, el hacha empezó a cortar las ramas bajo las que me cobijaba. No chillé. Ni siquiera me sobresalté. Ya no me guiaba por el miedo, sino por un instinto de supervivencia y, sí, también por la ira. Estaba furiosa por lo que le habían hecho a mi madre. Furiosa porque me perseguían como a un animal. No iba a sucumbir al miedo ni al pánico. Me mordí el corte en el labio y sentí un aluvión de adrenalina.
Repté por infinitos túneles de troncos de árboles al mismo tiempo que el hacha iba partiendo las ramas que formaban esa especie de bóveda de madera. El filo me rasguñó el hombro y me tiré al suelo. Permanecí tumbada boca abajo hasta cerciorarme de que estaba fuera de peligro. Serpenteaba con cierta rapidez, así que asumí que el asesino arrojaría el hacha y me seguiría por ese laberinto de ramas. Mi cazador se fue alejando, y fue como presenciar un milagro. Después de todo no me había descubierto. Le oí caminando de un lado al otro del claro, histérico por no haberme encontrado.
Ahora que había dejado de llover, los sonidos se oían con perfecta claridad. Fue entonces cuando oí otro cuerpo arrastrándose por la cima. El asesino también advirtió ese sonido. Fue directo hacia él. Quería gritar, no solo para pedir ayuda, sino también para advertir al desconocido que ahora nos acompañaba. Pero ¿y si había venido a ayudar al asesino? Si hacía algo, podía quedar atrapada.
Esperé en silencio hasta que el sonido del hacha se desvaneció, pero, aun así, no me acerqué al claro. En lugar de eso, avancé a rastras por esa maraña de malas hierbas y ramas. Me sentía sola y condenada a una muerte salvaje. Eso minaba mis fuerzas y destruía mi voluntad, pero me obligué a continuar. No tenía elección. El follaje era cada vez más frondoso, así que el único modo de salir de allí era gateando.
En un momento dado, creí oír los hachazos del asesino a mi lado, pero no fue más que imaginación. Bajo ese túnel de ramas reinaba la oscuridad. Al no tener la menor idea de dónde estaba ni de adónde iba, mi mente empezó a jugarme malas pasadas. Oí que alguien pronunciaba mi nombre en voz baja. Anhelaba tanto el contacto humano que me costó una barbaridad no contestar.
¿Y si no lograba salir de allí? ¿Y si moría allí, sola y sin haber podido despedirme de mis padres ni de mi tía? ¿Sin haber encontrado a Tilly…?
Intenté no pensar en esas cosas. No podía perder el control. Tenía que estar concentrada. Debía haber un camino en alguna parte, el rastro de algún animal que me condujera hasta el lindero de esa maraña.
Seguí arrastrándome. Tenía las rodillas magulladas y cubiertas de sangre. Me había hecho incontables rasguños que me escocían muchísimo. Después de un rato, empecé a sufrir alucinaciones. Veía ojos carmesí espiándome desde cada rincón de aquel túnel de laureles y sentía que el suelo temblaba, como si se avecinara un terremoto. Lo peor fue cuando oí que alguien susurraba mi nombre. Creí que era Thane. Su voz sonaba tan real que le respondí. Entonces tuve un momento de lucidez y me di cuenta de que tan solo había sido mi imaginación o un truco horripilante. Aunque de veras estuviera allí, era posible que estuviera aliado con el asesino. De hecho, podía ser el asesino.
«Amelia… ¿Puedes oírme? Amelia…, respóndeme…»
—¿Thane?
La brisa se llevó su nombre, pero no contestó, porque no estaba allí. Ni él ni el asesino. No había nadie.
Estaba sola en mi infierno particular.
Perdí toda noción del tiempo y del espacio. No sabía cuánto tiempo llevaba reptando por ese laberinto, pero debían de ser horas. La fronda que envolvía el túnel era tan espesa que ni siquiera podía mirar el cielo para calcular la hora. No había modo de seguir la luna ni las estrellas. Ni siquiera avistaba las cumbres de las montañas. Estaba perdida en medio de una red maldita y empezaba a sospechar que durante todo ese tiempo había estado dando vueltas al mismo sitio.
Estaba a punto de desfallecer, así que paré a descansar. Las rodillas me seguían sangrando. Me abracé las piernas y me quedé allí sentada, empapada, temblequeando y desmoralizada. Estaba tan harta que ni siquiera la amenaza del asesino me asustaba. Incluso habría agradecido el sonido de un hacha abriéndose camino hacia mí. Habría preferido cualquier cosa a ese total aislamiento.
Era consciente de que tenía que reunir fuerzas y seguir avanzando, pero, durante un breve instante, me permití hundirme en mi miseria y compadecerme. Comprobé los arañazos de las rodillas y me limpié la sangre de la cara. Las heridas de la corteza del laurel me dolían mucho más que el corte del hacha, pero al imaginarme al asesino rajando ramas y tallos para llegar a mí me estremecí.
Y, sin embargo, no me moví. No me veía capaz de dar un paso más. No quería rendirme, pero se me habían agotado las fuerzas. No me quedaba una gota de energía ni de esperanza, ni siquiera de ira. Ya no me aterraba la idea de quedarme allí hasta que un animal salvaje siguiera mi rastro o hasta que me muriera de hambre. Lo único que quería era… sentarme y descansar.
De repente, tras el denso follaje, oí un sonido. Caí en la cuenta de que no era indiferente a todo, tal como creía. Algo se acercaba, así que levanté la cabeza para prestar más atención.
Quien fuera, o lo que fuera, reptaba por el suelo con una rapidez considerable. Distinguí un extraño olor en el aire, similar al de un cadáver en descomposición. Sentí un miedo espantoso, pero traté de convencerme de que no sería más que un animal muerto cuyo hedor transportaba la brisa.
Pero ese sonido escurridizo…
Escudriñé la arboleda que se alzaba ante mí y me pareció vislumbrar algo en uno de los túneles. Fue una sombra fugaz, pero creí advertir el brillo de un abrigo de piel. ¿O serían alas?
El hecho de que algo inhumano me estuviera acechando por esa madriguera dejada de la mano de Dios me impulsó a levantarme y a zambullirme entre los matorrales para atravesar lo que parecía una barrera impenetrable de ramas y hojas.
Me castañeteaban los dientes por el frío y el miedo. El escozor en las rodillas era insoportable, y por fin logré meterme en un túnel que me hacía invisible.
Lo oía detrás de mí. Delante. Al lado. Tomara el camino que tomara, siempre estaba ahí. Y ese olor… Oh, Dios mío…, ese olor…
Era incapaz de controlar el pánico y respiraba con dificultad. El entretejido de ramas que hacía las veces de techo empezó a resquebrajarse, como si esa cosa hubiera trepado hasta ahí arriba y se estuviera deslizando. Sentía que el corazón se me saldría por la boca, así que me detuve y levanté la mirada. No vi ni oí nada. Pero aquella peste fétida se filtró entre las ramas y sentí arcadas.
Muerta de miedo, di media vuelta y me escurrí hacia un túnel, y después hacia otro. Noté una lluvia de ramas y hojas sobre mi cuerpo. La criatura me estaba siguiendo.
Tras unos segundos, me di cuenta de que, en realidad, no lo hacía. Más bien me estaba guiando. Se movía sobre el laberinto de túneles obligándome a girar hacia un lado o hacia otro, en un intento inútil de escapar.
Lo más inquietante era que ni siquiera sabía si era real. Quizás había perdido por completo la chaveta y mis propios miedos habían inventado esa criatura.
Volví a mirar hacia arriba y atisbé unos ojos pálidos observándome a través de las ramas, y me tragué un grito. Si me ponía a chillar, el asesino sabría dónde estaba, y tampoco estaba segura del todo de que una mente perturbada como la mía hubiera ideado a ese perseguidor místico.
A lo mejor el asesino no era real. Quizá todo lo que había pasado en Asher Falls había sido una pesadilla…
Seguí adelante, balbuceando para mí:
—No es real, no es real, no es real.
No había parado de llover. Todavía oía el tamborileo de las gotas sobre las hojas, pero, tras unos segundos, noté que me mojaban la cara. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no estaba rodeada de absoluta oscuridad. La luz del día iluminaba los túneles. Ya no veía cosas raras entre los árboles ni oía ruiditos ilógicos en el sotobosque. Esa cosa se había esfumado, y con ella mi pánico. Cerré los ojos y dejé que el frescor de la lluvia me reanimara. Todavía me temblaban las piernas, pero me puse en pie.
Entonces, frente a mí, vi el lindero del bosque.