Capítulo 31

Dejé a Sidra en la torre del reloj y me fui a casa. En cuanto llegué, dejé salir a Angus al jardín para que hiciera sus necesidades. Me quedé tiritando en los peldaños, repitiéndole una y otra vez que se diera prisa. Zarcillos de niebla se retorcían sobre el lago, pero las campanas no tintineaban. Me pregunté si los fantasmas ya habrían regresado a sus tumbas.

Me asaltaban pensamientos oscuros; la cabeza me iba a estallar en cualquier momento. «Les perteneces. Eres especial, pero todavía no te has dado cuenta». No, no y no. Pertenecía a este mundo. Estaba viva. No era un fantasma viviente, ni una intermedia, ni una aberración inquieta que merodeaba por ambos lados del velo.

«Le asustas, y por eso quiere dominarte».

No podía soportarlo, así que, desesperada, me obligué a pensar en Freya. ¿La habría asesinado alguien dominado por sus instintos más primitivos? ¿Alguien que había cometido aquella barbaridad empujado por su lado más oscuro? ¿Alguien que había pintado un símbolo de maleficio en una sala secreta?

¿Estaría ahora mismo vigilándome?

Me apresuré a entrar en casa. Me di una ducha y me puse el único vestido que había traído. Mientras esperaba a que llegara Thane, no dejé de dar vueltas por toda la casa, nerviosa. Unos minutos más tarde sonó el timbre. Nada más verme, adivinó que algo andaba mal. Me sujetó por los brazos y me miró a los ojos.

—¿Qué pasa?

Incómoda, miré hacia la ventana.

—Es este lugar. Me ahoga.

—¿Te refieres a esta casa?

Asentí, pero no era solamente la casa. Era el lago, el bosque, el pueblo. La advertencia de Tilly, el terrible presagio de Sidra y los detalles turbios de mi nacimiento. Todo eso me estaba conduciendo al borde de la locura.

—Salgamos de aquí entonces. Demos una vuelta.

¿Volver a la penumbra nocturna, a la niebla? ¿A los fantasmas?

—Es muy tarde…

—No es tan tarde —rebatió—. Acaba de anochecer.

—Sé que lo haces con buena intención, Thane, pero esta noche me apetece estar sola.

—Pero te has arreglado —dijo después de repasarme de arriba abajo.

Thane llevaba unos vaqueros y una chaqueta de cuero, lo que le otorgaba un aspecto atractivo a la vez que misterioso. Al ver que vacilaba, bajó el tono de voz para persuadirme.

—Vamos. Te irá bien salir de aquí.

Contemplé sus ojos verdes, y enseguida me percaté de lo mucho que deseaba irme con él. Eso era lo que más anhelaba, porque estaba cansada de estar sola. Cansada de estar siempre alerta. Lo único que quería era sentirme como cualquier otra chica de veintisiete años que podía amar y ser amada. Esa noche no me apetecía sentirme como alguien que veía fantasmas. Como alguien que era acechada por el Mal.

—No hace falta que vayamos a un lugar especial —añadió—. Daremos una vuelta, y ya está. Además, hay algo que quiero enseñarte.

Se me encendió una luz de alarma, a pesar de mis deseos más profundos. Tilly me había aconsejado que me distanciara de él, pero si me creía a pies juntillas que Thane representaba un peligro para mí, también tendría que confiar en el resto de sus palabras. Acabaría por convencerme de que aquel Mal me acechaba a mí y solo a mí porque podía deambular por ambos lados del velo. Me tenía miedo, y por eso quería dominarme.

Si le contaba eso a Thane, pensaría que me había vuelto loca. Y a lo mejor no andaría tan desencaminado.

—¿Qué quieres enseñarme? —pregunté.

Thane esbozó una sonrisa.

—Tendrás que confiar en mí.

Seguía dubitativa. No debía ir. Lo sabía. Mi sitio estaba allí, recluida en suelo sacro, encadenada a las normas de mi padre.

—Vamos —me animó Thane.

Hubo una época en que habría resistido la tentación, pero la desolación que me acosaría en los años por venir me hacía sentir demasiado sola.

—No puedo tardar en volver —dije.

Me abrazó la cintura con suma ternura.

—Te traeré a casa cuando quieras.

Ignoré el sentido común y salí con Thane de casa. No bajaría la guardia, ni con los fantasmas ni con Thane. La luna estaba suspendida sobre las copas de los árboles, y un búho graznó desde el corazón del bosque. El aire nocturno se respiraba frío y primitivo. Lleno de peligro y promesas. Se me aceleró el pulso. De camino al coche, Thane me rodeó los hombros con el brazo y agradecí su calor. Estaba vivo, lleno de vitalidad. No había nada fantasmal en él. En mitad de aquella quietud, incluso podía escuchar las palpitaciones de su corazón y el flujo de sangre corriendo por sus venas.

Subimos al coche y me regaló otra sonrisa tras encender el motor. Recosté la cabeza en el asiento y miré por la ventanilla. Serpenteamos entre inmensos árboles de hoja perenne y sombras que se encogían ante la luz de los faros. Cuando llegamos a la carretera, giró hacia la izquierda. Me pregunté si nos estaríamos dirigiendo hacia la mansión familiar. Esa noche no tenía ganas de ver a Pell Asher. No con la insinuación de Tilly tronando en mi cabeza.

Me giré para observar el perfil de Thane. Conducía a toda velocidad, sin aminorar la marcha al tomar las curvas, lo cual me exasperaba y excitaba al mismo tiempo. Agradecí esa dosis de adrenalina porque al menos me hacía sentir viva.

—¿Adónde vamos?

—Ahora lo verás.

El paisaje pasaba volando tras el cristal como una colección de sueños. Entonces, de repente, redujo la velocidad y encaró el morro del coche hacia la colina del cementerio. Nos deslizamos entre los cedros y ascendimos hasta la entrada, donde Thane aparcó el coche. Allí arriba no había niebla ni siluetas gráciles que se escurrían entre las lápidas. El cementerio parecía casi irreal en aquella quietud. Bajo la luz de la luna, era como contemplar una escena onírica.

Pero algo merodeaba por allí. A lo lejos, las montañas se confundían con una negrura absoluta.

—¿Por qué me has traído aquí? —quise saber.

Thane se giró hacia mí. El coche deportivo era muy estrecho, así que estábamos sentados muy cerca. Estábamos protegidos de esas montañas y del mal que acarreaba el viento. O al menos… eso quería creer.

—Un día te dije que habían diseñado el cementerio para contemplarlo bajo la luz de la luna, ¿lo recuerdas?

—Sí.

—¿Y no quieres verlo?

¿Me atrevería? No habría sido la primera vez que paseaba por un cementerio a altas horas de la noche. Cuando era una cría, solía jugar en mi reino después del anochecer. Pero Thorngate no era Rosehill. No era mi santuario. Algo me había susurrado palabras al oído en el mausoleo y me había atacado en el matorral. Esa misma entidad me había seguido el rastro hasta la tumba oculta y me había perseguido por el bosque. Pero Tilly tenía razón. No era el cementerio el que estaba afligido, sino yo.

Me estremecí cuando Thane me rozó el hombro con la mano.

—¿Y bien?

Asentí con la cabeza y bajamos del coche. Bordeamos el cementerio agarrados de la mano y cruzamos el pórtico. Contuve la respiración cuando pasamos junto a los ángeles. Sus rostros incandescentes me resultaban espeluznantes. No observaban el alba ni las montañas, sino el astro lunar que se cernía sobre los árboles. Las raíces de culebra y las aquileas titilaban en el sotobosque. La humedad del rocío cubría de lentejuelas todas las plantas.

De pronto, algo cambió en el aire, en mi interior. Me adentré en ese círculo de esculturas y miré al cielo. Di varias vueltas, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, tal y como solía hacer de niña en Rosehill. Era mi forma particular de darle la bienvenida a la noche. Liberada de las cadenas que suponían las reglas de mi padre, mi soledad se fue desvaneciendo, mis miedos se fueron disipando y me dejé llevar.

Empezó con un suave zumbido. Al principio, ni siquiera me percaté. No fue hasta más tarde cuando caí en la cuenta de que ese instante de liberación había sido, en realidad, una invitación al jardín blanco, a ese paisaje lunar avasallador. ¿O había estado allí desde el principio?

Ese tarareo fue creciendo y creciendo, hasta que algo en mi interior empezó a responder. Entonces sentí ese extraño latido, esa palpitación prístina que resonaba desde las montañas, que hacía temblar el suelo y que se colaba en mí.

Thane me tocó el brazo. Todo mi cuerpo vibró como la cuerda de una guitarra demasiado tensa. Nunca me había sentido tan en armonía con la noche. Nunca me había sentido tan viva.

De espaldas a la luna, Thane me contemplaba con atención. Su silueta encarnaba mis deseos más secretos, mis sueños más oscuros. Como por arte de magia, volvieron las visiones de aquella pareja enredada junto a las cascadas, retorciéndose y jadeando. La mujer tenía la cabeza echada hacia atrás y le montaba con pasión. No pude verles la cara, ni siquiera cuando él la giró con brusquedad y se colocó tras ella. Las criaturas de la noche empezaron a aullar. Intuía que se trataba de Devlin y su difunta esposa, y una parte de mí se preguntaba si Mariama se las habría ingeniado para invadir mis pensamientos incluso aquí, en las montañas, ante la presencia de Thane. También pensé en si el Mal del que Tilly me había hablado por fin había descubierto mi debilidad.

Sin embargo, la preocupación fue efímera, porque enseguida rodeé a Thane con los brazos y apreté su cuerpo contra el mío. Nos fundimos en un apasionado beso. Su lengua dejaba una estela de magia negra que me tentaba, me fascinaba y me seducía.

Nos arrodillamos en mitad de aquella órbita de ángeles Asher, en mitad de aquel romántico jardín blanco, y no tardé en subirme la falda del vestido. Con las estrellas como testigo me recosté y me entregué a Thane.

Las consecuencias que podrían acarrear mis actos habían dejado de importarme. Ni siquiera me preocupaba profanar un lugar que siempre había venerado. En mi interior solo había necesidad y un hambre avariciosa. Las manos de Thane me recorrían todo el cuerpo, rasgándome los muslos, acariciándome la espalda. Sentía su boca ardiente en la mía. Le acaricié el cabello. Poco a poco fui empujándole hacia abajo, hacia abajo, hasta que el mero roce de sus labios me produjo un escalofrío. Me besó y gemí de placer.

Mis gruñidos se mezclaban con los sonidos primitivos de mi visión, esos gritos carnales que invocaban a esas criaturas, esas terribles atrocidades que se escurrían desde el submundo para escabullirse por una puerta que jamás podría cerrarse.

La lengua de Thane me estaba empujando al borde del clímax. De repente, la noche cobró vida; la quietud se vio importunada por varios sonidos y movimientos. Con gemidos y sombras que se deslizaban del bosque y revoloteaban en las copas de los árboles. La luz de la luna animó a las estatuas. Podía sentir aquellos ojos de piedra observándonos. Empezaron a susurrar mi nombre una y otra vez, un hechizo que avivó aún más mi frenesí.

Thane se arrancó la camiseta y trepó por encima de mí. Entre jadeos, advertí que no era Thane, sino algo oscuro pero hermoso, algo de otro mundo. Un medallón familiar pendía de su cuello, un doloroso recuerdo del tiempo que pasé con Devlin. Se lo arrebaté de un tirón y oí un grito ahogado, como si le hubiera extirpado el alma. Percibí que vacilaba y se retiraba, pero no estaba dispuesta a permitirlo. Le atraje a mí de nuevo y, con la espalda arqueada, le palpé el rostro y clavé las uñas en la piel.

Thane se apartó tras soltar una blasfemia.

Le había arañado la piel. Ese hilo carmesí me asustó; pero también me excitó. Alargué el brazo para tocar la sangre con la yema de los dedos. Ese gesto codicioso estremeció a Thane.

Los dos percibimos una brisa que circulaba entre los árboles y un aullido lejano. Thane de inmediato alzó la cabeza.

—¿Qué ha sido eso?

—Está cerca —susurré.

Con torpeza, se puso de pie y escudriñó la oscuridad que nos rodeaba. Presa de un extraño letargo, conseguí levantarme. El viento empezó a soplar con más fuerza. Oímos el chasquido de varias ramas y la alfombra de hojas se alborotó. Por puro instinto, me giré hacia el mausoleo. Habría jurado ver una silueta acuclillada sobre el tejado, con la mirada pálida y un abrigo que ondeaba al compás del viento. Después oímos una carcajada estridente. Me quedé sin aire en los pulmones.

—Deberíamos irnos —propuso Thane con cierta urgencia.

En lugar de salir disparados de Thorngate, fuimos andando al coche, pero el trayecto se me hizo más corto de lo normal. No podía dejar de tiritar. Durante todo el camino a casa no cruzamos palabra.

Thane me acompañó hasta la puerta, pero no hizo ademán de besarme ni de darme un abrazo. ¿Por qué iba a querer hacerlo?

—Había algo ahí fuera —murmuró al fin—. Lo sentiste, ¿verdad?

No podía apartar los ojos de aquellos rasguños tan horribles.

—Sí.

Se giró hacia el bosque.

—No solo estaba ahí fuera, también lo noté dentro de mí —reveló. Entonces levantó una mano temblorosa y añadió—: También estaba dentro de ti.

Asentí.

—¿Qué es?

—Tilly lo llama el Mal.

Me sorprendió que Thane no cuestionara a Tilly. Miró de reojo las montañas y dijo:

—Incluso cuando no era más que un niño sabía que este lugar era distinto. Sentía una oscuridad. Una especie de araña que siempre trataba de meterse en mi cabeza. Me convencí de que no era más que mi imaginación, una pesadilla. Soñar despierto. Nunca le permití entrar. Pero esta noche algo ha cambiado, porque quería que entrara. Le abrí las puertas para que lo hiciera. —La tensión que se había creado entre los dos casi se podía palpar—. Sé que parece una locura.

—Ojalá lo fuera —balbuceé.

—¿Por qué?

Me aparté ligeramente de él.

—Porque no fuiste tú quien le dejó entrar, fui yo.