Capítulo 27

Cuando Thane se marchó, yo me quedé en el jardín para admirar el atardecer. El sol ya había empezado a esconderse en el horizonte. El aire y la luz cambiaron, y las nubes que se esparcían por el cielo se tiñeron de rojo sangre. El crepúsculo estaba cerca. Pero esta vez no noté una vibración, ni siquiera una suave palpitación, sino una quietud absoluta.

Un aliento contenido…

Y allí estaba, tal y como había presentido. El fantasma de Freya.

Su silueta iridiscente apareció un segundo antes de que Angus gruñera una advertencia. No me giré hacia ella, por supuesto. No podía desobedecer las normas de mi padre otra vez, así que me senté allí, tiritando del frío y mirándola por el rabillo del ojo.

El espectro flotó por encima del muelle. Se detuvo frente al caminito de piedras, como si una barrera invisible le impidiera avanzar un paso más. Sin perderle el rastro, traté de calmar a Angus con palabras tranquilizadoras, pero el esfuerzo fue en vano. Caminaba de un lado a otro, nervioso. El pelaje del lomo se le había erizado.

—No pasa nada —murmuré—. Aquí estamos a salvo.

A salvo. ¿De veras?

Tan solo un puñado de metros nos separaba del campo sagrado. Esa era la única regla que no había cambiado desde mi pequeño romance con Devlin. Ningún fantasma había penetrado en mi santuario. Así que daba por sentado que el espíritu de Freya tampoco podría traspasar la puerta de mi refugio.

Sin embargo, en lugar de retirarme hacia la casa, di media vuelta, fingiendo contemplar el lago. Lo primero que llamó mi atención fue su comportamiento. No me estaba fulminando con la mirada, como había hecho la primera noche. Ni tampoco me estaba desafiando, como en la segunda. No me transmitió su confusión ni su ira, ni tampoco cualquier otra emoción. Tan solo estaba… ahí, suspendida en ese extraño momento intermedio en que las estrellas compartían escenario con los últimos rayos de sol. Atrapada en aquel resplandor escalofriante, se cernía inmóvil, hasta que la miré. Entonces, con suma lentitud, levantó la cabeza y me atravesó con sus ojos fantasmales.

El corazón se me paró de golpe. Al expulsar el aire de mis pulmones sentí un profundo dolor. No soplaba ni un atisbo de brisa, pero un frío helado me mordió la espalda y una ráfaga de miedo me azotó la nuca. Me arrepentía de no haber seguido hacia delante porque no podía moverme. El terror me paralizó. Advertí unos tentáculos nebulosos tratando de alcanzarme para conectar mi mente con el espíritu de Freya. Durante ese fugaz momento de iluminación, todos los sonidos de mi alrededor enmudecieron. Sin embargo, el silencio bullía de ruidos imaginarios, de gemidos, de susurros, de sonidos infernales que amenazaban con transformarse en un grito real.

Proyecté su imagen en mi mente, pero no como un fantasma. Despojada de la fachada etérea y de la belleza irreal de su espectro, Freya se mostró con la grotesca máscara de la muerte. Vi su cadáver. No había perdido la vida en un incendio trágico. Había sido asesinada. Alguien le había rasgado la garganta, de oreja a oreja. Yacía sin vida sobre el suelo, con los ojos abiertos y moribundos, y advertí la silueta de una tripa embarazada tras el vestido ensangrentado.

Ocurrió en un parpadeo. En cuanto sopló una brisa del lago, la visión empezó a esfumarse. Pero seguía paralizada, incapaz de moverme, de respirar. De inmediato agarré la piedra que colgaba de mi collar. La apreté con todas mis fuerzas en un intento de invocar la protección del cementerio de Rosehill. No solo por mí, sino también por Freya y por su hijo nonato.

El fantasma de Freya también se diluyó. Tras ella se extendía el lago Bell, donde una neblina se arremolinaba sobre la superficie. En las profundidades, las campanas empezaron a tocar para despertar a los muertos.

El espectro se giró hacia el agua y ladeó la cabeza para escuchar el discordante tintineo. Miró atrás y luego desapareció.

Me quedé en la escalera, ante la niebla que se enroscaba sobre el lago. Mi indiferencia por las normas de mi padre era algo temerario y estúpido. Y, sin embargo, no me moví.

Fue como si quisiera retar al fantasma de Freya a volver. No entendía el porqué de mi actitud. ¿Qué me estaba ocurriendo? ¿Cómo era posible que aquel lugar me atrajera y repeliera al mismo tiempo?

Una vocecita me dijo: «Vete a casa. Olvídate de este pueblo. Olvídate de las almas inquietas, del asesinato de Freya y de esa tumba oculta en la cima de laureles. Olvídate de Pell Asher, de Luna Kemper y de la pobre Tilly Pattershaw, de sus aves heridas y sus manos quemadas. Olvídate de la presencia que merodea por las montañas, de esas extrañas vibraciones y de las campanas que repican por los muertos bajo el lago. Olvídate de tu conexión con Asher Falls. Olvídate de que alguna vez estuviste aquí».

Inspiré hondo y solté el aire poco a poco. No podía olvidarme de todo aquello. Ahora sabía que Freya había muerto asesinada. Con toda seguridad, yo era la única persona, además del asesino, que lo sabía. Aunque hubieran pasado muchos años, tenía que hacerse justicia. Tal vez por eso estaba allí.

Angus había estado todo ese tiempo tumbado a mis pies. De pronto, se levantó y trotó por el caminito de piedras. Se acercó demasiado a la orilla. A la niebla. El pulso se me aceleró de inmediato.

—¡Angus, vuelve aquí!

Me miró y me respondió con un ladrido. Meneaba la cola con frenesí, pero hizo caso omiso a mi indicación, y yo no quería ir a buscarlo. La niebla ya había reptado hasta la orilla del lago. Los espíritus no tardarían en despertarse. Todas esas almas inquietas, tratando de alcanzarme…

Me estremecí. Volví a llamarle.

—¡Angus! ¡Vamos, chico! ¡Volvamos a casa!

Otra mirada lastimosa, otro ladrido y entonces salió corriendo al punto exacto donde el fantasma había desaparecido.

Dios mío, ¿qué había encontrado? ¿Y de verdad quería averiguarlo?

A regañadientes, me puse en pie y avancé hacia el muelle, con la mirada clavada en el lago, en aquella neblina espeluznante.

—¿Qué pasa, Angus?

La ofrenda yacía sobre una de las piedras.

Por un momento creí que me encontraría con un charco de sangre, así que me sorprendí al ver una rosa y un pimpollo, ambos con los tallos repletos de espinas.

En cuanto me agaché para recogerlos, la rosa empezó a marchitarse.

No pegué ojo en toda la noche. Me pasé varias horas tumbada en la cama cavilando sobre el asesinato de Freya. Cuando murió estaba embarazada. Por alguna extraña razón, quería hacerme saber que estaban enterrados en aquella tumba oculta, y no en el cementerio, tal y como Thane había apuntado. Y eso me llevó a la siguiente pregunta: ¿quién descansaría en su tumba de Thorngate?

¿Quién habría perdido la vida en aquel terrible incendio? ¿Quién se había ocupado de aquel lugar de descanso en la cima de laureles? ¿El asesino?

La voz de Luna retumbó entre la oscuridad: «Alguien lo sabe». ¿Se refería al asesinato de Freya? Las preguntas no paraban de asaltarme. Puesto que estaba muy desvelada, traté de pensar en posibles sospechosos. Deseaba apuntar a Edward como culpable principal; estaba muerto, y eso me habría facilitado mucho las cosas, pero sospechaba que el asesino todavía vivía en Asher Falls. Habían pasado tantos años que el culpable debió de pensar que podía seguir con su vida como si nada. Y entonces descubrí aquella tumba oculta. Empecé a hacer preguntas incómodas sobre Freya. Y ahora me había convertido en alguien peligroso.

Angus gimoteaba en sueños. Aquellos quejidos no parecían más que una manifestación de mi propia ansiedad. El agotamiento empezó a hacer mella en mí y por fin me dormí, aunque mi mente no parecía estar dispuesta a descansar. Soñé con Freya y con su bebé nonato. En el sueño también advertí a alguien, esperándola junto a las cataratas.

De repente, las imágenes se distorsionaron y dieron paso a otra escena. Thane y yo estábamos enredados junto al estanque, con la bruma acariciándonos la tez. El corazón me latía con fuerza; todo el cuerpo palpitaba con la necesidad de sentirlo en lo más profundo de mis entrañas. Me aferré a él con desesperación y le arañé la espalda. Pero el dolor parecía excitarle todavía más. Durante un instante, Thane se transformó en algo más salvaje, más hermoso, más propio de otro planeta.

—Pronto —murmuró.

Y después hundió la boca ente mis pechos; yo respondí a sus sacudidas rítmicas. Las criaturas se agitaron. Una por una fueron saliendo de sus madrigueras para observarnos. No eran fantasmas esta vez, ni los espectros que Devlin y yo habíamos invocado con nuestro deseo, sino aberraciones que no pertenecían ni al mundo de los vivos ni al reino de los muertos.

Una ráfaga de viento sopló desde las montañas, alborotando las hojas e impregnando el claro con aromas nocturnos. Aquellos seres espeluznantes empezaron a aullar. ¿O aquel sonido provenía de mí? Traté de empujar a Thane, pero había desaparecido. Estaba sola junto a la orilla, temblando de frío y envuelta en el rocío de las cataratas. Encogí las piernas y me abracé las rodillas. Nunca me había sentido tan perdida, tan sola. Tan aterrorizada.

Levanté la mirada y advertí que alguien me vigilaba desde la cima del peñasco. Pero no era Ivy, sino Luna…

Su mirada resplandecía como la de un felino bajo la luz de las estrellas. Bajó trepando del acantilado, seguida de Bryn y Catrice. El trío de amigas formó un círculo a mi alrededor. Yo hundí la cara entre mis brazos.

Unos labios desconocidos me besaron el cabello. Noté un aliento en el cuello y la caricia gélida de unos dedos por la espalda. Me ayudaron a ponerme de pie. Canturreaban una diabólica melodía mientras me vestían. Me estaban acicalando con el traje de novia de Freya.

Entre los pliegues diáfanos, advertí que asomaba una tripa incipiente. Y sentí un segundo corazón palpitando en mi interior…

Me despertó mi propio grito ahogado. Con el corazón a punto de salirme por la boca, me llevé la mano al estómago. Tardé unos segundos en darme cuenta de que había sido una pesadilla. Oh, gracias a Dios.

La temperatura en la habitación había bajado. Me incorporé sobre el cabezal y me tapé hasta la barbilla. La cama improvisada de Angus estaba vacía. Se había acercado al ventanal para echar un vistazo. Cuando me oyó desperezarme, miró a su alrededor, pero enseguida volvió a pegar el hocico en el cristal, como si estuviera espiando algo que se movía por el jardín.

—¿Qué pasa? —susurré, y me levanté de la cama.

Fui hasta la ventana para echar un vistazo. Al principio, no vi nada extraño. Pero, poco después, justo en el lindero del bosque, vislumbré una sombra más oscura que las demás. Tenía la silueta de un ser humano. Empecé a temblar. Alguien… o algo estaba vigilando la casa.