Thane seguía mirándome horrorizado.
—¿De qué estás hablando? Ya sabes quién soy.
—Es como ver…
—¿Qué?
Algo en mis entrañas había empezado a retorcerse. Intenté mirar hacia otro lado, pero la intensidad con la que me observaba no me lo permitió.
—Mientras mirabas las montañas, justo ahora…, tu expresión… —balbuceó. Se quedó callado unos segundos. Al cabo de un instante, añadió—: Esto es una locura.
—¿El qué? Por favor, dímelo.
Pero no le estaba escuchando. En mi cabeza se agolpaba un torbellino de ideas imposible de ordenar. Me aterraba mi obsesión por la verdad y el destino. El secreto que quizá descubriera allí, y hasta qué punto podía cambiarme, me asustaba. Sentía una especie de conexión con lo que me estaba esperando en aquella montaña. Y el vínculo que me unía a la tumba oculta me asfixiaba.
Había una razón que explicaba por qué veía fantasmas. No era fruto de la casualidad ni tampoco podía ser un don hereditario, porque era adoptada. ¿Quién era? ¿Dónde estaba mi lugar? ¿Por qué, después de tantos años, había acabado en Asher Falls?
Thane sacudió la cabeza.
—Ha sido uno de esos momentos tan extraños. Un déjà vu, o algo así.
—Me ha parecido más que un simple déjà vu. Estabas descompuesto.
—No, descompuesto, no. Tan solo… sorprendido —susurró. Me percaté de que quería tomárselo a broma, pero sonó demasiado forzado—. Perdona si te he asustado. Me ha parecido ver algo raro. Como tú aquel día en la cima de laureles, ¿te acuerdas? Me confundiste con otra persona.
—Me acuerdo.
—Creímos que era por la falta de sueño. El cansancio nos juega malas pasadas.
Quería encontrar un razonamiento lógico que explicara lo que acababa de ver. Pero ¿a quién había visto? ¿Qué había visto?
—¿Qué me dijiste tú aquel día?
—Que había soñado despierta —murmuré.
—Sí, sí. Es justo eso. En fin, ha sido interesante.
—¿No piensas contármelo?
—No, creo que lo mejor será dejarlo correr —respondió—. Cambiando de tema…
Pero ambos nos quedamos callados, atrapados por el peso de nuestros secretos. Las sombras se extendían en el lindero del bosque. El sol ya no iluminaba de pleno las escaleras del porche. Tan solo unos rayos conseguían filtrarse entre las ramas de los árboles. Estaba agotada por el trabajo del cementerio, pero estaba tan agitada que sabía que esa noche no podría descansar. De repente, recordé la visión que había tenido en la cascada. Visualicé de nuevo aquella pareja desnuda y entrelazada junto a la orilla, rodeados de criaturas. La propia tierra temblaba con aquella pasión desenfrenada, atroz.
—¿Qué ocurre?
Ruborizada, aparté la mirada, pero Thane se inclinó y me cogió por la barbilla para poder mirarme a los ojos.
—Perdona, no pretendía ofenderte. No sé ni por qué he dicho eso.
—No es por eso. Estaba pensando en algo que dijiste después de la cena en tu casa, cuando estábamos ojeando aquellas imágenes —mentí. No era exactamente lo que tenía in mente, pero no tuve el valor de decirle la verdad—. Comentaste que Luna, Bryn y Catrice eran bastante excéntricas. Las llamaste brujas. ¿Qué quisiste decir con eso?
—Fue una broma. Aunque desde siempre las ha rodeado cierto misterio —reconoció—. Un toque de misticismo, incluso. Las tres se las han ingeniado para prosperar mientras el resto del pueblo se pudre. A pesar de las habladurías, sospecho que es más una cuestión de inversiones acertadas y de buena genética que de brujería.
Le miré de reojo.
—¿Qué habladurías?
—Los cotilleos típicos de un pueblo pequeño combinados con las leyendas de las montañas. Corre el viejo rumor que asegura que las Hijas de Nuestros Valientes Héroes fue un aquelarre.
Me quedé atónita.
—Pensé que era una sociedad histórica.
—Ya te lo he dicho, es un viejo rumor.
El aire se había enfriado.
—¿Por qué no me contaste nada de esos rumores cuando te expliqué el significado del Drudenfuss?
—Me dio la sensación de que estabas un poco asustada. Y tampoco es para tanto. Un pueblo como Asher Falls alimenta todo tipo de supersticiones y chismorreos, en particular cuando se trata de esas tres mujeres. A pesar de ser muy distintas, han sido amigas inseparables desde niñas. Y ahora, como no han formado una familia…
—¿Y qué hay de Sidra?
—Ah, sí. Sidra.
—¿A qué viene ese tono?
Se quedó callado unos segundos.
—Sidra también es todo un enigma, por si no te habías dado cuenta.
—Es diferente, pero me cae bien. Parece una viejecita. Es más madura que las demás chicas de su edad.
—Y no es de extrañar. Nació con una disfunción cardiaca grave. Los médicos estimaron que no viviría más de doce años, pero ella parece haber desafiado al destino.
Sidra era una muchacha de complexión pálida y mirada cautelosa. A pesar de su aspecto frágil, sospechaba que poseía una gran fortaleza interior. Ahora sabía por qué. Quizá su enfermedad tenía algo que ver con su habilidad para ver fantasmas. Pero esa explicación no servía en mi caso, porque no padecía ningún problema cardiaco. Siempre había presumido de una salud excelente.
—¿Dónde está su padre? —quise saber.
—Falleció hace años. Si la memoria no me falla, fue una muerte repentina. No recuerdo mucho sobre él, salvo que amasaba una gran fortuna y que era mucho mayor que Bryn —respondió. Thane se quedó mirando el lago, pensativo—. ¿A qué vienen tantas preguntas sobre Luna y sus secuaces?
—¿Así es como las llamáis por aquí? ¿Luna y sus secuaces?
—Es un decir. De todas formas, ¿por qué tanto interés?
Vacilé durante unos instantes, insegura de si debía contárselo todo.
—Este mediodía ha ocurrido algo extraño. Me encontré con Catrice en el pueblo y me pidió que la llevara a casa. Después se ofreció a mostrarme el estudio. En ningún momento mencionó que hubiera alguien más en su casa, pero oí a Bryn y a Luna en la habitación contigua al estudio. Y justo cuando me disponía a marcharme, me topé con Hugh.
—¿Y?
—¿Por qué no me dijo que había alguien más por ahí? ¿Por qué sus amigas ni siquiera salieron a saludarme? ¿No te parece extraño?
—Pues sí, la verdad.
—Muy extraño. Me dio la sensación de que se habían reunido en el estudio para… vigilarme.
—Para vigilarte —repitió—. Eso es…
—Perturbador, ya lo sé.
—Y puede que un poco paranoico —sugirió él. Aunque me lo dijo risueño, intuía que hablaba en serio. Sonaba paranoico—. ¿Por qué querrían espiarte? —preguntó con suma cautela, como para tranquilizarme.
Me abracé las rodillas.
—No lo sé. Pero no son imaginaciones mías. Me está pasando algo muy extraño, Thane. Tengo una sensación horrible…, una premonición —confesé, y desvié los ojos hacia las montañas—. Tú también debes de notarlo —susurré.
Él también miró hacia el horizonte.
—¿Y qué crees que te está pasando?
—Ni idea, pero tiene que ver con la inundación de Thorngate. Y con la muerte de Freya. Y sospecho que también con el ataque a Wayne, y con la tumba oculta sobre la cima de laureles. Todo está conectado. Existe una especie de plan, una confabulación. Sé que parece una locura, pero no puedo dejar de pensar que estoy aquí por un motivo.
—Es que estás aquí por un motivo —interrumpió—. Para restaurar el cementerio.
—Pero piensa en las circunstancias —rebatí, con una pizca de desesperación. Ahora ya no le cabría ninguna duda de que era una paranoica—. La donación que sirvió para contratar mis servicios fue anónima. ¿Por qué? ¿Y por qué restaurar Thorngate ahora, después de tantísimos años de abandono? ¿Por qué me escogieron a mí, en lugar de a otro restaurador con mucha más experiencia?
—Tus credenciales son impresionantes —razonó, pero no le creí—. ¿Por qué si no habrías venido aquí? —preguntó en voz baja—. Es la primera vez que visitas Asher Falls, y no tienes familia aquí.
—Todavía no tengo una respuesta a eso. Pero hay un vínculo, lo sé. —La brisa arrastró una hoja seca hasta mi pierna—. ¿Recuerdas aquel día, en la cascada, cuando te dije que sentía una vibración? Era una palpitación intensa, como el temblor de una corriente eléctrica. Sin embargo, tú no la sentiste, porque provenía de mi interior. Es este lugar, esta tierra…, las montañas me están llamando, y algo en mis entrañas está respondiendo a esa llamada.
La expresión de Thane era indescifrable. De repente se puso en pie y me ofreció la mano.
—Demos un paseo.
Angus nos siguió por el caminito de piedras, pero no se atrevió a acercarse al muelle de madera. Prefirió quedarse en tierra firme, vigilando. Thane y yo atravesamos el muelle. Cuando alcanzamos la punta, nos asomamos sobre esas profundidades tan turbias.
El sol había empezado a ponerse tras las copas de los árboles; las sombras del bosque oscurecían la orilla del lago. Me incliné sobre la barandilla y, entre penumbras y algas, me esforcé por vislumbrar las lápidas y los monumentos de aquel cementerio acuático. Si miraba con atención, ¿vería el fantasma de Freya flotar hasta la superficie?
—¿Alguna vez has estado ahí abajo? —le pregunté a Thane—. Me refiero a Thorngate. Cualquier niño aventurero querría verlo.
—Una vez buceé por el lago —admitió—. Tendría doce o trece años.
—¿Y cómo era?
—La visibilidad es bastante limitada. Hay un montón de sedimentos y escombros. No vi ninguna tumba ni ninguna lápida. Ni ataúdes ni huesos humanos —añadió con una sonrisa—. Pero había una estatua…, un ángel. La escultura seguía en pie, y apareció de la nada justo delante de mí. Aquel día hacía un sol espléndido, así que la vi con claridad. Y, de repente…, cobró vida. Fue… inquietante.
—¿Y qué hiciste?
—Nadar hasta la superficie y salir pitando de allí —reconoció.
—¿Volviste a bucear por encima del cementerio?
—No, pero no por el ángel —susurró. Apoyó los brazos sobre la barandilla y clavó la mirada sobre el lago, que en ese momento parecía un espejo—. Me pareció una intromisión. Una falta de respeto. Como si estuviera perturbando su descanso —admitió—. No te cortes, debes de pensar que soy un chalado.
Recogí un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Soy la chica que siente vibraciones espectrales, ¿recuerdas?
Sonrió, pero en sus ojos distinguí algo oscuro, algo que me hizo temblar antes de que me cogiera la mano.
—Sobre esas vibraciones… Quizás esa llamada de la que hablas no proviene de esta tierra ni de esas montañas.
Aparté la mirada.
—¿Te hago sentir incómoda? —preguntó.
—Sí, porque presiento que tú también formas parte de esto.
—Tu idea de la confabulación es ridícula, Amelia. El destino no existe. Los sentimientos no se pueden controlar, solo tienes que confiar en ellos.
Pensé en la chica con la que había estado a punto de casarse, Harper. Pell había dicho que era inestable, un peligro para ella y para los demás. Igual que la familia de Devlin, había fallecido en un terrible accidente de coche. Pero su fantasma no planeaba por Asher Falls. Por alguna razón, no acechaba a Thane.
Me sentía observada.
—Esto es muy difícil para mí —dije, con voz temblorosa.
Asintió.
—Lo entiendo. Todavía no has superado lo de ese detective. Nadie conoce mejor que yo cuánto cuesta desprenderse de los recuerdos. Pero no debes anclarte en el pasado, Amelia. A veces, el mejor modo de seguir con tu vida es precisamente ese, seguir con tu vida.
—¿Y si no estoy preparada?
—No pasa nada. No te presionaré. Pero no pienso irme a ningún lado.
—No tienes que hacerlo. En cuanto acabe la restauración, me marcharé de Asher Falls.
El comentario le entristeció.
—Charleston no está tan lejos.
¿De veras? En aquel momento, mi querida ciudad y mi querido detective parecían estar a kilómetros de distancia.
—¿Por qué yo? —musité.
Me acarició la mejilla con los nudillos.
—¿Y por qué no?
Un tremendo escalofrío me sacudió el cuerpo.
—Una vez Ivy me dijo que nunca escogerías a alguien como yo…, a una forastera.
—¿Eso te dijo? —repitió, molesto—. Ivy es una chica con problemas. Creo que la falta de apoyo familiar le está afectando. Su padre es un destacado abogado en Columbia, y su madre siempre está de viaje. Pasa la mitad del tiempo sola. Esa pobre chica lleva media vida mendigando atención. Por eso nunca he querido ser demasiado duro con ella. Pero no tiene ni idea de qué elegiría, ni de ningún otro asunto de mi vida privada.
—Pero en este pueblo hay un sistema de castas. La propia Sidra me ha confesado esta mañana que no le permiten visitar a Tilly Pattershaw porque no es una de ellos.
Dejó caer la mano. Su irritación era casi palpable.
—Habrá repetido como un loro a su madre. Bryn es una esnob insufrible.
—No, Catrice también dijo algo parecido —protesté. Agaché la mirada y me vi las ampollas de las manos. De inmediato pensé en las quemaduras de Tilly—. Me dijo que Freya siempre intentaba encajar en un sitio al que no pertenecía. Por eso aparecía en las fotografías, porque quería ser una de ellas.
Thane suspiró.
—Eres consciente de que todo esto suena un poco a obsesión, ¿verdad?
—Sí.
Se quedó observándome unos instantes.
—¿Por qué te importa tanto todo esto? Ocurrió hace mil años.
—El otro día, tú mismo dijiste que era tu responsabilidad descubrir quién está enterrado en esa tumba oculta, porque la propiedad pertenece a los Asher. Bien, yo siento una responsabilidad parecida por Freya.
—Pero ¿por qué? Ni siquiera la conociste. Lleva muerta muchos años.
Pensé en su fantasma cerniéndose sobre el muelle, justo donde nos encontrábamos ahora, y sentí algo en mi interior, esa profunda tristeza que no me pertenecía, pero que, de algún modo, formaba parte de mí.
—Ni yo misma lo entiendo, pero quiero descubrir qué le ocurrió. Quiero saber por qué nadie de este pueblo está dispuesto a hablar de su muerte.
—Así funcionan las cosas por aquí. La gente solo se ocupa de sus asuntos, y punto.
—¿También cuando se trata de peleas de perros y tumbas ocultas? —le solté.
—Cuando se trata de cualquier cosa.
Clavé la mirada en las oscuras aguas del lago e imaginé el fantasma de Freya. En mi mente, la veía con un elegante vestido de novia. Una suave brisa le acariciaba el pelo. Si descubría lo que le había pasado, ¿podría descansar en paz? ¿Me dejaría tranquila?
¿O regresaría cada crepúsculo para alimentarse de mi calor, de mi energía, para prolongar su presencia en el mundo de los vivos?
Fuera como fuera, tenía que averiguarlo.