Esa tarde Thane vino a verme. Nos sentamos en la escalera del porche trasero, donde todavía daba el sol, y dejé que Angus correteara por el jardín. Al principio apenas hablamos. Seguía preocupada y perturbada por la conversación que había oído en el estudio de Catrice, y también por ese encontronazo con Hugh. No comprendía por qué creía que Pell Asher me había subestimado. «No lo sabe, ¿verdad?».
Thane apoyó los codos sobre el último escalón y estiró las piernas. Los dos contemplábamos la superficie titilante del lago Bell. Nadie adivinaría la oscuridad que yacía bajo aquel brillo sedoso, pero mi habilidad de ver fantasmas había estimulado mi imaginación hasta tal punto que podía imaginarme una necrópolis sumergida, junto con los monumentos volcados y ángeles incrustados. También veía a Freya, flotando entre las lápidas.
Me giré hacia Thane.
—¿Puedo preguntarte algo?
Hizo un gesto de indiferencia.
—Claro.
Bajo la luz del sol, sus ojos se veían más claros, más verdes, pero, al igual que el lago Bell, escondía secretos bajo aquella superficie tan apacible. Pese a que no le conocía desde hacía mucho tiempo, había detectado ciertos detalles que evidenciaban una inquietud oculta. Destellos de un rencor arraigado.
—¿Por qué me explicaste toda la historia del cementerio inundado cuando nos conocimos, en el ferri? ¿Querías asustarme?
Esbozó una sonrisa, pero su rostro permaneció impasible.
—En absoluto. Solo quería entretenerte con alguna pequeña anécdota local. Me figuré que una restauradora de cementerios apreciaría una buena historia de miedo. ¿No es así?
—Ni te lo imaginas.
—¿Lo ves? Lo sabía.
Cerró los ojos y disfrutó del calor del sol.
—Ahora que pienso en aquella conversación, hay algo que me intriga —dije—. No sabía nada de ti ni de este lugar y, sin embargo, tú ya te habías informado sobre mí.
—No lo suficiente —rebatió con una sonrisa bromista—. Cuéntame tus secretos más profundos, más oscuros.
—No sabría por dónde empezar.
—¿Qué tal por tu infancia? ¿Por tus años de adolescencia? ¿Cómo eras en el instituto? ¿Salías con muchos chicos? ¿Eras popular?
Le fulminé con la mirada.
—Qué va.
—¿Maduraste tarde?
—Podría decirse así.
Un fantasma solía deambular por los pasadizos de mi instituto, lo que me había impedido apuntarme a actividades extraescolares después del anochecer. De todas formas, tampoco habría querido. Cuando empecé el instituto, mi reputación de chica solitaria había corrido como la pólvora. En lugar de reinventarme, opté por aceptar esa soledad, así que me encerré en mi santuario de Rosehill con mis libros favoritos como única compañía.
—Crecí en un cementerio, así que puedes imaginar lo popular que era.
Sonrió de oreja a oreja.
—¿Se burlaban de ti?
—En realidad, no. Más bien me ignoraban.
—¿Te sentías sola?
Titubeé.
—Sí, a veces. Pero había aprendido a estar sola desde muy pequeña. Mi infancia fue idílica. Al menos… durante un tiempo.
Hasta que vinieron los fantasmas.
—Eso es más de lo que mucha gente puede decir.
Le lancé una mirada de curiosidad.
—¿Y tú? No te imagino un niño introvertido.
—No, introvertido no es la palabra. Tenía demasiado que demostrar. Tenía que estar siempre a la altura.
—¿Porque eras un Asher?
El rostro se le ensombreció.
—Porque no era un Asher.
—¿Fue duro venir a vivir aquí?
—Sí, pero sobreviví. En la academia Pathway, o comes, o te comen. Igual que en la casa Asher.
—Eso no suena muy agradable.
Entornó los ojos.
—Es lo que hay. La supervivencia de los más fuertes.
Aquellas palabras me recordaron de nuevo la charla entre las tres amigas. Me abracé la cintura y me puse a tiritar.
—¿Tienes frío?
—No… tan solo un mal presagio.
—Vaya.
—¿Puedo hacerte una pregunta sobre tu padrastro?
—¿Sobre Edward? ¿El qué?
—¿Cómo era?
Thane meditó la respuesta durante unos instantes.
—No era como Hugh ni como el abuelo. Tenía el encanto de los Asher, pero era mucho más tranquilo. Más reservado. Al menos así es como le recuerdo.
—¿A qué se dedicaba?
—Ni idea. Probó varios oficios, pero siempre acababa recurriendo a la herencia familiar.
¿Era una nota de amargura lo que había detectado en su voz? No, se parecía más a la resignación. Su propio abuelo había afirmado que Thane había invertido más esfuerzos en restaurar las propiedades familiares que Edward o Hugh. Y con todo tenía que luchar por ese lugar.
—Ansiaba liberarse de las cadenas de los Asher —dijo Thane—, pero nunca lo consiguió.
—¿Y tú?
—No me siento en una cárcel. Me gusta lo que hago.
—¿Y qué haces exactamente?
—Podríamos decir que trabajo como supervisor. La madera y la explotación minera hicieron ganar a la familia una inmensa fortuna, pero ahora solo nos dedicamos a gestionar inversiones, aunque los negocios han caído bastante —explicó—. Entiendo los motivos que empujaron a Edward a marcharse. El abuelo puede llegar a ser muy controlador. A veces es insoportable.
—¿Tan controlador como para intentar romper tu relación con Harper?
—Como para jugar a ser Dios —puntualizó con tono serio.
—¿Crees que Edward estaba enamorado de Freya? —aventuré.
Eso le pilló por sorpresa.
—¿Por qué lo preguntas?
—Por nada. Me pica la curiosidad, solo eso.
Se encogió de hombros.
—Teniendo en cuenta su reacción al ver la fotografía, apostaría todo mi dinero a que mantenían algún tipo de relación. No creo que al abuelo le hubiera hecho mucha gracia.
—¿Crees que él los separó?
—¿Acaso importa? Ocurrió hace mucho tiempo, y los dos están muertos.
—Lo sé, pero estas relaciones me tienen fascinada. Freya y Edward. Edward y Bryn. Wayne y Luna. Luna y Hugh. Son tan…
—¿Incestuosas?
—Enrevesadas, diría yo.
—Así son las cosas en un pueblo pequeño —sentenció Thane—. Sobre todo si está tan aislado y apartado como Asher Falls.
—¿Nunca has pensado en mudarte?
Frunció el ceño.
—¿Mudarme? ¿Por qué? Este es mi hogar. Pertenezco a este lugar.
Medité sobre la familiaridad de aquellas palabras. Encogí las piernas, me las abracé hacia el pecho y apoyé la mejilla sobre las rodillas. Qué lugar tan extraño y espeluznante. Historias oscuras. Demasiadas emociones todavía palpables tras aquella fachada tan bucólica. Y, sin embargo, ahí estaba, y no tenía intención de irme hasta averiguar la verdad. Hasta encontrar mi lugar.
Contemplé la cima que sobresalía por encima de la cresta de la montaña. Y entonces oí aquel murmullo. El inconfundible susurro que se propagaba entre los árboles.
A mi lado, Thane contuvo el aliento. Me estaba mirando con los ojos como platos. Había palidecido y parecía trastornado, aunque no había visto ni oído nada que perturbara la calma que se respiraba en el jardín.
—¿Qué pasa? —pregunté, un tanto inquieta.
Alargó el brazo, como si quisiera tocarme, pero el miedo se lo impidió.
—Dios mío —musitó—. ¿Quién eres?