El buen tiempo duró varios días, de modo que pasé largas horas inmersa en Thorngate, armada con un rastrillo, una pala y un machete para abrirme camino entre la vegetación que había invadido el nuevo cementerio. Aquella tarea física me animaba, así que me entregué por completo al proyecto, ignorando el correo electrónico de Devlin. Tampoco quise darle demasiadas vueltas a los besos de Thane, que habían desatado un caos en mi interior. Por muy absorta que estuviera en mi trabajo, en ningún momento le di la espalda al mausoleo.
Cada vez que recordaba aquel aliento cálido en el cuello y me imaginaba una lengua espectral lamiéndome la piel cortaba con más fuerza las malas hierbas. Aunque llevaba guantes, me salieron varias ampollas. A finales de la semana, sentí que se me agotaba la energía, así que decidí ir a la biblioteca a tomarme un merecido descanso. No había podido ubicar la tumba de Freya, por lo que concluí que todavía estaría escondida bajo una maraña de zarzas y maleza que invadían una parte del cementerio que aún no había explorado. Hasta que pudiera limpiar todo el cementerio, necesitaría un mapa para identificar las tumbas.
Paré un momento en casa para darme una ducha rápida y cambiarme de ropa. Además, también quería asegurarme de que Angus tenía agua fresca y algo de comida. Estaba echando la siesta en el jardín, justo delante de la ventana de mi habitación. Odiaba encerrarlo dentro de casa, pero no podía llevármelo al pueblo, y bajo ningún concepto iba a dejarlo suelto por el jardín.
Cuando entré en la biblioteca, Ivy estaba en la recepción, charlando con Sidra. Las dos llevaban el uniforme de la escuela, así que asumí que no las habían expulsado.
—Hola —saludé, procurando ser simpática.
—¿No es la Reina de los cementerios? —preguntó Ivy arrastrando las palabras—. Así es como te llaman, ¿no?
—A veces.
—Es repugnante.
Lo que realmente me parecía repugnante era que me hubiera buscado en Internet para dar con mi apodo. Y más repugnante todavía me parecía la posibilidad de que hubiera estado espiándonos aquel día, en las cascadas. «Ivy no es como las demás chicas —había dicho Thane—. Ha habido algunos… incidentes».
—Depende de cómo lo mires —contesté.
Su mirada era de desdén.
—Si tú lo dices.
Me giré hacia Sidra.
—¿Luna está aquí?
Y de inmediato lanzó una mirada de advertencia a su amiga.
—No, pero volverá pronto.
—Tengo que irme —anunció Ivy—. Hasta luego, Sid. No te olvides de lo que hemos hablado.
Sidra frunció el ceño.
—Ya te lo he dicho, no pienso subir allí nunca más.
—Nunca digas nunca —apuntó Ivy, y me sonrió con astucia.
Sidra esperó a que su amiga cerrara la puerta.
—¿Puedo ayudarte? —se ofreció.
—¿Todo bien? Te noto un poco ansiosa.
—Estoy bien. Es solo que… —titubeó—. Nada.
—¿Estás segura? Si necesitas hablar con alguien…
—No, gracias —me cortó, y desvió la mirada hacia el mostrador.
—De acuerdo. Quizá puedas echarme una mano con esto.
Le expliqué lo que necesitaba. La seguí por la biblioteca hasta un enorme escritorio repleto de libros y registros.
—Luna recopiló para ti toda esta documentación hace unos días. No sabíamos cuándo volverías por aquí.
Estuve tentada de revelarle que había venido en una ocasión, pero al recordar las circunstancias de aquella visita decidí callarme.
—Si aquí no encuentras lo que buscas, siempre puedo comprobar los archivos —dijo Sidra ojeando una de las carpetas—. Estoy segura de que tenemos más libros de referencia que mencionan Thorngate.
—Gracias. Todo lo que encuentres me será de gran ayuda. Oh, y hablando de libros de referencia, me gustaría leer algo sobre los símbolos de maleficio que hay en la cascada. Intenté buscarlos en Internet, pero no encontré nada al respecto.
Abrió los ojos como platos. Aquellos ojos azules destilaban miedo.
—¿Símbolos de maleficio?
—He visto emblemas similares en lápidas muy antiguas. Tengo curiosidad por saber cómo se cincelaron en el acantilado.
Vaciló.
—No encontrarás información sobre esos símbolos, ni aquí ni en ningún lado. Te aconsejo que no vuelvas a mencionarlos. La gente de este pueblo se pone muy nerviosa cuando oye hablar de esas cosas.
—¿Son supersticiosos?
Esquivó mi mirada.
—Yo, en tu lugar, no diría nada.
Su comportamiento me desconcertó, pero dejé el tema.
De repente oí un portazo. Sidra parecía un tanto alarmada.
—Luna debe de haber llegado. La informaré de que estás aquí.
Se escabulló a toda prisa. Me acomodé frente a la mesa para ponerme a trabajar, pero apenas tuve tiempo de echar un vistazo a la primera pila de papeles. Sidra regresó con un par de libros.
—Aquí debe de haber alguna cosa sobre el cementerio —dijo—. Contienen listas de todos los cementerios del condado.
Alcé la mirada.
—Qué rápida.
—Conozco esta biblioteca como la palma de mi mano. He pasado la mayor parte de mi vida aquí dentro.
—Debes disfrutar mucho con tu trabajo —murmuré con una sonrisa—. Me encantan las bibliotecas. Cuanto más antiguas, más bonitas. Igual que los cementerios.
—A mí también me gustan los cementerios —añadió con las mejillas sonrojadas—. Podría ayudarte a revisar toda esta documentación, si quieres.
—¿A Luna no le importará?
—No tengo nada más que hacer —dijo, y cogió una silla.
Durante el par de minutos que me había dejado a solas se me ocurrió la idea de que quizá sabía algo sobre Freya. Había fallecido antes de que ella naciera, pero, en un pueblo tan pequeño como Asher Falls, estaba convencida de que habría oído algo. Además, cuando le mostré la fotografía que tenía Luna en su despacho, reaccionó de una forma muy extraña.
Trabajamos en silencio un buen rato, hasta que, como si nada, dije:
—El otro día conocí a tu madre, en la mansión Asher.
—Eso he oído.
—¿Te lo contó?
—Mi madre nunca me cuenta nada, pero soy una chica muy espabilada. Siempre averiguo lo que necesito.
Ese punto de soberbia cuadraba más con el carácter de Ivy que con Sidra.
—Después de la cena, Thane y yo nos dedicamos a abrir un montón de cajas viejas. Encontré una fotografía que me recordó a la que tiene Luna en su despacho, esa fotografía en grupo donde aparecen tu madre y Catrice. Había otra chica en el fondo. Thane creyó que era Freya Pattershaw.
Sidra no despegó la mirada del libro, pero se puso muy tensa. Sospechaba que también veía el fantasma de Freya en aquella instantánea.
—¿Alguna vez has oído ese nombre?
Por fin me miró a los ojos, pero hubo algo en aquella mirada cristalina que me puso la piel de gallina. Fue la dicotomía de luz y oscuridad.
—He oído el nombre —confirmó—. Era la hija de la mujer de los pájaros.
—¿La mujer de los pájaros? —repetí, confusa.
—Tilly Pattershaw. La llamamos así.
—¿Ese apodo no concuerda más con Catrice? Ella es la ornitóloga.
—Catrice estudia a los pájaros —aclaró—. Tilly, en cambio, cuida de ellos. Los rescata. Y seguramente sabe mucho más de pájaros que cualquiera de la isla, incluida Catrice. Deberías ver su jardín. A veces vuelan hacia ella en bandada.
De repente recordé la imagen de todos aquellos cuervos observándome.
—¿Sueles ir a su casa?
Sidra miró por encima del hombro, como si quisiera asegurarse de que nadie nos espiaba.
—Se supone que no puedo ir a su casa, pero me gustan los pájaros. Sobre todo los pequeñitos y cantarines. Catrice, en cambio, analiza aves depredadoras.
Procuré no parecer demasiado intrigada por el tema.
—¿Y por qué no te dejan ir a su casa?
Otra pausa.
—Tilly no es de las nuestras.
—¿A qué te refieres?
—No es de Asher Falls.
—Pero ha vivido aquí casi toda su vida.
—La gente como mi madre, o como Luna, todavía la considera una forastera.
Lo cual era irónico porque había vivido más años que cualquiera de ellas en Asher Falls.
—¿Sabes qué le ocurrió a Freya? —pregunté.
—Murió.
—Sí, ya lo sé, pero… ¿cómo?
Volvió a mirar atrás.
—A nadie le gusta hablar de aquel incidente, pero… corren rumores que dicen que murió en un incendio. Tilly tiene las manos quemadas, así que todo el mundo asume que intentó salvar a su hija.
—Por eso lleva guantes.
—Siempre. Nunca se los quita, ni siquiera cuando da de comer a los pájaros.
—¿Y dónde fue ese incendio?
—No lo sé. En algún edificio abandonado del pueblo. Se estaba celebrando una fiesta… o algo así. Aunque… —susurró. Había algo en su mirada que era incapaz de descifrar. Algo que me incomodaba—. Creo que no eran muy amigas.
—¿Quién?
—Catrice, Luna y mi madre no eran muy amigas de Freya.
—¿Por qué?
—Deberías preguntárselo a Luna.
—¿Preguntarle el qué?
Luna apareció al otro lado del pasillo, con el gato entre sus brazos. Llevaba un vestido púrpura, el mismo color del crepúsculo, y varias pulseras de plata. Enseguida me fijé en el resplandor lechoso de la piedra lunar que lucía sobre su garganta. Se agachó. Aquel gato atigrado brincó de sus brazos para cobijarse debajo de una de las estanterías, arañando el suelo de madera con las uñas.
—Está persiguiendo un ratón —adivinó Sidra.
—Sí, es un minino sanguinario —añadió Luna—. Es su instinto natural, aunque no lo envidio, la verdad. Además, los roedores son la bestia negra de las librerías antiguas. Y las trampas no sirven de mucho —explicó. Sonrió, apoyó un hombro sobre una de las estanterías y se cruzó de brazos—. Y bien, ¿qué quería preguntarme?
Sidra estaba de espaldas a Luna. Aunque tenía la cabeza agachada, fingiendo leer el libro, me miraba con detenimiento. Y, de un modo muy disimulado, meneó la cabeza. Por algún motivo, no quería que mencionara a Freya, quizá porque se suponía que no sabía nada de ella.
—Intento encontrar un mapa del cementerio. Thane me dijo que podría haber uno en la mansión Asher, pero cuando lo buscamos no dimos con él. ¿Sabe si hay alguno en los archivos de la biblioteca? —pregunté, sin alterar el tono de voz.
—Debería haber uno entre toda esta documentación.
Atravesó el pasillo. Cuando llegó al escritorio, pasó una mano por la espalda de Sidra y después la apoyó en su hombro. La chica apretó los ojos, como si estuviera reprimiendo un escalofrío.
—Al menos de la nueva sección. Pero apostaría a que el mapa del cementerio original está en la mansión Asher. Echaré un vistazo la próxima vez que vaya.
—Gracias.
Se quedó mirándome durante unos segundos y, antes de que pudiera reaccionar, me agarró por la barbilla y me giró la cabeza a un lado y a otro, como si quisiera estudiar mi perfil. Aturdida, me aparté de golpe.
Luna esbozó una sonrisa.
—Perdone. No pretendía asustarla. Me había parecido ver una araña en su pelo.
En esta ocasión fui yo quien reprimió un escalofrío. Aunque su extraño gesto apenas duró un instante, no pude evitar fijarme en el abanico de líneas de expresión que le arrugaban el contorno de los ojos y en la piel flácida que le colgaba del cuello. Tampoco me pasó desapercibido el mechón de cabello canoso que manchaba su cabellera azabache. No tenía el mismo aspecto vital y exuberante que había percibido en ella el día en que la conocí. Por alguna extraña razón, pensé en el cadáver que se estaba pudriendo en el mausoleo de los Asher.
Se irguió.
—Sidra, no olvides que mañana cierras tú.
La muchacha ni pestañeó.
—Claro que no.
—Amelia, ¿puedo hacer algo más por usted?
—No, gracias —respondí con demasiado apremio—. Sidra es un encanto y me está ayudando a ojear todos estos registros.
—Sí —murmuró Luna—. Sidra puede ser una chica muy amable.
Y, tras esas palabras, se dio media vuelta y desapareció.
Sidra dejó escapar un suspiro.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por no mencionar a Freya. No quiero que Luna se enfade.
—¿Y por qué iba a enfadarse? Qué importa si ella y sus amigas no apreciaban a Freya; esa pobre chica murió hace años.
—No conoces a Luna —balbuceó. Y entonces se inclinó hacia mí y bajó todavía más la voz—. Hay algo que tienes que ver.
—¿El qué?
—Ahora no. Reúnete conmigo mañana aquí, después de que Luna se marche.
—No sé si podré venir…
—Es sobre esos símbolos de maleficio —susurró—. Ven mañana y te lo enseñaré.