Capítulo 21

Cuando emprendimos el camino de regreso, ya era mediodía. El sol brillaba con toda su fuerza, pero sobre las cumbres de las montañas se cernían unas nubes grisáceas que habían empezado a tronar. La tormenta estaba lejos, y ni siquiera presentía que se acercara de forma amenazadora. Sin embargo, notaba ese cosquilleo eléctrico en la espalda y en la yema de los dedos. La brisa dejó de soplar de repente y, acto seguido, el aire que nos rodeaba se cargó de malos presagios.

El camino que serpenteaba la montaña era estrecho, así que tuvimos que avanzar en fila india. Thane tomó la delantera y Angus la retaguardia. No estaba de humor para charlar. Seguía preocupada por lo que había pasado entre nosotros. Y no conseguía deshacerme de la idea de que alguien, quizás Ivy, nos había estado siguiendo. De forma inconsciente, me giré en un intento de localizarla entre los matorrales.

Thane andaba varios metros por delante, pero me esperó a que le alcanzara antes de adentrarse en el boscaje. El sendero era mucho más amplio, así que pudimos avanzar juntos, rozándonos los hombros. Aunque evitaba cualquier tipo de contacto físico, agradecí su cercanía. Apartó una rama de pino que pendía sobre el camino para facilitarme el paso.

—Necesito contarte algo —dijo.

—¿Sí? —contesté mirándole a los ojos.

Parecía perdido, como si no supiera por dónde empezar.

—Ayer te dije que había consultado tu página web para averiguar algo más de ti, pero no es del todo cierto. Sí que entré en tu blog, pero ya sabía de ti. De hecho, ya sabía de ti el día en que te conocí, en el ferri.

Me estaba poniendo nerviosa, así que endurecí el tono.

—¿Cómo?

—Recordé haber visto tu fotografía en los periódicos la primavera pasada, cuando lo que pasó en el cementerio de Oak Grove salió a la luz.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—No estaba del todo seguro. Por eso te busqué en Internet. Revisé varios artículos hasta dar con la fotografía. Estabas fuera del cementerio, con un hombre. Un policía. Él te rodeaba con el brazo. Ninguno mirabais a cámara, y me dio la sensación de que el fotógrafo había capturado un momento íntimo. —Hizo una pausa antes de continuar—. No es asunto mío, ya lo sé, así que eres libre de mandarme al Infierno. Pero… ya sabes qué te estoy preguntando, ¿verdad? ¿Y por qué? —preguntó con cierta tensión en la voz—. No estás así solo por lo que ha pasado en la cascada.

El corazón me dio un vuelco.

—Ya lo sé.

—¿Y bien?

Cogí aire.

—Se llama John Devlin. Era el detective que se encargaba de ese caso. Colaboré con él durante un tiempo.

—¿Y algo más?

—Sí.

—¿Mucho más?

—No importa. Ya no estamos juntos.

—¿Por qué?

No podía contarle que a Devlin le acechaban los fantasmas de su hija y de su esposa. Aunque me creyera, era una información que no estaba dispuesta a compartir. Ni siquiera Devlin sabía que seguían ancladas a él, de modo que confesárselo a Thane me parecía una traición en toda regla.

—Es complicado —dije, y reanudé la marcha. Cuando me alcanzó, añadí—: Perdió a su esposa y a su hija. No estaba preparado para pasar página.

—¿Y tú? ¿Estás preparada para pasar página?

Cerré los ojos.

—No lo sé. Todavía no lo he superado, si es lo que quieres saber. No sé si algún día lo superaré.

—¿Por eso viniste aquí? ¿Para curar las heridas?

—Vine aquí porque me ofrecieron un trabajo —le contesté.

Thane me hablaba con cautela.

—Si te sirve de algo, sé lo que es perder al amor de tu vida. Conozco ese vacío, esa horrible sensación de impotencia.

—Tu abuelo me habló de Harper —murmuré.

Arrugó la expresión.

—¿Y qué te dijo?

—Que era la chica con la que querías casarte. Me contó que murió en un accidente de tráfico, y que tú te sentiste culpable por dejar que cogiera el coche con la tormenta que estaba cayendo.

De pronto, se puso furioso.

—¿Y no te dijo que había hecho lo imposible para separarnos?

—No —contesté, pero recordé que había mencionado algo sobre la inestabilidad mental de aquella chica—. ¿Por qué quería separaros?

—Porque se negaba a incluirla en su gran proyecto familiar —explicó. La sien no dejaba de palpitarle—. Y al parecer la familia de Harper no merecía su aprobación.

—¿Por qué?

—No tenía dinero ni contactos, ni el pedigrí necesario para unirse a los Asher. Por supuesto, a mí todo eso me importaba bien poco. Solo quería estar con ella. Si no hubiera sido por el accidente, nos habríamos casado esa misma primavera, a pesar de las objeciones del abuelo.

—Lo siento.

Se quedó callado durante unos instantes. Los truenos retumbaban a lo lejos. Se había levantado una brisa que agitaba las hojas y rezumaba a lluvia.

Thane miró hacia el cielo. Entre el espeso follaje todavía se filtraba la brillante luz del sol.

—Han pasado muchos años, quién sabe cuánto habríamos durado. Éramos jóvenes. Ahora, cuando echo la vista atrás, debo admitir que parte del encanto de nuestro romance se basaba en frustrar los deseos del abuelo. No me malinterpretes —se apresuró en añadir—. La quería con todo mi corazón. Mi abuelo me abrió las puertas de su casa cuando no tenía adónde ir, y siempre le estaré agradecido. Nunca podré recompensarle todo lo que ha hecho por mí, pero…

—Siempre te recuerda que no eres un verdadero Asher.

Soltó una débil carcajada.

—Dicho así suena bastante mezquino.

—Pero no lo es. En el mejor de los casos, es embarazoso; en el peor, desmoralizador.

Alargó el brazo y me rozó la mejilla, una caricia tan suave como el vuelo de una libélula sobre la superficie de un estanque.

—Es un imbécil, y lo sabes.

Pero ya no estábamos hablando de Pell Asher.

Quería decirle que no era culpa suya. Era difícil dejar atrás a los fantasmas del pasado cuando ellos no querían dejarte marchar.

En ese momento, lo último que quería era mirarle a los ojos, así que me concentré en Angus. Estaba sentado en mitad del camino, esperándonos.

Sin embargo, en mi cabeza se estaba desatando un huracán de pensamientos y emociones. No estaba lista para eso, ni quería estarlo. No buscaba un romance con Thane Asher, pero tampoco podía negar esa conexión que empezaba a asustarme.

—Thane…

—No lo digas. No digas nada.

—Pero tengo que hacerlo.

Posó un dedo sobre mis labios y me silenció.

—La vida es demasiado corta para vivir en el pasado, Amelia. Deja que se quede con sus fantasmas.

Cuando por fin llegamos al cementerio, me paré en la puerta para despedirme. Tenía que adelantar trabajo antes de que empezara a llover. Además, me apetecía pasar un tiempo a solas para pensar. El beso me había dejado confundida y destrozada. Me daba la impresión de que estaba atrapada en el juego en que ambos equipos tiran de un extremo de la cuerda. Por un lado, el constante anhelo de regresar a Charleston, a Devlin; y por el otro, la necesidad de permanecer allí, junto a Thane.

—Debería ponerme a trabajar —anuncié con energía.

Dibujó una sonrisa pícara.

—No vas a librarte de mí tan fácilmente. Creo que ha llegado el momento de que conozcas al resto de la familia.

—¿Perdón?

—A la querida tía Emelyn. Dijiste que querías verla.

La tormenta cada vez estaba más cerca. Thane echó un vistazo a las montañas.

—No creo que puedas trabajar esta tarde. Esa tormenta llegará de un momento a otro.

Las palabras de Thane parecieron conjurar un vendaval que revolvió las hojas secas que yacían sobre las tumbas. En el lindero del bosque los pinos comenzaron a zarandearse como olas en un mar verde. Una cortina de lluvia nos pisaba los talones. Percibí el tamborileo de las gotas sobre el suelo, como el murmullo de centenares de fantasmas. Por detrás del aguacero se asomaban truenos y los constantes destellos de relámpagos. Al cabo de unos segundos, ya teníamos la tempestad encima.

Thane me cogió de la mano.

—Vamos. Echa a correr.

Podríamos haber reculado y resguardarnos en el coche, pero en lugar de eso zigzagueamos a toda prisa entre el laberinto de monumentos y lápidas, atravesamos el pórtico y dejamos atrás el círculo de ángeles que observaban la tormenta.

Thane abrió de un empujón la puerta del mausoleo y se hizo a un lado para dejarme entrar. Angus estaba detrás de mí, sacudiéndose el agua que le empapaba el pelo. Aunque estaba oscuro, las vidrieras dejaban pasar algo de luz. Cada esquina estaba repleta de telarañas. Las paredes de piedra se sentían frías y húmedas, y aquel aposento apestaba a moho y abandono. En el centro del suelo de piedra había una escalinata que bajaba hacia las penumbras de la tumba.

En un intento de iluminar un poco más el mausoleo, Thane puso una cuña debajo de la puerta para impedir que se cerrara. Agradecí el aire fresco, esa brisa de tormenta que me alborotaba el pelo y agitaba las telarañas.

—¿Qué te parece? —preguntó—. ¿Todavía quieres verla?

—Sí, solo que…

Sus ojos centelleaban.

—No tendrás miedo, ¿verdad?

—De la tía Emelyn, no. Aunque las serpientes y las arañas no son santos de mi devoción.

—¿Qué tipo de restauradora eres?

—De las precavidas. ¿Todavía tienes esa linterna de bolsillo?

Comprobó el llavero. Ahí estaba.

—Pero si no recuerdo mal había velas por aquí y, con un poco de suerte, también habrá cerillas. ¿Quieres que baje solo?

—No pasa nada. He aprendido a convivir con mis fobias. Aunque ve tú primero.

—Gracias —dijo, y empezó a descender hacia la negrura—. No te alejes demasiado… y vigila donde pisas. Los peldaños son muy empinados.

Me percaté de que Angus se había quedado arriba. Por lo visto, no sentía curiosidad alguna por esa tumba.

Caminaba pegada a Thane. A medio camino, se paró de repente; casi me estrello contra él.

—¿Qué ocurre? —le pregunté, casi sin aliento.

—Tan solo intento recordar dónde están los candelabros —respondió. Bajó otro puñado de escalones y enfocó la linterna sobre los muros de piedra—. Ah, aquí están.

Oí el chasquido de una cerilla. La llama animó unas sombras que danzaron sobre las paredes. Thane protegió la cerilla con la mano y una por una fue encendiendo las velas. Extrajo una del candelabro y me la entregó. Después apagó la linterna, se la guardó en el bolsillo del pantalón y cogió otra vela para él.

Descendió el resto de la escalera. Cuando llegó a la estancia inferior, encendió varias velas más. La tumba era más grande de lo que había imaginado, rodeada de muros de criptas y sepulcros que habían caído en el olvido. Vislumbré más telarañas. El resplandor de la luz se reflejaba en las placas de plata de ley. El hedor a moho se hizo más intenso, lo que me hacía sospechar que cada rincón y fisura estarían recubiertos del asqueroso moho negro.

—Esto es increíble —exclamé. Mi voz retumbó en las paredes de piedra.

—Es una lástima que no tengamos más luz —se lamentó Thane—. La próxima vez vendremos preparados. Las tallas y filigranas esculpidas en las criptas son extraordinarias.

—¿Es orgullo lo que acabo de oír en tu voz? —bromeé.

Me miró por encima del hombro. Bajo aquella luz parpadeante, su expresión era aterradora.

—Nunca he cuestionado el gusto de la familia —contestó—. Solo me quejo de una excesiva indulgencia. Y hablando de eso… —dijo levantando la vela—. El ataúd de Emelyn está por aquí.

Me guio por una puerta arqueada que daba a un aposento donde el ataúd de cristal descansaba sobre un pedestal. Se dio media vuelta para colocar la vela sobre un candelabro. Me acerqué y me di cuenta de un pequeño detalle. Desde ese punto en concreto, la vela se reflejaba sobre el cristal, así que era imposible distinguir nada. Pero en cuanto me deslicé unos centímetros, la vi por primera vez. Ahogué un grito.

—¿Qué pasa? —preguntó Thane.

Aproximé la vela al ataúd de cristal. Thane enseguida agachó la cabeza.

—Jesús —suspiró.

Debía de haber entrado aire en el ataúd a través de alguna grieta o ranura, porque el cadáver había empezado a descomponerse. La piel arrugada se había vuelto grisácea y las cuencas de los ojos eran dos agujeros negros. Los labios también se habían marchitado, adoptando una sonrisa que ponía los pelos de punta. Pero lo más grotesco de aquella imagen eran los adornos de novia que habían colocado junto al cadáver.

—¿Cuándo fue la última vez que bajaste aquí? —quise saber.

—Hace años. Me pregunto cuánto tiempo lleva así.

—¿Quién sabe? Aunque la ranura del cristal sea minúscula, la descomposición de un cuerpo es rápida —aclaré. Eché un segundo vistazo al cadáver—. ¿Se lo dirás a tu abuelo?

—No tiene por qué enterarse, no serviría de nada, solo para enfadarle. Además, no volverá a venir aquí. No hasta…

Un viento invernal azotó la estancia. Enmudeció a Thane y apagó todas las velas. Un segundo más tarde, la puerta del mausoleo se cerró de golpe.

En mitad de aquella absoluta oscuridad sentí el frío del miedo trepando por mi espalda.

—¿Thane?

En cuanto articulé su nombre, noté su mano sobre el brazo.

—No pasa nada. El viento las ha apagado. Voy a buscar más cerillas.

Tenía el cuerpo pegado al suyo y, en el profundo silencio de la cripta, habría jurado escuchar el latido de su corazón. ¿O sería el mío? Buscaba la caja de cerillas a tientas, pero notaba su brazo alrededor de mi cintura. Y no solo eso. Percibía su aliento en la mejilla, el roce de sus labios en el pelo.

—¿Thane?

Me apretó contra él, con el brazo sujetándome la cintura mientras me acariciaba el pelo y me besaba el cuello. «Como si tratara de devorar mi esencia». Aturdida, me solté con brusquedad.

—¿Qué estás haciendo?

—Intentando encontrar las malditas cerillas.

Su voz provenía del pie de la escalera. No estaba a mi lado. Pero aquel brazo seguía agarrándome…

Me quedé paralizada, incapaz de reaccionar. Sentí una mano deslizándose hasta mi pecho, otra descendiendo por mi muslo. Y entonces escuché una voz rasgada que me susurró al oído: «Pronto». Un segundo más tarde oí el rasguño de unas zarpas sobre el suelo de piedra. Thane apareció en la puerta con una vela en la mano.

Miré a mi alrededor, pero allí no había nadie. Estaba sola en el aposento. Mi única compañía era el marchito cadáver de Emelyn Asher.