Un escalofrío me recorrió el cuerpo; justo entonces el extraño me miró divertido.
—Lo siento —dijo conteniendo una sonrisilla—. Folclore local. No he podido resistirme.
—¿Entonces no es cierto?
—Oh, sí. El cementerio está ahí, junto con los coches, las casas y Dios sabe qué más. Hay quien asegura haber visto ataúdes flotando en la superficie, sobre todo después de una tormenta. Pero las campanas… —Hizo una pausa—. A ver. He pescado en este lago desde que era un crío, y nunca las he oído.
¿Y la cara que había visto bajo el agua? ¿Era real o producto de mi imaginación?
Su mirada persistente me incomodaba, aunque no sabía por qué. La mirada de aquel tipo era demasiado turbia, demasiado enigmática, como el fondo del lago Bell.
El desconocido se inclinó y apoyó los antebrazos sobre la barandilla. Llevaba pantalones vaqueros y un jersey negro que abrigaba su torso tonificado. Sentí unas inesperadas mariposas en el estómago y de inmediato aparté la mirada, pues lo último que necesitaba era complicarme la vida de ese modo. Todavía no había superado mi historia con Devlin y temía que nunca pudiera pasar página. Un atractivo desconocido tan solo aliviaría mi anhelo momentáneamente, pero no ayudaría en nada a mitigar el dolor casi físico que se había instalado en mi pecho desde la noche que hui despavorida de la casa que Devlin había compartido con la hermosa y difunta Mariama.
—Y bien, ¿qué le trae a Asher Falls? —preguntó—. Espero que no le importe que se lo pregunte; la verdad es que no recibimos muchas visitas. Este lugar está bastante apartado.
Aunque su voz sonaba agradable, detecté cierta segunda intención en sus palabras.
—Me han contratado para restaurar el cementerio de Thorngate. El que está seco.
No contestó y, después de varios segundos, su silencio me indujo a mirarle. Me estaba observando con detenimiento; todavía tenía ese brillo en la mirada, pero esta vez no era de divertimento ni de curiosidad, sino de rabia. La emoción enseguida se desvaneció. No se dio cuenta de que no se me había pasado por alto su enfado.
Procuré no darle más vueltas al asunto. No habría sido la primera vez que algún local se oponía a la tarea para la que me habían contratado. La gente tiende a ser muy protectora, a veces incluso excesivamente supersticiosa, con los cementerios. De modo que empecé a justificar mi buen hacer como restauradora. Thorngate estaría en buenas manos. Pero no tardé ni un minuto en cambiar de opinión; ese trabajo le correspondía a la señora que me había encargado el proyecto. Ella sabría cómo calmar las preocupaciones de los ciudadanos mucho mejor que yo.
—Así que ha venido a restaurar Thorngate —murmuró—. ¿De quién fue la idea?
—Mi persona de contacto es Luna Kemper. Si tiene más preguntas, le sugiero que se las haga llegar a ella.
—Oh, lo haré —prometió con una sonrisa forzada.
—¿Algún problema? —pregunté sin más rodeos.
—Todavía no, pero vaticino que habrá tensión. Thorngate, el Thorngate seco, solía ser el cementerio particular de la familia Asher. Después de que el cementerio original se inundara, se donó ese camposanto al pueblo, junto con varias propiedades. Todavía hay gente muy molesta por eso.
—¿Los Asher regalaron su cementerio familiar? Es un poco raro, ¿no? ¿Por qué no cedieron parte de sus tierras para construir uno nuevo?
—Porque, después de lo que hizo el viejo, todos esperaban un gesto por su parte —explicó. Su mirada verde se ennegreció y prosiguió—: En realidad, no fue más que un resarcimiento. Lo más irónico, por supuesto, es que los ostentosos monumentos junto con el mausoleo de la familia solo sirven para resaltar todavía más el abismo que separa a los Asher del resto del pueblo.
—¿Pell Asher sigue vivo?
—Oh, sí, sigue vivito y coleando.
Y una vez más percibí el destello de una emoción.
—¿Y a qué se dedica en Asher Falls? Espero que no le importe que se lo pregunte —dije imitando lo que él me había dicho antes, pero, por lo visto, no se dio cuenta.
—Bebo… —contestó— y mato el tiempo.
Se dio media vuelta y sentí la caricia fría de una pluma por la espalda. Había algo en su voz, un trasfondo oscuro que me hacía pensar en cementerios sumergidos y secretos enterrados. Quería mirar hacia otra lado, pero aquella mirada tan hipnótica me desarmaba.
—Por cierto, soy Thane Asher. Heredero del moribundo imperio Asher; al menos hasta que el abuelo vuelva a modificar su testamento. Siempre duda entre mi tío y yo. Esta semana yo soy el elegido, pero quién sabe si habrá cambiado de opinión el jueves que viene.
No supe qué decir a eso, así que me limité a extender la mano.
—Amelia Gray.
—Un placer —murmuró, y me estrechó la mano.
Tenía la palma cálida y suave de los privilegiados. En ella no palpé los callos que, después de muchos años de arrancar malas hierbas y levantar lápidas, se notaban en mis manos.
Pensé en Devlin otra vez, y creí percibir el cosquilleo de sus dedos sobre mis hombros.
Reprimí un estremecimiento y traté de soltarme de la mano de Thane Asher, pero, por lo visto, él no estaba dispuesto a dejarme marchar. Clavó su mirada en la mía hasta que el ferri, tras un ligero impacto, atracó en el muelle. Y por fin me soltó.
—Ya hemos llegado —dijo con tono alegre—. Asher Falls. Bienvenida a nuestro reino, Amelia Gray.