Capítulo 19

Alcanzamos la cumbre de la colina y empezamos a descender por la ladera escabrosa que conducía a la cima de laureles, con el sol a nuestra espalda. No estábamos muy lejos de Thorngate ni de la carretera, pero me daba la impresión de que estaba en mitad de la nada. Había un lagarto tomando el sol sobre una roca y, por encima de nuestras cabezas, un cuervo solitario que se dejaba llevar por una corriente de aire. No advertí ningún otro animal que se escurriera al vernos bajar por aquella pendiente.

Sentía ciertas molestias en el tobillo, pero el dolor era soportable. Sin embargo, la rigidez de la articulación me incomodaba y me obligaba a fijarme en dónde ponía el pie a cada paso, así que agradecí que Thane me ofreciera su mano para cruzar las zonas más traicioneras. La vibración se había esfumado, de modo que había recuperado el equilibrio. Ahora veía a Thane como un tipo atractivo y agradable cuya compañía empezaba a gustarme. Y nada más.

En cuanto llegamos a la cima me di cuenta de que había acertado al traer a Angus con nosotros. Si cerraba los ojos, podía ubicar con precisión el punto exacto por el que había entrado al matorral. Pero ahora que estábamos allí, las fisuras de aquella pared de maleza me parecían idénticas. Por suerte, Angus nos guio por aquel laberinto de malas hierbas. De lo contrario, me habría vuelto a perder. Mi padre tenía razón. La monotonía del paisaje engañaba nuestros sentidos. No reconocí ningún punto de referencia hasta que empezamos a trepar por la cornisa que protegía la tumba.

Angus nos había adelantado dando saltos. Ahora estaba sentado frente al pequeño montículo. Nos esperaba meneando la cola.

—¿Es aquí? —preguntó Thane.

—Sí. La cripta está justo aquí, debajo de la cornisa. ¿Ves las dedaleras? No crecen silvestres en esta parte del país. Alguien las plantó a propósito, aunque si uno pasara por aquí, nunca se daría cuenta.

Thane miró a su alrededor.

—Menudo sitio para enterrar un cadáver. Debió de ser una tortura traerlo hasta aquí. A no ser que…

No quiso continuar la frase, pero sabía por dónde iba.

—¿A no ser que el cuerpo siguiera con vida? Lo sé. Yo también lo he pensado. Pero el montículo de tierra está hecho a propósito y hay una lápida. Cualquiera que tratara de encubrir un crimen jamás habría preparado todo esto. Además, no creo que la cripta esté oculta, sino protegida.

Mientras charlábamos, Angus se había levantado y estaba junto a la tumba pateando unas hojas. Después, con un quejido muy particular, se acercó a olisquearme la mano. Al cabo de un segundo, volvió a la tumba y repitió el ritual.

—¿Qué está haciendo? —quiso saber Thane.

—No tengo la menor idea, pero hay algo en este lugar que le llama la atención. Él fue quien me trajo hasta aquí. No paró de ladrar hasta conseguir que le siguiera por el bosque. Entonces, cuando por fin di con él, lo encontré aquí sentado, con la mirada pegada a la tumba.

—Debe de oler algo —propuso Thane.

—No creo. La tumba es demasiado antigua.

—Los perros tienen un olfato muy desarrollado. Es muy probable que haya rastreado un olor que ningún ser humano es capaz de detectar. Tal vez esté siguiendo el rastro de un olor que lleva años aquí.

De repente pensé en la conversación que escuché a hurtadillas junto a la ventana. ¿Era posible que mi madre y mi tía se estuvieran refiriendo a esta tumba? ¿Angus había reconocido el aroma de mi madre aquí y lo había relacionado conmigo?

Me parecía una idea disparatada. Habían pasado muchos años desde aquella conversación. Aunque fuera la misma tumba, la esencia de mi madre habría desaparecido hacía tiempo. Y, si ya me costaba verla en Asher Falls, me resultaba imposible imaginármela escalando la ladera escarpada de una colina.

Sin embargo, el comportamiento de Angus me intrigaba. Era obvio que sabía algo de aquel lugar que yo desconocía.

Alguien había dejado un ramillete de flores silvestres cerca de la lápida. De inmediato me arrodillé para inspeccionarlas.

—Esto no estaba aquí ayer.

—No se han marchitado —dijo Thane—. Alguien ha venido aquí a primera hora de la mañana.

—Os lo dije en la cena: alguien se ha estado ocupando de esta tumba durante años. ¿Ves que las malas hierbas están arrancadas? Según las creencias populares de los cementerios del sur, es una señal de respeto. Es una tradición arcaica que apenas se utiliza en esta zona, pero hubo un tiempo en que la gente invertía infinidad de horas en arrancar cada brizna de hierba de los sepulcros. Es una tarea que exige mucha paciencia y dedicación.

—¿Y las caracolas? —preguntó—. El océano está a cientos de kilómetros de aquí.

—Es otra costumbre; a veces simboliza un fallecimiento en el agua. No es raro encontrar tumbas recubiertas de conchas, sobre todo aquí, en el sur.

—¿Y las rosas de la lápida? Dijiste que una rosa abierta y un capullo representan un entierro doble.

—Es una de las posibles interpretaciones. Esa imagen solía utilizarse cuando una madre fallecía durante el parto y la enterraban con el recién nacido. Pero el arte mortuorio es muy subjetivo. El mismo emblema puede tener distintos significados dependiendo de la zona, y del periodo de la historia —expliqué. Estudié la tumba para descifrar más mensajes—. Hay varias pistas aquí, aunque me temo que todas apuntan a lo mismo. Quien sea que visite esta tumba, valora mucho la tradición porque la trata con amor y respeto.

Apoyé la mano sobre la lápida y volví a sentir ese relámpago, esa abrumadora sensación de sofoco. Empecé a marearme y notaba un molesto zumbido en los oídos. Si de veras mi madre se había topado con ese lugar, ahora comprendía por qué la había trastornado tanto. Estaba cargado de una emoción oscura indescriptible.

Thane me miró con preocupación.

—¿Estás bien?

—Solo necesito un poco de aire.

Me puse en pie y me aparté de la cripta. Eché un vistazo a los alrededores. La quietud era infinita. La luz que se colaba por la esquelética silueta de los laureles y azaleas era demasiado brillante. Apenas me había alejado unos pasos de la tumba, pero el sol me cegaba y la sombra de la cornisa era tan penetrante que, de repente, Thane se esfumó. Pensé que me había quedado sola, que me había abandonado en mitad de aquella desolación.

Un terrible peso me oprimía el pecho, dejándome casi sin respiración. El peso de la soledad me abrumaba.

Y, de repente, visualicé una imagen. Un fantasma con un vestido negro que se bamboleaba sobre el muelle y recorría con la mirada el caminito de piedras… deseando que yo la viera…

La luz del sol quedó eclipsada por una sombra, así que abrí los ojos. Habría jurado ver una silueta cerniéndose sobre la cornisa, fulminándome con la mirada. Pestañeé y se evaporó. Se desvaneció como el fantasma de Freya.

El fantasma de Freya.

Un terror incesante me atormentaba. Era el miedo de que el fantasma de Freya Pattershaw me estuviera acechando. ¿Era solo cuestión de tiempo que mi energía empezara a menguar? ¿Que palideciera y me convirtiera en una chica demacrada y ojerosa? ¿Que me volviera como Devlin?

Me temblaban las rodillas. No era un buen síntoma. Encontré una roca todavía caliente sobre la que poderme tumbar y recuperar las fuerzas.

Thane emergió de entre las sombras, pero ya me sentía mucho mejor.

—¿Crees que podría ser la tumba de Freya?

Me miró perplejo.

—¿De Freya Pattershaw? ¿Por qué?

Me guardé las manos en los bolsillos.

—Tú mismo me has dicho que a nadie le gusta hablar de su muerte. Quizá la enterraron aquí para olvidarla.

—A Freya la enterraron en Thorngate —afirmó Thane.

—¿En cuál?

—En el nuevo. Falleció poco después de la inundación.

Recosté la espalda sobre la piedra y cerré los ojos.

—¿Estás cien por cien seguro?

—Cien por cien, no. Pero cuando era niño solía ver a Tilly en el cementerio. Asumí que iba a visitar la tumba de su hija —contó. Se rascó la espalda—. ¿Me estoy perdiendo algo? ¿Qué más da dónde enterraron a Freya Pattershaw?

—Quieres saber quién está aquí enterrado, ¿verdad? A menos que alguien nos facilite información más concreta, tendremos que seguir un proceso de eliminación.

Arrugó la nariz.

—No me estabas tomando el pelo cuando me dijiste que tardaríamos mucho tiempo en identificar la tumba.

—No. Pero iríamos mucho más deprisa si descubriéramos quién ha dejado esas flores.

—Preguntaré por ahí —dijo—. Hasta entonces, estamos al lado de la cascada. Si todavía te apetece verla, te acompaño hasta allí.

Aunque la tarde era cálida y agradable, me puse a temblar. ¿Y si las cascadas eran un portal al reino de los muertos?