Capítulo 14

La biblioteca olía a polvo, cuero y libros viejos, un aroma que, desde pequeña, me reconfortaba. Me detuve ante la puerta, a la espera de que Thane encendiera la luz. Al otro lado de la sala, tras unos gigantescos ventanales franceses, se extendía un inmenso jardín. Enseguida me puse a buscar un espíritu pálido entre las siluetas de estatuas y arbustos podados, aunque no tenía pruebas de que la mansión Asher estuviera poseída. Los fantasmas acechaban personas, no lugares. Las entidades ansiaban el calor y la energía que emanaban los seres vivos, no los recuerdos fríos de una casa moribunda. Pero si algo había aprendido durante mi breve romance con un hombre atormentado era que los fantasmas no eran más predecibles que los humanos.

Las bombillas por fin se iluminaron. Miré a mi alrededor, curiosa. No advertí ningún espectro, pero aquel lugar estaba repleto de sombras. Y de arañas. Eché un fugaz vistazo a las brillantes telarañas que colgaban del techo abovedado.

El espacio era enorme, cavernoso para mi gusto, y estaba excesivamente abarrotado de librerías de roble macizo y sillones tapizados de cuero envejecido. Un escritorio dominaba el centro de la biblioteca, un mueble gigantesco que se alzaba sobre unas zarpas frente a la chimenea. En un rincón se apilaban varias sombrereras antiguas. La otra esquina la ocupaba una lámpara de lectura de latón. Seguí estudiando el aposento. Distinguí varios globos terráqueos, mapas y un descomunal cuadro que había sobre la repisa de la chimenea. Era el retrato de un coonhound que parecía haberse criado entre algodones. Atravesé la estancia para verlo más de cerca.

Thane me siguió.

—Es Sansón.

—Es un perro precioso —dije, admirando su pelaje moteado.

—Lo era. Ya no está con nosotros.

—Oh… Lo siento. ¿Era suyo?

—No, de mi abuelo —respondió. Se puso a mi lado, con los ojos pegados al cuadro—. Formaban una extraña pareja. Sansón nunca dejaba solo al abuelo. Era como su sombra. Y, de repente, un día, cogió y desapareció.

—A su abuelo se le debió de romper el corazón.

—¿Romper el corazón? —repitió con el ceño fruncido—. Lo dudo mucho. Se puso como una fiera. De hecho, no recuerdo haberle visto tan furioso nunca.

—¿Furioso con quién?

—Conmigo. —Apartó la cara, pero me pareció ver cierta contrariedad en su rostro, el vestigio de un remordimiento pasado—. Fue culpa mía.

Sentí una pluma de hielo arrullándome la espalda. Sabía que lo mejor era no indagar más en la herida, pero, por supuesto, no fui capaz de resistirme.

—¿Qué ocurrió?

Su mirada verde se oscureció bajo un ceño fruncido.

—Un día me llevé al perro al bosque sin el permiso del abuelo. Fue poco después de mudarme aquí. Supongo que le ha hablado de eso, ¿no?

—¿Del perro? —pregunté de forma deliberada.

—No. De por qué vine a vivir aquí.

—Mencionó que su madre falleció cuando era un niño. —No quería desvelarle todo lo que su abuelo me había explicado sobre su pasado. Habría resultado muy incómodo.

Pero él lo sabía. A pesar de esbozar una endeble sonrisa, su voz transmitía amargura.

—Es usted muy diplomática. Estoy seguro de que le soltó ese rollo. No tiene escrúpulos para contarle a todo el mundo que soy un Asher solo de nombre.

Recordé la insistencia de su abuelo en que la sangre y la tierra eran los lazos más fuertes. Ante ese sentimiento tan anticuado, pensé en cuántas veces Thane se habría sentido un intruso en aquella familia. Por alguna razón, sentí la necesidad de tranquilizarle.

—Me ha hablado muy bien de usted.

—Oh, cómo no.

Él miró de nuevo el retrato, pero el ambiente se había cargado de algo desagradable. Era evidente que su lugar en la estirpe de los Asher era como una espina clavada para él. Comprendía cómo se sentía. Mis padres me habían adoptado cuando no era más que un bebé y, aunque siempre supe que me querían como a su propia hija, notaba cierto desapego, un muro que nunca llegué a derribar. El único lugar que en realidad relacionaba con un hogar era el cementerio. Mi pequeño reino.

Tenía la mirada de Thane clavada en la nuca. Cuando me giré, esbozó una sonrisa especulativa, como si ansiara preguntarme qué me rondaba por la cabeza.

—En fin, estábamos hablando de Sansón.

—Sí. —No sé por qué, pero, de repente, me quedé sin aliento. Tenía una forma de mirarme que, a pesar de mi coraza, me hacía sentir vulnerable y cohibida.

—Aquel día nos adentramos en el bosque. Sansón olisqueó algo y salió disparado. Le llamé varias veces, pero no hizo caso. Se desvaneció como por arte de magia. Recuerdo que peiné los senderos de esos bosques durante días, pero lo único que encontré fueron unas gotas de sangre.

—¿Sangre de Sansón?

Se encogió de hombros.

—Nunca lo sabremos. Pero si le atacaron, tuvo que ser un animal lo bastante grande como para arrastrar el cadáver de Sansón sin dejar rastro.

Recapacité sobre las cicatrices que marcaban el rostro de Wayne Van Zandt, y reviví el aullido que había oído entre los árboles, horas antes. De inmediato me alegré de haber dejado a Angus en el porche trasero.

—¿Es posible que alguien se lo llevara?

—Siempre he querido creer eso. Sansón era un pura raza, un perro muy codiciado en esta zona. Quizás alguien quiso llevárselo. Pero ¿sin hacer un solo ruido? No sé…

Se agachó para encender la chimenea. La leña enseguida prendió y las llamas empezaron a crujir. Extendí las manos, pero el calor que emanaba del fuego no ahuyentó la frialdad de las palabras de Thane.

Se incorporó.

—Deberíamos ponernos manos a la obra —dijo con energía.

—Sí. Se está haciendo tarde, y mañana tengo que madrugar.

—A primera hora de la mañana, creo que dijo.

Sonaba más alegre, más desenfadado, cosa que me tranquilizó.

—Si uno trabaja en el sur, se acostumbra a soportar el calor. Aunque en esta época del año el clima es perfecto.

—Tiene usted un trabajo muy duro —apuntó—. ¿No contrata a un asistente?

—A veces, cuando el cementerio es muy grande y el presupuesto lo permite. Pero no me importa encargarme de todo el trabajo —reconocí mientras me palpaba los callos de las manos—. Soy muy exigente con mi trabajo. La mayoría de la gente, si no sabe lo que está haciendo o no tiene un interés particular, tiende a ser chapucera. Me rompe el corazón ver un rosal centenario podado con descuido y negligencia.

Estudió mi expresión antes de disparar su siguiente pregunta.

—¿No le asusta estar sola en un cementerio después de lo que pasó?

Quería desenterrar mi experiencia en Oak Grove. No podía culparle. Era una historia estrambótica. El descubrimiento de una sala de torturas bajo el cementerio antiguo de una ciudad había causado sensación en Charleston. Con el paso de los días, la notoriedad de la noticia fue disminuyendo, pero la primavera pasada, un año después del hallazgo, un reportero empezó a acosarme en la puerta de casa. Se me había ocurrido que quizás había llamado la atención de Luna por las noticias.

—Siempre tomo precauciones. Además, una vez que me sumerjo en una restauración, me olvido de todo lo demás. Es un ejercicio terapéutico.

—Es usted muy valiente —me felicitó. Esta vez vi algo distinto en su mirada—. La admiro por ello.

Preferí tomarme el cumplido a broma.

—No soy tan valiente. Tan solo estoy preparada.

—Mejor todavía. Valiente y prudente.

Ese comentario me trasladó al pasado. Devlin también me había descrito con dos palabras: extraña y pragmática. Eso me había dicho mientras avanzábamos por los túneles del asesino.

Devlin.

Lo último que quería era pensar en él, en aquella noche que pasé en su casa, cuando nuestra pasión abrió una puerta aterradora. Cuando los otros, atraídos por nuestro calor, se habían deslizado por el velo. Cuando tuve que enfrentarme a la horripilante realidad de nuestra unión. Había vivido en primera persona las consecuencias de entregarme a un hombre acechado, y ahora no había vuelta atrás. No había modo de cerrar esa puerta.

Tomé aliento y me alejé de Thane. No podía negar que me gustaba, quizá porque me veía reflejada en él. Ambos compartíamos ese sentimiento de no pertenecer a la familia que nos había criado.

Apenas le conocía. Tan solo sabía de su sonrisa embaucadora y su mirada seductora. Habría preferido vivir en la ignorancia. Ahora, era demasiado real para mí. Demasiado atractivo para alguien que necesitaba olvidar.

—¿Por dónde empezamos? —pregunté sin poder apartar los ojos de los suyos—. Si no recuerdo mal, me dijo que había fotografías de la época y puede que hasta un mapa de la zona.

—Sobre eso… —titubeó mientras se rascaba la nuca—. Debería haberla avisado antes… Para encontrar todo ese material tendremos que rebuscar en el desván. Trasladamos toda la documentación allí hace varios años. He bajado un par de cajas, pero tendremos que revisarlas una por una hasta dar con lo que necesita.

—¿El desván? —pregunté horrorizada—. ¿También las fotografías?

Su expresión se tornó adusta.

—Lo sé. Parte de esa documentación tiene un valor histórico incalculable, así que es una lástima que no las hayamos guardado o catalogado de forma apropiada. Siempre quise ocuparme de eso, pero nunca encontré el momento o la paciencia —dijo el mismo hombre que días atrás me había dado a entender que le sobraba tiempo.

—Sé que puede ser una tarea desalentadora —murmuré, aunque, de hecho, yo habría disfrutado mucho con ese proyecto.

La fotografía era una de mis aficiones, pero las fotos antiguas eran mi verdadera pasión. Cuando era niña, mi pasatiempo favorito en días lluviosos era hojear los álbumes familiares. Aunque sabía que era adoptada, me encantaba pasarme horas buscando entre esas instantáneas, con la esperanza de localizar a alguien que se pareciera a mí.

Caminamos hacia el escritorio. Thane desempolvó una de las sombrereras antes de levantar la tapa. Procuré disimular mi consternación al ver aquel batiburrillo de fotografías en blanco y negro. La falta de cuidado había provocado que muchas de ellas hubieran perdido su color o estuvieran arrugadas. Aunque no sé qué me sorprendió de aquello, pues toda la casa en sí misma parecía completamente abandonada.

—Tome asiento —me invitó, señalando la silla del escritorio.

Él, en cambio, se apoyó sobre una de las esquinas de la mesa. Me entregó una de las cajas para poder inspeccionar otra.

—Bueno, y… ¿asistió a la escuela de Asher Falls? —inquirí mientras examinaba las fotografías.

Aquella pregunta le pilló por sorpresa.

—Durante unos años. ¿Por?

—Por nada. Pasé por delante el otro día, con Ivy y Sidra. Me pareció un poco raro que un pueblo como este tenga una academia privada en lugar de una escuela pública.

—En realidad, no es tan raro. Hace años había una escuela pública en Asher Falls. Cuando las matrículas empezaron a bajar, desviaron el alumnado a Woodberry.

—¿La escuela privada no notó ese descenso en la matrícula?

—No, porque Pathway también es un internado, así que se matriculan alumnos de todo el condado.

—¿Cómo es?

—Como cualquier escuela, supongo —dijo, aunque no me convenció su respuesta—. Es un colegio privado. Si de niño uno aprende a moverse en ese ambiente, es más fácil que, cuando es adulto, se adapte a lugares como Emerson.

Menuda sorpresa.

—¿La Universidad de Emerson, en Charleston? ¿Estudió allí?

Parecía desconcertado.

—Sí. ¿Acaso es algo malo?

—No, solo que… Bueno, conocí a alguien que también fue a esa universidad.

—¿Ah, sí?

—De hecho, conozco a varias personas que han cursado sus estudios en Emerson. Un buen amigo mío fue profesor allí… Rupert Shaw. Pero si no me fallan los cálculos, cuando usted empezó la carrera él ya no trabajaba allí.

—El nombre me resulta familiar, pero no sé de qué.

—Actualmente dirige el Instituto de Estudios Parapsicológicos de Charleston.

—¿Estudios parapsicológicos? ¿Hechos paranormales y todo eso? —preguntó. Su mirada brillaba bajo la luz eléctrica de la lámpara—. No me diga que tuvo un problema con fantasmas.

—¿No los tiene todo el mundo? —bromeé para quitarle hierro al asunto. Después, volví a concentrarme en mi tarea.

Nos quedamos callados. Estaba tan enfrascada estudiando las fotografías que apenas me percaté de que Thane se había levantado para estirar un poco las piernas. Aquel desfile de Ashers me cautivaba. Sus caras me parecían tan intrigantes… Todos lucían una nariz casi idéntica, el mismo perfil. Pero la familiaridad de aquellos rasgos también me perturbaba. Y entonces se me encendió una bombilla. El círculo de estatuas en el cementerio, todos esos rostros angelicales, se habían esculpido a semejanza de los Ashers ya difuntos. Thane había dado en el clavo. Por lo visto, a la familia Asher se le daba muy bien erigir grandiosos monumentos que veneraran el ego colectivo.

Thane no volvió al escritorio. Se quedó pensativo junto a la chimenea, contemplando las llamas. Era evidente que ya se había cansado del proyecto fotográfico, quizá también de mí, así que decidí que había sido suficiente por una noche. La mayor parte de las cajas estaba sin abrir, pero no quería abusar de la hospitalidad de Thane. Además, tenía que sacar a Angus a dar una vuelta.

Justo cuando estaba revisando la última pila de fotografías encontré una que enseguida relacioné con la instantánea que Luna tenía en su despacho. Tres adolescentes, Bryn, Catrice y Luna sonriendo a la cámara. En esa imagen también posaba un muchacho. A juzgar por sus rasgos, era un Asher, aunque no era lo bastante guapo como para ser Hugh. Y, al igual que en el otro retrato, una cuarta chica merodeaba al fondo. Aunque se escondía entre las sombras, me pareció más real. Quizá todavía estaba viva cuando se tomó la fotografía.

Ya fuera un fantasma o una chica de carne y hueso, mi reacción fue visceral. Al estudiar su rostro, sentí un temblor por todo el cuerpo, una vibración eléctrica que avivó un recuerdo. Fue como si alguien apretara un gatillo para mostrarme otra imagen. El fantasma del muelle. Era ella. La misma chica.

Solté la fotografía, como si fuera una brasa ardiente. Había algo espeluznante, puede que incluso siniestro, en la manera en que vagaba entre las sombras. En la manera en que miraba la lente, como si pudiera atravesar la cámara y viajar a través del tiempo y del espacio hasta llegar a mí…

Thane debió de ver algo extraño, porque enseguida se acercó a ver qué había descubierto.

—Oh, pero quién tenemos aquí —exclamó al ver la fotografía—. A las brujas de Eastwick. O, mejor dicho, de Asher Falls.

—¿Qué?

Se rio.

—¿No se ha fijado en la… excentricidad de estas tres?

Estas tres. ¿No veía a la cuarta chica?

—Sidra me comentó que solía interesarles el tema del misticismo, de ahí su nombre celestial. Después de lo que he oído durante la cena, intuyo que les sigue interesando.

Alcé la mirada, pero no reaccionó. Seguía observando la fotografía con el ceño arrugado.

—¿Quién es el muchacho? —pregunté.

—Mi padrastro, Edward —respondió de forma distraída—. ¿Se ha fijado en la chica del fondo?

Unos dedos de hielo danzaban sobre mi columna.

—¿Sabe quién es?

—Me resulta familiar, pero no la ubico —contestó con tono hipnótico—. Creo que he visto esta fotografía en otro sitio.

—Luna tiene una muy parecida en su despacho. Quizá la haya visto.

Contuve el aliento. Estaba ansiosa por saber si también había visto el fantasma que la cámara había capturado en el retrato de Luna.

—Nunca he estado en su despacho, así que es imposible. —Y de repente lo recordó—. Ya lo tengo. Una fotografía que encontré guardada entre las páginas de un libro después de que mi madre falleciera.

Un violento escalofrío me sacudió todo el cuerpo.

—Vaya. Me cuesta creer que haya recordado esa fotografía con tanta claridad. El día que la encontré no le di más importancia y, de hecho, hasta ahora no había vuelto a pensar en ella.

—¿También aparecía esta chica? —pregunté con demasiada impaciencia.

—En el fondo, igual que aquí. No me explico por qué la recuerdo tan bien. No es especialmente guapa, ¿verdad? Pero hay algo hipnótico en ella. Creo que es su mirada. Es como si te mirara directamente… —Se quedó callado durante unos segundos y después continuó—: De todas formas, hubo otro detalle que me llamó la atención. Estaba compuesta por distintos pedazos pegados entre sí, por lo que deduje que alguien antes la habría roto. Cuando se la enseñé a Edward, se quedó blanco, como si hubiera visto un fantasma. Me dijo que la había conocido hacía mucho tiempo, antes que a mi madre. Pero, a juzgar por su reacción, creo que debió de ser mucho más que una amiga casual. Horas más tarde, cuando creía que estaba durmiendo, le vi en su estudio mirando esta fotografía.

—¿Nunca le dijo quién era?

—No, pero había un nombre garabateado en el dorso: Freya. —Lo pronunció como «Frí-a».

Freya. Repetí el nombre, y aquellos dedos de hielo patinaron una vez más por toda mi espalda.

—Hasta que me mudé a esta casa nunca había oído ese nombre —añadió—. Tilly Pattershaw tuvo una hija a la que llamó Freya.

—¿Tuvo?

—Murió hace años. Seguramente poco después de tomarse esta fotografía.

Dejó la imagen con sumo cuidado sobre el escritorio.

Volví a pensar en el fantasma del muelle, en aquella curiosa telepatía que había sentido al verla. Y ahora ahí estaba, en viejas fotografías, como si mi presencia la hubiera conjurado.

—¿Qué le pasó?

Thane encogió los hombros.

—Un incendio, creo. Nadie quiere hablar de ella.

Me estremecí de dolor, aunque no comprendía por qué el destino de Freya Pattershaw me afectaba de tal modo.

—¿Por qué Bryn opina que Tilly es mentalmente inestable?

Al parecer, le molestó mi pregunta.

—Exagera. Tilly es una persona peculiar, pero no es peligrosa. No le habría sugerido que le echara una mano en la restauración si creyera lo contrario.

—¿De veras cree que le interesa el trabajo?

—No perdemos nada por preguntar, aunque preferiría que no mencionara a Freya. Tilly es una mujer fuerte, no le ha quedado otra opción, pero hay algo frágil en ella.

Le miré, perpleja por lo protector que se mostraba respecto a ella.

—Nunca haría eso.

Pero tenía muchas preguntas, y sabía que no descansaría hasta hallar las respuestas. La premonición de que estaba allí por un motivo seguía atormentándome. Todo lo que había ocurrido, esa serie de extraños acontecimientos estaban de algún modo conectados con mi llegada a Asher Falls.

—No tiene buena mano con los desconocidos —dijo Thane—. Creo que lo mejor será que la acompañe a verla. Cuando esté preparada, hágamelo saber.

Asentí, pero sin comprometerme.

—Gracias. Creo que ha llegado el momento de irme a casa —anuncié, y me levanté de la silla—. ¿Quiere que le ayude a organizar todo esto?

—Déjelo. Nunca viene nadie a la biblioteca y, al igual que mi abuelo, espero que vuelva pronto por aquí.

Mi sonrisa también fue evasiva.

Caminamos hasta el vestíbulo, donde la criada me estaba esperando con mi bolso. Thane me acompañó al jardín. El cielo estaba despejado, y la noche era demasiado tranquila. El bosque envolvía de oscuridad los alrededores de la mansión. En la falda de la colina avisté el reflejo trémulo de la luna sobre el lago Bell. Desde allí, la estampa era relajante, maravillosa. Ni una sola ola traicionaba el revuelo de almas inquietas que se libraba bajo la superficie. Me estremecí al pensar en la bruma. Respiré profundamente ese aire fresco con aroma a pino y me abotoné la chaqueta.

Thane me cogió por el brazo. El contacto de su piel me aceleró el pulso, cosa que me sorprendió. Cuando llegamos al coche, me di media vuelta para desearle buenas noches, pero se me atragantaron las palabras. Thane me miraba con detenimiento, con esos ojos verdes tan hipnóticos. Seguí la curva de sus labios hasta la sombra de sus pestañas. Apenas unos centímetros nos separaban; creí escuchar el latido de su corazón, pero sabía que eran solo imaginaciones mías.

Quería besarme. Sentía su deseo con la misma certeza con la que percibía el frescor de la noche en mi piel. Indecisa, no sabía qué hacer. No estaba preparada para nada más que una simple amistad.

En mitad de aquel silencio cargado, aparté la mirada. Advertí una silueta tras uno de los balcones superiores. No era un fantasma, sino Pell Asher, que nos estaba vigilando.

Inquieta, miré hacia otro lado.

—Debería irme…

Y antes de que pudiera protestar, Thane se inclinó y me besó. No reaccioné ni le rechacé. Tan solo me limité a cerrar los ojos. Pero la emoción nerviosa que aleteaba en mi estómago me desconcertó. No anhelaba ese beso, pero tampoco me aparté.

Thane enseguida se percató de mi reticencia y apartó sus labios de los míos. Después me acarició la mejilla con la mano.

—Pronto —prometió.

Dubitativa, asentí, aunque no tenía la menor idea de qué había querido decir con eso.

Una vez en el coche, eché un vistazo por el espejo retrovisor y le vi en mitad del camino, iluminado por las estrellas. Se había quedado allí, mirando cómo me marchaba. Y entonces se me ocurrieron dos cosas. A pesar de sentirse culpable por la muerte de Harper, no tenía ningún fantasma anclado a él.

Y segundo, cuando Thane me besó, no pensé en Devlin.