Capítulo 10

Cuando llegué a casa, Thane Asher me estaba esperando en el porche. Abrí la puerta del coche y Angus salió disparado como una bala antes de que pudiera sujetarle. Le llamé varias veces, pero fue inútil. Tras un ladrido de advertencia y un breve tanteo, rodeó a Thane y se sentó para que le acariciara la espalda.

Vaya perro guardián, pensé. Pero entonces recordé mi primera noche allí. Angus, en un acto de valentía y fidelidad, se había interpuesto entre el fantasma que se agazapaba tras los arbustos y yo. Además, hacía tan solo unos minutos, me había ayudado a salir de aquella espeluznante selva. ¿Qué habría hecho sin él? Con toda probabilidad seguiría en aquel matorral, perdida y confundida.

—¿Quién es? —preguntó Thane desde el porche.

Angus.

Al escuchar su nombre, o quizá mi voz, correteó hacia mi lado. Me agaché para rascarle la tripa y hacerle varios mimos.

—¿Qué le ha pasado?

—Según Luna Kemper, lo más seguro es que lo usaran como perro de pelea.

Thane no alteró la expresión en ningún momento, pero me dio la impresión de que algo oscuro y malicioso se cernía tras aquella mirada azul. Me pregunté si, tras su fachada suave e impenetrable, yacía un alambre de cuchillas. Sentí que me atravesaba con los ojos. Fue una sensación tan electrizante que me pilló desprevenida. Sin articular palabra, se arrodilló junto al perro. Con una ternura infinita, le acarició las prominentes costillas mientras le susurraba palabras reconfortantes. No pude oír lo que decía, pero Angus le pasó el hocico por la mano, agradecido.

Eché un vistazo a uno de los rasguños del brazo. El escozor era insoportable.

—Le conté al comisario Van Zandt lo de las peleas de perros. Creí que le gustaría saberlo.

—¿Y qué dijo?

Thane se dedicó a examinar las orejas, el hocico y los dientes de Angus, que apenas se quejó.

—Que mantendría una vigilancia sobre las perreras de la zona, aunque no sé si creerle.

—No se preocupe —resolvió Thane. Se puso de pie y se sacudió las manos en los vaqueros. Llevaba el mismo suéter negro que el día en que le conocí; no pude evitar fijarme en la tersura que adoptaba la tela alrededor de sus hombros. Me imaginé lo formidable que estaría con el suéter atado sobre el pecho—. Si de veras se celebran peleas de perros por aquí, lo averiguaré y pondré punto final a ese asunto.

—¿Cómo?

Volvió a mirarme con detenimiento.

—No quiero abrumarla con los detalles.

Algo en su voz me alarmó, un casi imperceptible chasquido que destapó el alambre de cuchillas. Cuando me enteré de lo que le había pasado a Angus, también me enfurecí, pero el impasible Thane Asher era un hombre de recursos ilimitados por aquellos lares, así que no tenía la menor idea de cómo pensaba desatar su rabia.

Enterré la mano entre el pelaje de Angus porque no quería que se diera cuenta de que estaba temblando. Me había pegado un buen susto en el bosque, y la verdad es que seguía paralizada. Pero se me daba muy bien esconder mis sentimientos, así que no me acobardé cuando Thane me observó de pies a cabeza. Me pareció que se le suavizaban los rasgos del rostro, pero, por lo visto, fueron imaginaciones mías.

—¿Qué le ha pasado a usted? —preguntó.

No tenía intención de revelarle nada de lo ocurrido. Si nunca había tenido un encuentro paranormal, no lo comprendería. Describirle un viento infernal tan solo suscitaría carcajadas, o, peor aún, compasión, y en ese momento no me apetecía quedar en ridículo. Siempre había sido una chica reservada. Mi habilidad de ver fantasmas era, tanto por necesidad como por decisión propia, algo muy personal. Tampoco estaba preparada para contarle que había hallado un sepulcro. Todavía no. Prefería tomarme un tiempo para meditarlo.

Así que pasé mi mano mugrienta por el pelo y encogí los hombros.

—Un escaramujo. Gajes del oficio.

—Debería entrar en casa y curarse esos arañazos.

—Después —dije.

—O sea, que está esperando a que me marche.

Esbocé una tímida sonrisa.

—Por favor, disculpe mis modales. Acabo de llegar a casa después de un largo día de trabajo y, la verdad, no esperaba compañía.

Por lo visto, mi reproche tuvo el efecto que pretendía. Por un solo instante, Thane pareció arrepentido.

—Perdóneme por haber venido sin avisar, pero prometo que no le robaré mucho tiempo —dijo, y señaló el porche—. ¿Le importaría que charláramos un minuto?

Vacilé. El sol apenas brillaba en el horizonte. No tardaría en anochecer. Aunque sabía cómo protegerme de los fantasmas, nunca había vivido tan cerca de un cementerio profanado. Lo más prudente era no correr ningún riesgo.

—Le aseguro que no me quedaré mucho tiempo —insistió—. Me gustaría hablarle de Thorngate.

Suspiré. Lo único que quería en ese momento era un buen baño de agua caliente y una taza de camomila mientras Angus vigilaba el porche trasero. Pero como buena hija, había heredado la cortesía sureña de mi madre y la aplicaba con la misma rigidez que las reglas de mi padre. Asentí y subí las escaleras.

El ambiente se había enfriado. La luz del día se iba apagando y el bosque parecía cernirse sobre nosotros. Distinguí el aroma de las plantas de hoja perenne, que se alzaban en hileras como gigantescos centinelas. Nos acomodamos en las sillas del porche. Llamé a Angus para que se tumbara a mi lado.

—¿Qué es eso tan importante que quiere contarme? —pregunté.

Se quedó callado durante unos segundos, escudriñando el paisaje. Presentía que no sabía por dónde empezar.

—Hace años que no voy hasta allí arriba. ¿Está en muy mal estado?

—He visto lugares peores —respondí, perpleja. Seguía con la mirada perdida y la expresión inescrutable. Pero el instinto me decía que el cementerio no era, en absoluto, la mayor de sus preocupaciones, así que empecé a ponerme ansiosa. ¿Por qué había venido?

Sin previo aviso, se giró y me pilló observándole. Aparté la mirada enseguida, avergonzada.

—Le contaré un pequeño secreto sobre Thorngate —dijo—. El único modo de contemplarlo en su plenitud es bajo la luz de la luna. Hay una zona cerca del mausoleo que se diseñó específicamente para gozar de una panorámica nocturna perfecta.

Pensé en las esculturas de ángeles, mirando hacia el cielo; en la maleza plateada que recubría el lugar. Salvia, ajenjo y aquilea.

—Reconocí los vestigios de un jardín blanco —comenté—. Tengo uno en casa, así que puedo imaginarme lo hermoso que es el cementerio por la noche, sobre todo con esas estatuas. Los rostros son extraordinarios.

—Sí —dijo con cierta indiferencia—. A los Asher siempre nos ha gustado construir monumentos hermosos en nuestro honor.

—¿Y qué hay de malo en ello?

—Nada, supongo. Salvo que nuestro ego ha llevado la ostentación a otro nivel. A veces me pregunto si todo el dinero invertido en los muertos no podría ser de más utilidad para los vivos.

—Pero los cementerios son para los vivos —intercedí—. Los que rinden tributo a los muertos suelen tener un gran respeto por la vida.

Me echó una mirada que no pude interpretar.

—No sabe mucho sobre nosotros, ¿verdad?

Sonaba frágil. Me pregunté qué tipo de relación mantendría con su familia, pero me limité a encoger los hombros.

Angus se había plantado en medio de nuestras sillas, al alcance de todas las caricias. No tenía ni un pelo de tonto. Le rasqué detrás de los bultos de las orejas. Thane se dedicó a deslizar la palma de su mano a lo largo de su lomo. Aquel movimiento rítmico me pareció tan reconfortante que por fin empecé a relajarme.

—¿Cómo comenzó en el negocio de los cementerios? —preguntó.

—Mi padre trabajó como conserje de varios cementerios durante muchos años. Me transmitió su aprecio por los antiguos cementerios del sur del país. Cuando no era más que una niña, solía creer que el cementerio que se extendía junto a mi casa estaba encantado. Era mi lugar favorito para jugar. Le llamaba «mi reino».

—¿Por eso es conocida como la Reina de los cementerios?

—¿Cómo diablos ha descubierto eso? —repliqué, sorprendida.

—He hecho mis averiguaciones.

—¿Y?

—Para alguien de su edad, es toda una experta. Licenciada en Antropología por la Universidad de Carolina del Sur y con un máster en arqueología en Chapel Hill. Se pasó dos años trabajando en la Oficina Estatal de Arqueología antes de fundar su propia empresa. Un currículo impresionante, la verdad.

—Veo que se ha tomado muchas molestias para conocer toda esa información —dije con frialdad.

—No crea. Todo estaba en su página web.

—Ah, claro.

Thane sonrió. No pude evitar fijarme en lo joven y atractivo que estaba cuando sonreía. Debería hacerlo más a menudo. Y entonces me vino a la mente que lo mismo podría decirse de mí.

—¿Le preocupaban mis credenciales? —proseguí.

—No. Sentía curiosidad por usted.

Eso me dejó sin respuesta. No le estaba mirando, pero sentía sus ojos clavados en mí del mismo modo que el escozor de los arañazos.

—De hecho, no solo he leído su página web —confesó—. Navegando por la Red me he encontrado con un artículo de un periódico local sobre la restauración del cementerio de Charleston que se llevó a cabo la primavera pasada.

—Oak Grove —puntualicé. Al pronunciar ese nombre, se me heló la sangre. Siempre que recordaba ese capítulo de mi vida, me ocurría lo mismo.

El forcejeo con el cuchillo de un asesino me había dejado una tremenda cicatriz en un brazo. Hacía meses que el corte se había cerrado, pero las heridas internas eran mucho más profundas. El miedo había menguado, al menos durante las horas de sol, pero el recuerdo de mi encierro perduraría muchos años más, mortificándome incansablemente todas las noches que me costara conciliar el sueño.

Thane debió de percatarse de mi reticencia a desenterrar esa pesadilla en particular, porque no insistió en el tema. Pero me miraba con tanta ternura que por un momento anhelé confesarle toda la historia. De pronto, sentí la imperiosa necesidad de desahogarme y explicarle las desdichas que me habían pasado en los últimos meses, pero apenas conocía a aquel tipo. No podía hablar de asuntos tan personales con él. Y, en especial, de Devlin.

Nos quedamos callados durante unos minutos. Thane seguía acariciándole el lomo a Angus. Durante esos instantes de silencio, me sosegué todavía más. Quizá después del vía crucis que había sufrido atravesando la maraña de maleza estaba demasiado cansada para contestarle. Si no hubiera sido porque estaba anocheciendo, me habría encantado quedarme tal y como estaba. Pero, a medida que pasaban los minutos, empecé a sospechar el verdadero propósito de su visita.

—No ha venido hasta aquí para hablarme de Thorngate, ¿verdad? —dije—. Dígame la verdad, ¿por qué está aquí?

Dejó de acariciar a Angus y me fulminó con la mirada.

—Necesito un favor.

Fruncí el ceño.

—¿Qué tipo de favor?

—¿Qué planes tiene para esta noche?

No me esperaba esa pregunta. No quedó ni rastro de la cordialidad que Thane había demostrado antes, así que empecé a retorcerme en el asiento.

—Cenar pronto y acostarme —respondí—. Pretendo levantarme a primera hora de la mañana.

—¿Y no podría hacer una excepción? Me gustaría invitarla a una fiesta esta noche en la mansión Asher. Solemos celebrar este tipo de fiestas muy a menudo. Mi abuelo inauguró la tradición hace muchos años. El pueblo estaba pasando una época de vacas flacas. Apenas había trabajo, así que muchos empezaron a emigrar. Mi abuelo quería encontrar una forma de mostrar su solidaridad con los ciudadanos. Un gesto noble, supongo, pero, con el paso de los años, esas veladas han ido degenerando. Ahora apenas asisten un puñado de invitados. Un engorro, si quiere que le sea sincero. Estamos desesperados por sangre fresca.

Una brizna de aire frío me hizo estremecer.

—Gracias, pero no me gustan las fiestas. Además, no tengo ropa apropiada. Solo he traído ropa de trabajo.

Me miró de arriba abajo.

—Por lo que a mí respecta, puede ir así vestida.

Solté una carcajada para disimular mi incomodidad.

—Creo que al menos tendría que ducharme.

—¿Eso es un sí?

Meneé la cabeza.

—Lo siento, pero no estoy de humor para fiestas. Ha sido un día muy largo.

Y necesitaba pasar tiempo a solas para digerir todo lo que había sucedido esa tarde.

—Entonces supongo que no tendré más remedio que ser un poco más persuasivo —susurró.

—¿Perdone?

—Tengo algo que usted quiere.

Aquel tono siniestro me aceleró el pulso, aunque intuía que me estaba tomando el pelo.

—¿Y qué es?

—La mayoría de los registros del antiguo cementerio están guardados en la mansión Asher. Podría mover unos cuantos hilos y dejar que usted les echara un vistazo.

—Luna me dijo que los registros están almacenados en la biblioteca local.

—Algunos sí, pero no los que usted quiere consultar. Si viene a la fiesta, le aseguro que tendrá acceso a toda la documentación.

—Eso suena a un soborno en toda regla —le acusé.

Thane esbozó una sonrisa juguetona.

—¿Captaría su interés si le dijera que existen imágenes, fotografías reales, del cementerio de finales del siglo XIX? El mapa original debe de rondar también por allí y, quién sabe, quizás hasta podamos sacar a la luz la Biblia familiar.

Pensé en aquella cripta escondida una vez más. Dudaba de que hubiera algún registro de esa lápida en los archivos de la familia Asher. Quería saber quién estaba allí enterrado. De hecho, tenía que saberlo. Las tumbas sin identificar eran para mí como un anatema.

—Es usted un hueso duro de roer —dije con un suspiro.

Se le iluminaron los ojos.

—¿La recojo a las ocho menos cuarto?

—No, gracias. Iré en coche.

Me miró con complicidad.

—¿Para poder irse cuando le apetezca?

Me encogí de hombros y él asintió.

—Me parece bien. Así pues, la veré a las ocho. Es imposible perderse. La casa está pasado el cementerio. Cruce el riachuelo… y está justo ahí.