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No me llevé una sorpresa, sólo una decepción. Tom había interpretado su papel en la rebelión de la posguerra, la que puso a tantos chicos en contra de la autoridad. Pero él había sido uno de los recuperables, pensé. Yo había ayudado a que le concediesen la libertad condicional después de su primera condena importante —por robar un coche, como de costumbre— y le había enseñado a boxear y a cazar, y había tratado de enseñarle algunas de las otras cosas que un hombre debería saber. Bueno, al menos se acordaba de mi nombre.

—¿Qué le ocurrió a Tom? —dije.

—¿Quién sabe? Sólo estuvo aquí una breve temporada, y se marchó antes de que pudiéramos averiguarlo. Francamente, no dedicamos mucho tiempo a trabajar personalmente con los adictos. En su mayor parte es cosa suya. Algunos lo consiguen; otros no. —Bajó los ojos hacia la carpeta que había sobre el escritorio—. Rica tiene un historial muy agitado. Tendremos que informar a la policía de su fuga.

—¿Y qué me dice de Carl Hallman?

—He estado en comunicación con su familia. Dicen que hablarán con Ostervelt, el sheriff de Purissima… Él conoce a Carl. Preferiría llevar las cosas extraoficialmente, si a usted no le importa. Echar tierra a ese asunto del coche hasta que Carl tenga la oportunidad de pensárselo dos veces.

—¿Cree usted que sentará la cabeza y me devolverá el coche?

—No me sorprendería. Al menos podríamos darle una oportunidad.

—¿No es peligroso, en opinión de usted?

—Todo el mundo es peligroso, si se dan las circunstancias propicias para serlo. No puedo predecir el comportamiento individual. Sé que Carl se puso violento con usted. Con todo, estaría dispuesto a arriesgarme por él. Su ficha del hospital es buena. Y hay otras consideraciones. Ya sabe usted lo que ocurre cuando un paciente sale de aquí, con permiso o sin él, y se mete en algún lío. Los periódicos le dan mucha importancia y luego el público nos presiona para que volvamos a los tiempos del antiguo manicomio…, que encerremos a los chiflados bajo llave y nos olvidemos de ellos. —El tono de Brockley era amargado. Se pasó la mano por la boca, tirando de ella hacia un lado—. ¿Está dispuesto a esperar un poquito, señor Archer? Puedo hacer que le lleven de vuelta a la ciudad.

—Antes quisiera respuesta a varias preguntas.

—Ya debería estar en la sala. —Echó un vistazo al reloj de pulsera, luego se encogió de hombros—. De acuerdo. Dispare.

—¿Carl siguió aquí, cuando ya no era necesario, porque así lo quiso su hermano Jerry?

—No. Siguió aquí porque nosotros lo juzgamos necesario. La decisión fue esencialmente mía.

—¿Le dijo que se consideraba culpable de la muerte de su padre?

—Muchas veces. Yo diría que su sentimiento de culpa era un elemento capital de su enfermedad. También lo relacionaba con la muerte de su madre. Su suicidio fue una gran conmoción para él.

—¿Su madre se quitó la vida?

—Sí, hace algunos años. Carl cree que se suicidó porque él le había partido el corazón. Es típico que los pacientes psicóticos se culpen a sí mismos de todo lo que pasa. La culpabilidad es el pan nuestro de cada día en esta casa. —Sonrió—. La regalamos.

—Hallman tiene mucha en su cerebro.

—Se ha ido librando de ella, gradualmente. Y la terapia de choque le hacía bien. Me dicen algunos de mis pacientes que el tratamiento de choque satisface su necesidad de castigo. A lo mejor es verdad. No sabemos con seguridad cómo funciona.

—¿Hasta qué punto está loco? ¿Puede usted decírmelo?

—Al ingresar era un maníaco-depresivo, en la fase maníaca. Ahora no lo es, a menos que la cosa esté empezando a complicarse otra vez. Lo cual me parece dudoso.

—¿Es probable que suceda?

—Depende de lo que le ocurra. —Brockley se levantó y dio la vuelta al escritorio. Como sin darle importancia, pero mirándome de modo penetrante, añadió—: No debe considerarse usted responsable.

—Recibido su mensaje. Corto.

—Durante una temporada, al menos. Dele su número de teléfono a la señorita Parish cuando salga. Si su coche aparece, yo mismo me encargaré de ponerme en contacto con usted.

Brockley me dejó salir y se alejó rápidamente. Anduve unos pasos por el pasillo y encontré una puerta en la que constaba el nombre de la señorita Parish y su título: Asistenta Social Psiquiátrica. Abrió cuando llamé.

—Tenía la esperanza de que viniera, señor… Archer, ¿no? Tome asiento, por favor.

La señorita Parish indicó una silla de respaldo recto junto a su escritorio. Aparte de los archivadores, la silla y el escritorio eran más o menos todos los muebles que contenía la pequeña oficina. Estaba más desnuda que una celda de monja.

—Gracias, sólo estaré un momento. El doctor me pidió que le diera a usted mi número de teléfono, por si nuestro amigo cambia de parecer y vuelve.

Recité el número. Ella se sentó ante el escritorio y lo anotó en un bloc. Luego me dirigió una mirada luminosa y penetrante que me hizo sentir tímido. Las mujeres altas sentadas detrás de un escritorio siempre me han turbado, de todos modos. Probablemente la cosa se remontaba a la vicedirectora del instituto Wilson, que veía con malos ojos el cebo vivo que yo solía llevar en el termo de mi almuerzo, así como otras muestras de mi ingeniosidad. Trauma de Vicedirectora con Síndrome de Archer. El ambiente del hospital me hacía pensar así.

—Usted no es pariente cercano del señor Hallman, ni amigo íntimo.

La afirmación había terminado erigiéndose en pregunta.

—No le había visto nunca hasta hoy. Lo que me interesa principalmente es recuperar mi coche.

—No lo entiendo. ¿Me está diciendo que él tiene su coche?

—Me lo quitó.

Como parecía interesada, le describí las circunstancias en líneas generales.

Sus ojos se ensombrecieron como nubarrones.

—Me cuesta creerlo.

—Brockley lo ha creído.

—Perdone, no pretendo decir que dudo de su palabra. Es sencillamente que…, lo ocurrido no encaja con los progresos de Carl. Ha progresado de forma tan maravillosa con nosotros…, ayudándonos a cuidar a los menos competentes… Pero, claro, eso a usted no le interesa. Usted, como es natural, está molesto por haber perdido su coche.

—No tanto. Carl ha tenido muchos problemas. Puedo permitirme tener algunos, si él necesitaba pasárselos a alguien.

Su expresión se hizo más amistosa.

—Da la impresión de que ha hablado con él.

—Fue él quien habló conmigo, y mucho. Casi logré traerlo de vuelta aquí.

—¿Parecía trastornado? Aparte del estallido de violencia, quiero decir.

—He visto casos peores, pero no soy juez. Estaba muy amargado a causa de su familia.

—Sí, lo sé. Fue la muerte de su padre lo que le trastornó en primer lugar. Durante las primeras semanas no hablaba de otra cosa. Pero el problema se había calmado, al menos eso creía yo. Por supuesto, no soy psiquiatra. Por otro lado, he tenido mucho más trato con Carl que cualquiera de los psiquiatras. —En voz baja añadió—: Es una persona amable, ¿sabe usted?

Dadas las circunstancias, el sentimiento parecía ligeramente forzado.

—Pues eligió una forma extraña de demostrarlo —dije.

La señorita Parish tenía un equipo emocional que hacía juego con su espléndido equipo físico. Los nubarrones volvieron a aparecer en sus ojos, acompañados de relámpagos.

—¡No es responsable! —exclamó—. ¿Es que no se da cuenta? Usted no debe juzgarle.

—De acuerdo, aceptaré lo que usted dice.

Esto pareció calmarla, aunque su frente permaneció sombría.

—Me cuesta imaginar qué fue lo que le trastornó. Teniendo en cuenta la gravedad de su caso, era el paciente más prometedor de la sala. Iban a darle su tarjeta P dentro de muy pocas semanas. Probablemente habría vuelto a casa al cabo de dos o tres meses. Carl no necesitaba fugarse, y él lo sabía.

—Recuerde que otro hombre iba con él. Puede que Tom Rica le estuviera pinchando.

—¿Tom Rica está con él ahora?

—No lo estaba cuando yo vi a Carl.

—Me alegro. No debería decir eso de un paciente, pero Tom Rica supone un riesgo grave. Es heroinómano, y ésta no es su primera cura. Ni la última, me temo.

—Lamento oírle decir eso. Le conocí de niño. Ya entonces tenía sus problemas, pero era un chiquillo despierto.

—Es extraño que conozca usted a Rica —dijo ella con cierta suspicacia—. ¿No le parece mucha coincidencia?

—No. Tom Rica le recomendó a Carl Hallman que viniese a verme.

—¿Entonces están juntos?

—Se marcharon de aquí juntos. Después, según parece, cada uno se fue por su lado.

—Oh, espero que así sea. Un adicto en busca de droga y un chico vulnerable como Carl…, podrían formar una combinación explosiva.

—No me parece una combinación muy probable —dije—. ¿Cómo se hicieron compañeros?

—Yo no diría que fuesen compañeros, exactamente. Los mandaron aquí desde el mismo lugar, y Carl cuidaba a Rica en la sala. Nunca tenemos enfermeras y técnicos suficientes para atender a todo el mundo, así que los pacientes mejores nos ayudan a cuidar a los peores. Rica estaba muy mal cuando ingresó.

—¿Cuánto hace de eso?

—Un par de semanas. Mostraba graves síntomas de abstinencia… No podía comer, no podía dormir. Carl fue un verdadero santo con él; les estuve observando cuando estaban juntos. De haber sabido cómo iba a acabar, hubiera…

Se interrumpió, clavando los dientes en el labio inferior.

—A usted le gusta Carl —dije con voz neutra.

La joven se puso colorada y contestó con bastante sequedad:

—También a usted le gustaría, si le conociese cuando es él mismo.

Quizá sí, pensé, pero no en el sentido en que yo había dicho que le gustaba a la señorita Parish. Carl Hallman era un muchacho guapo, y un muchacho guapo en apuros era una amenaza doble para las mujeres, una amenaza triple si necesitaba cuidados maternales.

Como yo no los necesitaba y como no me los ofrecían, me marché.