Sujétate las bragas
La Rata viene a cenar el sábado por la noche. Le sirvo coq au vin; me ha llevado todo el día prepararlo, pero hace poco he descubierto que cocinar es una manera genial de olvidarte de tus problemas y de sentir que has hecho algo bien. Sientes que haces algo útil, aun cuando horas más tarde te hayas comido todas las pruebas. Además, intento pasar más tiempo en casa con Dorrit, que, según el psiquiatra, necesita sentir que aún forma parte de un núcleo familiar. Ahora, una vez a la semana, preparo una de las recetas del libro de Julia Child, una receta de esas complicadas que requieren mucho tiempo.
Mi padre, por supuesto, adora a la Rata (que puede charlar sobre teoremas casi con tanta facilidad como él) y, después de hablar un rato sobre matemáticas, la conversación se centra en la universidad y en lo mucho que le emociona a la Rata que yo vaya a ir a Brown y ella a Yale. Después, no sé cómo, empezamos a hablar de chicos.
La Rata le cuenta a mi padre todo sobre Danny y al final sale a colación el nombre de George.
—Carrie tiene un amigo muy agradable que se interesa por ella —dice mi padre—. Pero ella lo rechazó.
Dejo escapar un suspiro.
—No he rechazado a George, papá. No dejamos de hablar por teléfono. Somos amigos.
—Cuando yo era joven, los chicos y las chicas no eran «amigos». Si eran «amigos» significaba que…
—Sé lo que significaba, papá —lo interrumpo—. Pero ahora las cosas no son así. Los chicos y las chicas pueden ser amigos de verdad.
—¿Quién es ese tal George? —pregunta la Rata. Yo gruño. Cada vez que llama George, alrededor de una vez a la semana, me pide que salgamos juntos y le digo que no, que todavía no estoy preparada. Pero lo cierto es que, en lo que se refiere a George, creo que nunca estaré preparada.
—Es un tío de Brown —respondo.
—Es un joven muy agradable —señala mi padre—. Justo el tipo de chico que un padre querría para su hija.
—Y también el tipo de chico con el que la hija sabe que debería salir, pero no puede. Porque no se siente atraída por él.
Mi padre levanta las manos.
—¿Por qué se le da tanta importancia a la atracción? El amor es lo que cuenta.
La Rata y yo nos miramos y nos echamos a reír. Si me sintiera atraída por George, se acabarían todos mis problemas. Tendría incluso una pareja para el baile de graduación. Podría pedírselo, y estoy segura de que vendría, pero no quiero que se haga ilusiones. No sería justo.
—¿Podemos hablar de alguna otra cosa, por favor? —Y de pronto, como si fuera la respuesta a mis plegarias, se oyen unos golpes frenéticos en la puerta trasera.
—¡Es Maggie! —grita Missy.
—¿Te importaría decirle a Maggie que entre, por favor? —le pide mi padre.
—Dice que no va a entrar. Que quiere hablar con Carrie a solas. Dice que es una emergencia.
La Rata pone los ojos en blanco.
—¿Y ahora qué quiere? —Dejo la servilleta sobre la mesa y me acerco a la puerta.
Maggie tiene la cara hinchada de tanto llorar y el pelo enredado, como si hubiera intentado arrancárselo de raíz. Me hace un gesto para que salga. Intento darle un abrazo, pero retrocede hecha una furia.
—Sabía que esto iba a ocurrir. Lo sabía.
—¿Qué es lo que sabías? —pregunto cada vez más alarmada.
—No puedo hablarte de esto aquí. No estando tu padre tan cerca. Reúnete conmigo en The Emerald dentro de cinco minutos.
—Pero… —Echo un vistazo a la casa por encima del hombro—. La Rata está aquí y…
—Pues tráete a la Rata también —replica con sequedad—. En The Emerald. Dentro de cinco minutos. No faltes.
—¿Qué mosca le ha picado ahora? —pregunta la Rata mientras aparcamos junto al coche de Maggie. Está vacío, lo que significa que Maggie ha entrado sola… y eso en sí ya es motivo de preocupación.
—No lo sé —respondo en tono abatido—. Creo que tiene algo que ver con Peter. Y con ese artículo que apareció en The Nutmeg. El del Príncipe de los Empollones.
La Rata hace una mueca.
—Ese artículo no tiene por qué referirse a Peter.
—Maggie cree que sí.
—Típico. Maggie siempre cree que todo gira en torno a ella.
—Lo sé, pero… —Estoy considerando la idea de contarle quién es en realidad Pinky Weatherton cuando la puerta de The Emerald se abre y Maggie asoma la cabeza.
—¡Así que estáis aquí! —exclama con gravedad antes de volver adentro.
Está sentada junto a la barra, bebiendo lo que parece un vodka sin hielo. Engulle todo el contenido del vaso y pide otro. La Rata pide un whisky y yo un Singapore Sling, como de costumbre. Me da la impresión de que esto va a resultar desagradable, así que necesito beber algo rico.
—Bueno… —dice Maggie—. Ella lo ha conseguido.
—¿Quién es «ella» y qué es lo que ha conseguido? —pregunta la Rata. Sé que no pretende parecer sarcástica, pero lo parece. Al menos, un poco.
—Roberta… —la regaña Maggie—, te juro que no es el momento adecuado.
La Rata levanta las manos y se encoge de hombros.
—Solo preguntaba.
—Aunque supongo que también es culpa tuya, al menos en parte. —Maggie se toma otro trago de vodka—. Eres tú quien nos presentó.
—¿Peter? Vamos, Maggie… Lo conoces desde hace años. Lo que pasa es que nunca te habías fijado en él. Y me parece recordar que yo no te dije que lo persiguieras.
—En eso tiene toda la razón —intervengo—. Nadie te obligó a acostarte con él.
—El simple hecho de que tú no te hayas ac…
—Lo sé, lo sé. Soy virgen, vale. No es culpa mía. Lo más probable es que me hubiera acostado con Sebastian si Lali no me lo hubiera robado.
—¿De verdad? —pregunta la Rata.
—Sí. ¿Por qué no? ¿Con qué otro chico iba a acostarme? —Echo una ojeada al bar—. Supongo que podría elegir a un tío al azar y hacerlo en el aparcamiento…
—Perdona… —me interrumpe Maggie, que golpea la barra con su vaso—. Estamos hablando de mí, ¿vale? Soy yo la que tiene problemas. Soy yo la que está cabreada. Soy yo la que está a punto de suicidarse…
—No lo hagas —comenta la Rata—. Se monta un follón y…
—¡Basta! —grita Maggie.
La Rata y yo intercambiamos una mirada y cerramos el pico de inmediato.
—Está bien. —Maggie respira hondo—. Ha ocurrido. Mi mayor temor se ha hecho realidad.
La Rata clava la mirada en el techo.
—Maggie —dice armándose de paciencia—, no podremos ayudarte a menos que nos digas qué es lo que ha ocurrido.
—¿Es que no lo sabéis? —Su voz se convierte en un aullido—. Peter me ha dejado. Me ha dejado para salir con Jen P.
Estoy a punto de caerme del taburete.
—Como lo oís —refunfuña—. Tuvimos una pelea muy fuerte el miércoles por la tarde… Ya sabes —me mira a mí—, ese día que coqueteaba con Jen P. en el gimnasio, y se puso a gritarme como un loco, pero luego nos acostamos y creí que todo estaba solucionado. Sin embargo, esta tarde me ha llamado y me ha dicho que teníamos que hablar.
—Ay…
—Así que ha venido a mi casa… —Los hombros de Maggie se hunden al recordarlo—. Y me… me ha dicho que no podía seguir saliendo conmigo. Me ha dicho que lo nuestro ha terminado.
—Pero ¿por qué?
—Porque le gusta Jen P. Quiere salir con ella.
Mierda. Esto es culpa mía. ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Aunque lo cierto es que jamás pensé que nadie se tomaría en serio los artículos de The Nutmeg.
—No me lo creo —dice la Rata al final.
—Pues créetelo —replica Maggie. Pide otro vodka, da un trago y deja el vaso sobre la barra. Comienza a chapurrear las palabras—. Dice que le preguntó a su madre lo que pensaba (a su madre, ¿os parece normal?), y que ella le dijo que era demasiado joven para salir en serio con una chica, que debía «explorar sus opciones». ¿Habéis oído a alguien hablar así? Pero no ha sido idea de su madre, eso está claro. Ha sido idea suya. Y ha utilizado a su madre como excusa.
—Eso es repugnante. Menudo calzonazos. —Chupo con fuerza de la pajita de mi copa.
—Lo cierto es que Peter no es un calzonazos —dice la Rata—. Tal vez sea un gilipollas, pero…
—Es un calzonazos con un buen corte de pelo.
—¡Pues se lo aconsejé yo! —exclama Maggie—. Fui yo quien le dijo que se cortara el pelo. Es como… como si lo hubiera convertido en un tío bueno y ahora todas las chicas lo desearan. Yo lo creé. ¿Y así es como me lo paga?
—Es indignante.
—Vamos, Maggie, no es culpa tuya. Peter es como los demás chicos. Hay que pensar que los tíos son como los electrones. Están llenos de cargas externas y siempre buscan un agujero donde meterlas…
—¿Te refieres al pene? —pregunta Maggie, que me fulmina con la mirada.
—El pene sería una exageración —señala la Rata, que continúa con mi teoría—. No hablamos de materia real. Es una forma más elemental de electricidad…
Maggie aprieta los dientes.
—La va a llevar al baile de graduación.
Me apoyo en la barra, abatida por la culpa. Debería decirle a Maggie la verdad. Es probable que no vuelva a hablarme de nuevo, pero…
Un hombre se acerca a nosotras y se sienta en el taburete que hay al lado de Maggie.
—Pareces algo molesta —le dice mientras le acaricia el brazo—. ¿Quieres que te pida una copa?
¡¿Eh?!
La Rata y yo nos miramos antes de clavar la vista de nuevo en Maggie.
—¿Por qué no? —Levanta su vaso vacío—. Llénamelo.
—¡Maggie! —grito a modo de aviso.
—¿Qué pasa? Tengo sed.
Intento mirarla de soslayo para hacerle entender que no nos gusta ese tío y que no deberíamos permitirle que nos invite a nada, pero ella no capta el mensaje.
—Vodka —dice con una sonrisa coqueta—. Estoy bebiendo vodka.
—Perdone —le dice la Rata al hombre—. ¿Lo conocemos de algo?
—No lo creo —responde él, todo encanto. No es exactamente viejo (tendrá unos veinticinco o así), pero es demasiado mayor para nosotras. Lleva una camisa de rayas blancas y azules y una chaqueta de color azul marino con botones dorados—. Soy Jackson —se presenta antes de ofrecernos la mano.
Maggie se la estrecha.
—Yo soy Maggie. Y estas son Carrie y la Rata. —Tiene hipo—. Roberta, quiero decir.
—Chinchín. —Jackson alza su copa—. Otra ronda para mis nuevas amigas —le dice al camarero.
La Rata y yo intercambiamos otra mirada.
—Maggie… —Le doy unas palmaditas en el hombro—. Deberíamos irnos.
—No hasta que no me termine la copa. —Me da una patada en el tobillo—. Además, quiero hablar con Jackson. Bueno, Jackson —dice inclinando la cabeza—, ¿qué haces por aquí?
—Acabo de trasladarme a Castlebury. —Parece una persona bastante razonable… y con razonable me refiero a que no parece estar del todo borracho… todavía—. Trabajo en un banco —añade.
—Vayaaaaaa… un banquero —chapurrea Maggie—. Mi madre siempre ha dicho que debería casarme con un banquero.
—¿Y eso? —Jackson coloca la mano en la espalda de Maggie para impedir que se caiga.
—Maggie… —le digo mosqueada.
—Chisss. —Se lleva el dedo índice a los labios—. Lo estoy pasando bien. ¿Es que aquí está prohibido divertirse o qué? —Se baja a trompicones del taburete—. Baño —dice antes de alejarse haciendo eses.
Un minuto después, Jackson se excusa y desaparece también.
—¿Qué hacemos? —le pregunto a la Rata.
—Sugiero que la metamos en la parte trasera de su coche y que tú la lleves a casa.
—Es un buen plan.
Sin embargo, cuando pasan diez minutos y Maggie aún no ha vuelto, empieza a entrarnos el pánico. Comprobamos el cuarto de baño, pero Maggie no está allí. Al lado del aseo hay un pequeño pasillo que conduce al aparcamiento. Salimos a toda prisa.
—Su coche sigue ahí —digo aliviada—. No puede haber ido muy lejos.
—Es muy posible que se haya quedado inconsciente en el asiento de atrás.
Puede que Maggie esté durmiendo, pero su coche, sin embargo, parece estar enfrascado en una actividad mucho más violenta. Se mueve de arriba abajo, y las ventanillas están empañadas.
—¿Maggie? —grito mientras aporreo la ventanilla trasera—. ¡¿Maggie?!
Comprobamos las puertas. Están todas cerradas menos una.
La abro de un tirón. Maggie está tumbada en el asiento trasero y Jackson está encima de ella.
—¡Mierda! —exclama el tío.
La Rata asoma la cabeza al interior.
—¿Qué está haciendo? ¡Fuera! ¡Salga del coche!
Jackson manosea la manija que tiene detrás de la cabeza. Consigue quitarle el seguro y la puerta se abre de repente, así que Jackson cae al suelo.
Veo aliviada que todavía está casi completamente vestido. Y Maggie también.
La Rata rodea el coche para enfrentarse a él.
—¿Qué es usted, una especie de pervertido o qué?
—Tranquila —dice al tiempo que da un paso atrás—. No ha sido idea mía. Era ella quien quería…
—¡Me da igual! —ruge la Rata. Recoge su chaqueta del coche y se la arroja—. Llévese su ridícula chaqueta y lárguese antes de que llame a la policía. ¡Y no se atreva a volver por aquí! —añade mientras Jackson, que utiliza su chaqueta como escudo defensivo, se marcha a la carrera.
—¿Qué está pasando? —pregunta Maggie con voz soñolienta.
—Maggie… —Le doy unas palmaditas en la cara—, ¿estás bien? Ese hombre no te ha… no te ha…
—¿Atacado? No… —Suelta una risita—. Lo ataqué yo a él. O lo intenté, al menos. Pero no conseguí quitarle los pantalones. ¿Y sabéis una cosa? —Suelta un hipido—. Me ha gustado. Me ha gustado mucho, mucho, mucho. Un montón.
—¿Carrie? ¿Estás enfadada conmigo?
—No —aseguro—. ¿Por qué iba a enfadarme contigo, Mags?
—Porque he estado con más chicos que tú —responde con otro hipido y una sonrisa.
—No te preocupes. Algún día te alcanzaré.
—Eso espero. Porque es muy divertido, ¿sabes? Y también te hace sentir… poderosa. Como si tuvieras algún tipo de poder sobre los tíos.
—Claro… —replico con cautela.
—No se lo digas a Peter, ¿de acuerdo?
—No, no se lo diré a Peter. Será nuestro pequeño secreto.
—Y la Rata tampoco, ¿vale? También será su pequeño secreto.
—Por supuesto…
—O pensándolo mejor… —levanta el dedo índice—, quizá sería mejor que Peter se enterara. Quiero que se ponga celoso. Quiero que piense en lo que se está perdiendo. —Ahoga una exclamación y se tapa la boca con la mano. Aparco a un lado de la carretera. Maggie sale del coche con dificultad y empieza a vomitar mientras yo le sujeto el pelo.
Cuando sube al coche de nuevo, parece estar mucho más sobria, pero también más seria.
—He hecho una gilipollez, ¿verdad? —se lamenta.
—No te preocupes por eso, Mags. Todos hacemos gilipolleces de vez en cuando.
—Ay, Dios… soy una furcia. —Se cubre la cara con las manos—. Casi me acuesto con dos hombres.
—Venga, Maggie, no eres ninguna furcia —insisto—. Da igual con cuántos tíos te hayas acostado. Lo que importa es cómo te acostaste con ellos.
—¿Qué significa eso?
—No tengo ni idea. Pero queda bien, ¿verdad?
Aparco con cuidado en el camino de acceso a su casa. Los padres de Maggie están profundamente dormidos, así que consigo llevarla hasta su habitación y ponerle el camisón sin que se enteren. Incluso la convenzo para que se tome un vaso de agua y un par de aspirinas. Se mete en la cama y se tumba de espaldas, con la mirada clavada en el techo. Luego se acurruca en posición fetal.
—Algunas veces me gustaría ser una niña de nuevo, ¿sabes?
—Sí. —Suspiro—. Sé muy bien lo que quieres decir. —Espero un momento para asegurarme de que se ha dormido y luego apago la luz y salgo a hurtadillas de su casa.