La chica que…
Un ataúd. Aunque en realidad no es un ataúd. Se parece más a un bote de remos. Y se aleja. Tengo que subirme a él, pero la gente me impide el paso. No puedo rodear a la gente, y entre ella se encuentra Mary Gordon Howard. Agarra la manga de mi abrigo y tira de mí hacia atrás. Se burla de mí.
—Nunca lo superarás. Quedarás marcada para toda la vida. Ningún hombre te querrá jamás…
No. Nooooooooo.
Despierto. Me siento como una mierda. Recuerdo que algo malo pasó anoche.
Recuerdo lo que es.
Me niego a creerlo.
Pero sé que es verdad.
Me pregunto qué hacer. ¿Me vuelvo loca y llamo a Lali y a Sebastian para gritarles? ¿O derramo un cubo de sangre de cerdo sobre ellos, como en la película Carrie? (Aunque lo cierto es que no sé dónde conseguir la sangre y, además, es demasiado asqueroso). También puedo fingir una enfermedad seria, un intento de suicidio (entonces sí que se sentirían arrepentidos, pero ¿para qué darles esa satisfacción?) o que no ha ocurrido nada en absoluto. Puedo actuar como si Sebastian y yo aún siguiéramos juntos y lo de Lali no fuera más que una extraña mancha en un romance largo y feliz.
Pasan cinco minutos. Tengo extrañas ideas. Como que en la vida solo hay cuatro tipos de chicas:
La chica que juega con fuego.
La chica que abre la caja de Pandora.
La chica que le entrega a Adán la manzana.
Y la chica a quien su mejor amiga le roba el novio.
No. Es imposible que ella le guste más que yo. No puede ser. Aunque, por supuesto, es evidente que sí es posible.
¿Por qué? Aplasto los puños sobre la cama, intento rasgar el tejido (la parte de arriba de un pijama de franela que no recuerdo haberme puesto) y grito contra la almohada. Caigo sobre la cama conmocionada. Contemplo el techo mientras reflexiono sobre una terrible idea:
¿Y si nadie quiere mantener relaciones sexuales conmigo? ¿Y si permanezco virgen durante el resto de mi vida?
Salgo de la cama con dificultad, corro escaleras abajo y cojo el teléfono.
—No tienes muy buen aspecto —dice Dorrit.
—Hablaré contigo más tarde —replico con un gruñido.
Cojo el teléfono y me escabullo hasta mi habitación como una ardilla. Cierro la puerta con cuidado. Con dedos temblorosos, marco el número de Lali.
—¿Está Lali?
—¿Carrie? —pregunta.
Parece algo temerosa, pero no tan asustada como yo esperaba. Eso es una mala señal.
—Por favor, dime que lo de anoche no ocurrió.
—Hummm… Bueno. Sí ocurrió.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué?
—¿Cómo has podido hacer algo así?
Grito de agonía.
Silencio.
Luego:
—No quería decírtelo… —Se queda callada mientras me hundo en arenas movedizas emocionales. La muerte parece inevitable—, pero estoy saliendo con Sebastian. —Así de sencillo. Así de natural. Así de indiscutible.
Esto no puede estar ocurriendo.
—Llevamos viéndonos un tiempo —añade.
Lo sabía. Sabía que había algo entre ellos, pero no podía creerlo. Sigo sin poder creerlo.
—¿Cuánto tiempo? —exijo saber.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí —susurro.
—Llevamos juntos desde antes de que se marchara de vacaciones.
—¿¿¿Qué???
—Me necesita.
—¡A mí también me dijo que me necesitaba!
—Supongo que ha cambiado de opinión.
—O puede que tú le hayas hecho cambiar de opinión.
—Piensa lo que quieras —replica grosera—. Él me quiere.
—No, no es cierto —señalo con desprecio—. Lo que pasa es que tú lo quieres a él más que a mí.
—¿Qué significa eso?
—¿No lo pillas? Ya no somos amigas. Jamás volveremos a ser amigas. Ni siquiera sé por qué te dirijo la palabra.
Se produce un largo y horrible silencio.
Al final:
—Lo quiero, Carrie.
Chasquido, seguido del pitido de la señal.
Me siento en la cama atónita.
No puedo ir a la asamblea. En lugar de eso, me escabullo hasta el granero. Puede que me pase todo el día aquí. Me fumo tres cigarrillos seguidos. Hace un frío de la hostia. Decido que voy a soltar tacos a la menor oportunidad.
¿Cómo puede haberme ocurrido esto? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? Bueno, eso ya lo había resuelto. Al parecer, soy inadecuada. O me lo merezco. Se lo quité a Donna LaDonna y ahora Lali me lo ha quitado a mí. Es el karma: recibes lo que das. Al final, otra chica se lo quitará a Lali.
¿Cómo he sido tan estúpida? Siempre he sabido que jamás se quedaría conmigo. No soy lo bastante interesante. Ni lo bastante sexy. Ni lo bastante guapa. Ni lo bastante inteligente.
¿O quizá soy demasiado inteligente para él?
Me cubro la cabeza con las manos. Algunas veces me compotaba como una imbécil cuando estaba con él. Decía cosas como: «¡Anda! ¿Era eso?», cuando sabía perfectamente de qué estaba hablando. Eso me hacía sentir que ni siquiera sabía quién era yo misma, o quién se suponía que era. Reía como una estúpida por cosas que no tenían gracia. Era muy consciente de mi boca, o de cómo movía las manos. Empecé a hundirme en un agujero negro de inseguridades que se había apoderado de mi conciencia como un pariente indeseado que se niega a marcharse de tu casa aunque no deja de criticarla.
Debería sentirme aliviada. Parece que hubiera estado en la guerra.
—¿Carrie? —pregunta Maggie con cautela. Levanto la mirada y ahí está, con sus mejillas sonrosadas y el pelo recogido en dos largas trenzas. Se ha colocado las manos enfundadas en unas manoplas al lado de la boca—. ¿Te encuentras bien?
—No. —Mi voz es un leve susurro.
—La Rata me ha contado lo que pasó —murmura.
Asiento. Pronto lo sabrá todo el mundo. Hablarán de mí y se burlarán a mis espaldas. Me convertiré en el hazmerreír de todos. La chica que no ha sabido retener a su novio. La chica que no es lo bastante buena. La chica que ha sido traicionada por su mejor amiga. La chica que se deja pisotear. La chica sin importancia.
—¿Qué piensas hacer? —pregunta Maggie indignada.
—¿Qué puedo hacer? Ella dice que Sebastian le dijo que la necesitaba.
—Miente —asegura Maggie—. No es más que una mentirosa. Siempre anda fanfarroneando sobre sus cosas. Siempre tiene que ser el centro de atención. Te ha robado a Sebastian porque está celosa.
—Quizá él la prefiera a ella —digo con la voz agotada.
—No puede ser. Y si es así, es que es un estúpido. Los dos son personas despreciables, y se merecen el uno al otro. Que se vayan a la mierda. No es lo bastante bueno para ti.
Sí que lo es. Es todo lo que siempre he deseado. Nuestro destino era estar juntos. Jamás querré a otro chico como lo he querido a él.
—Tienes que hacer algo —dice Maggie—. Tienes que vengarte de ella. Vuélale la camioneta.
—Ay, Mags… —Levanto la cabeza—. Estoy demasiado cansada.
Me escondo en la biblioteca durante la clase de cálculo. Leo furiosa los signos del horóscopo. Lali es leo. Sebastian (Sebastardo) es escorpio, figúrate. Al parecer, mantendrán relaciones sexuales explosivas.
Intento decidir qué es lo que más odio de esta situación. ¿La sensación de culpabilidad y la humillación? ¿La pérdida de mi novio y de mi mejor amiga? ¿O la traición? Deben de haberlo planeado durante semanas. Deben de haber hablado de mí, de cómo librarse de mí. Seguro que han planificado citas a escondidas. Se habrán comido la cabeza buscando una manera de decírmelo. Pero no me lo han dicho. No han tenido la decencia de hacerlo. Sencillamente, lo han hecho delante de mis narices. Como si la única forma de encarar la situación fuera que yo los pillara con las manos en la masa. No han pensado en cómo me sentiría. Yo no soy más que un obstáculo en sus planes, porque no les importo una mierda. No soy nadie para ellos.
Todos estos años de amistad… ¿han sido una mentira?
Recuerdo que cuando estábamos en sexto curso, Lali celebró su fiesta de cumpleaños y no me invitó. Llegué al colegio un buen día y Lali no me hablaba, y tampoco los demás. O eso me parecía. Maggie y la Rata todavía me hablaban, pero Lali no, ni tampoco las chicas con las que salíamos, entre las que estaba Jen P. Yo no sabía qué hacer. Mi madre me dijo que debería llamar a Lali, y, cuando lo hice, la madre de Lali dijo que ella no estaba en casa, a pesar de que podía oírla hablando con Jen P. y riéndose en el patio.
—¿Por qué me hacen esto? —le pregunté a mi madre.
—No sé qué decirte —respondió ella impotente—. Es una de esas cosas que hacen las chicas.
—Pero ¿por qué?
Ella negó con la cabeza.
—Son celos.
Pero yo no creía que fueran celos. Me parecía que era algo más instintivo, como formar parte de una manada de animales salvajes que conducen a uno de sus miembros hacia la jungla para que muera.
Era espeluznante comprobar que una chica no puede vivir sin amigos.
—Tú no les hagas ni caso —me aconsejó mi madre—. Actúa como si todo fuera normal. Lali volverá. Ya lo verás.
Mi madre tenía razón. Pasé por alto el asunto y el cumpleaños de Lali llegó y pasó. Como era de esperar, cuatro días después, Lali y yo éramos amigas de nuevo.
Semanas después, sin embargo, cuando Lali mencionó su fiesta de cumpleaños (había invitado a seis chicas a un parque de atracciones), me puse como un tomate al recordar con vergüenza que me había dado de lado. Cuando al final le pregunté a Lali por qué no me había invitado, ella me miró con sorpresa.
—Pero tú viniste, ¿no?
Yo negué con la cabeza.
—Ah… —dijo ella—. Entonces sería porque te estabas portando como una idiota o algo así.
—Esa Lali es una zopenca —dijo mi madre. «Zopenco» era un insulto que reservaba para aquellos a los que incluía entre los seres humanos de más baja estofa.
Lo dejé pasar. Supuse que así era la forma de ser de las chicas. Pero esto… esta traición… ¿así es la forma de ser de las chicas?
—Hola —dice la Rata, que me encuentra entre las estanterías—. Él no estaba en clase de cálculo. Y ella tampoco estaba en la asamblea. Deben de sentirse muy culpables.
—O quizá estén en algún hotel. Follando.
—No puedes dejar que te atormenten, Bradley. No puedes dejarles que ganen. Tienes que actuar como si no te importara.
—Pero sí me importa.
—Lo sé. Pero a veces hay que actuar de forma contraria a como la gente espera. Ellos quieren que te vuelvas loca. Quieren que los odies. Cuanto más los odies, más fuertes se harán.
—Solo quiero saber por qué.
—Menudos cobardes… —dice Walt, que coloca su bandeja junto a la mía—. Ni siquiera han tenido el valor de venir a clase.
Miro fijamente mi plato. El pollo frito parece de repente un insecto enorme, y el puré de patatas, un mejunje nacarado. Aparto el plato a un lado.
—¿Por qué lo ha hecho? Me gustaría conocer el punto de vista masculino de este asunto.
—Ella es diferente. Y más fácil. Al principio siempre resulta fácil. —Walt hace una pausa—. Tal vez no tenga nada que ver contigo.
Entonces, ¿por qué me parece que tiene mucho que ver conmigo?
Asisto al resto de las clases. Estoy allí físicamente, pero mi mente no deja de reproducir una y otra vez la misma imagen: la expresión atónita de Lali cuando la pillé besando a Sebastian y el gesto de desagrado de Sebastian cuando vio que yo regresaba.
Quizá quisiera estar con las dos a la vez.
—Es una zorra —dice Maggie.
—Creí que te caía bien —señalo con astucia. Necesito saber quién está de mi lado y quién no.
—Me caía bien —replica Maggie. Gira el volante del Cadillac a destiempo y toma la curva pasada, así que terminamos en el carril contrario de la carretera—. Hasta esto.
—Así que si no lo hubiera hecho seguiría cayéndote bien.
—No lo sé. Supongo que sí. Aunque nunca la he considerado una amiga íntima, de todas formas. Es bastante arrogante y egocéntrica. Como si todo lo que hiciera fuera genial.
—Ya… —añado con amargura. Las palabras de Lali («Él me necesita») resuenan una y otra vez en mi cabeza. Abro la guantera y cojo un cigarrillo. Me tiembla la mano—. ¿Sabes lo que me resulta aterrador?, que si no hubiera hecho esto, lo más probable es que siguiéramos siendo amigas.
—¿Y?
—Que resulta extraño, ¿sabes? Ser amiga de alguien durante tanto tiempo y que se acabe así, de pronto. Antes no eran malas personas. O al menos no te lo parecían. Así que te preguntas si la maldad siempre estuvo ahí, esperando a salir a la luz, o si ha sido algo ocasional y todavía siguen siendo buenas personas, aunque ya hayas dejado de confiar en ellos.
—Carrie, ha sido Lali quien te ha hecho esto —dice Maggie en tono resolutivo—. Y eso significa que es una mala persona. Nunca te habías dado cuenta antes, pero al final lo habrías descubierto.
Pisa el freno cuando la fachada de ladrillos de la casa de Sebastian aparece ante nuestros ojos. Pasamos al lado muy despacio. La camioneta roja de Lali está aparcada en la entrada, detrás del Corvette amarillo. Me encojo como si me hubieran dado una patada en el estómago.
—Te lo dije —señala Maggie con expresión triunfal—. Ahora, por favor, ¿te importaría actuar con normalidad y admitir que la odias a muerte?
Día dos: me despierto alterada y furiosa, ya que me he pasado la noche soñando que intentaba darle un puñetazo a Sebastian en la cara y no lograba acertar.
Me quedo tumbada en la cama hasta el último minuto. No puedo creer que todavía tenga que enfrentarme a esto. ¿Cuándo acabará?
Lo más seguro es que hoy vayan al instituto.
No puedo saltarme la asamblea y la clase de cálculo dos días seguidos. Llego al instituto. Decido que necesito un cigarrillo antes de enfrentarme a ellos.
Al parecer, Sebastian tiene la misma necesidad. Esta allí, en el granero, sentado junto a la mesa de picnic con Lali. Y con Walt.
—Hola —saluda con aire indiferente.
—Vaya, menos mal… —exclama Walt nervioso—. ¿Tienes un cigarrillo?
—No —contesto con los ojos entornados—. ¿Tú tampoco?
Lali ni siquiera me ha mirado todavía.
—Tomad uno de los míos —dice Sebastian, que me ofrece su paquete. Lo miro con recelo mientras cojo un cigarrillo. Él le quita la tapa al encendedor, ese que tiene un caballo rampante grabado en un costado, y me ofrece fuego.
—Gracias —le digo. Inhalo y expulso de inmediato una nube de humo.
¿Qué están haciendo aquí? Por un instante tengo la vaga esperanza de que quieran pedirme disculpas, de que Sebastian diga que cometió un error, que lo que vi hace un par de noches no era lo que yo pensaba. Pero, en lugar de eso, coloca el brazo sobre la muñeca de Lali y le da la mano. Los ojos de mi ex amiga me miran mientras su boca dibuja una sonrisa incómoda.
Es una prueba. Intentan averiguar hasta dónde pueden presionarme antes de que explote.
Aparto la mirada.
—Bueno… —Sebastian se gira hacia Walt—. Lali me ha dicho que hiciste un gran anuncio la noche de Año Nuevo…
—¡Venga ya, tío! Cierra el pico, anda —dice Walt. Tira el cigarrillo y se marcha.
Yo levanto el brazo y tiro también el mío antes de aplastarlo con la punta del pie.
Walt me está esperando fuera.
—Solo tengo una cosa que decirte —dice—: Venganza.