La vida loca
—¿Qué te parece? —pregunta la Rata con timidez mientras introduce el dedo en un frasco de brillo y se lo aplica en los labios.
—Es encantador, Rata. De verdad que sí.
La Rata ha cumplido al fin su promesa: nos ha presentado a su misterioso novio de Washington, Danny Chai, y lo ha traído al baile. Es un chico alto y delgado con el pelo negro, gafas y unos modales adorables. Buscó un lugar para colgar nuestros abrigos y nos trajo dos vasos de ponche a los que añadió, muy inteligentemente, un poco de vodka de la petaca que llevaba escondida en su chaqueta. Nunca había visto a la Rata insegura, pero ya me ha arrastrado varias veces hasta el baño para asegurarse de que su peinado sigue en su sitio y de que la camisa sigue dentro de sus vaqueros.
—Y me parece encantador que te hayas puesto brillo de labios —añado para bromear.
—¿Es demasiado? —pregunta alarmada.
—No. Te queda genial. Es solo que nunca te había visto con brillo de labios antes.
Se mira en el espejo mientras reflexiona.
—Tal vez debería quitármelo. No quiero que piense que me tomo demasiadas molestias.
—Rata, no va a pensar que te tomas demasiadas molestias. Lo único que va a pensar es que eres bonita.
—Carrie… —susurra, como una niñita con un secreto—. Creo que me gusta de verdad. Creo que puede ser el elegido.
—Eso es fantástico. —Le doy un abrazo—. Te mereces a alguien genial.
—Tú también, Bradley. —Titubea—. ¿Qué sucede con Sebastian? —pregunta como de pasada.
Me encojo de hombros y finjo buscar algo en mi bolso. ¿Cómo explicárselo? Estoy loca por Sebastian, tanto que mis sentimientos resultan abrumadores, sorprendentes y probablemente poco saludables. Al principio, estar con Sebastian era como estar en el mejor sueño que pudiera haber tenido en mi vida, pero ahora resulta sobre todo agotador. Estoy emocionada en un momento dado y hundida al siguiente; me cuestiono todo lo que digo y lo que hago. Me cuestiono incluso mi cordura.
—¿Bradley?
—No lo sé —respondo mientras pienso en cómo se reían Lali y Sebastian y en la ropa que me robaron Donna LaDonna y las dos Jen—. A veces pienso que…
—¿Qué? —pregunta la Rata con sequedad.
Sacudo la cabeza. No puedo hacerlo. No puedo decirle a la Rata que a veces pienso que mi novio prefiere a mi mejor amiga antes que a mí. Suena paranoico y escalofriante.
—Creo que Lali necesita un novio —dice la Rata—. ¿Sebastian no tiene un amigo que podamos endosarle?
Esa es mi solución. Si Lali tuviera novio, estaría demasiado preocupada por él para seguir pegada a Sebastian y a mí. Aunque lo cierto es que nunca le he dicho que no saliera con nosotros. Supongo que me siento culpable por tener novio cuando ella no lo tiene. No quiero que se sienta abandonada. No quiero ser una de esas chicas que se olvidan de las amigas en cuanto aparece un chico.
—Pensaré en ello —digo, y siento que recupero parte de mi antigua seguridad en mí misma.
No obstante, me desinflo de inmediato, en cuanto abro la puerta que conduce al gimnasio. La música disco resuena a través de los altavoces, y veo la parte superior de la cabeza de Sebastian, saltando de arriba abajo y balanceándose mientras la multitud da gritos y palmas. Está bailando el hustle, pero ¿con quién? Siento un nudo en la garganta. Imagino que con Lali, pero en ese instante ella viene y me agarra del brazo.
—Creo que necesitas un trago.
—Ya tengo bebida —le digo antes de señalar mi ponche con vodka.
—Necesitas otro.
Avanzo hacia la gente apiñada.
—¡Bradley! ¡No querrás ver eso! —Lali parece aterrada mientras me abro camino hacia la parte central.
Sebastian está bailando con Donna LaDonna.
De inmediato me siento abrumada por un deseo de correr hacia él y echarle la copa en la cara. Me imagino la escena: sacudo mi mano hacia delante, le arrojo el líquido pegajoso sobre la pálida piel de su rostro y contemplo su expresión desconcertada, seguida de un frenético manoteo. Pero Lali me detiene.
—No lo hagas, Bradley. No les des esa satisfacción. —Se da la vuelta y ve a la Rata y a Danny. La Rata susurra enfadada algo al oído de su novio; sin duda le explica la horrible situación.
—Perdona —dice Lali, que se sitúa entre ambos—. ¿Te importa si me llevo prestado a tu novio?
Y, antes de que Danny pueda protestar, Lali lo coge del brazo y lo conduce hasta la pista de baile, donde me agarra de la muñeca a mí también. Hacemos un sándwich con Danny entre ambas y empezamos a movernos arriba y abajo junto a sus piernas antes de hacerlo girar; el resultado es un gran revuelo que da como resultado que las gafas de Danny salgan volando de su cara. Pobre muchacho. Por desgracia, no puedo preocuparme mucho por él, pues estoy demasiado ocupada intentando ignorar a Sebastian y a Donna LaDonna.
Nuestras payasadas llaman la atención de la gente, y mientras Lali y yo mareamos a Danny por la pista, Donna LaDonna se retira hacia uno de los extremos con una sonrisa tensa. De repente, Sebastian está detrás de mí y me rodea la cintura con las manos. Me doy la vuelta y pego mis labios a su oreja antes de susurrar:
—¡Que te jodan!
—¿Eh? —Está sorprendido. Y luego divertido; está claro que piensa que estoy bromeando.
—Hablo en serio. Que te jodan.
No puedo creer que le haya dicho eso.
En un momento dado estoy hirviendo de furia y el zumbido de mi cabeza ahoga todos los demás sonidos. Luego, el impacto de lo que he dicho penetra en mi mente como un aguijón y me siento horrorizada y avergonzada. Creo que nunca le había dicho «Que te jodan» a nadie… tal vez una o dos veces de pasada y entre dientes, pero nunca en un enfrentamiento cara a cara. Esas palabras, horribles y feas, se sitúan entre nosotros como un muro gigantesco que no me permite ver más allá.
Es demasiado tarde para decir «lo siento». Y, además, no quiero hacerlo, porque no lo siento. Estaba bailando con Donna LaDonna. Delante de todo el mundo.
Es un comportamiento inexcusable, ¿no?
Tiene una expresión tensa y los ojos entornados, como un niño al que han pillado haciendo algo malo y cuyo primer impulso es negarlo y culpar al que lo acusa.
—¿Cómo has podido? —le pregunto en voz más alta de lo que pretendía, lo bastante alta para que el pequeño grupo de personas que nos rodea lo oiga.
—Estás loca —dice antes de dar un paso atrás.
De pronto soy consciente de los movimientos de la multitud, que se da codazos con caras sonrientes. La indecisión me deja paralizada. Si avanzo hacia él, quizá me aparte de un empujón. Si me alejo, es probable que este sea el final de nuestra relación.
—Sebastian…
—¿Qué? —pregunta con una mueca de desprecio.
—Olvídalo. —Y, antes de que él pueda decir algo más, me marcho tan rápido como puedo.
Mis amigos me rodean de inmediato.
—¿Qué ha ocurrido?
—¿Qué te ha dicho?
—¿Por qué estaba bailando con Donna LaDonna?
—Voy a machacarlo. —Esa es Lali.
—No. No empeoréis las cosas.
—¿Vas a romper con él? —pregunta Maggie.
—¿Tiene otra elección? —dice Lali.
Estoy atontada.
—¿He hecho mal? —le pregunto a la Rata.
—Desde luego que no. Se está portando como un cabrón.
—¿Qué debería hacer?
—No te acerques a él, pase lo que pase —dice Danny, que da un paso hacia delante—. Ignóralo. Deja que sea él quien venga. De lo contrario, parecerás desesperada.
Este Danny… es muy listo. Con todo, no puedo evitar examinar el gimnasio en busca de Sebastian.
Se ha ido.
Siento una opresión en el pecho.
—Quizá deba marcharme a casa —comento embargada por la incertidumbre.
La Rata y Danny intercambian una mirada.
—Nosotros te llevaremos —asegura la Rata con firmeza.
—¿Lali? —pregunto.
—Deberías irte a casa, Bradley —conviene—. Has tenido un día de lo más horrible.
Gracias.
—Si Sebastian…
—No te preocupes. Yo cuidaré de él —dice antes de aplastar el puño contra la palma de la otra mano.
Dejo que la Rata y Danny me guíen hasta la salida.
El coche de Sebastian sigue en el aparcamiento, justo donde lo habíamos dejado hace una hora, cuando todavía éramos felices y estábamos enamorados.
¿Cómo es posible? ¿Cómo pueden acabar tres meses de relación en menos de quince minutos? Pero es que el mundo puede cambiar en cuestión de segundos. Hay accidentes de tráfico. Y muertes. Dicen que puedes considerarte afortunado si alguien a quien conoces va a morir, ya que de ese modo tienes tiempo de despedirte.
Se me doblan las rodillas. Me acerco como puedo al bordillo de la acera y me dejo caer, hecha un guiñapo.
—¡Carrie! ¿Estás bien?
Asiento con abatimiento.
—Quizá no deba irme. Tal vez deba quedarme para enfrentarme a él.
La Rata y Danny intercambian otra mirada, como si compartieran una especie de percepción extrasensorial secreta.
—No creo que sea una buena idea —dice Danny con voz serena—. Lo más probable es que esté borracho. Y tú también estás un poco bebida. No sería muy inteligente enfrentarte a él cuando está borracho.
—¿Por qué no? —Me pregunto dónde habrá encontrado la Rata a este chico.
—Porque cuando un chico está borracho, solo piensa en ganar. En no quedar mal.
—Walt —digo—. Quiero ver a Walt.
Por una vez, Walt está trabajando de verdad en el Hamburger Shack.
—¿Estás segura de que te encuentras bien? —pregunta la Rata una vez más.
—Estoy bien —contesto con voz alegre, a sabiendas de que ella quiere estar a solas con Danny.
Danny me acompaña hasta la entrada. Cuando nos despedimos, me mira a los ojos con lo que parece una profunda y agradable comprensión, y, de pronto, envidio a la Rata. Una chica puede sentirse cómoda con un chico como Danny. No tiene que preguntarse si va a coquetear con su mejor amiga o a bailar con su peor enemiga. Me pregunto si alguna vez encontraré a un tío así. Y si, en el caso de que lo haga, seré lo bastante lista para quedármelo.
—Hola —dice Walt cuando me acerco al mostrador. Son casi las nueve y media, la hora de cerrar, así que mi amigo está limpiando y colocando las cebollas y los pimientos cortados en un Tupperware—. Espero que no hayas venido a comer.
—He venido a verte —respondo, aunque de repente me doy cuenta de que estoy muerta de hambre—. Aunque una hamburguesa con queso me vendría genial, la verdad…
Walt echa un vistazo al reloj.
—Necesito salir de aquí…
—Walt, por favor…
Me mira con extrañeza, pero desenvuelve una hamburguesa y la coloca sobre la parrilla.
—¿Dónde está ese novio tuyo? —pregunta, como si «novio» fuera una palabra que no merece la pena pronunciar.
—Hemos roto.
—Estupendo —replica Walt—. Parece que tu semana ha sido tan buena como la mía.
—¿Por qué? —Saco unas cuantas servilletas de papel del servilletero de metal—. ¿Tú también has roto con alguien?
Niega con la cabeza de forma brusca.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Nada —respondo con fingida inocencia—. Vamos, Walt. Solíamos ser muy buenos amigos. Nos lo contábamos todo.
—No todo, Carrie.
—Bueno, pues un montón de cosas.
—Eso fue antes de que me dejaras plantado por Maggie —dice con tono sarcástico. Luego añade con rapidez—: No te enfades. Yo no lo estoy. Ya sabía que cuando Maggie y yo nos «divorciáramos», todo el mundo se pondría de su lado. Maggie se ha quedado con todos nuestros amigos.
Eso me hace reír.
—Te he echado de menos.
—Ya. Yo también te he echado bastante de menos. —Le da la vuelta a la hamburguesa, coloca una loncha de queso encima, abre un bollo y pone ambas mitades a cada lado de la carne.
—¿Quieres cebolla y pimientos?
—Claro. —Me hago un lío con los botes de mostaza y de ketchup hasta que no puedo seguir soportando la sensación de culpabilidad—. Walt, tengo que decirte una cosa. Es horrible, y es probable que te entren ganas de matarme, pero no lo hagas, ¿vale?
Coloca la hamburguesa encima de la mitad inferior del bollo.
—Déjame adivinar… Maggie está embarazada.
—¿En serio? —pregunto perpleja.
—¿Cómo voy a saberlo yo? —inquiere él antes de dejar la hamburguesa sobre el plato de plástico y empujarlo hacia mí.
Clavo la vista en la hamburguesa.
—Walt, lo sé.
—Así que está embarazada… —dice él con aire resignado, como si eso fuera algo inevitable.
—No hablo de Maggie —le doy un mordisco a la hamburguesa—, sino de ti.
Limpia la barra con una bayeta.
—Te aseguro que yo no estoy embarazado.
—Vamos, Walt… —Titubeo, y sujeto la hamburguesa entre mis manos como si fuera un escudo. Si voy a decírselo, tiene que ser ahora—. No te enfades, por favor… Es que últimamente has actuado de una manera muy extraña… Así que creí que estabas metido en algún lío. Y luego Sebastian…
—¿Qué pasa con Sebastian? —pregunta con voz tensa.
—Dijo que te había visto… en ese lugar. Y luego la Rata y yo… te espiamos.
Ya está. Lo he dicho. Y no le contaré que Maggie también estaba allí. Bueno, al final se lo diré. Cuando asimile la información.
Walt suelta una carcajada nerviosa.
—¿Y qué visteis?
Me alivia tanto que no esté enfadado que le doy otro bocado a la hamburguesa.
—A ti —le digo con la boca llena—. Y a Randy Sandler.
Se queda helado y luego se saca el delantal por la cabeza de un tirón.
—Genial —dice con amargura—. ¿Quién más lo sabe aparte de vosotras?
—Nadie —aseguro—. No se lo hemos dicho a nadie. No se nos ocurriría. Porque eso es cosa tuya, no nuestra, ¿no crees?
—Según parece, también es cosa vuestra. —Tira el delantal al fregadero y sale indignado por la puerta oscilante de la parte trasera.
Exhalo un suspiro. ¿Esta noche puede ser aún peor?
Cojo mi abrigo y corro tras él. Está en la parte trasera del restaurante, intentando encender un cigarrillo.
—Walt, lo siento.
Sacude la cabeza mientras inhala, retiene el humo en los pulmones y luego lo suelta muy despacio.
—De todas formas, iba a contarlo. —Da otra calada—. Aunque esperaba poder mantenerlo en secreto hasta que me fuera a la universidad y estuviera lejos de mi padre.
—¿Por qué? ¿Qué va a hacer él?
—Castigarme. O enviarme a uno de esos loqueros que supuestamente te convierten en alguien «normal». O tal vez me obligue a ver a un sacerdote para que me diga que soy un pecador. ¿No sería irónico?
—Me siento fatal.
—¿Por qué te sientes mal? Tú no eres gay. —Suelta el humo y mira hacia el cielo—. De todas formas, dudo mucho de que le pille por sorpresa. Él ya me llama sarasa y afeminado… aunque prefiere referirse a mí como «el mariquita» a mis espaldas.
—¿Tu propio padre?
—Sí, Carrie, mi propio padre —asegura antes de aplastar el cigarrillo con el zapato—. Que le den por el culo —suelta de repente—. No se merece mi respeto. Si se avergüenza, es asunto suyo. —Le echa un vistazo al reloj—. Supongo que no vas a volver al baile.
—No puedo.
—Randy va a venir a recogerme. Iremos a algún sitio. ¿Quieres venir?
Randy llega unos cinco minutos después en su Mustang trucado. Walt y él mantienen una conversación entre susurros y luego Walt me hace una señal para que me acerque al coche.
Diez minutos más tarde, estoy embutida en el diminuto asiento trasero mientras nos dirigimos hacia el sur por la Ruta 91. La música está a un volumen atronador y no consigo olvidar que estoy con el supermacho Randy Sandler, el ex quarterback del equipo de fútbol americano del Instituto Castlebury, que ahora es el novio de Walt. Supongo que no sé tanto sobre la gente como me creía. Tengo un montón de cosas que aprender, pero resulta bastante emocionante.
—¿Adónde vamos? —grito para hacerme oír por encima de la música.
—A P-Town —responde Walt a voz en grito.
—¿Provincetown?
—Tenemos que marcharnos a otro estado para divertirnos —dice Randy—. Es una putada.
Madre mía… Provincetown está en el extremo de Cape Cod, a al menos una hora de distancia. Pienso que probablemente no debería hacer esto. Voy a meterme en un lío. Pero luego recuerdo a Donna LaDonna, a Sebastian y toda mi asquerosa vida y pienso: «¿Qué demonios?»; siempre intento portarme bien, ¿y adónde me ha llevado eso?
A ningún sitio.
—¿Te parece bien? —grita Randy.
—Me parece bien cualquier cosa.
—Así que ese chico, Sebastian Kydd, estaba bailando con tu peor enemiga, ¿no? —chilla Randy por encima de la música.
—¡Sí! —exclamo tratando de hacerme oír.
—Y nos vio. En Chuckie’s —le dice Walt a Randy.
—Tal vez también sea gay —grito.
—Creo que conozco a ese tío —vocifera Randy mientras mira a Walt—. ¿Es un tipo alto y rubio, como uno de esos capullos de los anuncios de Ralph Lauren?
—¡Es él! —chillo.
—Está bueno —dice Randy—, pero no es gay. Lo he visto alquilando películas porno. Le gustan las tetas grandes… y ese tipo de cosas.
¿Porno? ¿Tetas grandes? ¿Quién es Sebastian?
—¡Genial! —grito.
—Olvídate de ese imbécil —chilla Randy—. Estás a punto de conocer a doscientos tíos que se volverán locos por ti.