19

Ca-ca-ca-cambios

Maggie, esto no está bien —susurro. Acabamos de terminar las clases, y la Rata, Maggie y yo estamos escondidas en el Cadillac.

—Vale. ¿Qué pasa con Lali? —pregunta la Rata cambiando de tema—. ¿No os parece que estuvo muy rara esta mañana en el granero?

—Está celosa —dice Maggie.

—Eso me parece a mí —conviene la Rata.

—Es una persona muy celosa —añade Maggie.

—No, no lo es —protesto—. Lali está muy segura de sí misma, eso es todo. La gente siempre lo entiende al revés.

—No sé, Bradley… —dice la Rata—. Yo me andaría con cuidado si estuviera en tu lugar.

—Vale, chicas. Aquí viene. ¡Agachaos! —ordena Maggie mientras todas nos escondemos.

—Esto está mal —murmuro.

—Eres tú la que siempre ha querido ser escritora —dice Maggie—. Deberías querer descubrirlo.

—Y quiero hacerlo, pero no así. ¿Por qué no podemos preguntárselo y ya está?

—Porque no nos lo diría —contesta Maggie.

—Rata, ¿tú qué piensas?

—A mí me da igual —responde la Rata desde el asiento tra sero—. Yo solo estoy aquí de manera extraoficial. —Estira el cuello y mira por la ventanilla trasera—. ¡Se ha subido al coche! ¡Se marcha del aparcamiento! Date prisa o lo perderemos.

Hasta aquí la falta de implicación de la Rata, pienso.

Maggie se levanta al instante, pone la marcha del coche y pisa el acelerador. Sale del aparcamiento por el carril contrario, y, cuando llegamos a una zona sin salida, se sube a la hierba sin dudarlo.

—¡Por el amor de Dios! —exclama la Rata, que se aferra al asiento delantero mientras Maggie describe un giro brusco a la izquierda. Segundos después, estamos dos automóviles por detrás del coche naranja de Walt.

—No seas tan descarada, Maggie —señalo con sequedad.

—Bah, Walt ni se dará cuenta —dice sin mirarnos—. Walt nunca se entera de nada cuando va conduciendo.

Pobre Walt. ¿Por qué accedí a acompañarla cuando Maggie me propuso esta descabellada idea de seguirlo? Por la misma razón que la acompañé a la clínica para que le recetaran los anticonceptivos. No puedo decirle que no a nadie. Ni a Maggie, ni a Sebastian, ni a Lali.

Al final, Lali sacó las malditas entradas para Aztec Two-Step y ahora estamos obligados a ir al concierto el fin de semana después de las vacaciones de Navidad. Aunque todavía faltan unas semanas para eso.

Además, tengo que admitir que me muero por saber adónde va Walt después de clase.

—Apuesto a que tiene una nueva novia —dice Maggie—. Y apuesto a que será una tía mayor. Como la señora Robinson. Es probable que sea la madre de alguien. Por eso se anda con tantos secretitos.

—Tal vez esté estudiando de verdad.

Maggie me mira fijamente.

—Vamos… Ya sabes lo inteligente que es Walt. Nunca tiene que estudiar. Cuando dice que estudia siempre hace otra cosa, como leer sobre orinales del siglo XVIII.

—¿A Walt le gustan las antigüedades? —pregunta la Rata sorprendida.

—Sabe todo lo que hay que saber sobre antigüedades —contesta Maggie orgullosa—. Nuestro plan era mudarnos a Vermont. Allí, Walt abriría una tienda de antigüedades y yo criaría ovejas, hilaría la lana y tejería jerséis.

—Qué… pintoresco —dice la Rata mirándome a los ojos.

—También plantaría verduras —añade Maggie—. Y pondría un puesto en verano. Íbamos a convertirnos en vegetarianos.

Y mira dónde ha quedado ese plan, pienso mientras atravesamos la ciudad siguiendo a Walt.

El coche de nuestro amigo deja atrás Fox Run y continúa por Main Street. En uno de los dos semáforos de la ciudad, su coche gira a la izquierda y se encamina hacia el río.

—Lo sabía… —dice Maggie, que se aferra al volante—. Tiene una cita secreta.

—¿En el bosque? —pregunta la Rata con un resoplido—. Allí abajo no hay nada más que árboles y prados vacíos.

—Tal vez asesinara a alguien sin querer. Quizá haya enterrado el cadáver y regrese para asegurarse de que no ha salido a la luz. —Enciendo un cigarrillo y me reclino en el asiento, preguntándome hasta dónde llegará el asunto.

La carretera conduce hacia el río, pero, en lugar de seguir el polvoriento camino, Walt da otro giro brusco por debajo de la autopista.

—Se dirige a East Milton —grita Maggie, señalando lo obvio.

—¿Qué hay en East Milton? —pregunta la Rata.

—Un consultorio médico.

—¡Carrie! —exclama Maggie.

—Quizá haya conseguido trabajo como enfermero —señalo con tono inocente.

—Carrie, ¿quieres cerrar la boca, por favor? —exige Maggie—. Esto es serio.

—Podría ser enfermero. Será una profesión de lo más chic en los próximos diez años.

—Todos los médicos serán mujeres, y todos los hombres, enfermeros —dice la Rata.

—Yo no querría que me atendiera un enfermero. —Maggie se estremece—. No querría que ningún hombre desconocido tocara mi cuerpo.

—¿Y si fuera un lío de una noche? —pregunto, solo para tomarle el pelo—. ¿Y si salieras por ahí, conocieras a un tío, te creyeras locamente enamorada y te acostaras con él apenas tres horas después?

—Estoy loca por Peter, ¿vale?

—De cualquier manera, eso ahora no cuenta —dice la Rata—. Si lo conoces desde hace tres horas, ya lo conoces bastante, ¿no te parece?

—Para que cuente, hay que follar a lo loco, como el famoso polvo de Miedo a volar.

—Por favor, no digas «follar». Odio esa palabra. Se dice «hacer el amor» —señala Maggie.

—¿Cuál es la diferencia entre «follar» y «hacer el amor»? En serio, me gustaría saberlo —aseguro.

—Follar solo implica una relación sexual. Hacer el amor es eso y más cosas —dice la Rata.

—No puedo creer que aún no te hayas acostado con Sebastian —dice Maggie.

—Bueno…

Maggie se vuelve y mira a la Rata con incredulidad, a causa de lo cual casi se sale de la carretera. Cuando nos recuperamos del susto, Maggie dice:

—Todavía eres virgen…

Como si eso fuera un delito o algo así.

—No me gusta considerarme «una virgen». Prefiero pensar que soy «sexualmente incompleta». Ya sabes. Como si todavía no hubiera terminado los estudios.

—Pero ¿por qué? —pregunta Maggie—. Tampoco es para tanto. Piensas que lo es hasta que lo haces. Y después te preguntas: «Dios, ¿para esto he esperado tanto?».

—Vamos, Maggie. A todo el mundo le llega su momento. Carrie todavía no está preparada —dice la Rata.

—Lo único que digo es que si no te acuestas con Sebastian pronto, otra persona lo hará —asegura Maggie en un tono ominoso.

—Si eso ocurre es que Sebastian no es el chico adecuado para ella —insiste la Rata.

—Además, creo que ya lo ha hecho —intervengo—. En el pasado. Y, oye, solo llevo saliendo con él dos meses.

—Yo solo llevaba dos días con Peter cuando lo hicimos —dice Maggie—. Claro que las circunstancias eran muy especiales. Peter llevaba varios años enamorado de mí…

—Maggie… Con respecto a Peter… —empieza a decir la Rata.

Quiero avisarla de que probablemente no sea el mejor momento para sacar a relucir la verdad sobre Peter, pero es demasiado tarde.

—Creo que «instituto» y «universidad» son dos categorías bien diferenciadas para él. Cuando se vaya a Harvard, dejará Castlebury atrás. Tiene que hacerlo. De lo contrario, no tendrá éxito.

—¿Por qué no? —pregunta Maggie retadora.

—Mags —le digo antes de dirigirle una mirada penetrante a la Rata—, la Rata no está hablando de ti específicamente. Lo único que quiere decir es que Peter tendrá que estudiar un montón, y que no tendrá tiempo para relaciones. ¿No es así, Rata?

—Claro. Nuestras vidas serán muy diferentes. Todos tendremos que cambiar.

—Yo al menos no pienso cambiar —dice Maggie con tozudez—. Siempre seré la misma, sin importar lo que ocurra. Creo que así es como debe comportarse la gente. De manera decente.

Estoy de acuerdo.

—Sin importar lo que ocurra, debemos jurar que siempre seremos las mismas.

—¿Hay alguna otra elección? —pregunta la Rata con sequedad.

—¿Dónde estamos? —pregunto mientras echo un vistazo a nuestro alrededor.

—Buena pregunta —señala la Rata emitiendo un murmullo.

Nos encontramos sobre un camino de asfalto lleno de baches que parece estar en mitad de ninguna parte.

A ambos lados hay campos llenos de rocas, salpicados por unas cuantas casas en ruinas. Pasamos junto a un taller de reparaciones y una casa amarilla con un cartel en el que se lee: SUNSHINE. REPARACIÓN DE MUÑECAS. REPARAMOS MUÑECAS GRANDES Y PEQUEÑAS. Más allá de la casa amarilla, Walt vira de repente hacia el pequeño camino de entrada de un gran edificio blanco de aspecto industrial.

El edificio tiene una gigantesca puerta de metal y ventanas pequeñas y selladas; parece desierto.

—¿Qué es este lugar? —pregunta Maggie mientras pasamos muy despacio junto a la entrada.

La Rata se echa hacia atrás y cruza los brazos.

—No tiene buena pinta, eso seguro.

Avanzamos un poco más, hasta que Maggie encuentra un sitio donde dar la vuelta.

—«Un lugar que no querrías conocer» —digo en voz alta, recordando la advertencia de Sebastian.

—¿Qué? —pregunta Maggie.

—Nada —me apresuro a responder mientras la Rata y yo intercambiamos una mirada.

La Rata le da unos golpecitos a Maggie en el hombro.

—Creo que deberíamos irnos a casa. Esto no te va a gustar.

—¿Qué es lo que no me va a gustar? —pregunta Maggie—. No es más que un edificio. Y nuestro deber como amigas es descubrir lo que está tramando Walt.

—O no… —La Rata se encoge de hombros.

Maggie hace caso omiso de sus palabras y continúa por el camino de entrada hasta la parte trasera, donde encontramos un aparcamiento oculto que no se ve desde la calle. Hay varios coches, entre los cuales está el de Walt.

Hay una entrada secreta en la parte posterior, una entrada rodeada por carteles de neón en los que se anuncian cosas como «Vídeos», «Juguetes» y (por si eso no fuera suficiente) «Sexo en directo».

—No lo entiendo. —Maggie contempla encolerizada los carteles de tonalidades púrpura y azules.

—Es un local porno.

—Maggie, no creo que quieras entrar ahí —le advierte la Rata de nuevo.

—¿Por qué no? —pregunta Maggie—. ¿Crees que no podré soportarlo?

—No, creo que no.

—Soy yo quien no podrá soportarlo —añado para solidarizarme con ella—. Y eso que ni siquiera es mi ex novio el que está dentro.

—No me importa. —Maggie aparca el coche cerca de un contenedor, coge un paquete de cigarrillos y sale del coche—. Si queréis venir, estupendo. Si no, podéis quedaros en el auto.

Vaya, esto sí que es un cambio. Me inclino en el asiento y la llamo por la ventanilla.

—Mags, no sabes lo que hay ahí…

—Pienso averiguarlo.

—¿Estás dispuesta a enfrentarte a Walt? ¿Qué pensará cuando descubra que lo has estado espiando?

Maggie se aleja caminando. La Rata y yo nos miramos, salimos del coche y la seguimos.

—Vamos, Mags… Esto está mal… No está bien seguir a las personas. Y menos aún si alguien intenta guardar un secreto. Vámonos…

—¡No!

—De acuerdo. —Me rindo. Señalo el contenedor—. Nos esconderemos ahí detrás. Esperaremos unos minutos y, si no ocurre nada, nos iremos a casa.

Maggie echa otro vistazo a la entrada. Entorna los párpados.

—Vale.

Nos escondemos detrás del contenedor. Hace muchísimo frío, así que me rodeo el pecho con los brazos y doy saltitos para entrar en calor.

—¿Quieres dejar de hacer eso? —susurra Maggie—. Viene alguien.

Me lanzo hacia un arbusto que hay junto al contenedor, lo rodeo a cuatro patas y me siento sobre los talones.

Un Mustang trucado entra en el aparcamiento quemando ruedas. Se oye la música de Black Sabbath cuando se abre la puerta y sale el conductor. Es un tío musculoso y, cuando mira a su alrededor con suspicacia, reconozco a Randy Sandler, un tipo que estaba dos cursos por delante de nosotros y que era el quarterback del equipo de fútbol del instituto.

—Madre mía… Randy Sandler acaba de entrar…

—¿Randy Sandler? —pregunta la Rata. Maggie y ella se acercan a mí gateando.

—Esto es culpa mía —dice Maggie—. Si no hubiera roto con Walt, no le habría hecho falta venir aquí en busca de sexo. Debía de tener un dolor de huevos espantoso.

—Lo del dolor de huevos es un mito —susurro con énfasis—. Es una de esas mentiras que los hombres les cuentan a las mujeres para conseguir sexo.

—No lo creo. Pobre Walt… —gime Maggie.

—Chis —ordena la Rata cuando la puerta se abre.

Randy Sandler aparece de nuevo, pero esta vez no está solo. Walt sale detrás de él, parpadeando para acostumbrarse al cambio de luz. Randy y él intercambian unas cuantas palabras y luego se echan a reír. Después, ambos entran en el coche de Randy. El motor cobra vida, pero, antes de marcharse, Randy se inclina hacia delante y besa a Walt en la boca. Alrededor de un minuto después, se separan; luego Walt baja el espejo de cortesía del parasol y se arregla un poco el pelo.

Por un momento se produce un silencio solo interrumpido por el estruendo del silenciador del coche. Segundos más tarde, el coche se aleja y nosotras nos quedamos agachadas, inmóviles, oyendo el ruido del motor hasta que se convierte en un tenue ronroneo.

—En fin. —Maggie se levanta y se sacude la ropa—. Eso es todo, supongo.

—Oye… —dice la Rata en tono amable—, ¿sabes qué?, es mejor así. Tú estás con Peter y ahora Walt está con Randy.

—Es como en El sueño de una noche de verano —añado con un deje de esperanza—, donde todo el mundo acaba con quien se supone que debe acabar.

—Ajá —dice Maggie con una voz apática mientras se dirige al coche.

—Y hay que admitir que Randy Sandler está bastante bueno. Era uno de los chicos más guapos del equipo de fútbol.

—Sí —convengo—. Piensa en todas las chicas que se pondrían celosas si supieran que Randy era…

—¿Gay? —pregunta Maggie a voz en grito—. ¿Si supieran que Randy y Walt son gays? ¿Y que han engañado a todo el mundo? —Abre la puerta del coche de un tirón—. Es genial. Sencillamente, genial. Pensar durante dos años que un chico está enamorado de ti y luego descubrir que ni siquiera le gustan las chicas… Y averiguar que siempre que estaba contigo estaba pensando en… —Hace una pausa, toma aliento y grita—: ¡Algún otro chico!

—Cálmate un poco, Maggie —dice la Rata.

—No pienso calmarme. ¿Por qué iba a hacerlo? —Maggie pone en marcha el motor, acto seguido lo apaga y entierra la cara entre las manos—. Íbamos a mudarnos a Vermont… Íbamos a abrir una tienda de antigüedades… Y un puesto de verduras. Yo creí en él. Y nunca dejó de mentirme.

—Estoy segura de que eso no es cierto —dice la Rata—. Es probable que él no lo supiera. Y luego, cuando rompisteis…

—Él te quería, Mags. Te quería de verdad. Todo el mundo lo sabe —comento.

—Y ahora todo el mundo sabrá lo imbécil que fui. ¿Tienes idea de lo estúpida que me siento ahora mismo? ¿Cómo he podido ser tan estúpida?

—Maggie… —Le sacudo un poco el brazo—. ¿Cómo ibas a saberlo? La sexualidad de una persona es… bueno, asunto suyo, ¿no?

—No, si hace daño a otras personas.

—Walt nunca te ha hecho daño a propósito —le digo, tratando de razonar con ella—. Y, además, Mag… Eso es cosa de Walt. En realidad, no tiene nada que ver contigo.

Ups.

El rostro de Maggie adquiere una expresión furiosa que jamás le había visto con anterioridad.

—Ah, ¿no? —pregunta con un gruñido—. En ese caso, ¿por qué no intentas ponerte en mi lugar? —Dicho lo cual, se echa a llorar.