12

No siempre puedes conseguir lo que quieres

Maggie, ¿qué te pasa?

—Nada —contesta ella con frialdad.

—¿Estás enfadada conmigo? —pregunto con voz ahogada.

Ella se detiene, se vuelve y me dirige una mirada asesina. Y ahí está. La expresión de fama internacional que significa: «Estoy enfadada contigo y tú deberías saber por qué, así que no pienso explicártelo».

—¿Qué he hecho?

—Es más bien lo que no has hecho.

—Vale, ¿qué no he hecho?

—Decírmelo —responde antes de echar a andar.

Repaso una buena cantidad de posibilidades, pero no se me ocurre nada.

—Mags… —Corro tras ella por el pasillo—. Siento no haber hecho lo que sea. De verdad que no sé de qué se trata.

—Sebastian —replica con sequedad.

—¿Eh?

—Sebastian y tú. Llego a clase esta mañana y todo el mundo lo sabe. Todo el mundo menos yo. Y eso que se supone que soy una de tus mejores amigas.

Estamos casi en la puerta de la asamblea, donde voy a entrar a sabiendas de que tendré que enfrentarme a la hostilidad de las amigas de Donna LaDonna y a un ejército de chicos que no son amigos suyos pero quieren serlo.

—Maggie… —le ruego—. Sucedió sin más. No tuve tiempo de llamarte. Era lo primero que pensaba contarte esta mañana.

—Lali lo sabe —dice. No se traga mi explicación.

—Lali estaba allí. Estábamos en la piscina cuando vino a buscarme.

—¿Y?

—Venga, Mags… Lo único que me falta es que tú también te cabrees conmigo.

—Ya veremos. —Abre la puerta del salón de actos—. Hablaremos de esto más tarde.

—Vale.

Suspiro cuando se aleja. Avanzo pegada a la pared posterior y corro por el pasillo hacia el lugar que tengo asignado tratando de llamar la atención lo menos posible. Cuando por fin llego a mi fila, me detengo en cuanto me doy cuenta de que algo va muy, pero que muy mal. Busco la letra B para asegurarme de que no me he equivocado.

No lo he hecho. Pero mi sitio está ocupado por Donna La Donna.

Miro a mi alrededor en busca de Sebastian, pero no está por ninguna parte. Cobarde.

No me queda más remedio. Voy a tener que enfrentarme a la situación.

—Perdona —digo mientras paso junto a Susie Beck, que en los últimos dos años se ha vestido de negro cada día; junto a Ralph Bomenski, un chico frágil de piel pálida cuyos padres poseen una gasolinera y le obligan a trabajar allí haga el tiempo que haga; y junto a Ellen Brack, que mide un metro ochenta centímetros de estatura y parece desear que se la trague la tierra… Un sentimiento que entiendo a la perfección.

Donna LaDonna hace caso omiso de mi acercamiento. Su cabello es como un diente de león gigante que le obstaculiza el campo de visión. Habla animadamente con Tommy Brewster. Es la conversación más larga que les he visto mantener. De cualquier forma, parece lógico, ya que Tommy pertenece a su círculo de amistades. Habla en voz tan alta que casi se la puede oír a tres filas de distancia.

—Algunas personas no saben cuál es su lugar —dice—. Todo tiene una jerarquía. ¿No sabes lo que les ocurre a los gallos que no se quedan en su lugar?

—No —responde Tommy, aunque no añade nada más. Me ha visto, pero vuelve a fijar rápidamente los ojos en el lugar que les corresponde… en la cara de Donna LaDonna.

—Los matan a picotazos. Los demás gallos —asegura Donna con tono amenazador.

Vale. Ya es suficiente. No pienso soportar esto siempre. La pobre Ellen Brack ha subido las rodillas hasta las orejas. Está claro que no hay espacio en esta sala para las dos.

—Perdona —digo con educación.

No hay respuesta. Donna LaDonna sigue con su perorata.

—Y, además, ha intentado robarle el novio a otra chica.

Venga ya… Donna LaDonna ha robado el novio a casi todas sus amigas en un momento u otro, y solo para recordarles que puede hacerlo.

—Y fíjate bien en que he dicho «intentado». Porque lo más triste de todo esto es que no lo ha conseguido. Él me llamó anoche y me dijo lo z… —De pronto, Donna se inclina hacia delante y le susurra al oído a Tommy para que yo no pueda oír la palabra—… que es esa chica.

Tommy suelta una ruidosa carcajada.

¿Sebastian la llamó por teléfono?

De eso nada. No pienso dejar que me cabree más.

—Perdona —repito una vez más, pero esta vez con un tono de voz mucho más alto y autoritario. Si no se da la vuelta, quedará como una completa estúpida.

Se da la vuelta. Me recorre de arriba abajo con una mirada corrosiva.

—Carrie… —me dice—. Puesto que parece que eres una persona a la que le gusta cambiar las reglas, creí que podríamos intercambiar nuestros sitios hoy.

Muy lista, pienso. Por desgracia, no está permitido.

—¿Por qué no intercambiamos nuestros lugares otro día?

—Ooooooh… —dice con voz burlona—. ¿Te preocupa meterte en problemas? ¿Una chica tan buena como tú? No quieres arruinar tu precioso expediente, ¿verdad?

Tommy echa la cabeza hacia atrás y suelta otra carcajada, como si todo eso le resultara terriblemente gracioso. Imbécil. Se reiría de un palo si alguien se lo dijera.

—De acuerdo —le digo a Donna—. Si no te mueves, supongo que tendré que sentarme encima de ti.

Pueril, sí, pero efectivo.

—No te atreverás…

—¿En serio? —Alzo el bolso de mano como si pensara dejarlo sobre su cabeza.

—Lo siento, Tommy —dice al tiempo que se pone en pie—. Pero algunas personas son tan infantiles que no merece la pena perder el tiempo con ellas.

Pasa a mi lado al salir y me da un pisotón deliberado en el pie. Finjo no darme cuenta. Pero ni siquiera cuando se va encuentro consuelo. Mi corazón late al ritmo de un centenar de tambores. Me tiemblan las manos.

¿De verdad Sebastian la llamó por teléfono?

¿Dónde está Sebastian, para empezar?

Consigo soportar la sesión en el salón de actos recriminándome por mi comportamiento. ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué he cabreado a la chica más poderosa del instituto? ¿Por un chico? Porque he tenido la oportunidad, por eso. Y la he aprovechado. No he podido evitarlo. Y eso me convierte en una persona irrazonable y quizá algo desagradable también.

Esto me va a meter en un buen lío. Y lo más probable es que me lo merezca.

¿Y si todo el mundo se cabrea conmigo durante el resto del curso?

Si pasa eso, escribiré un libro sobre este tema. Lo enviaré al seminario de verano para escritores de la New School, y esta vez aceptarán mi solicitud. Luego me mudaré a Nueva York, haré nuevas amistades y les daré a todos en las narices.

Sin embargo, justo cuando salimos de la asamblea, Lali se reúne conmigo.

—Estoy orgullosa de ti —me dice—. No puedo creer que te enfrentaras a Donna LaDonna.

—Bueno, no fue nada. —Me encojo de hombros.

—Te he estado observando todo el tiempo. Pensaba que te echarías a llorar o algo así. Pero no lo has hecho.

No soy de las que lloran. Nunca lo he sido. Aun así…

La Rata se une a nosotras.

—Estaba pensando que… Tal vez Danny, Sebastian, tú y yo podamos quedar para una cita doble cuando Danny venga a verme.

—Claro —replico, deseando que no lo hubiera dicho delante de Lali. Puesto que Maggie está cabreada conmigo, lo último que me hace falta es que Lali se sienta desplazada también.

—Quizá podamos salir todos. En grupo —añado con deliberación, por el bien de Lali—. ¿Desde cuándo necesitamos a los novios para pasarlo bien?

—Tienes razón —contesta la Rata, que ha captado la in di rec ta—. Ya sabes lo que se dice: las mujeres necesitan tanto a los hombres como un pez una bicicleta.

Todas asentimos para mostrar nuestro acuerdo. Quizá un pez no necesite una bicicleta, pero está claro que necesita amigos.

—¡Ay!

Alguien me ha clavado algo en la espalda. Me doy la vuelta esperando ver a uno de los esbirros de Donna LaDonna. Pero se trata de Sebastian, que tiene un lápiz en la mano y sonríe.

—¿Cómo estás? —me pregunta.

—Bien —respondo con un tono cargado de sarcasmo—. Donna LaDonna estaba sentada en mi sitio cuando he llegado al salón de actos.

—¿En serio? —inquiere con despreocupación.

—No te he visto en la asamblea.

—Porque no estaba allí.

—¿Dónde estabas? —No puedo creer que haya dicho eso. ¿Desde cuándo me he convertido en su madre?

—¿Importa mucho? —pregunta él.

—He tenido una escenita. Con Donna LaDonna.

—Muy bien.

—Ha sido horrible. Ahora me odia de verdad.

—Ya sabes cuál es mi lema —dice antes de darme un toque juguetón con el lápiz en la punta de la nariz—: hay que evitar los problemas femeninos a toda costa. ¿Qué vas a hacer esta tarde? Sáltate el entrenamiento de natación y vayamos a algún sitio.

—¿Qué pasa con Donna LaDonna? —Es lo que se aproxima más a preguntarle si la ha llamado.

—¿Qué pasa con ella? ¿Quieres que venga también? —Lo fulmino con la mirada—. Pues entonces, olvídala. Ella no es importante —dice en el momento en que nos sentamos en clase de cálculo.

Tiene razón, pienso mientras abro el libro por el capítulo de los números enteros. Nunca se sabe cuándo aparecerá un número entero para arruinarte toda la ecuación. Quizá eso piense Donna LaDonna de mí. Soy un número entero al que hay que detener.

—¿Carrie?

—¿Sí, señor Douglas?

—¿Podrías venir aquí y terminar esta ecuación?

—Claro. —Cojo un trozo de tiza y contemplo los números de la pizarra. ¿Quién habría imaginado que el cálculo sería más fácil que salir con alguien?

—De modo que ya habéis sacado la artillería pesada —dice Walt con cierta satisfacción, refiriéndose al incidente de la asamblea. Enciende un cigarrillo e inclina la cabeza hacia atrás antes de echar el humo hacia el tejado del granero.

—Sabía que te gustaba —dice la Rata con expresión radiante.

—¿Mags? —pregunto.

Maggie se encoge de hombros y aparta la mirada. Sigue sin hablarme. Aplasta el cigarrillo con el pie, coge los libros y se aleja de nosotros.

—¿Qué le pasa? —pregunta la Rata.

—Está cabreada conmigo porque no le he contado lo de Sebastian.

—Menuda estupidez —replica la Rata. Mira a Walt—. ¿Estás seguro de que no está enfadada contigo?

—Yo no he hecho nada. Estoy libre de culpa —insiste Walt.

Walt se está tomando lo de la ruptura demasiado bien. Han pasado dos días desde que Maggie y él «hablaron», y su relación parece casi la misma que antes, salvo por el hecho de que ahora Maggie sale oficialmente con Peter.

—Posiblemente Maggie esté cabreada porque no pareces molesto —añado.

—Dice que éramos más amigos que amantes. Y yo estoy de acuerdo —dice Walt—. No se puede tomar una decisión y luego enfadarse porque la otra persona está de acuerdo contigo.

—No —dice la Rata—. Porque eso requeriría cierto grado de lógica. No se trata de una crítica —se apresura a añadir al ver la expresión alarmada de mi rostro—. Pero es cierto. Maggie es la persona menos lógica que conozco.

—Pero es la mejor. —Pienso que lo más acertado será ir tras ella, pero Sebastian aparece en ese preciso momento.

—Vámonos de aquí —dice—. Acaba de abordarme Tommy Brewster y no ha dejado de preguntarme no sé qué sobre gallos…

—Hacéis buena pareja, chicos —señala Walt sacudiendo la cabeza—. Como Bonnie y Clyde.

—¿Qué te apetece hacer? —pregunta Sebastian.

—No lo sé. ¿Qué quieres hacer tú? —Ahora que estamos en el coche de Sebastian, de pronto me siento insegura. Nos hemos visto tres días seguidos. ¿Qué significa eso? ¿Estamos saliendo?

—Podríamos ir a mi casa.

—O podríamos hacer algo… —Si vamos a su casa, lo único que haremos será enrollarnos. No quiero ser la chica que se enrolla con él. Quiero más. Quiero ser su novia.

Pero ¿cómo demonios se consigue eso?

—Vale —replica. Apoya la mano sobre mi pierna y la desliza hasta mi muslo—. ¿Adónde quieres ir?

—No lo sé —respondo abatida.

—¿Al cine?

—Vale. —Me animo un poco.

—Hay una retrospectiva del magnífico Clint Eastwood en el teatro Chesterfield.

—Perfecto. —No estoy segura de quién es exactamente Clint Eastwood, pero si acepto no tengo que admitirlo—. ¿De qué va la película?

Él me mira y sonríe.

—Vamos… —dice, como si no pudiera creer que le haya preguntado eso—. No se trata de una sola película, sino de varias: El bueno, el feo y el malo y El fuera de la ley.

—Fantástico —comento con la esperanza de parecer lo bastante entusiasmada para disimular mi ignorancia. Oye, no es culpa mía. No tengo ningún hermano, así que no sé absolutamente nada sobre los gustos culturales masculinos.

Me apoyo en el respaldo del asiento y sonrío, decidida a encarar esta cita como si fuera una aventura antropológica.

—Esto es genial —dice Sebastian, que asiente a medida que se va entusiasmando más y más con el plan—. Genial. ¿Y sabes una cosa?

—¿Qué?

—Tú eres genial. Me moría de ganas de ver esa retrospectiva, pero pensaba que ninguna chica querría acompañarme a verla.

—Ah —replico complacida.

—Por lo general, a las chicas no les gusta Clint Eastwood. Pero tú eres diferente, ¿sabes? —Aparta los ojos de la carretera por un segundo para mirarme. Su expresión es tan seria que casi puedo ver cómo se derrite mi corazón y cómo se convierte en un charquito de pegajoso jarabe—. Lo que quiero decir es que me da la impresión de que eres algo más que una chica. —Titubea en busca de la descripción perfecta—. Es como… si fueras un chico en el cuerpo de una chica.

—¡¿Qué?!

—Calma, calma. No he dicho que parezcas un chico, sino que eres como un chico. Ya sabes. Eres práctica y fuerte. Y no tienes miedo a las aventuras.

—Oye, tío… El mero hecho de ser chica no implica que no se pueda ser fuerte, práctica y amante de las aventuras. Así son la mayoría de las chicas… hasta que se juntan con los chicos. Son los tíos los que las hacen parecer estúpidas.

—Ya sabes lo que dicen: todos los tíos son gilipollas y todas las mujeres están locas.

Me quito el zapato y le doy con él.

Cuatro horas más tarde, salimos del teatro arrastrando los pies. Tengo los labios abrasados de tantos besos, y me siento un poco mareada. Noto el pelo enredado, y seguro que tengo manchas de máscara de pestañas por toda la cara. Cuando salimos de la oscuridad a la luz, Sebastian me coge, me besa de nuevo y me aparta el cabello de la cara.

—Entonces, ¿qué piensas?

—Ha estado bastante bien. Me encanta la parte en que Clint Eastwood salva a Eli Wallach de la horca de un disparo.

—Sí —dice al tiempo que me rodea con el brazo—. Esa es mi parte favorita también.

Me peino un poco el pelo con los dedos en un intento de tener un aspecto más respetable… porque no quiero parecer una chica que se ha estado enrollando con un tío en un cine durante medio día.

—¿Qué tal estoy?

Sebastian retrocede un paso y sonríe con aprobación.

—Te pareces a Tuco.

Le doy una patada en el trasero. Tuco es el nombre del personaje de Eli Wallach, también conocido como «el feo».

—Creo que te voy a llamar así a partir de ahora —añade con una carcajada—. Tuco. La pequeña Tuco. ¿Qué te parece?

—Te mataré —replico, y lo persigo a través del aparcamiento hasta el coche.