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Marlow

En parte para distraerme de las visiones y en parte para ver qué estaba haciendo, fui a ver a Robert una vez de tantas. Había ido aquella mañana, un viernes. Cuando volví por la tarde a su habitación, me lo encontré de pie frente al caballete que yo le había dado. La semana había sido larga y había dormido fatal. ¡Ojalá Mary viniese más a menudo!; me daba la impresión de que en sus brazos siempre descansaba bien. Como de costumbre, pensé en ella al entrar en la habitación de Robert. Es más, me pregunté cómo era posible que él me mirara y no viera los secretos que guardaba, lo que me recordó lo poco que sabía realmente de él. No podía oír su vida a través de esa ropa vieja y bien lavada, de su raída camisa amarilla y pantalones manchados de pintura, o ni tan siquiera a través del color tostado de su cara y sus brazos bajo las mangas arremangadas, o los rizos de su pelo con hebras de plata. Ni siquiera podía conocerlo a través de los ojos enrojecidos y cansados con los que me desafiaba. Si me faltaba información, ¿cómo iba a darle el alta? Y aunque se la diera, ¿cómo iba a dejar de hacerme preguntas acerca de su amor por una mujer que llevaba muerta desde 1910?

Hoy la estaba pintando (hasta ahí nada nuevo) y me senté en el sillón a observar. Robert no giró el caballete hacia el otro lado. Supuse que era por una especie de orgullo, como su silencio. Ella no tenía rostro; Robert estaba aún pintando el color rosado de su vestido y perfilando el sofá negro sobre el que estaba sentada. Parte de su habilidad consistía en pintar sin modelos, comprendí. ¿Había sido ése uno de los regalos que ella le había hecho?

De pronto, me sulfuré. Me levanté del sillón de un salto y di un paso hacia delante. Él pintaba con el brazo levantado, moviendo el pincel, ignorándome.

—¡Robert!

No dijo nada, pero me lanzó una mirada fugaz y luego se concentró de nuevo en el lienzo. Como he dicho, soy razonablemente alto, estoy razonablemente en forma, aunque disto mucho de tener el aspecto despreocupado e imponente de Robert. Me pregunté qué sentiría si le propinara un puñetazo. Kate seguramente había tenido ganas de hacerlo. Y Mary. Podría decirle: «Lo hice por ella. Puede usted hablar con quien le dé la gana».

—Robert, míreme.

Él bajó el pincel y me dedicó una cara de paciencia y mofa como la que recuerdo que utilizaba yo en mi adolescencia para provocar conscientemente a mis padres. Yo no tenía hijos adolescentes, pero su gesto, que seguramente algo significaría, me contrarió más de lo que cualquier arrebato suyo hubiera podido contrariarme jamás. Era como si esperase a que la fastidiosa interrupción cesara para poder volver a pintar.

Carraspeé y me tranquilicé.

—Robert, ¿entiende mi deseo de ayudarle? ¿Le gustaría volver a tener una vida normal…, una vida ahí fuera? —Gesticulé hacia la ventana, pero supe que con la palabra «normal» ya había perdido este asalto.

Él devolvió su atención al caballete.

—Quiero ayudarle, pero me será imposible hacerlo a menos que usted colabore. Me he tomado ciertas molestias por usted, ¿sabe?, y si está lo bastante bien para pintar, sin duda lo estará para hablar.

Ahora la expresión de su cara era serena pero hosca.

Esperé. ¿Podía haber algo peor que gritarle a un paciente? (¿Acostarse con su exnovia, quizá?). Muy a mi pesar, noté que empezaba a alzar la voz. Lo que más me irritaba era mi sensación de que él sabía que no quería ayudarle simplemente por su propio bien.

—Maldito sea, Robert —dije con voz queda, pero temblorosa, en lugar de gritar. De pronto se me ocurrió que en todos mis años de formación y ejercicio de la profesión jamás me había comportado así con nadie. Jamás. Seguí mirándolo mientras salía de la habitación. No me daba miedo que se abalanzara sobre mí o me tirara algo; yo mismo corría el peligro de hacerlo. Más tarde lamenté no haber apartado los ojos de él en aquel momento, porque me vi obligado a ver los cambios en su expresión; no me devolvió la mirada, pero levantó el rostro hacia el lienzo con una leve sonrisa. Triunfo: una victoria insignificante, pero probablemente el único tipo de victoria que podía conseguir en la actualidad.