1879
Desde la habitación que ella tiene en la posada se ve el agua; la de él sabe que está en la misma planta, pero en el otro extremo del pasillo, de modo que seguramente da a la parte de atrás, a la ciudad. El mobiliario es sencillo, una mezcla de muebles viejos. En el tocador hay una brillante concha incrustada. Unas cortinas de encaje velan la noche. El posadero le ha encendido lámparas y una vela, y le ha dejado una bandeja tapada con un paño: estofado de ave, una ensalada de puerros y un trozo de tarte aux pommes fría. Se asea en la palangana y come con voracidad. La chimenea no está encendida, tal vez no esté de servicio durante esa estación, o quieran ahorrar combustible. Podría pedir que la encendieran, pero a lo mejor tendría que intervenir Olivier y ella prefiere recordar su beso en el andén de la estación, no verlo ahora con cara de cansancio.
Se quita su vestido de viaje y sus botas, contenta, encantada de no haberse traído consigo a su doncella. Por una vez hará las cosas por sí misma. Junto a la fría chimenea, se saca el cubrecorsé, se desata el corsé y lo deja provisionalmente sobre una silla. Se deshace de la camisa y se quita las enaguas, se pone el camisón por la cabeza, huele a ella, a su hogar, resulta reconfortante. Empieza a abotonarse el cuello, entonces para y se lo vuelve a sacar; lo extiende encima de la cama y se sienta delante del tocador únicamente en ropa interior. El frío de la habitación hace que se le ponga la piel de gallina. Desde hace un año o más no se ha detenido a observar su cuerpo, desnudo de cintura para arriba. Su piel es más tersa de lo que creía; tiene veintisiete años. No recuerda cuándo le ha besado Yves los pezones por última vez… ¿hace cuatro meses, seis? Durante la larga primavera ella ha olvidado seducirlo incluso los días adecuados del mes. Se ha descentrado. Además, normalmente él está de viaje o cansado, o quizá obtenga todo lo que quiere en alguna otra parte.
Cubre cada montículo de su pecho con una mano, se fija en la incidencia de la luz de la vela en sus anillos. En este momento sabe más sobre Olivier que sobre el hombre con el que vive. Las décadas vividas por Olivier no encierran ningún secreto para ella, mientras que Yves es un misterio que entra y sale de su casa, asintiendo y elogiando todo. Aprieta fuerte con ambas manos. Frente al espejo, su cuello es alargado, su rostro está pálido tras el viaje en tren, sus ojos son demasiado oscuros, su mentón demasiado cuadrado, sus rizos demasiado tupidos. No tiene nada hermoso, piensa mientras se quita las horquillas del pelo. Se desenrosca el pesado moño de la nuca y deja caer el pelo sobre sus hombros y entre sus senos, se mira como la miraría Olivier, y se queda embelesada: un autorretrato, un desnudo, un tema que ella jamás pintará.