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1879

Cuando su tren llega a la costa, es de noche y los dos están en silencio; ella está agotada, su velo un poco manchado de hollín, lo que le produce la sensación de que no ve bien. En Fécamp se preparan para salir del tren y subirse a un carruaje en dirección a Étretat. Olivier coge sus maletas de menor tamaño del estante del compartimento en el que han estado hablando durante todo el día (los baúles se los llevarán los mozos) y cuando se pone de pie, a ella le da la impresión de que está agarrotado, de que debajo de su traje de viaje bien confeccionado su cuerpo está indudablemente viejo, de que no tiene sentido que le ponga la mano en el codo mientras habla con ella, no porque él no sea Yves, sino porque no es joven. Sin embargo, se vuelve a sentar y le coge de la mano. Ambos llevan guantes.

—Te cojo de la mano —le dice él—, porque puedo, y porque es la mano más hermosa del mundo.

Ella no puede decir nada equiparable a eso, y el tren traquetea al frenar. Por el contrario, retira la mano, se quita el guante y vuelve a unirla a la de él. Olivier la levanta para examinarla, y bajo la tenue luz del compartimento ella la ve objetivamente, repara como siempre en que sus dedos son demasiado largos, la mano entera demasiado grande para la pequeña muñeca, en que tiene pintura azul en las yemas del pulgar y el índice. Cree que él besará su mano, pero únicamente inclina la cabeza, como si reflexionase sobre algo íntimo, y se la suelta. A continuación Olivier se levanta con agilidad, coge sus maletas y le cede cortésmente el paso para que abandone el compartimento antes que él.

El revisor le ayuda a salir a la noche, que huele a carbón y campos húmedos. El monstruoso tren que dejan atrás sigue resoplando, el vapor blanco del motor contrasta con las oscuras hileras de casas, las siluetas de los maquinistas y los pasajeros son imprecisas. En el carruaje, Olivier la acomoda cuidadosamente en un asiento junto a él; los caballos arrancan y, por enésima vez, ella se pregunta por qué ha accedido a hacer semejante viaje. ¿Ha sido por la insistencia de Yves o porque Olivier quería que ella viniese con él? ¿O porque ella misma quería y ha sido demasiado cobarde para disuadir a Yves, demasiado curiosa?

Cuando llegan, Étretat es una imagen borrosa de lámparas de gas y calles adoquinadas. Olivier le da una mano para ayudarla a bajar, y ella se arrebuja en su capa y se despereza discretamente (también está agarrotada tras el viaje). La brisa huele a agua salada; en algún lugar, ahí fuera, está el Canal, emitiendo su solitario sonido. Étretat tiene el aspecto herido de un centro turístico sorprendido en temporada baja. Ella ya conoce aquella melodía, conoce esta ciudad de visitas anteriores, pero esta noche le parece un destino nuevo, una zona selvática, los confines de la Tierra. Ahora Olivier está dando unas cuantas instrucciones sobre el equipaje de ambos. Cuando ella se atreve a lanzar una mirada hacia su perfil, él le resulta distante, triste. ¿Qué décadas lo han traído hasta aquí? ¿Visitó esta costa con su mujer tiempo atrás? ¿Puede ella preguntarle algo así? A la luz de las farolas, el rostro de Olivier le parece arrugado, sus labios elegantes, delicados, arrugados también. En las ventanas del primer piso de una de las altas casas con chimenea que hay al otro lado de la estación, alguien ha encendido unas velas; ella puede apreciar una silueta que se mueve en el interior, quizás una mujer que está ordenando una habitación antes de irse a la cama. Se pregunta cómo será la vida en aquella casa y por qué a ella misma le ha tocado vivir en otra distinta, en París; piensa en lo fácil que habría sido para el destino hacer semejante trueque.

Olivier lo hace todo con elegancia, es un hombre habituado desde hace mucho tiempo a su propia piel; acostumbrado, también, a salirse tranquilamente con la suya. Al observarlo, ella se da cuenta con una repentina sensación de vértigo de que, a menos que le diga que no de alguna manera, acabará yaciendo desnuda en sus brazos, aquí, en esta ciudad. Es una idea chocante, pero una vez que se le ocurre, no puede ignorarla. Tendrá que encontrar fuerzas para articular esa palabra, non. Non; entre ellos no existe esa palabra, tan sólo esta extraña sinceridad del alma. Él está más cerca de la muerte que ella; no tiene tiempo para esperar respuestas, y a ella le enternece en exceso su deseo. Lo ineluctable del destino le hace un nudo en el pecho.

—Estarás cansada, querida —le dice Olivier—. ¿Vamos directamente al hotel? Estoy seguro de que algo nos darán de cenar.

—¿Son bonitas nuestras habitaciones? —Lo pregunta con más brusquedad de la pretendida, porque se refiere a otra cosa.

Él la mira sorprendido, con amabilidad, divertido.

—Sí, las dos son muy bonitas y creo que tienes, además, un saloncito. —Una oleada de bochorno la recorre. Naturalmente; Yves los ha enviado juntos aquí. Olivier tiene la delicadeza de no sonreír.

—Espero que mañana querrás dormir hasta tarde y, si te apetece, podemos quedar a última hora de la mañana para pintar. Veremos qué tal tiempo hace… supongo que magnífico, a juzgar por el roce de esta brisa.

El mozo ya sube calle arriba con el equipaje de ambos en un carro con ruedas, con sus maletas y cajas, con el baúl de correas de cuero de Béatrice. Ella y el tío de su marido están a solas en los confines de otro mundo, delimitado únicamente por el agua oscura y salada, un lugar en el que ella no conoce a nadie más que a él. De repente, le entran ganas de reírse.

Por el contrario, deja en el suelo la maleta que contiene su preciado material artístico y se levanta el velo; se acerca a él y le pone las manos sobre los hombros. A la luz de la farola, los ojos de Olivier miran con atención. Si le sorprende el rostro levantado de Béatrice o su espontaneidad, lo disimula en el acto. A ella, a su vez, le sorprende aceptar su beso sin reservas, sentir en él sus cuarenta años de experiencia, ver el contorno de su pómulo. Su boca es cálida y conmovedora. Ella forma parte de una sucesión de amores, pero en este momento es su único amor y será el último. El inolvidable, el que él se llevará consigo hasta el final.