JO
Dick y Julián volvieron a «Villa Kirrin» con los dos desconsolados perros. Le enseñaron a Ana las cosas que habían encontrado y ella también se extrañó ante la palabra Gringo.
—Tenemos que avisar a la policía sobre lo que habéis descubierto —dijo—. Pueden seguir al coche y averiguar qué o quién es Gringo.
—Voy a telefonearles ahora mismo —resolvió Julián—. Dick, vete al garaje con este dibujo de la huella del neumático y averigua si pertenece o no a un coche americano.
La policía se mostró interesada, pero no demasiado dispuesta a colaborar. El sargento aseguró que enviaría a un hombre a examinar el claro donde el coche había estado detenido y dijo que, en su opinión, aquel trozo de papel no era muy importante, ya que lo habían encontrado un poco lejos del lugar en donde el coche dio la vuelta.
—Vuestra prima no pudo tirar nada por la ventana cuando el coche estaba en marcha —dijo—. Seguro que había alguien con ella en el asiento trasero. La única razón por la que consiguió tirar algunas cosas en el claro fue porque el segundo hombre… seguro que eran dos… debía de estar guiando al otro para dar la vuelta al coche.
—El viento puede haber arrastrado la nota por el camino —opinó Julián—. De todos modos, le he dado toda la información que teníamos.
Era un día desgraciado, aunque el sol brillaba cálido y el mar estaba azul e invitador. Pero nadie quería bañarse, nadie quería hacer otra cosa en realidad más que hablar y hablar de Jorge y de lo que había pasado y de dónde podía estar en aquel momento.
Juana volvió a tiempo para hacerles la comida y se alegró al encontrar que Ana había guisado patatas y preparado la ensalada y que Dick se había encargado de recoger grosellas. Los niños se mostraron muy contentos de ver a Juana. Era alguien sensato, firme y consolador.
—Bueno, Jane está a salvo en casa de mi prima —anunció—. Estaba muy triste, pero yo le dije que debía sonreír y jugar, porque, en caso contrario, las vecinas empezarían a hacerse preguntas acerca de ella. La vestí con algunas ropas de Jo. Le sientan muy bien. ¡Sus trajes parecen de mucho precio y harían hablar a la gente!
Le explicaron a Juana lo que habían descubierto en el claro, por la mañana. Cogió la nota y la examinó.
—¡Gringo! —repitió—. ¡Qué nombre más raro! Me suena a nombre de gitano. Es una lástima que Jo no esté aquí. Ella podría decirnos lo que significa.
—¿Has visto a Jo? —preguntó Dick.
—No. Estaba de compras —respondió Juana levantando la tapa para ver las patatas—. Espero que cuide bien de Jane. Realmente, es difícil recordar todos los cambiantes nombres de esta cría.
Las únicas noticias frescas del día fueron la llamada telefónica de la asustada tía Fanny. Estaba asombrada y alarmada por las noticias que había oído.
—¡Vuestro tío está completamente hundido! —dijo—. Ha estado trabajando muy duro, ya sabéis, y las noticias de Jorge han supuesto para él el último golpe. Está muy enfermo. No puedo dejarlo por el momento y, de todos modos, nosotros no podemos hacer nada. Sólo la policía es capaz de ayudarnos ahora. ¡Pensar que estos hombres horribles han raptado a Jorge por error…!
—No te preocupes, tía Fanny —la tranquilizó Julián—. Hemos ocultado a Berta en un lugar donde se hallará a salvo y espero que esos hombres suelten a Jorge tan pronto como ella les diga que se han equivocado.
—¡Si es que lo dice! —comentó Dick en voz baja—. Pero no lo hará a causa de Berta… al menos por unos días.
Todo el mundo se fue muy triste a la cama aquella noche. Ana se llevó a Tim y a Sally con ella. Los dos parecían tan abandonados que no podía hacer otra cosa. Tim no había querido comer nada y Ana estaba preocupada por él.
Julián no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas en la cama, pensando en Jorge. ¡Impetuosa, valerosa, impaciente, independiente Jorge! Se preocupaba y pensaba en ella, deseando poder hacer algo en su favor.
¡De pronto, una piedrecita golpeó contra su ventana! Se sentó, inmediatamente alerta. Algo entró en la habitación y rodó por el suelo. Julián se acercó a la ventana. ¿Quién tiraba piedras a aquellas horas?
—¿Eres tú, Dick?
—¡Jo! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Julián, asombrado—. Soy Julián. Dick duerme. Lo despertaré y te dejaremos entrar.
¡Pero no necesitó bajar a abrirle! ¡Jo trepó por un árbol que crecía junto a la ventana y saltó desde la rama al alféizar antes de que hubiera despertado a Dick!
Se deslizó en la habitación. Julián la iluminó con la linterna. Allí estaba Jo, sentada al borde de la cama de Dick, con la conocida mueca en su cara. Estaba muy morena, pero aún se transparentaban sus pecas, y su pelo seguía tan corto y rizado como siempre.
—Tenía que venir —explicó—. Cuando llegué a casa al volver de la compra me encontré a esa chica, Jane. Me lo explicó todo, cómo ha sido capturada Jorge por equivocación en lugar de ella. Y cuando le dije. «Vete y explica que estás a salvo y que todo es un error y Jorge podrá salir libre», ella no quiso. Se sentó y se echó a llorar… ¡Pequeña cobarde!
—No, no, Jo —dijo Dick. Y trató de explicárselo a la indignada muchacha. Pero no podía convencerla.
—Si yo fuera esa chica, Jane, no dejaría que nadie fuera raptado en mi lugar —continuó—. No me gusta, es tonta. ¡Y estoy obligada a cuidarla! ¡Uf! Yo no. Me gustaría que la raptaran a ella, lo mismo que a Jorge.
Julián contempló a Jo. Era extremadamente leal hacia los Cinco y estaba orgullosa de ser su amiga. Había corrido dos aventuras con ellos. Era una pícara gitanilla, pero una buena y leal amiga. Su padre estaba en la cárcel y ella vivía con la prima de Juana. Y por primera vez en su vida ¡iba a la escuela!
—Escucha, Jo, nosotros sabemos algunas cosas más que Berta…, no, que Lesley…, no, tampoco…, que Jane.
—¿Qué dices? —quiso saber Jo, extrañada.
—Quise decir Jane —aclaró Julián—. Hemos encontrado algunas cosas más desde que Juana se llevó a Jane a casa de su prima esta mañana.
—Vamos, decídmelas —apremió Jo—. ¿Sabéis dónde está Jorge? Si lo sabéis, iré allí y la sacaré.
—¡Oh, Jo! No vale la pena ponerse tan atrevida —la calmó Dick—. Las cosas no son tan fáciles.
—Jorge lanzó un trozo de papel con esto escrito —dijo Julián. Y lo puso ante Jo—. ¿Ves? Sólo hay una palabra: Gringo. ¿Significa algo para ti?
—¿Gringo? —preguntó Jo—. Me suena. Veamos… Gringo. —Frunció el ceño, pensando. Después asintió—. ¡Oh, si! Ya me acuerdo. Vino una feria a la ciudad hace pocas semanas. A la ciudad que está cerca de nuestro pueblo. Se llamaba «Gran Feria de Gringo».
—¿Adónde se fue? —preguntó Dick, impaciente.
—Iba a Fallenwick y después a Granton —respondió Jo—. Me hice amiga del chico cuyo padre era el dueño del tiovivo. ¡Cielos! Di cientos de vueltas gratis.
—¿De veras? —preguntaron los dos niños a coro, y Jo les hizo una mueca burlona.
—¿Crees que Gringo, el de la feria, puede tener algo que ver con el nombre que Jorge escribió en ese papel? —indagó Julián.
—No lo creo —replicó Jo—. Pero, si quieres, puedo ir a buscar la feria y valerme de Spiky, el chico del tiovivo, para averiguar algo. Spiky dijo que Gringo tenía un verdadero horror por el trabajo y se creía un gran señor.
—¿Tiene coche, un coche grande? —preguntó Dick de pronto.
—No lo sé tampoco —contestó de nuevo Jo—. Puedo averiguarlo. Bueno, me voy ahora mismo. Si me dejáis una «bici» iré con ella hasta Granton.
—Claro que no —atajó Julián, imaginándose a Jo pedaleando los veintidós kilómetros que había hasta Granton en medio de la noche.
—Bueno —dijo ella bastante huraña—. Sólo pensé que os gustaría que os ayudase. Puede ser que ese Gringo tenga a Jorge en alguna parte. Es la clase de sujeto que haría de intermediario. ¿Comprendéis qué quiero decir?
—¿Cómo? —preguntó Dick.
—Bien, Spiky dijo que, si alguien quería hacer algo sucio, ese Gringo les echaría una mano. Si le ponen un montón de billetes en ella hace lo que sea y no dice nada —aclaró Jo.
—Ya veo —asintió Julián—. ¡Hum! Suena como si los raptores hubiesen seguido ese camino.
Jo rió desdeñosa.
—No supondría nada para él. Es muy bruto. Anda, Julián, déjame tu «bici».
—¡No! —negó con firmeza Julián—. Muchas, muchísimas gracias, pero no voy a permitir que nadie vaya a una feria a medianoche a averiguar si un tipo llamado Gringo tiene algo que ver con Jorge. Además, no puedo creerlo. Sería demasiada coincidencia.
—Bueno, pero me preguntaste si el nombre significaba algo para mí —explicó Jo en tono ofendido—. De todos modos, es un nombre bastante común para un circo o una feria. ¡Probablemente hay miles de Gringos!
—Es hora de que vuelvas a casa —advirtió Julián mirando su reloj—. Y pórtate bien con Berta, con Jane quiero decir, Jo, por favor. Puedes venir mañana a ver si hay más noticias. Oye, por cierto, ¿cómo has venido esta noche?
—Andando —respondió Jo—. Mejor dicho, corriendo. No por las carreteras, claro. Dan demasiadas vueltas. He venido como los pájaros, lo más recto que he podido. ¡Es mucho más corto!
Dick se imaginó inmediatamente a la pequeña y valiente Jo corriendo a través de bosques y campos, trepando por las colinas y atravesando los valles, tan directa como un avión volando sobre la región. ¿Cómo podía encontrar así el camino? ¡Él estaba seguro de no poder hacerlo!
Jo se deslizó por el alféizar de la ventana y por el árbol tan fácilmente como los gatos.
—Adiós —susurró—. ¡Hasta pronto!
—Dale recuerdos a Jane —murmuró Dick.
—No lo haré —repuso Jo muy fuerte, y desapareció.
Julián apagó la luz.
—¡Uf! —exclamó—. Siempre me siento como si me hubiera tirado al suelo un fuerte y fresco viento cuando veo a Jo. ¡Qué chica! ¡Qué capricho, ir en bicicleta hasta Granton esta noche, después de correr todo el camino desde donde está Berta!
—Sí. Me alegro de que le hayas prohibido coger tu «bici» —observó Dick—. Es una cosa buena que no se atreva a desobedecerte.
Se metió en la cama. Y en aquel preciso instante los dos chicos oyeron un fuerte timbrazo. Dick se sentó de un salto.
—¡Diablos! —exclamó—. ¡Esa pequeña idiota!
—¿Qué pasa? —preguntó Julián. Y entonces se dio cuenta de que el timbrazo provenía de una bicicleta. ¡Sí, un timbre sonaba ruidoso y desafiante, tocado por alguien que pedaleaba por la carretera de la costa hacia Granton!
—¡Es Jo! —gritó Dick—. ¡Y se ha llevado mi «bici»! Conozco el timbre. ¡Demonios! Le romperé la cara cuando la vea.
Julián dio un sonoro resoplido.
—Es un mono, un valeroso, resuelto, leal y entorpecedor monito. ¡Qué caradura! No se atrevió a coger mi «bici» cuando se lo prohibí, así que cogió la tuya. No puedo imaginar qué va a decir el chico del tiovivo cuando sea despertado por Jo en mitad de la noche.
—Probablemente está acostumbrado a ella —opinó Dick—. Bueno, durmamos. Me pregunto si Jorge estará dormida o despierta. Odio pensar que está prisionera en algún lado.
—Apuesto a que Tim lo odia aún más que nosotros —apuntó Julián, oyendo un prolongado gemido en la habitación contigua—. ¡Pobre viejo Tim! Tampoco puede dormir.
Dick y Julián se durmieron al fin, ambos pensando en la veloz pequeña figura que corría sobre una bicicleta en la noche para hacer algunas preguntas al chico de un tiovivo llamado Spiky.