Capítulo XV

DESCUBRIMIENTOS EN EL BOSQUE

Había llegado el sargento, acompañado de un policía. Ana se sintió reconfortada cuando vio al hombre alto, sólido y responsable. Julián los condujo a la salita y les contó todo lo sucedido.

A media explicación, se oyeron pasos que bajaban a toda prisa las escaleras y salían de la casa.

—¡Nos vamos! —gritó la voz de Juana—. No podemos detenernos para despedirnos porque perderemos el autobús.

Juana se precipitó hacia el jardín, llevando una pequeña maleta que le había prestado a Berta, ya que la de ésta resultaba demasiado grande. En ella había metido algunos de los vestidos más sencillos de Berta, pero pensaba decirle a su prima que le pusiera algunas cosas de Jo.

Berta corría tras ella, una Berta distinta, vestida con un trajecito en vez de jersey y shorts. Llevaba un sombrero para cubrir su pelo corto. Se volvió hacia los otros mientras corría, tratando de sonreír.

—¡Buena chica, Berta! —exclamó Dick—. Es quieta y tranquila esta chiquita.

—Es verdad, es un corderito —añadió Julián, intentando hacer reír a Ana.

—¿Qué significa todo esto? —preguntó el sargento, sorprendido, volviendo la cabeza hacia el jardín por donde Juana y Berta acababan de salir corriendo.

Julián se lo explicó.

El sargento frunció el ceño.

—No debías haber decidido nada sin consultarnos —dijo.

Julián quedó avergonzado.

—Bueno, verá… —dijo—. Me pareció que debía sacar a Berta de casa y esconderla inmediatamente, por si acaso los raptores se dan cuenta de que se han equivocado de chica.

—Ya lo sé —replicó el sargento—. A pesar de ello, debiste consultar con nosotros. Sin embargo, parece una buena idea llevarla a ese tranquilo pueblo encargando a Jo de cuidarla. Es muy lista Jo. Estoy seguro de que engañará a los raptores. Pero éste es un asunto muy serio, ya lo sabes, Julián. No puede ser resuelto tratado por niños.

—¿Podrá usted rescatar a Jorge? —preguntó Ana, interrumpiendo con la pregunta que deseaba hacer desde que vio entrar al policía.

—Es posible —respondió el sargento—. Ahora me pondré en contacto con tus tíos, Julián, y con el señor Elbur Wright. Después…

Sonó en aquel momento el teléfono y Ana lo cogió.

—Es para usted, sargento —dijo. Y le tendió el auricular.

—Ya. ¡Hum…! Eso. Sí, sí. Ya. ¡Hum…! —El sargento depositó el auricular en su lugar y se volvió hacia Julián y los otros—. Acaban de notificarme que los raptores se han puesto ya en contacto con el señor Elbur Wright y le han dicho que tienen a su hija Berta —explicó.

—¡Oh! ¿Le han pedido que les entregue las fórmulas secretas que sólo él conoce? —quiso saber Julián.

El sargento asintió.

—Sí. ¡Casi se ha vuelto loco de pena! Les prometió darles todo lo que quisieran. ¡Qué locura!

—¡Cielos! Es mejor que le diga que no es a Berta a quien tienen, sino a Jorge —propuso Dick—. Entonces se sentirá bien.

El sargento frunció el ceño.

—Dejad eso en nuestras manos —advirtió pomposamente—. Sólo conseguiréis estorbarnos si os interferís o intentáis actuar por vuestra cuenta. No tenéis más que sentaros y tomar las cosas con calma.

—¡Qué! ¿Con Jorge raptada y en peligro? —estalló Dick—. ¿Qué van a hacer para rescatarla?

—Basta, basta —interrumpió el sargento, enojado—. No está en peligro. No es la persona que ellos quieren. La dejarán en libertad tan pronto como se den cuenta.

—No la dejarán —denegó Dick—. Se dirigirán a su padre y le obligarán a confesar sus secretos.

—Bueno, esto nos dará más tiempo para encontrar a esos hombres —dijo el irritado sargento. Y se levantó. Parecía muy grande y corpulento en su uniforme azul marino—. Comunicadme inmediatamente si descubrís algo nuevo y, por favor, no tratéis de interferiros. Os aseguro que sabemos perfectamente lo que hemos de hacer.

Salió con el otro policía. Julián gimió:

—Él no se da cuenta de que esto es urgente. Además es muy complicado. La chica raptada equivocada, el padre a quien han llamado equivocado, el padre verdadero no muy dispuesto a revelar secretos y la pobre Jorge sin saber lo que pasa.

—Bueno, gracias a Dios que sacamos de aquí a Berta —dijo Dick—. Ana, pones una cara rara; ¿estás bien?

—Sí, sólo estoy un poco asustada y… ¡oh, cielos! ¡Me siento terriblemente vacía! —dijo Ana pasándose la mano por la frente.

—¡Claro, nos olvidamos del desayuno! —advirtió Dick mirando el reloj—. ¡Y son ya las diez! ¿Qué hemos estado haciendo todo este rato? Vamos, Ana, danos algo de comida. Nos sentiremos mejor después.

—Lo siento mucho por el pobre Tim y la pequeña Sally —dijo Ana entrando en la cocina—. ¡Tim, querido, no me mires así! No sé dónde crees que está Jorge o si crees que yo la he ocultado. Y tú, Sally, tendrás que conformarte conmigo por un tiempo, porque, aunque sé dónde está Berta, no puedo llevarte con ella.

Pronto estuvieron tomando un sencillo desayuno de huevos cocidos y tostadas con mantequilla. Parecía extraño ser sólo tres. Dick intentó sostener la conversación, pero sus dos hermanos estaban muy callados. Tim se sentó bajo la mesa, con la cabeza sobre los pies de Ana, y Sally se situó junto a él, con las patas delanteras sobre las rodillas de la niña. Ana consoló a los tristes perros lo mejor que pudo.

Después del desayuno, Ana fue a fregar los platos y a hacer las camas y los chicos salieron a echar una última ojeada al lugar donde habían encontrado el cinturón de la bata de Jorge. Sally y Tim fueron con ellos.

Tim olisqueó por allí un poco más. De pronto, con la nariz en el suelo, echó a correr por el sendero del jardín hacia la puerta delantera y, empujándola, pasó al otro lado. Con la nariz siempre pegada al suelo, salió al camino y se internó por un pequeño sendero.

—Dick, está siguiendo alguna clase de rastro —dijo Julián—. Estoy casi seguro de que se trata de la pista de Jorge. Aunque alguien la haya llevado en brazos, Tim es lo suficientemente listo como para saber que Jorge ha ido por aquí. Sólo necesita un poco de su olor.

—Vamos, sigamos a Tim —propuso Dick.

Y los chicos y Sally avanzaron por el caminito siguiendo a Tim.

El perro empezó a correr y Dick le llamó:

—¡No tan de prisa, muchacho! También vamos nosotros.

Pero Tim no aminoró la marcha. Lo que quiera que había olido, el olor era muy fuerte. Los muchachos corrieron tras él, empezando a sentirse excitados.

Pero pronto Tim se detuvo en un pequeño claro del bosque. Dick y Julián se precipitaron hacia donde estaba husmeando. Evidentemente, el rastro llegaba allí a su término.

—¡Huellas de neumáticos! —exclamó Dick señalando hacia el húmedo césped bajo un roble, que aparecía surcado por huellas de gruesos neumáticos—. ¿Ves? Los hombres trajeron un coche y lo ocultaron aquí. Entonces fueron a través de los bosques hacia «Villa Kirrin» y aguardaron la oportunidad de atrapar a Berta. Se apoderaron de Jorge en su lugar… ¡Pero no hubieran cogido a nadie si Jorge no hubiera sido tan burra como para llevar a Sally a la caseta! La casa estaba cerrada y segura.

Julián estaba observando las huellas.

—Estas huellas fueron hechas por unos neumáticos muy gruesos —dijo—. Era un coche muy grande y creo que son huellas de neumáticos americanos. Puedo averiguarlo. Cuando regresemos, se lo preguntaré a Jim, el encargado del garaje. Él lo sabrá. Voy a dibujar una de las huellas rápidamente.

Sacó una libretita y un lápiz y empezó a dibujar. Dick se agachó y contempló cuidadosamente las marcas.

—Hay muchas huellas cruzadas —dijo—. Me parece que los hombres llegaron aquí y esperaron. Después, cuando tuvieron a. Jorge, la metieron en el coche y dieron la vuelta para salir por donde habían llegado. ¿Ves? Las huellas se dirigen hacia aquel camino ancho, por allí. Hicieron mucha maniobra para girar y, a pesar de ello, chocaron contra este árbol. Mira, hay una señal en la base.

—¿Dónde? —preguntó Julián en seguida—. Sí, una raya azul brillante… El coche era azul o, por lo menos, lo eran los costados. ¡Bueno, esto es algo más que conocemos! Un gran coche pintado de azul, probablemente americano. Seguramente la policía podrá seguir su pista.

Tim está husmeando aún. Es la imagen de la tristeza —exclamó Dick—. ¡Pobre viejo Tim! Espero que sepa que Jorge fue subida en el coche justamente aquí. ¡Eh! ¡Está desenterrando algo!

Corrieron a ver qué era. Tim trataba de sacar un pequeño objeto encajado en la huella de rueda. Evidentemente, el coche había pasado por encima de aquello, fuera lo que fuera.

Dick vio algo partido por la mitad, algo verde. Cogió las dos mitades.

—¡Un peine! ¿Tenía Jorge un pequeño peine verde como éste?

—En efecto, lo tenía —aseguró Julián—. Sin duda lo dejó caer cuando la metieron en el coche con la esperanza de que lo encontráramos, para revelarnos que estuvo aquí. Y mira, ¿qué es esto?

Era un pañuelo colgando de un arbusto espinoso. Tenía bordada una J en azul.

Julián lo cogió.

—Sí, es de Jorge —dijo—. Tiene seis de esta clase, todos con la inicial de distinto color. Debe de haberlo tirado también. Rápido, Dick, mira por ahí, a ver si pudo tirar algo más desde el coche, mientras le daban la vuelta. Seguramente la montaron en la parte trasera y tuvo la oportunidad de tirar lo que tenía en el bolsillo de su bata, para que supiéramos que estuvo aquí si pasábamos por este camino.

Buscaron durante mucho tiempo. Tim encontró una cosa más, otra vez metida en las huellas del coche, un dulce envuelto en papel de celofán.

—¡Mira! —señaló Dick cogiéndolo—. ¡Uno de los dulces que tomamos la otra noche! Jorge debía guardarlo en el bolsillo de su bata. Si hubiera tenido papel y lápiz casi seguro que nos habría escrito una nota, ya que tuvo tiempo para ello.

—Es una idea —asintió Julián—. Busquemos con más cuidado.

Pero aunque examinaron cada trocito de césped y cada arbusto, no había ninguna nota que encontrar. ¡Era esperar demasiado!

—Sigamos las huellas del coche y asegurémonos de que alcanzaron la carretera —propuso Julián.

Por lo tanto, las siguieron por el ancho sendero del bosque.

En el borde, un poco más allá, un pedazo de papel volaba con el viento, avanzando uno o dos centímetros cada vez que la brisa lo levantaba. Dick lo cogió y miró a Julián excitado.

—¡Tuvo tiempo de escribir una nota! Es su letra… Pero sólo hay una palabra. ¿Qué quiere decir?

Julián y Dick se concentraron sobre el pedazo de papel. Sí, era la letra de Jorge, la misma que cuando firmaba.

Gringo —leyó Julián—. Sólo esta palabra: Gringo. ¿Qué significa? Será algo que ella oyó decir a los hombres, supongo, y tuvo el tiempo justo de escribirlo y lanzar fuera el papel. ¡Gringo! Tim, ¿qué significa Gringo?