Capítulo XIV

¿DÓNDE ESTÁ JORGE?

A la mañana siguiente, hacia las siete y media, Juana bajó como hacía siempre. Berta estaba despierta y decidió ir a buscar a Sally a la habitación de Jorge. Se puso la bata y bajó seguida de Tim. La puerta estaba cerrada y llamó con los nudillos.

—Entra —sonó la voz adormilada de Ana—. ¡Oh!, ¿eres tú, Berta?

—Sí. He venido a buscar a Sally —respondió Berta—. Oye, ¿dónde está Jorge?

Ana contempló la cama vacía junto a la suya.

—No lo sé. La última vez que vi a Jorge fue a medianoche. Estábamos enfadadas con Sally, que no quería callarse, y Jorge dijo que iba a llevarla a la caseta.

—Bueno, probablemente Jorge ha ido a buscarla de nuevo —dijo Berta—. Subiré a vestirme. Hace una mañana espléndida. ¿Vas a bañarte antes del desayuno? Si es así, me pondré mi traje de baño y te acompañaré.

—Sí. Creo que lo haremos hoy. Es pronto y hace un día agradable —dijo Ana saltando de la cama—. Vete a despertar a los chicos. Tim, anda, busca a Jorge.

Dick y Julián estaban despiertos y a punto para un baño antes del desayuno. Ana se les unió mientras bajaban. Berta los esperaba abajo. Había encontrado a Sally en la caseta, que se puso excitadísima al verla. Saltó ladrando feliz.

Tim se acercó a los niños desconcertado. Había buscado a Jorge por todas partes sin encontrarla.

—¡Guau! —ladró a Ana—. ¡Guau! —Era como si estuviera diciendo: «¿Dónde está Jorge, por favor?».

—¿No has encontrado a Jorge todavía? —preguntó Ana, desconcertada. Llamó a Juana—: Juana, ¿dónde está Jorge? ¿Se ha ido ya a bañarse?

—No la he visto —replicó Juana—. Pero supongo que habrá ido a bañarse, porque la puerta del jardín estaba abierta cuando bajé y supuse que uno de vosotros se había ido a la playa.

—Bueno, debe de estar en la playa —opinó Ana, sintiéndose bastante inquieta. ¿Por qué no la había despertado Jorge para invitarla a ir también?

Pronto los cuatro estuvieron en la playa con los dos perros, Sally muy feliz por encontrarse de nuevo con Berta y Tim asustado y extrañado. Observó la playa con aire de desamparo.

—No veo a Jorge por ningún lado —dijo Dick, asustado de pronto—. No está en el mar.

Todos escudriñaron el mar, pero no había nadie bañándose aquella mañana. Ana se volvió hacia Julián, presa de pánico.

—Julián, ¿dónde está?

—Me gustaría saberlo —respondió Julián ansiosamente—. No está aquí. Y no ha salido en el bote, porque el bote continúa en su sitio. Volvamos a casa.

—No creo que Jorge haya salido a tomar un baño temprano sin decírmelo —comentó Ana—. Y, además, estoy casi segura de que me hubiera despertado, al menos por un momento, al volver. ¡Oh, Julián, creo que le pasó algo cuando fue a llevar a Sally abajo a medianoche!

—Sí, yo también lo he pensado —repuso Julián serenamente—. Sabemos que había alguien por aquí anoche, porque Jorge vio una cara por la ventana. Volvamos a casa y veamos si podemos encontrar algún rastro que nos ayude cerca de la puerta del jardín o la caseta.

Regresaron caminando con ansiedad. Tan pronto como empezaron a buscar cerca de la caseta, Ana se agacho lanzando una exclamación y recogió algo que enseñó a los demás sin decir una palabra.

—¿Qué es? ¡Cielos! Es el cinturón de la bata de Jorge —dijo Dick, asombrado—. ¡Esto lo prueba! Jorge fue raptada cuando bajó para colocar a Sally en la caseta.

—Debieron pensar que era yo —dijo Berta llorando—. ¿Os dais cuenta? Llevaba a Sally y ellos saben que Sally me pertenece. Además, ella tiene también el pelo corto y va vestida de chico durante todo el día.

—Así es —asintió Julián—. Actualmente pareces un chico con tus ropas, pero Jorge no tanto, y los raptores buscaban una chica vestida de chico. Jorge servía muy bien, especialmente teniendo a Sally en sus brazos. ¡Ha sido raptada!

—¿Y enviarán una nota a mi padre diciendo que su hija ha sido raptada y que no le pasará nada si cumple sus instrucciones? ¿Tendrá que entregarles su secreto? —preguntó Berta.

—Seguramente —asintió Julián.

—¿Qué harán cuando se den cuenta de que han cogido a Jorge y no a mí? —quiso saber la niña.

—Pues… —meditó Julián—. En verdad, no lo sé. Pueden intentar hacer lo mismo con tío Quintín… aunque, desde luego, él no tiene los planos que les interesan.

—¿Qué hacemos ahora con Berta? —preguntó Dick—. Una vez que esos hombres se hayan dado cuenta de que se llevaron a una chica por otra, volverán al momento en busca de Berta.

Jorge no se lo dirá —intervino Ana de pronto—. Se dará cuenta de que Berta corre peligro si ella dice que no es la que buscan. Así que callará mientras pueda.

—¿No dirá nada? —preguntó Berta, maravillada—. ¡Es muy valiente! Podría quedar libre al instante si dijera que ella no era yo y lo probara. ¡Me parece «marravilloso» si es capaz de callar!

Jorge es muy valiente —asintió Dick—. Tan valiente como cualquier chico cuando está en un apuro. Julián, vamos a decírselo a Juana. Tenemos que decidir qué vamos a hacer y también debemos ocultar a Berta en alguna parte. No puede estar más tiempo con nosotros.

Berta empezó a sentirse asustada. La repentina desaparición de Jorge le había hecho caer en la cuenta de que se hallaba en verdadero peligro. Antes no lo había creído realmente. Miró por encima de sus hombros a su alrededor, como si esperara ver surgir a alguien dispuesto a agarrarla.

—Está bien, Berta, no hay nadie aquí ahora —dijo Dick, consolador—. Pero será mejor que entres. No creo que Jorge les diga que se han equivocado de chica, pero los hombres pueden enterarse por otros medios. ¡Y entonces volverán muy enfadados!

Berta corrió hacia la casa como si la estuvieran persiguiendo. Julián cerró la puerta del jardín con llave y llamó a Juana. Tuvieron una reunión terriblemente seria. Juana estaba horrorizada.

Se echó a llorar cuando supo que Jorge debía de haber sido raptada a medianoche. Al fin se enjugó los ojos con la punta del delantal.

—Dije que cerráramos las puertas y las ventanas, dije que llamáramos a la policía… ¡y Jorge tuvo que bajar ella sola al jardín! —exclamó—. ¡Si no hubiera tenido a la perrita con ella! No me extraña que creyeran que era Berta, con Sally en sus brazos.

—Escucha, Juana —dijo Julián—. Hay muchas cosas que hacer. Primero, tenemos que avisar a la policía. Después tenemos que ponernos en contacto de algún modo con tía Fanny y tío Quintín. ¡Vaya capricho el suyo, no dejarnos su dirección! Después hemos de decidir qué hacemos con Berta. Tenemos que esconderla perfectamente en algún sitio.

—Sí. Eso es verdad —corroboró Juana secándose de nuevo los ojos. Se sentó y permaneció un minuto pensativa. De súbito se le iluminó la cara—. ¡Ya sé dónde podemos esconderla! —exclamó—. ¿Os acordáis de Jo, la gitanilla con quien corristeis una o dos aventuras?

—Sí —contestó Julián—. ¿Verdad que ahora vive con tu prima?

—Sí —asintió Juana—. Mi prima accedería con gusto a alojar a Berta si conociera el asunto. Vive en un tranquilo pueblecito donde nunca sucede nada y nadie encontraría extraño que mi prima invitara a un niño a pasar unos días con Jo. Lo hace a menudo.

—Parece una buena idea —opinó Dick—. ¿No, Julián? Simplemente dejaremos que Berta se vaya en seguida. Podemos confiar en que Jo la cuidará. ¡Es lista como una ardilla!

—La policía estará enterada también —dijo Julián— y ayudará a cuidarla. Juana, ¿puedes llamar pidiendo un taxi para llevar a Berta ahora?

—Será una sorpresa para mi prima el que llegue a esta hora de la mañana —repuso Juana, levantándose y quitándose el delantal—. Pero es rápida en comprender y nos ayudará. Lesley, prepara sólo lo imprescindible. Nada de cosas inútiles, como tu cepillo de plata.

Berta parecía tremendamente alarmada. Se sentía inclinada a negarse a ir. Julián le pasó el brazo en torno a los hombros.

—Mira —le dijo—. Apuesto a que Jorge está manteniéndose callada, así que podemos ponerte a salvo antes de que los hombres caigan en la cuenta de que se equivocaron de niña. Pero tú tienes que ayudarnos. ¿Serás valiente?

—Sí —asintió la niña al fin, contemplando el rostro serio y amable de Julián—. Haré lo que dices. Pero, ¿cómo es esa Jo? Juana dijo que era una gitana. No me gustan los gitanos.

—Ésta te va a gustar —aseguró Julián—. Es una pícara y una bribona, pero tiene un gran corazón, ¿no es así, Juana?

Juana asintió. Siempre le había gustado la atrevida, la descarada, la pequeña Jo, y ella se encargó de encontrarle un hogar cuando su padre fue llevado a la cárcel.

—Vamos, Lesley —dijo—. Debemos apresurarnos. Julián, ¿tiene que ir como chico o como chica? Tenemos que pensar también en esto.

—¡Chica, por favor, por favor, quiero ser una chica! —saltó Berta al punto.

Julián lo pensó.

—Sí, tienes razón —manifestó—. Será mejor que seas una chica. Pero, ¡por favor, no digas que te llamas Berta!

—Puede ser Jane —intervino Juana firmemente—. Es un nombre bonito y lo bastante corriente para que nadie lo note. Berta es un nombre muy llamativo. Vamos ya, tenemos que recoger tus ropas normales.

—Ahora telefonearé a la policía —expuso Julián—. Y, de paso, avisaré a un taxi.

—No, no nos busque un taxi —atajó Juana—. No quiero llegar en taxi a la casita de mi prima para que todo el mundo se dé cuenta. Jane y yo cogeremos el autobús del mercado y la gente pensará que voy de compras. Podemos coger otro autobús allí que nos dejará casi en casa de mi prima. Sólo tendremos que atravesar la avenida andando.

—Buena idea —aplaudió Julián.

Se acercó al teléfono. Preguntó por el sargento y le explicó el asunto. El hombre no mostró la menor excitación, pero anotó rápidamente lo que le decía Julián.

—Llegaré ahí dentro de diez minutos —anunció—. Esperadme dentro.

Julián colgó. Dick y Ana lo observaban con cara de preocupación. ¿Cómo se encontraría Jorge? ¿Se sentiría asustada, o furiosa, o quizás herida?

Tim estaba completamente desesperado. Se daba cuenta de que algo le había sucedido a su ama. Había ido una docena de veces al lugar donde habían encontrado el cinturón de la bata y había olisqueado desconsoladoramente por los alrededores.

Sally sabía que Tim estaba triste y trotaba tras él silenciosa. Cuando él se tendía, ella se echaba a su lado. Cuando se levantaba, ella lo hacía al mismo tiempo. Hubiera resultado cómico de haber tenido alguno ganas de reír. ¡Pero nadie se sentía así!

Se oyeron pasos en el jardín.

—¡La policía! —exclamó Julián—. ¡No han tardado!