UNA TRANSFORMACIÓN
Berta quedó en medio de la habitación. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Ana abrió la boca con sorpresa.
—¿Sabes?, es muy extraño, pero pareces exactamente un chico, un chico estupendo.
—Un chico angelical —opinó Dick—. Un monaguillo o algo así. ¡Está impresionante! ¿Quién lo hubiera dicho?
Tía Fanny estaba muy satisfecha de la apariencia de Berta.
—Realmente es muy raro, pero no cabe ninguna duda. Resulta un muchacho excelente. Incluso mejor que Jorge, porque creo que ésta tiene el pelo demasiado rizado para ser un chico.
Berta se acercó al espejo y gimió:
—¡Estoy horrible! ¡No me reconozco! Nadie me conocerá nunca.
—¡Estupendo! —replicó Dick al punto—. Has dado en el clavo. Nadie te reconocerá ahora. Tu padre estuvo en lo cierto al aconsejar «cortarle el pelo y vestirla de chico». Ningún presunto raptor supondrá que tú eres Berta, linda niñita.
—Prefiero que me rapten a parecer un mamarracho —sollozó Berta—. ¿Qué van a decir las niñas de tu escuela, Ana, cuando me vean?
—No le dicen nada a Jorge por su pelo corto, así que tampoco te dirán nada a ti —la tranquilizó Ana.
—Deja ya de llorar, Berta, digo Lesley —ordenó tía Fanny—. Me haces sentir una mala persona. Has sido muy buena permaneciendo quieta todo el rato. Ahora debo pensar en un premio para ti.
Berta dejó de llorar al punto.
—Por favor —pidió—, sólo hay una cosa que yo quiera ahora. Quiero que Sally duerma conmigo.
—¡Querida Ber… no, Lesley! No puedo permitir otro perro en aquel dormitorio tan pequeño —exclamó la pobre tía Fanny—. Y Jorge será capaz de hacer cualquier disparate si lo permito.
—Tía Fanny, Sally es muy, muy buen guardián —arguyó Berta—. Ladra al menor ruido. Yo estaré enteramente segura con ella en la habitación.
—Me gustaría complacerte —explicó tía Fanny—, pero…
Juana había entrado en la habitación para dejar algunos cacharros y había oído esta conversación. Contempló con admiración el recortado pelo rubio de Berta y entonces sugirió:
—Si usted me lo permite, señora —intervino—. La señorita Berta podría poner su cama plegable en mi habitación. No me importa que tenga a la perrita. Puede dormir con ella y yo estaré muy contenta porque esta perrita es una preciosidad. En cambio, mi habitación es muy grande. Así que, si la señorita Berta quiere, será bienvenida.
—¡Juana, qué amable es usted! —suspiró tía Fanny, aliviada ante una solución tan fácil—. Además, su habitación está en el ático y sería muy difícil para los raptores llegar hasta allí. Nadie pensaría en buscar en su habitación a uno de los niños.
—¡Gracias, Juana! ¡Es usted maravillosa! —exclamó Berta con deleite—. Sally, ¿lo oíste? Vas a dormir sobre mis pies esta noche, como Tim lo hace en los de Jorge.
—Yo no apruebo esto en realidad, ¿sabes, Berta? —intervino tía Fanny—. ¡Oh, cielos! Te he vuelto a llamar Berta. Lesley, quise decir. ¡Qué lío me estoy haciendo! Ana, trae una escoba y barre el pelo del suelo.
Cuando Jorge y Julián volvieron no había rastro de pelo en la habitación. Pusieron sus paquetes sobre la mesa y llamaron a gritos a tía Fanny.
—¡Mamá! —gritó Jorge.
—¡Tía Fanny! —gritó Julián.
Ésta bajó corriendo con Berta, Ana y Dick. Julián y Jorge contemplaron a Berta con los ojos redondeados por la sorpresa.
—¡Sopla! ¿Eres tú realmente, Berta? —dijo Julián—. No te reconocería.
—¿Cómo? ¡Pareces exactamente un chico! —gritó Jorge—. Nunca pensé que pudieras.
—Un muchacho alegre y guapo —afirmó Julián—. Tu padre tenía razón. Es el mejor disfraz para ti.
—¿Dónde están las ropas? —preguntó Berta, bastante complacida por el interés que despertaba su aspecto. Abrió los paquetes y empezó a sacar cosas.
No era nada del otro mundo: una chaqueta azul marino, un par de pantalones cortos, dos jerseys grises, algunas camisas, una corbata y un chaleco sin mangas.
—Y zapatos y calcetines —añadió Jorge—. Sin embargo, pensamos que ya debías tener calcetines y sólo compramos un par ¡Ah! Aquí hay un sombrero gris, por si el sol es demasiado fuerte, y una gorra.
Berta se colocó la gorra en seguida. Todo el mundo rompió en carcajadas.
—¡Te sienta bien! ¡Te la has puesto justo en el ángulo preciso! ¡Parece un chico de verdad!
—Póntela tú, Jorge —propuso Berta.
Y Jorge la cogió, ansiosa de ser también admirada. Pero le sentaba muy mal y la gorra quedaba aplanada sobre sus rizos. Todos gritaron:
—Te hace parecer una niña, ¡quítatela!
Jorge se la quitó, enfadada. ¡Qué vergüenza que esta niña, Berta, hiciera de chico mejor que ella! Arrojó la gorra sobre la mesa, medio arrepentida de haberla comprado.
—Vete arriba y ponte estas cosas —pidió tía Fanny, divertida con la escena.
Berta subió obediente y pronto volvió a bajar, pulidamente arreglada con unos pantalones grises, camisa gris y la corbata.
Todos estallaron en carcajadas. Berta estaba muy contenta de sí misma y desfiló por toda la habitación con la gorra ladeada sobre la cabeza.
—Parece un chico muy limpio, muy curioso, un buen y angelical niño —opinó Julián—. Querido Lesley, debes hacerte un poco más sucio. Resultas demasiado bueno para ser verdad.
—No quiero parecer sucio —dijo Berta—. Pienso…
Pero nadie supo lo que pensaba, porque en aquel momento se abrió la puerta y entró el tío Quintín en la habitación.
—Me gustaría saber cómo creéis que se puede trabajar con todos estos gritos y cacareos… —empezó, y de pronto se detuvo para ver a Berta—. ¿Quién es éste? —preguntó, observando a Berta de pies a cabeza.
—¿No lo conoces, papá? —preguntó Jorge.
—Desde luego que no. No le he visto en mi vida —respondió su padre—. No me digáis que es alguien más que viene a pasar unos días.
—Es Berta —aclaró Ana con una risa.
—Berta… ¿y quién es Berta? —dijo tío Quintín, frunciendo el ceño—. Me parece haber oído ese nombre antes.
—La chica que pensabas que iba a ser raptada —explicó Dick.
—¡Ah, Berta, la hija de Elbur! —exclamó tío Quintín—. La recuerdo muy bien. Pero, ¿quién es éste? Este chico no lo había visto antes. ¿Cuál es tu nombre, muchacho?
—Lesley —respondió Berta—. Pero era Berta cuando usted me vio esta mañana, en el desayuno.
—¡Cielos! —exclamó tío Quintín, sorprendido—. ¡Qué cambio! Porque ni siquiera tu padre te conocería. Espero que podré recordar quién eres. Pero recuérdamelo tú, si yo no lo hago.
Salió y volvió a su despacho. Los niños rieron y tía Fanny tuvo que reír a su vez.
—Por cierto —dijo—, quiero que comamos todos en casa hoy. Es demasiado tarde para empezar a preparar bocadillos y empaquetar comida. Sólo hay jamón frío y ensalada, así que quedaríais demasiado hambrientos.
—¿Hay tiempo para bañarse? —preguntó Julián mirando su reloj.
—Sí, siempre que volváis a las doce y recojáis la fruta para hacer el budín de postre —respondió su tía—. Se tarda siglos en recoger fruta para ocho personas, y Juana y yo tenemos mucho trabajo hoy.
—Bueno. Iremos a bañarnos ahora y después cogeremos la fruta entre todos —dijo Julián—. Pondré las ciruelas en bolsas. Las frambuesas son muy pequeñas y tienen demasiado zumo.
—¿Tienes traje de baño, Berta, quiero decir Lesley? —preguntó Jorge.
—Sí, es corto como los de los chicos, así que estaré bien con él —repuso Berta—. ¡Ya no tendré que llevar gorro! Los chicos no llevan.
Las maletas de Berta estaban en la habitación de Juana, así que corrió hacia allí para cambiarse.
—¡Tráete un jersey y la toalla! —chilló Jorge, y fue hacia su habitación con Ana—. Apuesto a que Berta no sabe nadar —dijo—. Será una pena, porque la mayoría de los chicos nadan bien. Tendremos que enseñarle.
—Bueno, no la zambullas demasiado a menudo —respondió Ana, viendo una mirada no muy agradable en los ojos de Jorge—. ¡Demonios! Mi traje de baño no está aquí. Estoy segura de que lo saqué del armario.
Tardó bastante rato en encontrarlo y los chicos y Berta ya se habían ido a la playa con Sally cuando Ana y Jorge estuvieron listas para ir, seguidas del impaciente Tim.
Al fin llegaron a la playa y encontraron a Sally guardando los jerseys de Julián, Dick y Berta. Estaba tendida sobre ellos y gruñía a Tim cada vez que éste se acercaba.
Jorge rió.
—¡Contéstale, Tim! ¡No dejes que una pequeña perrita como ésta te asuste! ¡Grúñele!
Pero Tim no quiso. Se sentó fuera del alcance de Sally y la miró tristemente. ¿Ya no era amiga suya?
—¿Dónde están los demás? —exclamó Ana, tapándose los ojos ante el resplandor del sol y mirando hacia el mar—. ¡Cielos, qué lejos han ido! No puede estar Berta con ellos. Es imposible.
Jorge observó el mar azul. En seguida vio tres cabezas balanceándose. ¡Sí, Berta estaba allí!
—¡Debe de ser una nadadora estupenda! —exclamó Ana con admiración—. Yo no puedo nadar tan lejos. Estábamos equivocadas. Berta nada como un pez.
Jorge no dijo nada. Corrió hacia el agua, se metió en una ola en el momento en que ésta se rizaba y nadó rápidamente hacia el grupo. No podía creer que Berta hubiese llegado hasta allí. Y si así era, ¡los chicos tenían que haberla ayudado!
Pero sí que era Berta. Sus rubios cabellos mojados brillaban y gritaba de júbilo mientras se zambullía.
—¡Esto es estupendo! ¡«Marravilloso»! ¡Eh! ¡Me lo estoy pasando muy bien! Jorge, el agua está fenomenal, ¿verdad?
Julián y Dick gesticulaban junto a la jadeante Jorge.
—Lesley es un magnífico nadador —dijo Dick—. ¡Cielos! Pensé que iba a ganarme. Te ganará a ti, Jorge.
—No me ganará —replicó Jorge. ¡Pero no quiso desafiar a Berta a una carrera!
Era divertido ser cinco, perseguirse unos a otros en el agua, nadar por debajo del agua y coger la pierna de uno de ellos. Y Ana se revolcó de risa al ver seguir a uno por detrás de Jorge y zambullirla a conciencia.
¡Era Berta! Y aunque quiso, la enfadada Jorge no pudo cogerla después. ¡Berta nadaba demasiado aprisa!