UNA PEQUEÑA REUNIÓN
Durante largo rato, la paz reinó en la casa. Jorge y Ana fueron a ayudar a la cocinera a lavar los platos. Juana estaba contenta porque, con ocho personas en la casa, contándose ella, había mucho trabajo.
Se había quedado muy asombrada por la mañana al encontrar a un quinto miembro agregado a la familia, pero le habían dicho que, después del desayuno, podía ir a la salita y oír una explicación. ¡Desde luego, Juana tenía que entrar también en el secreto!
Berta estaba arriba ayudando a hacer las camas, aunque no muy bien, ya que Berta no estaba acostumbrada a hacer las cosas por sí misma. No obstante, parecía muy deseosa de aprender y tía Fanny estaba muy satisfecha con ella. Tim y Sally correteaban juntos por allí, haciendo las cosas más difíciles de lo que necesitaban, corriendo por entre las camas y pasando por debajo de ellas.
—Me alegro de que a Tim le guste Sally —comentó Berta—. Sabía que sucedería así. No entiendo por qué Jorge pensó que no le gustaría. Jorge es muy rara.
—No lo es realmente —explicó tía Fanny—. Sólo que ella no tiene hermanos o hermanas para quitarle asperezas y además no fue a la escuela, no conoció a sus primos hasta hace unos pocos años. La gente solitaria no encuentra fácil adaptarse a los demás, pero ella es muy simpática ahora, pronto lo verás.
—Yo también soy hija única —replicó Berta—. Pero siempre he tenido muchos otros niños con quienes jugar. Pops lo procuró así. Él es «marravilloso», quiero decir maravilloso. Diré la palabra maravilloso «vente» veces. Quizás entonces consiga decirlo bien.
—Repite también la palabra «veinte» —corrigió tía Fanny—. Hay una i en el centro, lo sabes muy bien. Es «veinte», no «vente». Pero no te hagas demasiado inglesa. ¡Es agradable tener un cambio!
—Maravilloso, maravilloso, maravilloso, veinte, veinte —contó Berta mientras hacía las camas. Dick se asomó para mirar en la habitación y aplaudió.
—¡Cielos! —dijo sonriendo, con acento americano—. Tú «erres marravillosa», nena.
—No seas tonto, Dick —rió su tía—. Creo que ya hemos terminado nuestro trabajo, Berta. Iremos y celebraremos una reunión. Llama a los demás, ¿quieres?
Berta salió para llamar a Dick y a Julián y a Ana y a Jorge, llevando a Sally pegada a sus talones y a Tim siguiendo a su adorada Sally. Jorge no estaba muy contenta con Tim.
—¿Dónde has estado? —preguntó—. ¿Es que no puedes dejar de correr alrededor de Sally? ¡Ella está muy, pero que muy cansada de ti!
—¡Guau! —ladró Sally con su aguda voz, tan diferente del profundo ladrido de Tim—. ¡Guau!
Pronto los cinco niños, los dos perros y Juana estuvieron en la salita con tía Fanny. Berta empezaba a ponerse nerviosa.
Tía Fanny tenía en sus manos la carta del padre de Berta. No la leyó, pero explicó a los niños lo que decía.
—Juana, usted sabe lo importante que es siempre el trabajo del señor —dijo—. Bueno, el padre de Berta hace la misma clase de trabajo en América y ahora él y el señor están trabajando en el mismo y gran experimento.
—Sí, señora —asintió Juana, muy interesada.
—El padre de Berta ha sido advertido por la policía de que la niña puede ser raptada y de que el rescate que pedirán por ella no será dinero, sino sus secretos científicos —continuó tía Fanny—. Así que nos ha escogido para que tengamos a Berta a salvo durante tres semanas. Para entonces, ya habrá acabado la investigación y el secreto será hecho público. Además, Berta irá al mismo colegio que Ana y Jorge, y es una buena idea que se conozcan primero.
Juana asintió.
—Ya comprendo, señora —dijo—. Y creo que podemos esconder a la señorita Berta tranquilamente, ¿no?
—Sí —corroboró tía Fanny—. Pero su padre quiere que sigamos sus ideas. Dice que será mejor vestirla como un chico…
—Una idea muy divertida —interrumpió Dick.
—Y darle otro nombre, un nombre de chico —continuó tía Fanny—. Quiere que le cortemos el pelo y…
—¡No, por favor! ¡Eso no! —suplicó Berta, sacudiendo su rubio y rizoso pelo—. Lo odio. Las muchachas con el pelo cortado a lo chico son horribles. Son…
Ana le dio un codazo y la hizo callar con la mirada. Berta se detuvo asustada, recordando que Jorge llevaba el enmarañado cabello corto como el de un chico.
—Creo que habremos de hacer lo que dice tu padre —aseguró tía Fanny con firmeza—. Esto es muy importante, Berta. Mira, si alguien viniera en tu busca, pensando raptarte, no te reconocería nunca si parecieras un chico.
—¡Pero mi pelo! —exclamó Berta a punto de llorar—. ¿Cómo puede Pops decir que debo cortármelo? ¡Siempre ha dicho que era «marravilloso»!
Nadie se atrevió a decir que había sólo una erre en maravilloso.
¡Berta parecía tan apenada por su pelo!
—El pelo te crecerá con bastante rapidez —la consoló tía Fanny.
—Además, su cabeza tiene una forma elegante —añadió Julián mirándola escrutadoramente—. Estaría muy mona con el pelo corto.
Berta se animó. Si Julián pensaba así, no debía ser tan malo.
—Pero, ¿y las ropas? —exclamó recordando este punto con horror—. ¡Las chicas están horribles en traje de chico! Pops siempre lo decía hasta ahora.
—No estarás peor de lo que está Jorge —observó Dick—. Lleva jersey de chico, pantalones de chico y zapatos de chico durante todo el día.
—Pues está horrible —repitió Berta, tozuda, y Jorge frunció el ceño.
—Bueno, creo que tú sí estarás horrible —dijo—. Nunca te confundirán con un muchacho. Siempre parecerás una niñita, una pequeña niña mimada. Creo que es inútil vestirte de chico.
—¡Ajá! Nuestra Jorge quiere ser la única —exclamó Dick, socarrón, y esquivó apresuradamente el puñetazo que le dirigió la furiosa Jorge.
—Bueno —intervino Julián—. Saldré a comprar algunas cosas para Berta esta mañana, así que ya está todo solucionado. ¿Y el pelo? ¿Tendré que cortárselo yo, o qué?
A tía Fanny le divertía la manera directa que tenía Julián de solucionar los conflictos de Berta y aún le divertía más ver que Berta no protestaba de las decisiones de Julián.
—Puedes, desde luego, ir de compras para Berta si quieres —concedió—. Pero no quiero que le cortes el pelo. ¡Parecería un espantapájaros!
—Yo no tengo miedo si Julián me corta el pelo —Berta sorprendió a todos por su sumisión.
—Yo te cortaré el pelo —resolvió tía Fanny—. Y ahora pensemos un nombre de chico. Ya no podemos llamarte Berta.
—No me gusta tener que llevar un nombre de chico —rezongó Berta—. Es tonto que a una niña le llamen con un nombre de chico, como Jorge.
—Si intentas ser antipática conmigo, te voy a… —empezó Jorge, pero no siguió adelante, Julián y Dick se estaban doblando de risa.
—¡Oh Jorge! ¡Tú y Berta nos vais a matar! —dijo Julián—. Tú haciendo todo lo posible para pretender ser un chico y Berta haciendo todo lo posible para evitarlo. ¡Por todos los diablos! ¡Dejadnos terminar esto sin más peleas! La llamaremos Alberto.
—No, es demasiado parecido a Berta —interpuso Dick—. Tiene que ser completamente distinto. Llamémosla con un nombre sencillo, como Jim, Tom o Juan.
—No —objetó Berta—, no me gusta ninguno. Llamadme por mi segundo nombre, por favor.
—¿Cuál es? ¿Otro nombre femenino? —preguntó Julián.
—Sí, pero también lo usan los chicos, sólo que escrito de distinto modo —explicó Berta—. Es Lesley. Es un nombre muy bonito, según creo.
—Lesley. Sí, te queda muy bien —dijo Julián—. Te queda mejor que Berta. Te llamaremos Lesley y la gente creerá que se escribe Leslie, con i-e al final, en lugar de e-y[1]. Muy bien. Todo arreglado.
—No todo —dijo su tía—. Quiero decir que no debéis dejar que Berta, Lesley, quiero decir, se aleje de vosotros. Y si veis algo o alguien extraño y misterioso, debéis decírmelo inmediatamente. La policía local sabe que tenemos a Lesley con nosotros y por qué. Por lo tanto, podremos llamarlos en seguida. Ellos, desde luego, no dejan de vigilar.
—Suena casi como si estuviéramos en medio de una aventura —dijo Dick, complacido.
—¡Espero que no! —exclamó su tía—. No creo que nadie pueda pensar que Berta, quiero decir Lesley, sea algo más de lo que él aparenta, un amigo de Julián y de todos vosotros que ha venido a pasar aquí unos días. ¡Pobre de mí, qué difícil me va a ser no confundirme entre «ella» y «él»!
—Es verdad —asintió Julián levantándose—. Si me das dinero, tía Fanny, iré a hacer algunas compras para Lesley. ¿Qué talla crees que necesita él?
Todos rieron.
—Él calza un treinta y dos de zapatos —dijo Juana sonriendo—. Lo vi esta mañana.
—Y él tendrá que acostumbrarse a abrochar su chaqueta por la derecha, en lugar de por la izquierda —dijo Ana continuando la diversión.
—Ella se acostumbrará pronto —intervino Jorge—. ¿Verdad, Tim?
—No lo estropees ahora todo, Jorge —reconvino Julián—. Un pequeño freno en la lengua y ella se convierte en él evitando un peligro para Ber… ¡Ay, no! Lesley.
—Sí, ya lo sé —respondió Jorge—. Sólo que ella nunca parecerá un chico.
—No quiero parecer un chico —protestó Berta—. Creo que tú pareces…
—¡Ya estamos así otra vez! —exclamó Julián—. Cállate, Lesley, y tú también, Jorge. Jorge, es mejor que me acompañes y me ayudes a comprar las cosas para Lesley. Vamos, y no pongas esa cara. ¡Pareces una niña!
Esto hizo que Jorge cambiara inmediatamente de expresión. No podía ir a regañadientes con el ingenioso Julián.
—Ya voy —dijo—. Adiós, Berta. Cuando volvamos, ya serás Leslie, con el pelo corto y todo.
Ella y Julián se fueron. Ana le dio a su tía unas afiladas tijeras y envolvió una toalla alrededor de los hombros de Berta. Ésta parecía a punto de llorar.
—Alégrate —la animó Dick—. Vas a parecer un ángel con el pelo corto. Empieza, tía Fanny. Déjanos ver qué aspecto tiene, como una oveja esquilada.
—Estáte quieta —ordenó tía Fanny. Y empezó.
«¡Cras, cras, cras!». Los rizos dorados cayeron al suelo y Berta se echó a llorar a lágrima viva.
—¡Mi pelo! ¡No puedo soportar esto! ¡Mi pelo!
Pronto la mayor parte del pelo yacía en el suelo y tía Fanny empezó a recortarlo lo mejor que pudo, procurando que se pareciera lo más posible a un chico. Desde luego hizo un buen trabajo. Dick y Ana lo contemplaron con gran interés.
—¡Por fin! ¡Ya está! —exclamó su tía—. Cesa ya de llorar, Lesley, y déjanos echarte una ojeada.