Capítulo IV

BERTA

Jorge, sentada en la cama, contempló a Berta. Su apariencia era bien extraña. Por alguna causa desconocida, estaba tan envuelta en jerseys y mantas que se hacía difícil ver si era gorda o delgada, alta o baja. Además, lloraba tan fuertemente que su cara aparecía contraída.

Ana no se despertó. Tim estaba tan atónito que se quedó sentado, como Jorge, observando atentamente.

—Procura que Tim no haga ruido —susurró la madre de Jorge, temiendo que el perro despertara a toda la casa si se ponía a ladrar.

Jorge puso su mano sobre Tim como advertencia.

Su madre empujó suavemente a Berta dentro de la habitación.

—Se ha mareado terriblemente, pobre criatura —le explicó a Jorge—. Y está asustada y trastornada. Quiero que se meta en la cama lo más pronto posible.

Berta estaba ahora sollozando, pero fue calmándose poco a poco a medida que se sentía mejor. La madre de Jorge era tan amable y cariñosa que pronto se sintió consolada.

—Déjame quitarte esta ropa —le dijo a Berta—. ¡Estás completamente empapada! Claro que si viniste en una motora descubierta, la habrás necesitado toda.

—¿Cómo debo llamarla? —preguntó Berta con un último suspiro.

—Será mejor que me llames tía Fanny, tal como hacen los otros —respondió la madre de Jorge—. Supongo que ya sabes por qué vienes a pasar una temporada con nosotros, ¿no?

—Sí —respondió Berta—. Yo no quería venir. Yo quería estar con mi padre. No tengo miedo de que me rapten. Tengo a Sally para cuidarme.

—¿Quién es Sally, querida? —preguntó tía Fanny, quitándole unas cuantas ropas de encima.

—Mi perra —contestó Berta—. Está abajo, en la bolsa que yo llevaba.

Jorge se sobresaltó ante estas noticias.

—¡Un perro! —exclamó—. No podemos tener otro perro aquí. ¡Nunca lo permitiré! ¿Y tú, Tim?

Tim ladró suavemente. Estaba observando a la intrusa nocturna con gran interés. ¿Quién era aquélla? Deseaba saltar de la cama de Jorge para ir a olisquearla, pero su ama lo retenía por el collar.

—Bueno, ya traje a mi perrita y calculo que tendrá que quedarse aquí ahora —anunció Berta—. La barca se ha marchado. De todas maneras, yo no iría a ninguna parte sin Sally. Se lo dije a mi padre y él contestó: «Muy bien, llévatela». Y así lo hice.

—Mamá, explícale lo fiera que es Tim y que luchará con cualquier otro perro que venga aquí —dijo Jorge con urgencia—. No quiere a ningún otro perro en «Villa Kirrin».

Con gran disgusto por parte de Jorge, su madre no tuvo en cuenta este comentario. Ayudó a Berta a quitarse medias y abrigos y Dios sabe qué más. Jorge se preguntaba cómo podía una persona resistir con toda esa ropa en una cálida noche veraniega.

Al fin apareció Berta con una falda y una blusa. Era una fina y preciosa niña, con grandes ojos azules y pelo rizoso y dorado. Apartó el cabello hacia atrás y se lavó la cara con una esponja.

—Gracias —dijo—. ¿Puedo traer a mi perrita Sally ahora?

—No, esta noche no —negó tía Fanny—. Hija, vas a dormir en la camita de la esquina y no puedo permitir que tengas un perro también, porque él y Tim comenzarán a pelearse si los dejamos cerca. Y, además, no es hora de discutir eso. ¿Tienes hambre? ¿Te gustaría un poco de sopa de tomate y algunas galletas?

—Sí, por favor. Tengo un poco de apetito ahora —asintió Berta—. Me encontraba tan mal en aquella horrible y movediza barca que imagino que no ha quedado nada dentro de mí.

—Bueno, escucha, saca tu maletín y toma un baño si quieres. Luego ponte el pijama —dijo tía Fanny—. Después, te metes en la cama y te traeré un poco de sopa.

Pero una mirada a la ceñuda Jorge le hizo cambiar de idea. ¡Mejor no dejar sola a la pobre Berta con la enfadada Jorge en su primera noche!

—Creo que no subiré yo la sopa —anunció—. Jorge, vete tú a buscarla, ¿quieres? Está calentándose sobre la estufa, abajo. Encontrarás una taza y algunas galletas sobre la mesa.

Jorge saltó de la cama aún malhumorada. Vio como Berta sacaba un camisón y frunció los labios.

«¡Seguro que no ha llevado nunca pijama! —pensó—. ¡Qué cursi! ¡Y ha tenido la osadía de traer su propio perro, esta niña mimada! Quisiera saber dónde está. Será bueno echarle una ojeada cuando esté abajo».

Pero su madre imaginó lo que estaba pensando y fue hacia la puerta tras ella.

—¡Jorge! —gritó—. No quiero que abras la cesta del perro ahí abajo. Lo llevaré a la caseta de Tim antes de irme a la cama.

Jorge no contestó y se dirigió a la planta baja. La sopa estaba a punto de hervir y Jorge se apresuró a retirarla de la estufa. Vertió un poco dentro de la taza y puso ésta sobre un platillo, en el que colocó algunas galletas.

Oyó un débil gemido y se volvió. Provenía de una gran cesta, allá en el rincón. Jorge tenía unas ganas enormes de abrir la cesta, pero sabía perfectamente que, si lo hacía, el perro correría escaleras arriba en busca de su ama y Tim se pondría a ladrar, despertando a todo el mundo. Era mejor no arriesgarse.

Subió la sopa. Berta ya estaba acostada en la cama plegable y parecía muy cómoda. Ana continuaba pacíficamente dormida, sin enterarse de nada de lo que pasaba. Tim había aprovechado la oportunidad para saltar de la cama de Jorge e ir a examinar a la recién llegada. La olisqueó delicadamente y Berta puso su mano sobre la cabeza de Tim, frotándosela con suavidad.

—¡Qué ojos tan preciosos tienes! —exclamó—. Pero es una mezcla, ¿no? Un perro cruzado…

—No digas nada de eso delante de Jorge —le advirtió tía Fanny—. Adora a Tim. ¿Estás mejor? Espero que seas feliz con nosotros, Berta querida. Ya sé que no querías venir, pero tu padre estaba muy preocupado. Y será agradable para ti conocer a Ana y Jorgina antes de ir a su escuela en el próximo curso.

—¿Es Jorgina ésa a quien usted llama Jorge? —preguntó Berta, sorprendida—. No estaba muy segura de si era un chico o una chica. Mi padre me dijo que había tres muchachos y una chica. Y la chica es la que está en aquella cama, ¿no?

Señaló hacia Ana. Tía Fanny asintió.

—Sí, ésa es Ana. Tu padre pensó que Jorge era un chico y por eso te dijo que había tres chicos y sólo una chica. Los dos muchachos están en la habitación contigua.

—No me gusta mucho Jorge —anunció Berta—. Ella no me quiere aquí, ni a mi perro…

—Bueno. Encontrarás muy divertida a Jorge cuando la conozcas mejor —aclaró tía Fanny—. Ya está aquí con tu sopa.

Jorge entró con la sopa y no quedó muy complacida al ver a Tim en la cama plegable, siendo mimado por Berta. Dejó la taza de sopa y empujó a Tim para que bajara de la cama.

—Gracias —dijo Berta, y cogió la taza impacientemente con las dos manos—. ¡Qué sopa tan rica! —exclamó.

Jorge se metió en la cama y le volvió la espalda. Sabía que se estaba portando mal, pero pensar que alguien se había atrevido a traer otro perro a «Villa Kirrin» era más de lo que podía soportar.

Tim saltó sobre la cama y se tendió a sus pies, como hacía siempre. Berta miraba esto aprobadoramente.

—Mañana tendré a Sally a mis pies —dijo—. Esto es una idea estupenda. Pops (Pops es mi padre) siempre me deja tener a Sally en mi habitación, pero no en mi cama, sino en una cesta. Mañana por la noche podrá dormir a mis pies como hace Tim con Jorge.

—No —negó Jorge con firmeza—. No dormirá otro perro en mi habitación. Sólo Tim.

—Ahora, callad —ordenó tía Fanny apresuradamente—. Discutiremos todo esto mañana, cuando no estéis tan cansadas. Esta noche me haré cargo de Sally, te lo prometo. Acuéstate y duerme. ¡Tienes los ojos casi cerrados!

Berta se sintió de pronto llena de sueño y se dejó caer en la cama. Se cerraron sus ojos, pero, haciendo un esfuerzo logró mirar a la madre de Jorge.

—Buenas noches, tía Fanny —murmuró soñolienta—. Así es como tengo que llamarla, ¿no? Gracias por ser tan amable conmigo.

Casi sin acabar estas palabras, se quedó dormida. Tía Fanny cogió la taza y se dirigió a la puerta.

—¿Estás despierta, Jorge? —preguntó.

Jorge permaneció silenciosa. Sabía que su madre no se sentía satisfecha de ella. ¡Era mejor simular que estaba profundamente dormida!

—Estoy segura de que estás despierta —prosiguió su madre— y espero que estés avergonzada de ti misma. Supongo que no repetirás este indigno comportamiento por la mañana. ¡Es muy feo que te portes como una criatura!

Salió, cerrando la puerta tras de sí suavemente. Jorge buscó a Tim y lo rodeó con un brazo. Se avergonzaba de sí misma, pero no estaba segura de querer portarse mejor mañana. ¡Qué niña más tonta y mimada! Su perra debía de ser tan tonta como ella. ¡Estaba segura! Y Tim iba a odiar el tener otro perro en casa. Probablemente gruñiría hasta tal punto que Berta se vería forzada a llevarse a su perro.

—Y otra cosa buena —murmuró Jorge cuando Tim le lamió cariñosamente los dedos—. No querrás a otra niña en la casa, ni tampoco a otro perro, ¿verdad, Tim? ¡Especialmente a una niña como ésta!

Tía Fanny cogió el perro de Berta y lo instaló en la caseta de Tim, allí fuera. La caseta tenía una puertecita que podía cerrarse y así el perro no podía escapar. Volvió a entrar y arregló un poco las pertenencias de Berta, que habían quedado esparcidas de cualquier manera por la habitación. Después, apagó la luz.

Subió para acostarse. Su marido había dormido profundamente durante la llegada de Berta. Se había mostrado muy seguro de despertarse tan fácilmente como su mujer. ¡Y ni siquiera se había movido!

Tía Fanny se alegró. Le resultó mucho más fácil tratar con una niña mareada y asustada por sí misma. Se metió en la cama agradecida y se tendió con un suspiro.

«¡Cielos! ¡No quiero ni pensar en mañana! ¿Qué pasará estando Jorge de este humor y con dos perros a punto de pelearse? Berta parece una niña agradable. Bueno, quizá todo vaya mejor de lo que pienso».

Sí, las cosas serían mucho más fáciles por la mañana.