Capítulo III

NOTICIAS DESAGRADABLES

Los cuatro niños y Tim bajaron en tropel la escalera. La madre de Jorge se hallaba en el vestíbulo, a punto de subir a llamarlos.

—¿Estáis aquí? —inquirió—. Supongo que habéis oído que os llaman al despacho. Os acompañaré. Y, escuchad, no arméis más alboroto del necesario. ¡Ya he tenido bastantes líos con Quintín!

¡Esto era muy misterioso! ¿Qué tenía que ver tía Fanny con el problema, cualquiera que fuera éste? Entraron en el despacho los Cinco, Tim también, y vieron a tío Quintín de pie junto a la chimenea, con cara de tormenta.

—Quintín, tendría que hablar yo primero con los niños… —intentó decir su esposa, pero él la hizo callar con un ceño exactamente igual al que ponía Jorge a veces.

—Tengo algo que deciros —empezó—. ¿Recordáis a mis dos amigos, los científicos que trabajan conmigo en el experimento? ¿Recordáis al grueso americano?

—Sí —contestaron todos.

—Nos dio una libra para gastar —añadió Ana.

Tío Quintín no pareció notar este detalle.

—Bien, él tiene una hija… Veamos, tiene algún nombre estúpido…

—Berta —apuntó su mujer.

—¡No me interrumpas! —exclamó tío Quintín—. Sí, Berta. Bueno. Elbur, su padre, ha sido advertido de que quieren raptarla.

—¿Por qué? —preguntó Julián, asombrado.

—Porque su padre conoce más secretos del nuevo experimento que estamos planeando que nadie en el mundo —repuso su tío—. Y dice, muy francamente, que si esta niña… ¿cuál es su nombre?

—Berta —dijeron todos complacientes.

—Pues que si Berta es raptada, él tendrá que revelar todos los secretos que sabe para que se la devuelvan —dijo tío Quintín—. ¡Bah! ¿De qué está hecho? ¡Traidor! ¿Cómo puede pensar en revelar secretos?

—Quintín, es su única hija y la adora —intervino tía Fanny—. Yo siento lo mismo por Jorge.

—Las mujeres siempre tan tontas y tan tiernas —dijo su marido en un tono de gran disgusto—. Menos mal que tú no conoces ningún secreto. ¡Se lo revelarías hasta al lechero!

Todo era tan ridículo que los niños rieron. Tío Quintín les lanzó una mirada feroz.

—No es asunto de risa. Ha sido un gran golpe para mí haber oído decir a uno de los más grandes científicos del mundo que revelará todos los secretos, sus secretos, al enemigo si esa… esa…

—Berta —dijeron todos a una.

—Si esa Berta es raptada —repitió el tío Quintín—. Así que vino a preguntar si podríamos tener a esa… esa Berta en casa durante tres semanas. Para entonces, el experimento habrá terminado y nuestros secretos estarán a salvo.

Se hizo un silencio. Nadie parecía demasiado satisfecho. En verdad, Jorge parecía furiosa. Por fin estalló.

—¿Así que ésa es la causa de que haya otra cama en nuestra habitación? Mamá, ¿tendremos que estar estrechas, sin poder movernos en la habitación, durante tres largas semanas? ¡Es demasiado!

—Por una vez tú y yo estamos de acuerdo, Jorge —replicó su padre—. Pero mucho me temo que tendrás que pasar por ello. Elbur está en tal estado desde que fue advertido del rapto, que no se puede razonar con él. Amenazó con romper todos los dibujos y diagramas y quemarlos si no le ayudábamos. Eso significaría el fin del experimento.

—Pero ¿por qué tiene que venir ella aquí? —preguntó Jorge con fiereza—. ¿Por qué traerla con nosotros? ¿No tiene parientes o amigos con quienes ir?

Jorge, no seas tan ruda —reconvino su madre—. Parece que Berta no tiene madre y ha ido siempre a todas partes con su padre. No tienen parientes en el país ni amigos en quienes confiar. No quiere mandarla a América, porque la policía le advirtió que podían seguirla y por ahora él no puede dejar el país para acompañarla.

—Pero ¿por qué escogernos a nosotros? —repitió Jorge—. No sabe una palabra de nosotros.

—Bueno —aclaró su madre con una pequeña sonrisa—, os conoció a todos el otro día, lo sabéis, y pareció encantado con vosotros, sobre todo contigo, Jorge, aunque no puedo imaginar por qué. Dijo que Berta estaría más segura con vosotros cuatro que con cualquier familia en el mundo.

Hizo una pausa y los contempló a los cuatro con expresión cansada. Julián se le acercó.

—¡No te preocupes! —anunció—. Cuidaremos de Berta. No voy a pretender que me guste mucho una niña extraña con nosotros estas tres últimas semanas, tan preciosas. Pero puedo comprender el punto de vista de su padre. Está asustado por Berta y está asustado porque se vería obligado a tener que echarlo todo a rodar. Sería la única forma de rescatarla.

—¡Quién piensa en tal cosa! —estalló tío Quintín—. ¡Todo el trabajo de estos dos últimos años! ¡Ese hombre debe de estar loco!

—Ahora, Quintín, no pienses más en ello —le calmó su esposa—. Estoy contenta de tener a los niños aquí. Odiaría que Jorge fuese raptada y sé exactamente cómo se siente él. No notarás su presencia. Uno más no importa.

—Eso dices tú —gruñó su marido—. De todas maneras, ya es tarde para evitarlo.

—¿Cuándo va a venir? —quiso saber Dick.

—Esta noche, en barca —respondió su tío—. Solamente la cocinera estará en el secreto, pero nadie más. ¿Entendido?

—Desde luego —dijeron los cuatro a coro.

Tío Quintín se sentó con firmeza ante su mesa y los niños salieron apresuradamente. Tía Fanny iba tras ellos, con Tim cruzándose entre sus piernas.

—Es una pena y lo siento también —dijo tía Fanny—, pero creo que no podemos hacer nada más.

—Apuesto a que Tim no simpatizará con ella —exclamó Jorge.

—Ahora no vengas tú a poner más dificultades, Jorge, tontita —le recomendó Julián—. Estamos todos de acuerdo en que no se puede arreglar, así que procuremos pasarlo lo mejor que podamos.

—Va a ser difícil —murmuró Jorge, obstinada.

—Bueno —propuso Dick amablemente—. Julián, Ana y yo volveremos a casa y nos llevaremos a Berta con nosotros, si tanto lo odias todo. No tengo particular interés en permanecer aquí si te empeñas en poner mala cara.

—Muy bien, no lo haré —declaró Jorge—. Sólo estoy desahogándome. Ya lo sabes.

—Nunca puede estar uno seguro contigo —dijo Dick con una sonrisa burlona—. Bueno, mira, ¡no estropeemos el único día que nos queda para estar solos!

Por lo tanto, intentaron valientemente pasar el día del mejor modo posible. Fueron a dar un paseo en la barca de Jorge hacia la cueva de Lobster. No pescaron nada, pero se bañaron allí, en agua tan azul y transparente como si fuera al aire libre. A Tim no le gustaba bañarse desde el bote. Era muy fácil saltar del bote al agua. ¡Pero resultaba tan difícil subir otra vez!

Tía Fanny les había preparado otra estupenda comida. «Una comida superbuena para consolaros del chasco recibido», les había dicho sonriente. Ana le había dado un abrazo y todos habían armado mucho alboroto por tener algo especial. Tía Fanny había añadido suculentas pastas y bocadillos para la hora del té, de manera que no tendrían que volver hasta la tarde. El mar estaba tranquilo y azul.

Los niños casi podían ver el fondo del agua cuando se asomaban por la borda.

El cielo presentaba un color azul oscuro cuando remaron a través de la bahía hacia la playa.

—¿Habrá llegado ya Berta? —dijo Jorge, mencionando por primera vez a la niña de que habían hablado aquella mañana.

—No lo creo —respondió Julián—. Tu padre ha dicho que vendría esta noche. Me imagino que, para cuando venga en la barca, habrá oscurecido. Esperarán hasta entonces para no ser vistos.

—Supongo que se sentirá nerviosa —dijo Ana—. Debe ser horrible verse llevada a un lugar extraño entre gente desconocida. ¡Yo lo odiaría!

Vararon el bote, lo dejaron sobre la arena seca y se encaminaron hacia «Villa Kirrin». Tía Fanny se mostró muy complacida al verlos.

—Llegáis muy a punto para la cena —dijo—. Aunque, si habéis acabado todo lo que os di para vuestra excursión, seguramente no tendréis mucho apetito…

—¡Pero si estoy terriblemente hambriento! —gimió Dick. Levantó la nariz y olfateó al aire como hacía Tim cuando iban de merienda—. Me parece que has hecho la sopa especial de tomate, con auténticos tomates, tía Fanny.

—Eres demasiado bueno suponiendo —dijo su tía riéndose—. ¡Y yo que la preparé para daros una sorpresa! Ahora, id a lavaros y a arreglaros.

—Supongo que Berta aún no ha llegado, ¿verdad? —interrogó Julián.

—No —respondió su tía—. Y tendremos que pensar otro nombre para ella. No podremos llamarla Berta.

Tío Quintín no se presentó a cenar.

—Cena él solo en su despacho —aclaró tía Fanny.

Era una perspectiva tranquilizadora. Ninguno tenía ganas de verle. Sin duda, estaría muy molesto.

—¡Qué morenos estáis todos! —comentó tía Fanny mirando alrededor de la mesa—. Jorge, tu nariz empieza a pelarse…

—Ya lo sé —contestó Jorge—. No hay derecho, Ana no se pela. ¡Sopla! Estoy durmiéndome.

—Bueno, os iréis a la cama tan pronto como acabéis de cenar —sentenció su madre.

—Me gustaría. Pero, ¿y Berta? —preguntó Jorge—. ¿Cuándo llegará? Sería de bastante mala educación estar acostados cuando llegue.

—No tengo idea de la hora en que vendrá —repuso su madre—. Yo la esperaré, desde luego. No es necesario que se quede nadie más. Supongo que estará cansada y nerviosa, así que le daré algo de comer, un poco de sopa de tomate, si es que dejáis algo, y luego la acostaré. Creo que se sentirá más contenta si no tiene que conocer a nadie más esta noche.

—Bueno, me tengo que ir a la cama —dijo Dick—. Anoche oí llegar a Elbur, tía Fanny, y fue bastante tarde, ¿no? Apenas puedo mantener abiertos los ojos esta noche.

—Vamos, pues, subamos —dijo Julián—. Podemos leer si no logramos dormirnos. Buenas noches, tía Fanny, y gracias por la estupenda bolsa de comida.

Subieron los cuatro, Ana y Dick bostezando ruidosamente y siguiendo a los otros.

Tim trotaba tras ellos, muy contento de que Jorge se fuera a dormir tan temprano.

A los diez minutos el sueño los había rendido a todos. Los muchachos dormían como troncos y no se movieron en toda la noche. Las chicas durmieron con un sueño pesado unas cuatro horas. De pronto Jorge se despertó al oír gruñir a Tim. Se sentó de un salto en la cama.

—¿Qué pasa? —inquirió—. ¡Oh! ¿Es que llega Berta, Tim? Quedémonos quietos y veremos qué aspecto tiene.

Un minuto después, Tim volvió a gruñir. Jorge oyó el sonido de unos pasos cautelosos por la escalera. Entonces se abrió la puerta del dormitorio y aparecieron dos personas a la luz de la linterna. Una era tía Fanny.

Y la otra, desde luego, era Berta.