Capítulo II

LOS CINCO SE TRASLADAN

Jorge seguía preocupada. Primero sus temores de que Tim estuviese enfermo o herido, y luego la pena de saber que Juana tenía la escarlatina y de haber visto cómo se la llevaban al hospital, no eran motivos para que en su cara se reflejara la alegría.

—Deja ya de suspirar, Jorge —dijo Ana—. Tenemos que hacernos fuertes y pensar algo.

—Voy a ver a mamá —decidió Jorge—. Me importa un bledo que esté en cuarentena.

—Eso, ni pensarlo —le dijo Julián, asiendo con fuerza su brazo—. Sabes muy bien lo que quiere decir cuarentena. Cuando tuviste la tos ferina te prohibieron que te acercaras a nosotros, para evitar que nos la contagiases. Tenías microbios y no pudiste acercarte a nadie durante varias semanas. Me parece que en la escarlatina eso sólo dura dos semanas. Así que no puede ser muy grave.

Jorge siguió lloriqueando, mientras trataba de desprenderse de Julián. Éste guiñó el ojo a Dick y dijo algo que hizo que Jorge cambiase de conducta en un segundo.

—¡Mirad a Jorge! —exclamó—. Se está portando como una niña llorona. ¡Pobre Georgina!

Jorge cesó inmediatamente de lloriquear y dirigió a Julián una mirada furiosa. Nada le molestaba tanto como que le dijesen que se portaba como una niña tonta. ¡Y qué horroroso le parecía su verdadero nombre, Georgina! Dio un puñetazo a Julián y éste sonrió y la soltó.

—Eso está mejor —dijo—. ¡Ánimo, Jorge! ¡Mira qué extrañado está Tim! Casi nunca te había oído llorar.

—¡No estoy llorando! —protestó Jorge—. Estoy…, bueno, estoy preocupada por Juana. Además, es horrible no tener ningún sitio adonde ir.

—Tía Fanny está telefoneando —dijo Ana, que tenía el oído muy fino.

Tim le lamió la mano y ella lo acarició. El simpático perro los había recibido cariñosa y alegremente, ladrando como un loco y lamiéndoles a todos las manos. Se sentía feliz al ver de nuevo a Jorge y le sorprendió su tristeza.

—Esperemos sentados a que se asome tía Fanny —dijo Julián, sentándose en el césped—. Parecemos unos tontos aquí de pie, mirando la casa como si no la hubiésemos visto nunca. Tía Fanny aparecerá en seguida en la ventana, seguro que habrá encontrado una buena solución para nuestro problema. ¡Tim! Me obligarás a levantarme si sigues lamiéndome el cuello de ese modo. Como esto continúe, tendrás que ir a traerme una toalla para secarme.

Las bromas de Julián devolvieron a todos parte de su alegría. Seguían sentados en el césped y Tim iba de uno a otro agitando alegremente la cola. Para él era una delicia estar con todos sus amigos de nuevo. Al fin se echó en la hierba y apoyó la cabeza en las rodillas de Jorge, que lo acarició.

—Tía Fanny ha colgado el teléfono —anunció Ana—. Ahora se asomará a la ventana.

—Tienes oído de perro: es tan fino como el de Tim —dijo Dick—. Yo no he oído nada.

—¡Allí está mamá! —exclamó Jorge, poniéndose en pie al ver a su madre asomada a la ventana.

—¡Todo va bien, muchachos! —dijo la señora Kirrin—. Ya he arreglado vuestro asunto. He llamado por teléfono al profesor Hayling. ¿Lo recuerdas, Jorge? Es ese científico que ha trabajado con tu padre. Iba a venir a pasar con nosotros un par de días, y cuando le he dicho que no viniese porque estábamos en cuarentena, en seguida me ha contestado que vayáis vosotros allí, y que Manitas, su hijo (¿os acordáis de él?), se alegrará de que le hagáis compañía.

—¡Manitas! —exclamó Julián—. ¿Quién puede olvidarse de él ni de su mono? Es aquel chico que tenía un faro en las Rocas del Diablo. Lo pasamos colosal. Fueron unas vacaciones formidables.

—Pero esta vez no podréis ir al faro —dijo tía Fanny—. Hace poco hubo una tormenta que lo dejó casi en ruinas. Está inhabitable.

—¿Entonces, adónde iremos? —preguntó Dick, un poco desilusionado—. ¿A la casa?

—Sí. Podéis ir en autobús. Hay uno que os dejará en el mismo Big Hollow, que es donde vive el profesor —dijo tía Fanny—. Podéis ir hoy mismo. Siento mucho lo que ha ocurrido, pero es algo que no se puede evitar. Estoy segura de que lo pasaréis muy bien con Manitas y su mono. ¿Cómo se llama?

Travieso —dijeron todos a la vez.

Ana sonrió al acordarse de aquel monito tan juguetón y divertido.

—El autobús pasa dentro de diez minutos —dijo tía Fanny—. Julián, si no podéis cargar con todo el equipaje, decidle al jardinero que os ayude. Adiós. Que os divirtáis mucho. Enviadme alguna postal. Ya os diremos cómo estamos nosotros, aunque no creo que ni tío Quintín ni yo pesquemos la escarlatina. Ya os mandaré dinero. Corred si no queréis que se os escape el autobús.

—¡De acuerdo, tía Fanny! ¡Y gracias! —gritó Julián—. Yo me encargaré de vigilarlos a todos y especialmente a Jorge. No te preocupes por nosotros.

Se dirigieron a la puerta principal donde tenían las maletas.

—Ana, sal a la calle y haz parar al autobús cuando llegue —le ordenó Julián—. Dick y yo transportaremos las maletas. ¿Cómo os parece que lo pasaremos con Manitas en Big Hollow? Yo creo que lo vamos a pasar estupendamente.

—Pues yo no —dijo Jorge, enfurruñada—. Me es muy simpático Manitas; me parece un niño muy divertido. Y lo mismo digo del mono, tan gracioso, aunque también tan travieso. Pero, ¿te acuerdas de lo que sucedió cuando el padre de Manitas estuvo unos días con nosotros? Nunca llegaba a la hora de comer, siempre estaba perdiendo el abrigo, el sombrero o la cartera, y también perdía muchas veces la paciencia. Quedé de él hasta la coronilla.

—Supongo que también él acabará hasta la coronilla de nosotros —dijo Julián—. No le parecerá nada divertido tener cuatro niños en su casa, y menos si está haciendo algún trabajo difícil. Y no hablemos de Tim, que se pasa el día dando lengüetazos a la gente.

—A él no lo lamerá —replicó Jorge en seguida, indignada—. No me gusta el padre de Manitas.

—Bueno, no te enfurezcas —dijo Julián—. Tampoco creo que nosotros le gustemos demasiado a él. El caso es que ha sido muy amable al invitarnos a pasar unos días en Big Hollow, y tenemos que portarnos bien. ¿Entendido? De modo que ya lo sabes, Jorge. Nada de jugarretas…, ni aunque él no se porte bien con Tim.

—¡Pobre de él si se atreve! —exclamó Jorge—. Además, me parece que no iré. Me quedaré con Tim aquí, en la casita de verano que hay al otro lado del jardín.

—¡De ningún modo! —dijo Julián, asiéndola fuertemente de un brazo—. No quiero tonterías. Vendrás con nosotros y te portarás bien. ¡Ahí está el autobús! Veremos si hay asientos libres.

Ana había detenido al autobús y preguntó al conductor si había sitio. El conductor conocía a los niños. Bajó inmediatamente.

—¡Qué pronto volvéis a la escuela! —exclamó—. Creía que estaba cerrada.

—Lo está —dijo Julián—. Nosotros vamos a Big Hollow. El autobús pasa por allí, ¿verdad?

—Sí, pasamos por el centro del pueblo —dijo el conductor, levantando las tres maletas a la vez, ante la envidia de Julián—. ¿A qué parte de Big Hollow vais?

—Vamos a casa del profesor Hayling —dijo Julián—. Creo que esa casa se llama como el pueblo: Big Hollow.

—¡Ah, sí! Pasamos por delante. Pararé ante la puerta y os ayudaré a bajar el equipaje. Tendréis que llevar mucho cuidado con lo que hacéis en casa del profesor Hayling. Es un poco raro, ¿sabéis? Cuando las cosas no van a su gusto se pone furioso, y si se enfada con vosotros puede meteros en una de sus extrañas máquinas y haceros picadillo.

Los niños se echaron a reír.

—No lo crea. El profesor es un hombre excelente —dijo Julián—. Sólo que un poco despistado, como todos los que hacen trabajar mucho el cerebro. El mío va muy despacio. En cambio, el de tío Quintín va a cientos de kilómetros por hora, y supongo que el del profesor marcha a la misma velocidad. Lo pasaremos muy bien.

El autobús arrancó y empezó a saltar en los baches de la ondulada carretera que iba de Kirrin a Big Hollow. Los niños miraban por las ventanillas mientras el autobús avanzaba junto a la playa donde el mar comenzaba a mostrar un azul brillante bajo los rayos del sol. Todos vieron la isla de Kirrin en medio de la bahía.

—¡Qué ganas tengo de ir a mi isla! —dijo Jorge, suspirando—. Iremos un día a comer. Veréis qué bien lo pasamos. Me gustaría que Manitas viese mi isla. Él tiene un faro, pero una isla es mucho más importante.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo Julián—. El faro de Manitas es magnífico, y desde él se disfruta de una vista maravillosa; pero la isla de Kirrin tiene algo más hermoso y admirable. Las islas son diferentes de todo.

—Sí, son diferentes —dijo Ana—. Daría cualquier cosa por tener una isla, una islita tan pequeña que pudiese abarcarla toda de una sola ojeada. ¡Ah! Y me gustaría que tuviese una cueva con el espacio justo para que cupiese mi cuerpo, y que sería mi dormitorio.

—Pronto te sentirías demasiado sola, Ana —dijo Dick, sonriendo—. Te gusta tener gente a tu alrededor, para poder ser amable con los demás.

—Lo mismo le pasa a Tim —dijo Julián, señalándolo con el dedo.

Tim se había separado de Jorge y estaba olfateando la cesta de una señora que, al verlo, lo acarició, sacó un bizcocho de uno de los paquetes del cesto y se lo dio.

—A Tim le encanta estar rodeado de gente —dijo Julián, bromeando—, siempre que en el grupo de personas haya alguien dispuesto a darle un bizcocho, un hueso o algo que le guste.

—¡Ven aquí, Tim! —le ordenó Jorge—. No quiero que vayas olisqueando las cestas de la gente, como si estuvieses hambriento. Eres el perro que come mejor de todo Kirrin. ¿Quién se come la comida del gato cuando puede? ¿Eh?

Tim dio a Jorge un cariñoso lengüetazo y se sentó a su lado. Cada vez que subía alguien al autobús, se levantaba respetuosamente. El revisor estaba asombrado.

—¡Ojalá todos los perros que suben al autobús estuviesen tan bien educados como el vuestro! —dijo—. Bueno, ya os podéis ir preparando para bajar. La próxima parada está un poco más lejos de la casa adonde vais, pero haré sonar el timbre, y el conductor parará un momento para que podáis bajar.

—Muchas gracias —dijo Julián.

Un minuto después se detuvo el autobús y los cinco bajaron rápidamente. El autobús se alejó y los niños se encontraron ante una gran puerta de madera: la del cercado. Estaba abierta y desde ella pudieron ver un gran edificio medio oculto por árboles de gran altura.

—¡Big Hollow! —exclamó Julián—. ¡Hemos llegado! ¡Qué sitio tan extraño! Tiene un algo de misterio, ¿verdad?… Bueno, ahora a buscar al amigo Manitas. Cómo se alegrará de vernos, y especialmente de ver a Tim. ¡Ayúdame a llevar las maletas, Dick!