Prólogo
El silencio reinaba en la sala tenuemente iluminada. La sala principal de conferencias del curso de Adiestramiento de Tácticas Avanzadas presumía de disponer del segundo mayor tanque holográfico de la Real Armada Manticoriana y la zona elevada donde se encontraban los asientos, dispuestos en forma de anfiteatro alrededor del tanque, tenía una capacidad para más de dos mil personas. En ese momento, treinta y siete personas —encabezadas por el almirante sir Lucien Cortez, quinto lord del espacio, y la honorable vicealmirante Alyce Cordwainer, juez de la RAM—, estaban sentadas en esos asientos y observaban atentamente el tanque.
La imagen de una mujer alta de rasgos marcados flotaba en él. Estaba sentada en su silla de mando, erguida y tranquila. Tenía las manos cruzadas sobre el tablero de su puesto de mando, al lado de la boina blanca que formaba parte del uniforme de los comandantes de una nave espacial. Los planetas dorados que identificaban a los capitanes de rango superior brillaban sobre el cuello de su guerrera negra espacial. Mantuvo su gesto impávido cuando la cámara del HD la enfocó directamente.
—¿Y qué fue exactamente lo que ocurrió después de que el destacamento cambiara su rumbo final, capitana Harrington? —Un subtítulo color rojo sangre en el tanque holográfico identificó a aquella voz en off como el comodoro Vincent Capra, el superior al frente del Consejo de Investigación cuyas recomendaciones habían hecho que la audiencia se encontrara ese día ahí.
—El enemigo modificó su trayectoria para perseguirnos, señor. —La voz de soprano de la capitana Harrington era sorprendentemente débil y melodiosa para una mujer de su constitución, pero también fría, casi distante.
—¿Y qué hay de la situación táctica? —Capra había pulsado el dispositivo para hablar.
—Abrieron fuego sobre el destacamento, señor —respondió en el mismo tono impersonal—. Creo que el Circe fue destruido casi al mismo tiempo que modificamos el rumbo. El Agamenón fue destruido aproximadamente cinco minutos después de que se modificara el rumbo y varias de las demás unidades sufrieron daños y bajas.
—¿Definiría la situación como desesperada, capitana?
—Diría que era… grave, señor —respondió Harrington tras reflexionar un instante.
Se produjo un breve silencio, como si su interrogador invisible estuviera esperando a que ella dijera algo más. Pero su calma indiferente era inexpugnable y el comodoro Capra suspiró.
—Muy bien, capitana Harrington. La situación era «grave», el enemigo había modificado su trayectoria para perseguirles y el Agamenón había sido destruido. ¿Estaba en contacto con el puente del mando del Nike y el almirante Sarnow?
—Sí, señor. Así es.
—Entonces, ¿fue en ese instante cuando el almirante comenzó a ordenar que el destacamento se dispersara?
—Creo que esa era su intención, señor. Pero, aunque así fuere, fue interrumpido antes de que llegar a dar esas órdenes.
—¿Y cómo fue interrumpido, capitana?
—Por un informe proveniente de nuestra red de sensores. Nuestras plataformas habían captado la llegada de los acorazados del almirante Danislav.
—Comprendo. ¿Y el almirante Sarnow ordenó entonces que el destacamento no se dispersara?
—No, señor. Resultó herido antes de que pudiera transmitir ninguna otra orden —respondió su voz calma de soprano.
—¿Y cómo resultó herido, capitana? ¿Qué fue lo que ocurrió? —La voz en off parecía ahora casi irritada, como si la profesionalidad clínica de Harrington le frustrara.
—El Nike fue alcanzado varias veces por fuego enemigo, señor. Uno de los impactos alcanzó la dársena de botes uno, el CIC[1] y el puente de mando. Varios miembros del equipo del almirante murieron y él mismo resultó gravemente herido.
—¿Perdió la conciencia?
—Sí, señor.
—¿Y usted pasó el mando del grupo de combate al siguiente superior en la jerarquía?
—No, señor.
—¿Retuvo el mando? —Harrington asintió con la cabeza—. ¿Por qué, capitana?
—En mi opinión, señor, la situación táctica era demasiado grave como para sembrar la confusión en la cadena de mando. Disponíamos de la información de que el almirante Danislav había llegado, algo que el capitán Rubenstein, el oficial superior siguiente en la jerarquía, podía desconocer y no nos quedaba mucho tiempo.
—¿Así que usted tomó la decisión de asumir el mando de todo el destacamento en nombre del almirante Sarnow? —La pregunta de Capra fue mordaz; no condenatoria, pero parecía indicar algo crucial y Harrington, una vez más, asintió.
—Lo hice, señor —dijo sin mostrar la más leve señal de emoción a la vez que admitía haber infringido al menos cinco artículos del código de justicia militar.
—¿Por qué, capitana? —preguntó Capra—. ¿Qué hizo que la situación fuera tan crítica como para justificar una acción así por su parte?
—Nos estábamos acercando a nuestro punto de dispersión preprogramado, señor. La llegada del almirante Danislav nos brindaba la oportunidad de conducir al enemigo hasta una posición en la que no podría evitar ser interceptado, pero eso solo sucedería si seguíamos concentrados y ofrecíamos al enemigo un objetivo que le mereciera la pena perseguir. Teniendo en cuenta los daños que sabíamos que las comunicaciones del capitán Rubenstein habían sufrido, estimé que había un riesgo demasiado elevado de que el destacamento se dispersara tal como se había programado antes de que el capitán Rubenstein pudiera estar al tanto de la situación y asumir el control táctico.
—Comprendo. —Se produjo otro silencio prolongado, tan solo interrumpido por lo que parecía ser el sonido en off de papeles moviéndose. Fue entonces cuando Capra volvió a hablar—. Muy bien, capitana Harrington. Por favor, le ruego que cuente al consejo qué fue lo que ocurrió aproximadamente catorce minutos después de que el almirante Sarnow resultara herido.
Un primer y leve indicio de emoción asomó al sereno rostro de Harrington. Sus ojos almendrados parecieron endurecerse con un brillo gélido y peligroso, y su boca se tensó. Pero solo fue un instante. Después toda expresión y emoción desaparecieron y nada de lo que había hecho que sus ojos brillaran así tiñó su desapasionada voz de soprano cuando respondió con otra pregunta.
—¿Puedo suponer, señor, que se refiere a las acciones del Decimoséptimo Escuadrón de Cruceros?
—Sí, capitana. Así es.
—Fue aproximadamente en ese momento, señor, cuando el Decimoséptimo Escuadrón de Cruceros se dispersó y se separó del resto del destacamento —dijo Harrington, y su voz fue aún más fría e impasible que antes.
—¿Bajo la responsabilidad de quién?
—La del capitán lord Young, señor, el oficial al mando del escuadrón después de que el comodoro Van Slyke falleciera en una acción anterior.
—¿Le dio instrucciones para que se dispersara?
—No, señor. No lo hice.
—¿Le informó de cuáles eran sus intenciones antes de dispersar su escuadrón?
—No, señor. No lo hizo.
—Así que, ¿actuó totalmente por iniciativa propia y sin las órdenes de la nave insignia?
—Sí, señor. Lo hizo.
—¿Le ordenó que regresara a la formación?
—Sí, señor. Lo hice.
—¿Más de una vez?
—Sí, señor.
—¿Y obedeció sus órdenes, capitana? —preguntó Capra con voz calma.
—No, señor. —Harrington respondió como si su voz de soprano proviniera de una máquina más que de una persona—. No lo hizo.
—¿Regresó el resto del Decimoséptimo escuadrón a su puesto cuando se les dio tal orden?
—Sí, señor. Lo hicieron.
—¿Y la nave del capitán lord Young?
—Continuó con su retirada, señor. —La imagen grabada de Honor Harrington respondió muy, muy bajito, y aquel brillo gélido y aterrador volvió a reflejarse en sus ojos cuando la imagen del tanque holográfico se congeló.
Un silencio total y absoluto se apoderó de la sala y entonces el tanque parpadeó. Las luces se encendieron y todos los ojos se volvieron hacia la capitana del cuerpo de abogados de la Armada, que se encontraba detrás del estrado y procedió a aclararse la voz.
—Damas y caballeros, con esto se completa el fragmento relevante de la declaración de lady Harrington al Consejo de Investigación. —Su nítida voz de contralto, como experimentada letrada que era, se escuchó alta y clara en toda la sala—. La totalidad de su declaración, así como otros testimonios efectuados ante el consejo están, por supuesto, a su disposición. ¿Les gustaría volver a ver otros fragmentos antes de continuar?
La almirante Cordwainer miró a Cortez y arqueó una ceja, preguntándose si el quinto lord del espacio habría captado los mismos matices que ella. Probablemente sí. Puede que ella fuera una jurista, más atenta a lo que no se había dicho y a la forma en que no se había dicho, pero sir Lucien Cortez era un oficial de línea que había estado en combate y eso se había reflejado en sus ojos y en la tensión de sus labios mientras escuchaba la fría e inerte recitación de los hechos de lady Harrington.
Pero Cortez negó con la cabeza y la juez volvió a mirar a la mujer que estaba detrás del estrado.
—Si hay alguna pregunta, podemos visionar el resto de la trascripción tras su informe, capitana Ortiz —dijo—. Prosiga.
—Sí, señora. —Ortiz asintió y bajó la vista. Pulsó unas teclas para consultar las notas que tenía en su memobloc y después alzó la cabeza—. La parte siguiente es la verdadera razón por la que pedí al CTA que nos facilitara este tanque, señora. Lo que van a ver a continuación es una recreación del momento decisivo del combate, obtenida a partir de los registros de los sensores de las unidades del Destacamento Hancock Cero-Cero-Uno que habían sobrevivido. Debido a las graves pérdidas del destacamento, carecemos de algunas informaciones, pero hemos sido capaces de obtenerlas interpolando los datos captados por los superacorazados de la almirante Chin. Con el resultado, los ordenadores del CTA han generado el equivalente a un visualizador de un centro de información de combate con una compresión de tiempo de… —Ortiz volvió a mirar su memobloc— aproximadamente cinco por uno, que comienza poco antes de que el almirante Sarnow resultara herido.
Pulsó los botones y las luces volvieron a atenuarse. Una luz borrosa apareció brevemente en aquel formidable tanque holográfico y después todo volvió a recuperar su enfoque. Cordwainer sintió que Cortez, a su lado, se ponía tenso cuando los iconos resplandecientes del visualizador de la batalla refulgieron ante ellos.
La parte más extensa de la proyección en dos niveles mostraba el sistema interior de la enana roja llamada Hancock, a once minutos luz del hiperlímite. Los códigos luminosos de los planetas que se extendían en el sistema y el punto verde de la base de reparación de la flota (el centro de la estación Hancock) resplandecían en la proyección, pero tres códigos luminosos más brillantes y cegadores atraían la atención de todas las miradas como si de imanes se tratase. Ni siquiera el enorme tanque del CTA era capaz de visualizar naves de guerra individuales en esa escala, pero solo una de las luces brillantes tenía el verde de las unidades amigas; las dos restantes brillaban con el color carmesí de las fuerzas hostiles y de los núcleos de luz con forma de embudo que unían a cada una de ellas en proyecciones que podían visualizar naves individuales y sus formaciones.
La juez no era una experta estratega, pero no tardó en comprender la repentina tensión de Cortez. Una mancha roja, la mayor con diferencia, permanecía inmóvil apenas a medio camino entre el hiperlímite y la estación Hancock. Los iconos de la proyección identificaron un número escalofriante de superacorazados del color rojo brillante de la Armada Popular. Pero la segunda fuerza enemiga estaba mucho más cerca de la base de reparación y se acercaba rápidamente a ella a la vez que se adelantaba, aunque lentamente, al Destacamento H-001. El puñado de puntos verdes que representaban a las unidad manticorianas se veía así terriblemente superado (y terriblemente sobrepasado en cuanto a potencia de fuego) por los deslumbrantes puntos rojos de las naves de guerra que los perseguían. Las unidades manticorianas más pesadas eran seis cruceros de batalla, de los que tres ya estaban rodeados por la banda amarilla que indicaba daños por el combate, y seis superacorazados que tenían a los repos cargando contra sus estelas.
Cordwainer se estremeció cuando los destellos brillantes de los misiles volaron entre las dos formaciones. Los repos abrieron fuego contra el Destacamento H-001 en al menos un ratio de tres por uno. Resultaba difícil ser preciso (la escala temporal comprimida reducía drásticamente los tiempos de vuelo de los misiles y hacía que las cifra reales fueran imposibles de calcular), pero parecía como si, al menos los manticorianos estuvieran logrando hacer bastantes impactos. Por desgracia, los repos, a diferencia de las naves del destacamento, aún se encontraban en condiciones de poder recibir muchos, muchos más.
—A estas alturas el destacamento ya ha perdido dos cruceros de batalla. —La voz objetiva e invisible de la capitana Ortiz surgió de entre la oscuridad—. Las pérdidas de los repos son mucho mayores gracias a la emboscada inicial del almirante Sarnow, pero debemos resaltar que el almirante ha perdido a sus comandantes de división superiores y al comodoro Van Slyke. Resumiendo, en ese momento no queda ningún alto oficial en el destacamento salvo el almirante Sarnow.
Cordwainer asintió en silencio mientras escuchaba la fuerte respiración de Cortez. Volvió a hacer un gesto de dolor cuando otra nave manticoriana, esta vez un crucero ligero, desapareció del visualizador con una brusquedad inesperada. Asimismo, dos de los cruceros de batalla dañados recibieron más impactos. La banda amarilla que rodeaba a uno de ellos (entrecerró los ojos para distinguir el nombre, Agamenón, al lado de su icono) se había teñido del color rojo que indicaba daños críticos y se estremeció al intentar imaginarse lo que se debía sentir cuando un arsenal ocho o nueve veces más poderoso que el tuyo te señalaba como objetivo.
—Llegamos al cambio de rumbo final del destacamento —dijo con voz serena Ortiz, y la juez vio cómo el vector del Destacamento H-001 se alejaba al menos quince grados de su rumbo anterior. Se mordió el labio cuando los acorazados de los repos viraron para cortarles el ángulo y la imagen del tanque se congeló de repente.
—Este es el punto en el que el almirante Sarnow realizó su último intento para alejar a las fuerzas enemigas de la base de reparaciones y su personal —dijo la capitana Ortiz, y el tanque volvió a parpadear. El visualizador de la formación permaneció igual, pero el visualizador de la escala del sistema disminuyó su volumen una diminuta fracción para dar cabida a tres nuevas proyecciones. Esta vez no se trataba de códigos de batalla ni de naves, sino de puentes de mando y de oficiales manticorianos extrañamente congelados a medio camino, como si estuvieran esperando a que se restableciera la corriente temporal.
—Nos acercamos a las acciones relevantes para las resoluciones del Consejo de Investigación —continuó Ortiz—. Una lectura de las deliberaciones e informes previos a la batalla del almirante Sarnow con sus comandantes y capitanes del escuadrón dejarán perfectamente claro, en mi opinión, que todos ellos comprendieron su intención de hacer lo que estuviera en su mano para desviar al enemigo de la base, lo que incluye de forma expresa la utilización de sus propias naves como señuelo. Al mismo tiempo, para ser justos con lord Young, quizá debería señalar que en esas mismas deliberaciones también se había contemplado la intención del almirante de dispersarse y evadirse cada uno por separado una vez fuera obvio que ya no era posible distraerlos más, si bien la ejecución de tal desarrollo estaba supeditada, por supuesto, a las órdenes expresas de la nave insignia.
Se detuvo un instante, como si estuviera esperando algún comentario, pero nadie habló y volvió a tomar la palabra.
—De aquí en adelante, la escala temporal se reduce a uno por uno y las proyecciones del puente de mando, obtenidas a partir de las grabaciones de los puentes de las naves relevantes, están sincronizadas con los acontecimientos en el visualizador táctico. En la grabación, este panel de mando —una de las proyecciones brilló con más fuerza— es del Nike. Este —otra proyección brilló— es del puente de mando del Nike y este —la tercera proyección destelló— es el puente de mando del crucero pesado Brujo. —Volvió a parar para que quien lo deseara formulara sus preguntas y entonces toda aquella escultura luminosa del tanque volvió a la vida como tocada por una varita mágica.
Esta vez, el silencio se quebró por los ruidos de las alarmas, los pitidos de las señales de prioridad y el frenético traqueteo de fondo de la batalla. Las proyecciones de los puentes de mando eran aterradoramente verosímiles. No se trataba de luces inanimadas, eran reales, y Cordwainer se escurrió hasta el mismo borde de su cómoda butaca cuando se dio de bruces con aquella realidad. No fue la única. Alguien detrás de ella gimió cuando al menos cuatro misiles repos impactaron de lleno en el crucero pesado Circe y la nave voló en pedazos bajo sus láseres de rayos X, pero sus ojos se clavaron en el puente del Nike y en una mujer que no se parecía en nada a la fría e imparcial capitana cuya declaración acababan de escuchar.
—Formación Reno, Comunicaciones, ¡junten los cruceros! La brusca orden de Honor Harrington sonó con autoridad y todo el destacamento se movió en el visualizador táctico como si de una máquina se tratara, realineándose al instante. El cambio hizo que las defensas antimisiles fueran mucho más eficaces (hasta Cordwainer era capaz de verlo). Sin embargo, esta observación era secundaria, casi parecía no tener importancia, pues seguía observando cómo Harrington llevaba su silla de mando como una valkiria a un corcel alado. Como si fuera inevitable que ella estuviera allí, como si fuera inconcebible que pudiese estar en otro lugar del Universo. Era el corazón y el centro de la frenética y disciplinada actividad del puente de su nave y, sin embargo, no había nada de frenético en ella. Su rostro era frío, inexpresivo (no con indiferencia, sino con un propósito, con una concentración asesina total), y sus ojos marrones destellaban llamas congeladas. Cordwainer podía sentir cómo aquella concentración llegaba a todos y cada uno de los oficiales del puente como un director que reúne a una soberbia orquesta y dirige a sus músicos para que toquen de una forma que jamás habrían logrado sin su presencia. Estaba en su salsa, desempeñando el trabajo para el que había nacido y llevándose a los demás consigo mientras luchaba por su nave y esta dirigía al destacamento en combate.
El rostro pálido y sudoroso del hombre que estaba en la silla de mando del Brujo resultaba insignificante al lado de Harrington, tan pequeño y trivial… pero la juez no dejaba de mirar por el rabillo del ojo al almirante Sarnow y su tripulación. Su inteligencia era capaz de reconocer la destreza del almirante y una determinación al menos tan férrea como la de Harrington, su asombrosa habilidad para tener toda la situación táctica en su cabeza, la autoridad que irradiaba; sin embargo, parecía extrañamente distante. No como si quedara minimizado, sino como si retrocediera, como si quedara en un segundo plano al lado del fuego glacial y lleno de vida de la capitana del Nike. Él era el cerebro del destacamento, pensó Cordwainer, pero Harrington era su alma, y algo dentro de ella se sorprendió por aquellos pensamientos. Ese tipo de metáforas histriónicas le eran ajenas y chocaban con su fría y analítica formación de jurista; sin embargo, eran las únicas que encajaban para definir lo que estaba contemplando en ese momento.
—¡Hemos perdido el Agamenón, patrona! —dijo bruscamente algún oficial del puente del Nike, y Cordwainer se mordió el labio cuando otro de los iconos verdes desapareció, pero sus ojos seguían clavados en el rostro de Harrington y observó el ligero y breve tic de la comisura derecha de su labio cuando supo que sus compañeros de división de la nave habían muerto.
—Acérquenos al Intolerante. Táctica, únase a su red de defensa antimisiles.
La tripulación que estaba detrás de ella asintió y procedió con la orden, pero sus ojos seguían fijos en la pantalla de comunicaciones que la mantenía en contacto con el puente del almirante Sarnow. Había algo en esos ojos (algo cortante, amargo como el veneno) cuando su almirante le devolvió la mirada. El precio que el destacamento estaba pagando para lograr que se desviaran de una base que no podían salvar estaba siendo demasiado alto, y ambos lo sabían. Sus naves estaban muriendo para nada y Sarnow abrió su boca para ordenarles que se dispersaran.
Pero nunca llegó a dar esa orden. Un grito de su tripulación lo sobresaltó y el sistema del tanque holográfico y los visualizadores tácticos se poblaron de nuevos códigos verdes. ¡Cuarenta, cincuenta!, nuevas naves aparecieron en el hiperlímite, naves manticorianas encabezadas por diez acorazados, y Sarnow las observó tensamente cuando se colocaron en trayectoria de intercepción y empezaron a acelerar.
Volvió la cabeza para retomar la conexión con la capitana Harrington, sus ojos brillaban… y en ese instante, el Nike comenzó a virar y a retorcerse frenéticamente cuando los láseres de rayos X impactaron en su blindaje y perforaron su casco. Los visualizadores brillaron y se desvanecieron en el puente de Harrington. Su centro de información de combate se había hecho pedazos; su puente era una hecatombe.
Cordwainer se movió incómoda en la silla y apretó fuertemente los puños cuando el mamparo posterior de la nave insignia explotó con un estruendo demoledor. Fragmentos candentes de acero de batalla comenzaron a golpear ordenadores, visualizadores, consolas de mando y cuerpos humanos con un sangriento desenfreno mientras un huracán de atmósfera viciada aullaba por las hendiduras del casco. La juez jamás había visto un combate. Era una mujer imaginativa y muy inteligente, pero solo la realidad podría haberla preparado para el horror y el caos de aquel momento, para la atroz fragilidad del ser humano ante la destrucción primaria que habían ordenado, y su estómago se retorció cuando el almirante Sarnow salió disparado de su silla de mando con las piernas horriblemente mutiladas y su traje empapado en sangre.
Apartó los ojos del humo y de los gemidos de las alarmas, de los gritos de los supervivientes y los alaridos de los moribundos y observó la expresión en el rostro de Honor Harrington, consciente de lo que había ocurrido a su almirante y a su nave. Cordwainer lo vio todo en ese momento, el reconocimiento de lo que aquello significaba y la decisión inmediata e instintiva que traía consigo. Esto no se reflejó en modo alguno en la voz de Honor cuando recibió el alud de informes de daños, pero la juez lo sabía. Harrington era la capitana de Sarnow, Su primera oficial táctica, pero la autoridad recaía en el almirante. No le quedaba otra opción legal que informar al siguiente oficial de mayor grado de que tenía el mando. Sin embargo, una vez finalizaron los informes de daños, volvió a tomar asiento en su silla de mando… y no dijo nada.
El destacamento aceleró hacia delante, sacudiéndose con los disparos. Un impacto tras otro aullaba alrededor del Nike. Daba igual si los repos se habían dado cuenta de que era su nave insignia o si simplemente la atacaban porque se trataba de su mayor y más poderoso enemigo; sus misiles estallaron como un torbellino de fuego y el Nike se retorció agónico. Los cruceros pesados Merlín y Hechicero se pegaron a sus flancos y unieron su fuego defensivo al del Nike y el Intolerante, pero no pudieron frenarlo y todo el holo del puente de mando de Harrington vibró y se sacudió por nuevos impactos. Su nave se retorció, pero un nuevo icono brilló por delante del destacamento en el visualizador un retículo brillante que incluso Cordwainer reconoció: el punto en el que era matemáticamente imposible que los repos evitaran a los recién llegados acorazados manticorianos, que todavía estaban fuera del alcance de sus sensores de detección.
Los minutos pasaron con una lentitud terrible, dejando tras de sí el estruendo y la muerte de seres humanos y retorciendo con tenazas de acero los nervios de la audiencia enmudecida. Los supervivientes ensangrentados del Destacamento H-001 se dirigieron a ese retículo, pagando con su sangre y su coraje aquel intento por lograr atraer a los enemigos hasta su muerte. Restos de la nave y de atmósfera se escapaban a través del casco herido del Nike, golpeada por el enemigo hacia una lenta destrucción. Cordwainer se agazapó en su silla, observando la abrasadora determinación de los ojos de Harrington, viendo su agonía cada vez que moría un miembro de su tripulación y la alentó en silencio, luchando con ella para que alcanzara su objetivo.
Y entonces ocurrió.
Un único misil se dirigió hacia el Brujo. Eludió la, hasta el momento, intacta defensa del crucero pesado, logró detonar y dos láseres golpearon la nave. Los daños fueron inmediatos y espeluznantes, si bien minúsculos comparados con los que habían sufrido las otras naves, pero una voz de tenor estridente y aterrada apartó todos los ojos del puente de mando del Nike e hizo que se posaran sobre el capitán lord Pavel Young.
—¡Órdenes del escuadrón! ¡Dispersen las naves! Repito, ¡dispersen las naves!
Cordwainer volvió la vista rápidamente al visualizador táctico y observó con horror que el Decimoséptimo Escuadrón de Cruceros pesados obedecía la orden. Sus unidades se alejaron de la formación principal (todas menos el Merlín, que se mantenía resuelto en el costado del Nike, luchando desesperadamente por repeler el fuego que se dirigía hacia su nave insignia) y el caos se apoderó de la fina red entrelazada de las defensas antimisiles del destacamento. El crucero ligero Aretusa voló en pedazos tras recibir un impacto directo, dejando expuesta a la Casandra, que recibió numerosos impactos que laceraron su casco de crucero de batalla, destrozaron el blindaje de babor y la dejaron desprotegida y vulnerable. La voz de Honor Harrington se abrió paso entre el caos como una trompeta clara y contundente.
—¡Contacte con el Brujo! ¡Que las naves vuelvan a su posición!
Cordwainer se volvió por acto reflejo hacia el puente del Brujo cuando el oficial de comunicaciones de Harrington transmitió las órdenes… y Pavel Young no respondió. Tan solo miró fijamente a su oficial de comunicaciones, incapaz de (o no dispuesto a) responder, y el gesto de su primer oficial se endureció incrédulo.
—¿Órdenes, señor? —le preguntó el primer oficial con aspereza, pero Young desvió sus ojos embravecidos del oficial y los posó sobre su visualizador, su expresión pálida y severa por el miedo, y vio cómo los repos atacaban salvajemente las naves que su deserción había dejado expuestas al fuego enemigo.
—¡¿Órdenes, señor?! —dijo el primer oficial en un tono más alto y el capitán lord Pavel Young no movió un solo músculo de su rígido rostro y se limitó a agazaparse en su silla de mando y a observar en silencio su visualizador.
—El Brujo no responde, señora. —Un matiz de asombro asomó a la voz del oficial de comunicaciones de Harrington. Mientras, el Nike vibraba al recibir nuevos impactos. La capitana Harrington alzó la cabeza.
El oficial de comunicaciones la miro, pues su rostro tenía una expresión fría y parecía estar mirando a la nada. La furia, la sorpresa algo más (algo desagradable, salvaje y lleno de odio) se habían apoderado de sus ojos y su voz se mostraba mordaz.
—¡Comunicación directa con el capitán Young!
—¡A la orden, señora! —Su oficial de comunicaciones pulsó los botones y una pantalla que se encontraba a la altura de las rodillas de Harrington se encendió, apareciendo en ella el rostro sudado y cobarde de Young.
—¡Regrese a la formación, capitán! —le dijo bruscamente Harrington. Young solo la miró, su boca no articuló sonido alguno pero en la voz de soprano de Harrington sí se podía sentir la severidad el odio y el desprecio.
—¡Maldita sea, regrese a la formación! —gritó… y la luz de la pantalla murió cuando Young cortó el circuito.
Harrington se quedó mirando la pantalla de comunicaciones en blanco durante un instante, instante en el que su nave siguió estremeciéndose y virando tras recibir nuevos impactos.
—Señal general para todos los cruceros pesados. ¡Regresen a la formación! Repito, ¡regresen a la formación ahora!
El visualizador táctico del sistema cambió de nuevo cuando cuatro de los cinco cruceros modificaron su rumbo. Regresaron a la formación del destacamento, cerrándose así de nuevo la red de defensa puntual. Todos menos uno. El Brujo siguió huyendo, alejándose rápidamente del resto de la formación mientras el primer oficial de Young le maldecía a través del holo de su puente de mando y Young, presa del pánico, replicaba con un torrente de gritos e improperios. Entonces desapareció la imagen de todo el tanque holográfico y las luces volvieron a encenderse.
—Creo —habló la capitana Ortiz ante un silencio absoluto y total— que con esto concluye la parte relevante de la prueba.
Un comandante del cuerpo de abogados de la Armada levantó la mano y Ortiz le asintió con la cabeza.
—¿Sí, comandante Owens?
—¿Regresó finalmente el Brujo a la formación, señora?
—No, no lo hizo. —La voz de Ortiz fue categórica, si bien esa neutralidad dejaba entrever claramente su propia opinión de Pavel Young, y Owens tomó de nuevo asiento con una luz dura y fría en su mirada.
El silencio volvió a apoderarse de la sala, manteniéndose durante un largo y quieto instante, y fue entonces cuando la vicealmirante Cordwainer se aclaró la voz y miró a sir Lucien Cortez.
—No cabe duda que lady Harrington se excedió en el ejercicio de sus atribuciones cuando no pasó el mando al oficial de mayor grado, sir Lucien. Al mismo tiempo, no obstante, tampoco hay nada que pueda excusar las acciones de lord Young. Respaldo sin reservas la recomendación del almirante Parks.
—La refrendo. —La voz de Cortez sonó sombría y sus ojos y boca estaban más tensos de lo que parecía justificar la escena que acababa de ver. Negó con la cabeza—. En lo que respecta a las acciones de lady Harrington, el almirante Sarnow, el almirante Parks, el primer lord del espacio, la baronesa Morncreek y su majestad las han refrendado. No creo que deba preocuparse más por ello, Alyce.
—Me tranquiliza oír eso —dijo Cordwainer con tono pausado. Respiró profundamente—. ¿Puedo ordenar que los servicios de información comiencen con la selección de oficiales para el tribunal del consejo de guerra?
—Sí, pero antes permítame que añada algo para todos los aquí presentes. —El quinto lord del espacio se puso en pie y se volvió a los lívidos oficiales del cuerpo de abogados de la Armada situados detrás de los dos almirantes—. Me gustaría recordarles a todos ustedes que lo que acaban de ver es información privilegiada. Lady Harrington y lord Young no han regresado aún de Hancock y nada de este informe o cualquier otra cosa que hayan escuchado, visto o leído en lo que respecta a esta causa judicial podrá hacerse público hasta que mi oficina anuncie la composición del tribunal. ¿Queda claro?
Los allí presentes asintieron y él también. Después se volvió una vez más y se dirigió lentamente hacia la salida del silencioso y a la vez convulso anfiteatro.