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Georgia Sakristos observó a los periodistas apostados en la residencia del conde de Hollow del Norte en la ciudad de Aterrizaje y negó con la cabeza, incrédula. Sabía que Pavel era tan estúpido que era incapaz de emparejar los calcetines sin ayuda, ¡pero nunca se imaginó que intentaría algo tan descarado como un asesinato en público! Y, lo más inquietante, había hecho los preparativos sin mencionárselo. Eso podía indicar que era consciente de que habría hecho todo lo que hubiese estado en su mano para disuadirlo pero también podría indicar que ya no confiaba en ella. Cualquiera de las dos posibilidades daba a entender que su influencia sobre él estaba menguando y eso era algo difícil de digerir. Un Pavel Young incontrolable era tan seguro para los que estaban a su alrededor como una planta de fusión con una fuga… Tal como su última y flagrante metedura de pata había puesto de relieve.

Se dirigió al sendero del discreto jardín situado entre altísimos y olorosos arbustos que conducía a una puerta de seguridad menos prominente. Entró en el aparcamiento subterráneo sin que los periodistas se percataran y saludó con la cabeza al hombre de seguridad que miro rápidamente en su dirección. Él le devolvió el saludo y Georgia retiró su tarjeta de identificación del cierre de la puerta y se dirigió a los ascensores centrales. Pasó al lado del nuevo chofer y escondió su sonrisa al ver cómo este supervisaba por control remoto el amortiguador de un coche terrestre. ¿Como reaccionaría, se preguntó, si descubriera que ella había sabido para quién trabajaba desde el mismo momento en que autorizó su contratación?

Apartó ese pensamiento de su mente cuando el ascensor se abrió. La primera parte de su plan había salido perfecta. Ella había esperado que los amigos de Harrington mataran a Summervale una vez supieran quién lo había contratado, pero lo que había pasado podría ser incluso mejor. ¡Harrington había demostrado ser bastante más peligrosa de lo que ella se había atrevido a esperar! Había sido una gozada ver el duelo, y la capitana era mucho más rica de lo que Pavel suponía. Es más, estaba aprendiendo a usar de una forma muy efectiva el poder de su riqueza (algo que había que tener en cuenta, dada la posición de Sakristos en la jerarquía del conde de Hollow del Norte). Si Harrington decidía responder con la misma moneda por el intento de asesinato de ese día, las cosas se podrían poner feas, aunque Georgia dudaba que esto fuera a ocurrir, a diferencia de Pavel, Harrington estaba dispuesta a matarlo y era capaz de matarlo ella misma.

Todo parecía apuntar a que Harrington tenía intención de eliminar a Pavel de una forma tan minuciosa como Georgia se había esperado. Por desgracia, Harrington la había jodido al advertirle a Pavel que iba tras él. Sakristos esperaba de la capitana Harrington unas tácticas mejores, pero quizá estaba siendo injusta con ella. Podía haberse acercado lo suficiente como para retarlo si ella hubiese mantenido la boca cerrada; cierto, pero no habría encontrado mejor forma de castigarlo ni aunque se hubiese tirado años ideando un plan. Al conde le faltaba poco para mearse encima del miedo y el impacto en sus planes políticos había sido aún peor. La oposición podría defenderlo en público, pero solo porque no tenían otra opción; en privado (y sin entrar a considerar cómo se habrían sentido si la asesina de Denver Summervale fuese también contra ellos), se sentían libres para expresar sus opiniones respecto a su cobardía. Se había convertido en el hazmerreír en las conversaciones en los baños del Parlamento, independientemente de lo que se aparentara en público. Incluso sus hermanos estaban indignados con él y Stefan, el mayor de ellos, ya había empezado a darle coba a Georgia.

Hizo una mueca. Stefan era tan malo como Pavel en casi todos los aspectos. Sabía que andaba detrás de ella con el propósito principal de humillar a Pavel arrebatándole a «su» mujer (todos los Young consideraban a las mujeres atractivas poco menos que un medio para subir la puntuación de sus marcadores, y a la gente menos poderosa que ellos como meros instrumentos), pero al menos era un poco más inteligente que su hermano mayor. Una vez que Pavel no estuviera (y una vez lograra sacar ese archivo de su caja fuerte), Stefan debería resultar más fácil de guiar. Siempre era más sencillo manipular a una persona con imaginación, especialmente cuando esa persona ambicionaba el poder y sabía que su manipulador tenía la intención de compartirlo con él.

Pero, antes de nada, se recordó a sí misma, Pavel tenía que desparecer, y andaba demasiado ocupado escondiéndose en su caparazón como para que Harrington pudiera darle caza. Sakritos cruzo los brazos y se apoyó contra la pared del ascensor, haciendo mohines ante tal pensamiento mientras se preguntaba si habría alguna otra forma de ayudar a sus enemigos. Lamentablemente, no se le ocurría nada. Exponerse más le supondría correr un riesgo demasiado elevado.

No, se dijo a sí misma, y borró su expresión pensativa cuando el ascensor paró y se abrió. Había hecho todo lo que estaba en su mano excepto sentarse y esperar. Y ver cómo Pavel no sabía dónde meterse de la vergüenza era al menos una de las mayores diversiones que había tenido en muchos años.

* * *

—No podemos relacionarlos con nadie, milady —dijo preocupado el fornido inspector del DPCA—. Tres de ellos estaban fichados, gente muy problemática, pero en cuanto a quién ha podido contratarlos… —Se encogió de hombros y Honor asintió. El inspector Pressman puede que no estuviera dispuesto a decirlo, o no fuera capaz, pero ambos sabían quién había contratado a esos aspirantes a asesinos. Sin pruebas, sin embargo, no había nada que la policía pudiera hacer y ella se puso en pie con un suspiro y acunó a Nimitz en sus brazos.

—Seguiremos investigando, milady —prometió Pressman—, los cuatro han ingresado recientemente grandes cantidades de dinero y estamos intentando averiguar la procedencia de ese dinero. Por desgracia, los ingresos en cuenta se han realizado en efectivo, no mediante tarjeta o cheque.

—Lo entiendo, inspector. Me gustaría darle las gracias, tanto por sus esfuerzos aquí como por la pronta respuesta de su gente.

—Ojalá hubiésemos llegado antes —dijo Pressman—. Ese joven que recibió un impacto, su… hombre de armas. ¿Es ese el término correcto? —Honor asintió y el inspector movió los hombros nervioso—. Me alegro de que estuviera allí, milady, pero no me gusta tener que dejar que alguien haga nuestro trabajo. Especialmente cuando tienen que pagar un precio tan alto por ello.

—¿Es eso una crítica, inspector? —El tono de Honor se enfrió de repente y Nimitz volvió la cabeza para mirar al policía, pero Pressman negó con la cabeza.

—Oh, no, milady. Más bien nos alegramos de que hubiera alguien allí que lo hiciera tan bien. Es más, le agradecería que hiciera llegar mi felicitación a su gente. Aquí en la capital estamos habituados a tratar con personal de seguridad extranjero; toda embajada lo tiene y, al igual que sus guardaespaldas, la mayoría de ellos tienen inmunidad diplomática. La cuestión es que no tenemos forma de comprobar lo buenos que son hasta que los vemos en acción. Eso nos preocupa, nos preocupa mucho, y un fusil de pulsos en un restaurante abarrotado es una de nuestras principales pesadillas, pero en esta ocasión casi podría decir que el fuego reactivo ha sido el mejor que he visto nunca. Abatieron a sus objetivos sin alcanzar a un solo inocente… y tuvieron el sentido común suficiente para dejar de disparar cuando la clientela salió en desbandada por el pánico, por mi propia experiencia sé lo difícil que es mantener la cabeza fría en vez de limitarse a reaccionar cuando acaban de disparar a uno de los tuyos; si no lo hubieran hecho, el restaurante se habría convertido en un auténtico baño de sangre.

—Gracias. —La voz de Honor sonó esta vez más cálida y sonrió al policía—. Yo tampoco me había dado cuenta de lo buenos que eran y será un placer para mí transmitirles sus felicitaciones.

—Le ruego que lo haga y… —Pressman paró de hablar y después se encogió de hombros— no vaya a ninguna parte sin ellos, lady Honor. A ninguna parte. Esa gente eran matones a sueldo y, quienquiera que los contratara —el inspector evitó poner ningún énfasis en su voz— sigue ahí fuera.

* * *

LaFollet y Candless la estaban esperando cuando salió del despacho de Pressman. La flanquearon con ojos nerviosos, a pesar de encontrarse en las dependencias de la Policía, y se dirigieron a los ascensores. Nimitz percibió su tensión y el pelo se le erizó. Un gruñido apenas audible salió de su cuerpo. Honor sostuvo al felino con firmeza, no para contenerlo, sino para tranquilizarlo.

El cabo Mattingly corrió a su encuentro, jadeando, con tres hombres de armas más cuando salieron del ascensor en la planta baja. Honor se sorprendió por lo pronto que habían llegado los refuerzos y sonrió a sus seis protectores, que ocuparon sus posiciones alrededor de ella y se dirigieron a la salida.

—No tienen ninguna idea de quién los contrató, ¿verdad, milady? —dijo LaFollet en voz baja una vez hubo pasado revista a su equipo y se hubieron puesto en marcha de nuevo.

—No oficialmente —respondió Honor. Mattingly salió por la principal y escudriñó la calle, y después abrió la puerta del coche terrestre blindado que el DPCA les había proporcionado. Los hombres de armas uniformados de verde formaron una doble fila de escudos humanos para cubrirla mientras ella se dirigía a toda prisa hacia el coche, además de la docena de policías fuertemente armados que también los escoltaban (dos de ellos llevaban fusiles de pulsos militares con mira electrónica; una indirecta para todos aquellos que en un largo radio pudieran tener inclinaciones hostiles). Los graysonianos entraron tras ella en el coche y LaFollet suspiró aliviado una vez la tuvieron en el coche blindado y pusieron rumbo a Campo Capital a toda velocidad.

—No me sorprende, milady —dijo. Honor lo miró y él hizo un gesto con la mano—. Que la policía no haya podido identificar que fue Hollow del Norte quien los contrató. Eran maleantes, matones a sueldo, no miembros de su personal fijo.

—Eso es lo que ha dicho el inspector Pressman —afirmó Honor y LaFollet resopló por la sorpresa que llevaba implícita la frase que acababa de pronunciar Honor.

—No hace falta ser un gran físico para imaginárselo, milady. Solo un completo idiota usaría a su gente para algo así. Y la forma en que actuaron pone de relieve que era un equipo al que acababa de contratar Tenían un plan bastante bueno, pero, debido al poco tiempo en que lo tuvieron que llevar a cabo, no pudieron ensayarlo. Se miraban entre sí, además de a nosotros, porque toda la operación fue improvisada y ninguno de ellos estaba seguro de que los otros fuesen a estar en sus puestos en el momento justo. Además, les preocupaba cómo iban a salir de allí. Para llevar un asesinato a buen término, necesitas gente que o bien sepa una ruta de escape infalible o que no les importe si logran salir o no. Esos payasos estaban tan ocupados asegurándose de que sus líneas de retirada estuvieran libres que uno de ellos cometió el desliz de dejar su arma al descubierto. A eso era a lo que me refería cuando dije que tuvimos suerte.

—Estoy impresionada, Andrew —dijo Honor al cabo de unos instantes—. Y no solo por cómo reaccionó cuando ocurrió.

—Mi dama, usted es una oficial de la Armada. No sabría por dónde empezar si tuviera que hacer su trabajo, pero esto es para lo que seguridad de palacio me adiestró durante diez años. —El graysoniano se encogió de hombros—. Un planeta distinto y gente distinta milady, pero los parámetros básicos no cambian. Solo los motivos y la tecnología.

—Sigo igualmente impresionada. Y agradecida.

LaFollet volvió a agitar la mano, incómodo ante el hecho de que gobernadora le diera las gracias. Ella volvió a sonreírle y después se recostó sobre el asiento, con Nimitz todavía en tensión sobre su regazo y cerró los ojos. La parte de las rodillas de su uniforme seguía manchad’ con la sangre seca de Howard y dio las gracias a Dios por saber que se iba a poner bien. Y Willard también. Neufsteiler se había recuperado lo suficiente como para hacer un par de bromas antes de que la ambulancia se los llevara a Howard y a él, pero se estremeció al pensar en lo cerca que había estado de morir.

Jamás imaginó cuando lanzó sus acusaciones a Young que algún inocente pudiera ser alcanzado en ese fuego cruzado. Recordó lo que Pressman le había dicho acerca de los tiroteos en un restaurante abarrotado y volvió a estremecerse. Dio las gracias en silencio al pensar en lo que podía haber ocurrido.

Tenía que ser un acto a la desesperada. Solo un hombre aterrorizado se arriesgaría a algo así, por muy ocultos que lograra mantener sus vínculos con los asesinos y, si había estado lo suficientemente aterrado como para intentarlo una vez, era poco probable que dejara de intentarlo. Rodeó con sus brazos a Nimitz, en parte para consolarlo y en parte para dejar de golpear con sus puños la tapicería.

Si seguía intentándolo el tiempo suficiente, quizá Pavel Young acabaría teniendo suerte. O peor, alguien más podría morir. Puede que fuera él quien empezara todo, pero ella había sido quien había llevado la situación al extremo de que gente inocente pudiera morir y eso significaba que tenía que ser ella la que le pusiera fin. El instinto de supervivencia se lo exigía tanto como buscar justicia o la necesidad de proteger a los inocentes, pero ¿cómo podría retar a un hombre que se había arrastrado hasta un agujero y se había encerrado en él?

Frunció el ceño al pensarlo. Tenía que haber alguna forma. Nadie podía estar protegido las veinticuatro horas del día, a menos que quisiera recluirse en sus haciendas privadas, y Young no podía hacerlo. Ahora era un político y esconderse de una forma tan obvia sería funesto para su posición. Sus labios esbozaron una mueca de desdén al pensar que Pavel Young pudiera imitar el papel de estadista, pero no lograba quitarse ese pensamiento de la cabeza.

Su frente se surcó de arrugas, meditabunda, cuando de repente advirtió la importancia de ese pensamiento con el mismo e intuitivo sexto sentido que arrancaba el elemento crítico de un problema táctico complejo. Jamás había entendido cómo funcionaba en combate, y seguía sin entenderlo, pero había aprendido a confiar en él de la misma forma en que confiaba en su sentido cinestésico en una maniobra de acercamiento a toda velocidad.

Era un político o al menos quería serio. Era comprensible. Con su carrera en la Armada arruinada, era el único tipo de poder al que hora se podía aferrar, y él era un hombre que ansiaba el poder. Lo necesitaba, era como una droga para él. Pero, para poder ejercerlo tenía que hacer comparecencias periódicas en el Parlamento. Esa era la razón por la que tenía que permanecer en Aterrizaje. Por eso tenía que hacer que la mataran. Mientras ella estuviera viva y sus acusaciones se cernieran sobre su cabeza, jamás podría ser tomado en serio. Todavía tenía su riqueza y el nombre de su familia, pero eso no lo ayudaría a asentar su poder. Podía asegurarle un asiento entre los lores, pero nada más.

De repente se puso tensa y abrió los ojos bruscamente. Nimitz levantó la cabeza para mirarla desde su regazo. El felino se volvió y sus ojos brillaron con un fuego profano cuando se encontraron con los de Honor Harrington.