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Al menos la butaca era cómoda.

Eso era más importante de lo que se podría pensar, ya que Honor llevaba un mes pasándose allí al menos ocho horas diarias, y la fatiga comenzaba a hacer mella en ella. El día de veintiséis horas más una estándar de Grayson era demasiado largo hasta para ella. El día en Esfinge, el planeta donde había nacido, apenas era una hora más corto, pero Honor había estado usando durante las últimas tres décadas los relojes de la Armada, ajustados al día de veintitrés horas del mundo capital del Reino Estelar. Si bien lo cierto es que tampoco podía hacer responsable exclusivo de su cansancio a la duración del día.

Miró a su izquierda. Entrecerró los ojos para que no le cegara el sol brillante de la mañana que se abría paso por la ventana cuando la puerta se cerró tras el último visitante. Su mansión de gobernadora era demasiado lujosa para su gusto, sobre todo tratándose de un nuevo asentamiento con un presupuesto reducido, pero sus dependencias solo ocupaban una pequeña parte del espacio total de la Cámara de Harrington. El espacio restante se había cedido para las oficinas burocráticas, archivos impresos y electrónicos, centros de comunicaciones y demás parafernalia gubernamental.

James MacGuiness, por el contrario, consideraba que esa magnificencia era ni más ni menos lo que ella se merecía y, a diferencia de Honor, parecía contento por toda aquella pompa y solemnidad. El servicio graysoniano lo había aceptado como el mayordomo oficial de su señora y había mostrado un talento insospechado para coordinar a un personal que parecía ser demasiado numeroso para lo que Honor necesitaba. También había hecho que Nimitz tuviera una percha adecuada a sus necesidades en su despacho, dispuesta de tal forma que percibiera la mayor cantidad de luz. En ese preciso instante, el felino estaba cómodamente despatarrado con sus seis miembros colgando mientras disfrutaba del calor.

Lo miró con una envidia manifiesta y después inclinó el respaldo de su butaca similar a un trono. Descansó un pie sobre el escabel escondido bajo su enorme escritorio y se pellizcó el caballete de la nariz. Cerró los ojos y respiró profundamente, y una leve risa a su derecha le hizo volver la cabeza en esa dirección.

Howard Clinkscales estaba sentado tras un escritorio algo más pequeño, pero sobre el que yacía un terminal de datos aún mayor. Su escritorio se había colocado de forma que ambos miraran al centro de la enorme sala revestida de paneles. Al principio a Honor no le había convencido esa disposición. No estaba acostumbrada a tener a su primero en el mismo despacho con ella, pero la cosa había funcionado bastante mejor de lo que ella se había imaginado, y su presencia había sido inestimable. Clinkscales conocía todos y cada uno de los detalles de su asentamiento y, al igual que cualquier primero cualificado, siempre disponía de los datos que su superior necesitaba.

—¿Ya está cansada, milady? —le preguntó negando con la cabeza en una especie de reprobación irónica—. ¡Si apenas son las diez!

—Al menos no he bostezado delante de ninguno —dijo con una sonrisa.

—Cierto, milady. Al menos no lo ha hecho… todavía.

Honor le sacó la lengua y Clinkscales se echó a reír. No habría apostado un centavo manticoriano a que su regente y ella llegarían a hacerse amigos. Respeto mutuo, sí. Eso si lo había esperado y se habría dado por satisfecha con ello. Pero su intensa cooperación de las últimas semanas había producido algo más cercano y afectuoso.

Si a ella le había sorprendido, qué decir de lo que le tenía que haber sorprendido a él. Había renunciado a su cargo al frente de las Fuerzas de Seguridad Planetarias para asumir la regencia del asentamiento Harrington, algo que podía haber visto fácilmente como una degradación. Ni tampoco su oposición a al menos la mitad de las iniciativas sociales del protector Benjamín deberían haber incrementado su alegría por trabajar con y para la mujer que había provocado esos cambios. Lo cierto era que su actitud hacia las mujeres no parecía haber cambiado ni un ápice.

Sin embargo, ninguno de estos aspectos afectaba aparentemente a su trato con Honor. Siempre tenía presente que era una mujer y la trataba con toda la exagerada cortesía que los modales graysonianos requerían, pero también con la deferencia requerida para un gobernador. Al principio pensó que había un deje de ironía en todo ello, pero estaba equivocada. Al menos hasta donde ella podía decir, él había aceptado el derecho de Honor a ostentar ese cargo sin ninguna reserva.

Es más, parecía aprobar el desempeño de sus funciones y hasta se había soltado un poco con ella en privado. Era indefectiblemente cortes, cierto, pero habían llegado a una serie de concesiones mutuas extrañas para un hombre con inclinaciones tan tradicionales.

Comprobó el crono de su escritorio. Tenían unos minutos antes de su próxima cita y Honor giró su butaca para tenerlo de frente.

—Howard, ¿le importaría que le hiciera una pregunta un tanto personal?

—¿Personal, milady? —Clinkscales se tiró del lóbulo de la oreja—. Por supuesto que puede preguntarme. Eso sí —sonrió con picardía—, si es demasiado personal, siempre puedo elegir no responder.

—Supongo que puede hacerlo —se mostró de acuerdo Honor. Se interrumpió un momento, intentando pensar en la forma más diplomática de formularla, pero después decidió que no tenía sentido. Clinkscales era tan directo y sincero como ella, lo que significaba que probablemente fuera mejor preguntarle sin más.

—Me estaba preguntando por qué trabajamos tan bien juntos —dijo. Las cejas de Clinkscales se arquearon y Honor se encogió de hombros—. Sabe tan bien como yo cuánto dependo de su asesoramiento. Me parece que voy aprendiendo, pero todo esto es totalmente nuevo para mí. Sin usted sería incapaz de hacerlo. Creo que las cosas están yendo bastante bien. Aprecio muchísimo su ayuda, pero también sé que está yendo mucho más allá de lo que su juramento de regente requiere y a veces me resulta un tanto extraño. Sé que no aprueba muchas de las cosas que están ocurriendo en Grayson y yo, bueno, supongo que el protector Benjamín tenía razón cuando dijo que yo simbolizaba esos cambios. Podía habérmelo puesto mucho más difícil si se hubiera limitado a hacer el trabajo que prometió hacer y dejar que aprendiera las cosas por el camino complicado, y nadie lo habría culpado por ello. No puedo evitar preguntarme por qué no lo ha hecho.

—Porque usted es mi gobernadora, milady —dijo Clinkscales

—¿Es esa la única razón?

—Es razón suficiente. —Clinkscales frunció la boca mientras jugueteaba con la pequeña llave de plata de gobernador que llevaba al cuello y después sacudió la cabeza bruscamente—. Para serle totalmente sincero, no obstante, la forma en que ha abordado sus responsabilidades también ha tenido algo que ver. En lugar de limitarse a ser una figura decorativa, milady, que era una posibilidad, ha estado trabajando entre diez y doce horas diarias para aprender a ser una gobernadora de verdad. Eso es digno de mi respeto.

—¿Incluso en una mujer? —preguntó Honor con dulzura.

Sus ojos se encontraron y Howard gesticuló con la mano como si, se estuviera poniendo a salvo de ella.

—Me estremezco solo de pensar lo que usted podría hacer si yo dijera «especialmente en una mujer», milady. —Su tono fue tan gracioso que a Honor le entró la risa. Él sonrió brevemente, pero al momento adoptó una expresión seria—. Por otro lado, milady, entiendo lo que usted me está preguntando realmente. —Echó la butaca hacia atrás con un suspiro y apoyó los codos en los reposabrazos. Cruzó los brazos sobre su regazo—. Nunca he ocultado mis convicciones ni al protector ni a usted, lady Harrington —dijo lentamente—. Creo que el protector está introduciendo los cambios demasiado rápido y eso me hace sentir… incómodo. Nuestras tradiciones nos han sido muy útiles durante siglos. Puede que no sean perfectas, pero al menos hemos sobrevivido cumpliéndolas, y eso es un logro considerable en un mundo como este. Es más, creo que la mayoría de nuestra gente, incluidas nuestras mujeres, estaba satisfecha con las costumbres antiguas. Yo lo estaba. Por supuesto, también soy un hombre y eso puede afectar a la percepción que tengo sobre ellas.

Honor arqueó su ceja derecha al oírle reconocerlo y Howard sonrió amargamente.

—No soy ciego, milady. Soy consciente de mi posición privilegiada, pero no creo que eso invalide necesariamente mi juicio, ni tampoco veo por qué todos y cada uno de los mundos de la galaxia tendrían que imitar patrones sociales de conveniencia cuestionable. Y, para serle totalmente franco, no creo que las mujeres de Grayson estén preparadas para lo que el protector les pide. Dejando a un lado la cuestión de la capacidad innata (algo que, me sorprende decir, es más fácil de hacer de lo que yo pensaba antes de empezar a trabajar con usted), no disponen de la formación suficiente para hacerlo. Me temo que muchas de ellas serán muy infelices cuando intenten reajustarse a esos cambios. Me estremezco al pensar en las consecuencias que todo esto pueda tener para nuestra familia tradicional y esta transición tampoco resulta sencilla para la Iglesia. Además, sé que en lo más profundo de mí ser soy incapaz de dejar a un lado una forma de pensar que llevo compartiendo toda una vida y empezar a pensar de otra forma distinta solo porque alguien me diga que lo haga.

Honor asintió despacio a sus palabras. La primera vez que vio a Howard Clinkscales pensó que era como un dinosaurio y quizá lo fuera. Pero en su voz no había ningún tono de disculpa ni parecía estar a la defensiva. No le gustaban esos cambios y, sin embargo, no había respondido a ellos como el reaccionario irreflexivo que ella había pensado que era.

—Pero esté de acuerdo o no con todo lo que haga el protector Benjamín, él es mi protector —prosiguió Clinkscales— y la mayoría de los gobernadores también lo respaldan. —Se encogió de hombros—. Quizá mis dudas resulten infundadas si el nuevo sistema funciona. Quizá haga que las cosas funcionen mejor y me haga más consciente de las sensibilidades que estamos pisoteando. Fuere como fuere, tengo la responsabilidad de hacerlo lo mejor que pueda. Si puedo preservar aspectos de nuestra tradición que merezcan la pena, lo haré, pero juré lealtad al protector Benjamín y a usted, milady.

Paró de hablar, pero Honor percibió que iba a decir algo más y dejó que el silencio perdurara hasta que él decidiera romperlo. Transcurridos unos segundos, Howard se aclaró la voz.

—Mientras tanto, milady, también podría añadir que usted no es graysoniana de nacimiento. Sí lo es de adopción. Ahora es uno de los nuestros; incluso a muchos de los que les molestan todos estos cambios piensan de esa forma. Pero usted no ha nacido aquí. No se comporta como una mujer graysoniana, y el protector estaba muy en lo cierto cuando dijo que usted era un símbolo. Usted es la prueba de que las mujeres pueden (y, en otros mundos, son) tan capaces como los hombres. Hubo un tiempo en el que estaba dispuesto a odiarla por lo que estaba ocurriendo en Grayson, pero eso hubiese sido como odiar el agua por ser húmeda. Usted es lo que es, milady. Algún día, quizá antes de lo que un viejo reaccionario como yo crea posible, puede que Grayson tenga mujeres como usted. Entretanto, jamás he conocido a un hombre con mayor sentido del deber ni mayor capacidad para trabajar tan duro. Lo que significa que un machista chapado a la antigua como yo no puede permitir que demuestre que es más capaz o que trabaja más duro que un servidor. Además —se encogió de hombros de nuevo y esta vez su sonrisa fue totalmente sincera—, si bien me da un poco de vergüenza reconocerlo, usted me gusta, milady.

La mirada de Honor se suavizó. Parecía como si el reconocerlo también le hubiera pillado a él por sorpresa, y Honor negó con la cabeza.

—Tan solo me gustaría no sentirme fuera de lugar la mayoría del tiempo. Tengo que recordarme continuamente que no estoy en el Reino Estelar. El protocolo de Grayson me desconcierta. Creo que ni siquiera llegaré a hacerme a la idea de que soy gobernadora e intentar saber cómo no herir la sensibilidad de la gente mientras lo hago me resulta aún más difícil.

Estaba tan sorprendida de oírse a sí misma admitirlo como Clinkscales podía haberlo estado por admitir que le gustaba, pero él de nuevo se limitó a sonreír.

—A mí me parece que lo está haciendo bien, milady. Tiene el hábito de estar al mando, pero nunca he visto que actuara sin pensar o que diera una orden caprichosa a nadie.

—Ah, eso. —Honor hizo un gesto con la mano, avergonzada y a la vez muy contenta por el comentario que le acababa de hacer—. Me limito a recurrir a mi experiencia en la Armada. Me gusta pensar que soy una comandante justa y ecuánime y supongo que eso se nota. —Clinkscales asintió y ella se encogió de hombros—. Pero esa es la parte fácil. Aprender a ser una graysoniana es difícil, Howard. Es mucho más que ponerse un vestido —señaló el vestido que llevaba puesto— y tomar las decisiones correctas.

Clinkscales ladeó la cabeza y la observó pensativo.

—¿Me permite que le dé un consejo, milady? —Honor asintió y él volvió a pellizcarse el lóbulo de la oreja—. Le aconsejo entonces que no lo intente. Sea usted misma. Nadie puede encontrarle peros al trabajo que está desempeñando. Intentar convertirse en una graysoniana verdadera, cuando todos andamos ocupados intentando redefinir qué es verdadero y qué no, sería inútil. Además, a sus súbditos les gusta como es.

Honor puso cara de sorprendida y Howard se echó a reír.

—Antes de que ocupara su lugar en el cónclave, algunos de sus súbditos estaban preocupados acerca de qué ocurriría con la «mujer extranjera» que los iba a gobernar. Ahora que han tenido la oportunidad de conocerla, están más que orgullosos de sus, digamos, excentricidades. Este asentamiento ha atraído a gente que estaba más dispuesta que la mayoría a cambiar desde el principio, milady. Ahora muchos de ellos parecen esperar que se les peguen algunas de sus actitudes.

—¿Me está hablando en serio? —preguntó Honor.

—Completamente. De hecho…

El crono de Honor emitió un pitido que anunciaba la inminente llegada de su siguiente visita y Clinkscales paró de hablar. Miró su pantalla de datos y después movió la cabeza con un gesto burlón.

—Esto debería resultarle interesante, milady. Su siguiente cita es con el ingeniero que le mencioné.

Honor asintió y se puso derecha en la butaca cuando alguien golpeó la puerta tal como estaba previsto.

—Entre —dijo. Los hombres de armas ataviados con los colores que ella había escogido para su asentamiento abrieron la puerta para dejar entrar al ingeniero anunciado.

Era un hombre joven y había algo vagamente inarmónico en él. No desaliñado, pues no podría haber alguien más limpio que él, pero parecía incómodo dentro de aquella vestimenta formal. Habría parecido, pensó Honor, mucho más seguro con su mono de trabajo engalanado con microprocesadores y demás instrumentos propios de su profesión. Su nerviosismo era palpable cuando se quedó dubitativo en la puerta.

—Pase, señor Gerrick. —Su tono fue lo más tranquilizador de que fue capaz y se puso de pie tras su escritorio, extendiéndole la mano para darle la bienvenida. El protocolo decía que debía permanecer sentada en esas ocasiones, tal como requería un cargo así, pero no podía, no cuando aquel joven ingeniero parecía tan inseguro.

Gerrick se sonrojó y se apresuró a recorrer el despacho, dominado por una confusión demasiado obvia, y a Honor se le pasó por la cabeza que quizá el ingeniero se había aprendido de memoria las formalidades en que todo aquello debería desarrollarse y por eso la reacción de Honor le había confundido. Bueno, ya era demasiado tarde, y ella le sonrió y le extendió la mano cuando se detuvo delante de su escritorio.

Se paró un instante y después le cogió la mano vacilante, como si no estuviera seguro de si debía estrecharla o besarla. Solucionó su dilema agarrándola firmemente y parte de su inseguridad pareció esfumarse con aquel gesto. Le devolvió tímidamente la sonrisa y ella le estrechó la mano con seguridad.

—Siéntese, señor Gerrick. —Señaló la silla que estaba delante de su escritorio y él obedeció con prontitud, estrechando su maletín contra su regazo con un resto de su nerviosismo inicial—. Lord Clinkscales me ha dicho que usted es uno de mis ingenieros superiores —prosiguió— y que tiene un proyecto especial que le gustaría tratar conmigo, ¿no es así?

—Sí, milady. Así es. —Hablaba muy rápido, pero su voz era más grave de lo que su constitución escuálida podría sugerir.

—Bien, hábleme entonces de él —le invitó Honor recostándose sobre su butaca. Gerrick se aclaró la voz.

—Bien, milady. He estado estudiando aplicaciones para los nuevos materiales que la Alianza ha puesto a nuestra disposición. —Terminó la frase con una nota ligeramente ascendente, como si estuviera haciendo una pregunta, y Honor le asintió para indicarle que le seguía—. Algunos son sorprendentes —prosiguió Gerrick con mucha más confianza—. Concretamente, me han impresionado las posibilidades del nuevo cristoplast.

Calló y Honor se frotó la punta de la nariz. El cristoplast no era ni mucho menos nuevo, aunque a un ingeniero de Grayson sí se lo pudiera parecer. El armoplast que se utilizaba rutinariamente en las naves espaciales era bastante más avanzado; de hecho, había relegado prácticamente el uso del más económico cristoplast a la industria civil, donde la tolerancia a los diseños equilibraba los recortes en gastos, así que le llevó un tiempo establecer mentalmente las diferencias entre los dos.

—De acuerdo, señor Gerrick —dijo—. Le sigo. ¿Debo asumir entonces, que en su proyecto se emplea el cristoplast?

—Sí, milady. —Gerrick se inclinó hacia delante. Su último trazo de nerviosismo se esfumó cuando su entusiasmo asumió el control de la situación—. Jamás hemos tenido algo con tanta resistencia a la tensión. No en Grayson. Ofrece una enorme gama de posibilidades para la ingeniería ambiental. ¡Podríamos cubrir ciudades enteras con él!

Honor asintió una vez hubo entendido lo que pretendía. Las concentraciones de metales pesados de Grayson hacían que el simple polvo atmosférico fuera un peligro real. Los sistemas de filtración y de sobrepresión interna eran tan habituales en los códigos de los edificios de Grayson como lo eran los tejados en otros planetas, y las estructuras públicas, como el palacio del Protector o su propia mansión, habían sido construidas bajo bóvedas con controles climáticos.

Se frotó la nariz de nuevo y después miró a Clinkscales. El regente estaba observando a Gerrick con una leve sonrisa, una en la que se mezclaban la aprobación y la impaciencia por ver qué más tenía que contarles. Se volvió de nuevo hacia el ingeniero.

—Imagino que tiene razón, señor Gerrick. Y, dadas las circunstancias, supongo que el asentamiento Harrington sería un buen lugar donde empezar. Podríamos incorporar bóvedas en las ciudades, ¿no?

—Sí, milady. Pero eso no es todo. ¡Podríamos construir granjas enteras bajo cristoplast!

—¿Granjas? —Honor le preguntó sorprendida y Gerrick asintió con firmeza.

—Sí, milady. Granjas. Tengo las proyecciones de los costes aquí… —Comenzó a rebuscar en su maletín. Su rostro ardía de entusiasmo—. Y una vez que tengamos en cuenta los gastos operativos a largo plazo, los costes de producción serían mucho más bajos que en los entornos orbitales. También podríamos recortar los costes de transporte y…

—Un segundo, Adam. —Clinkscales lo interrumpió con una dulzura sorprendente. Gerrick miró rápidamente al regente y Clinkscales miró a Honor y negó con la cabeza.

—He visto las cifras de Adam, el señor Gerrick, milady, y está en lo cierto. Sus bóvedas proporcionarían un descenso pronunciado en el coste por rendimiento de las granjas orbitales. Por desgracia, nuestras granjas son un poco… ¿podríamos decir tradicionales? —Pestañeó por la elección de esas palabras y Honor se tapó para que no la vieran sonreír—. Hasta el momento, Adam no ha sido capaz de interesar a nadie que pueda financiar el proyecto.

—¡Ah! —Honor se recostó sobre su butaca y Gerrick la observó con inquietud—. ¿De qué tipo de costes estamos hablando?

—He diseñado y calculado los costes para un proyecto de prueba de seis mil hectáreas, milady. —Gerrick tragó saliva, como si estuviera esperando a que ella protestara por las dimensiones del proyectó, y prosiguió rápidamente—. Cualquier tamaño inferior sería demasiado pequeño para poder demostrar este concepto a las agricorporaciones, y…

—Comprendo —dijo Honor con dulzura—. Déme una cifra.

—Diez millones de austins, milady —dijo el ingeniero en voz baja. Honor asintió. Con la tasa de cambio actual, Gerrick estaba hablando de cerca de siete millones y medio de dólares manticorianos. Era un poco más de lo que se esperaba, pero…

—Soy consciente de que es mucho dinero, milady —dijo Gerrick—, pero parte de esa cantidad son los gastos de la descontaminación inicial del terreno y también tendríamos que idear una gran cantidad de soportes físicos para el proyecto piloto. No son solo los purificadores de aire, sino también la destilación del agua, los sistemas de riego, los monitores de contaminación… Eso hace aumentar los costes, pero una vez lo hayamos hecho todo la primera vez y comencemos con la producción en masa, la amortización en los proyectos posteriores…

Guardó silencio de nuevo. Estrechó el maletín contra su pecho cuando Honor levantó grácilmente una mano y miró a Clinkscales.

—¿Howard? ¿Podemos permitírnoslo?

—No, milady. —Había verdadero pesar en la voz del regente. Sonrió compasivo a Gerrick cuando el ingeniero se hundió sobre la silla—. Ojalá pudiéramos. Creo que otros asentamientos participarían en la idea si demostrásemos su utilidad y también podríamos utilizar una industria exportadora. Si procediéramos a la inversión inicial para fabricar el cristoplast y sustentar la maquinaria, no solo para las granjas, también para las bóvedas de las ciudades que ha sugerido Adam, estaríamos en situación de dominar el campo, al menos en un principio. Eso significaría que se generarían ingresos y puestos de trabajo, por no hablar de lo que supondría comenzar a construir las bóvedas por nuestra cuenta. Hasta dentro de un año, probablemente dos, no seremos capaces de financiar el proyecto de Adam.

Gerrick se combó aún más. Hizo un valiente esfuerzo para no mostrar su decepción y Honor negó con la cabeza.

—Si esperamos tanto tiempo, es probable que uno de los otros asentamientos lo haga primero, independientemente de la oposición de los tradicionalistas —señaló—. Si eso ocurre, tendremos que comprar la tecnología de otros.

—Cierto, milady. Por eso me gustaría que nos lo pudiéramos permitir ahora, pero no veo cómo podríamos.

—¿Y qué hay del dinero asignado para mis gastos? —preguntó Honor. A Gerrick se le iluminó el rostro al ver que Honor mostraba interés por su proyecto, pero Clinkscales negó de nuevo.

—Ya los tenemos asignados, milady. Incluso aunque no retiráramos la renta de las personas físicas, eso solo incrementaría los recursos de financiación en dos o tres millones al año.

—¿Podemos suscribir préstamos para ello?

—Estamos cerca de alcanzar nuestros límites crediticios, milady. Una inversión comercial privada funcionaría, pero hasta que no hayamos costeado algunos de los gastos iniciales de la puesta en marcha, nuestra capacidad de préstamos públicos estará limitada. Por mucho que me gustaría que se intentara el proyecto de Adam, no puedo recomendar más préstamos del sector público. Tenemos que mantener algunas reservas para emergencias.

—Comprendo. —Honor dibujó círculos imaginarios con su dedo índice en el cartapacio. Sintió los ojos de Gerrick sobre ella y frunció el ceño pensativa. Clinkscales tenía razón acerca de su situación fiscal. Grayson era un planeta pobre y los costes de un nuevo asentamiento eran enormes. Si hubiese sabido la idea de Gerrick, habría renunciado gustosa a la construcción de la Cámara de Harrington, a pesar del argumento de Clinkscales de que había sido una necesidad inevitable, al menos como centro administrativo. Por primera vez en dos años locales desde su fundación, el asentamiento Harrington no estaba en números rojos, pero eso no iba a durar.

Levantó la vista y luego volvió a negar con la cabeza.

—Descartado entonces ese dinero —dijo— y mientras pienso sobre ello, Howard, tome nota de que quiero que todos mis ingresos se reinviertan. Yo no necesito el dinero y el asentamiento sí.

—Sí, milady. —Clinkscales pareció sorprendido y agradecido a la vez, y Honor ladeó la cabeza en dirección a Gerrick.

—Por lo que a usted respecta, señor Gerrick, ¿estaría interesado en asociarse con una persona que no fuera de Grayson?

—¿Con una persona que no fuera de aquí, milady? —Gerrick parecía sorprendido—. ¿Quién?

—Yo —dijo Honor y se echó a reír al ver que Gerrick se había quedado estupefacto—. Resulta, señor Gerrick, que en el Reino Estelar soy una mujer moderadamente rica. Si desea construir el proyecto de demostración, yo lo financiaré.

—¿De veras? —Gerrick la miró incrédulo y ella asintió.

—Totalmente. Howard. —Volvió a mirar de nuevo a Clinkscales—. El señor Gerrick está a punto de presentar una carta de dimisión al asentamiento. A la vez que se acepta su dimisión, no sin mostrar su pesar, por supuesto, quiero que prepare una licencia para una empresa privada llamada… hum… Cúpulas Celestes S. A. El señor Gerrick ocupará los puestos de ingeniero jefe y de oficial de desarrollo, y percibirá por ello el salario adecuado a tales cargos y un treinta por ciento de variable. Yo seré la presidenta del consejo de administración y usted será nuestro consejero delegado, con otro veinte por ciento de variable. Mi gestor en Mantícora será nuestro director financiero. Haré que les extienda inmediatamente un cheque por unos cuantos millones de austins para los gastos iniciales.

—¿Está hablando en serio, milady? —se le escapó a Gerrick.

—Por supuesto que sí. —Se levantó y le extendió la mano de nuevo—. Bienvenido al sector privado, señor Gerrick. Ahora salga ahí fuera y haga que funcione.

* * *

La estrella de Yeltsin ya se había puesto, pero Honor y Clinkscales apenas se habían dado cuenta mientras seguían trabajando en el orden del día programado. Nimitz estaba ahora en una esquina del cartapacio de Honor y se divertía desmontando una antigua estilográfica, cuando Honor finalmente echó hacia atrás su butaca.

—Sé que no hemos acabado aún, Howard, pero necesito un descanso. ¿Les gustaría a sus mujeres y a usted cenar con Nimitz y conmigo?

—¿Ya es tan…? —Clinkscales miró el crono del escritorio y negó con la cabeza—. Sí que es tan tarde. Y sí, será un honor para nosotros cenar con ustedes. Siempre y cuando —la miró con recelo— su asistente prometa no servir calabacín frito. —Howard se estremeció al recordarlo, pues el calabacín manticoriano era ligeramente distinto del vegetal que recibía el mismo nombre en Grayson y había sufrido una reacción alérgica cuando MacGuiness se lo preparó por primera vez.

—Nada de calabacín —le prometió Honor con una sonrisa—. No sé qué habrá para cenar, pero Mac y yo hemos decidido quitarlo del menú mientras estemos aquí. Está tomando clases de cocina local y…

Un zumbido de su consola de comunicaciones la interrumpió Honor hizo una mueca.

—Puede que le haya invitado demasiado pronto —murmuró y apretó la tecla de aceptación—. ¿Sí?

—Lamento molestarla, señora —dijo una voz manticoriana.

—Estaba a punto de comunicarme con usted, Mac. ¿Qué ocurre?

—Acabamos de recibir un mensaje de Tráfico Aéreo, señora. Está llegando una pinaza, a unos doce minutos TEL. —Honor arqueó las cejas. La llegada de una pinaza, especialmente a esas horas era inusual, por decir algo. ¿Y por qué le estaba informando MacGuiness de su llegada en vez del jefe de seguridad de Grayson?

—¿Una pinaza? ¿No es una nave?

—No, señora. Se trata de una pinaza… de la Agni. Tengo entendido que la capitana Henke va a bordo —añadió MacGuiness.

Honor se puso tensa. ¿El Agni aquí? El elemento manticoriano podría explicar por qué Mac se había puesto en contacto con ella en vez del coronel Hill, pero ¿por qué no había escrito Henke para advertirle de que se dirigía a la estrella de Yeltsin? Y si así fuera, ¿por qué iba a bajar hasta allí en una pinaza en vez de intercomunicarse con ella desde su órbita? Si el Agni estaba cerca de Grayson, Henke podía haber mandado un mensaje que se habría adelantado horas a su llegada.

—¿Le dijo algo la capitana acerca de por qué estaba aquí?

—No, señora. Lo único que tengo es una solicitud oficial para tener acceso inmediato a usted. Sus fuerzas de seguridad me la hicieron llegar a mí para que la autorizara.

—Autorícela inmediatamente —dijo Honor—. Estaré en mi despacho.

—Sí, señora. —MacGuiness cortó la comunicación y Honor se recostó pensativa sobre su asiento.

* * *

Alguien golpeó la puerta del despacho suavemente y después se abrió sin esperar ninguna orden. Era Michelle Henke. La seguía James MacGuiness en vez de los hombres de armas habituales de Grayson.

—¡Mike! —gritó Honor de alegría y rodeó su escritorio para llegar ella con las manos extendidas. Esperaba que Henke se echara a reír ante la ridícula visión de Honor Harrington con un vestido graysoniano, pero no lo hizo. Tan solo se la quedó mirando con el rostro de una mujer que acabara de recibir un dardo de pulsos. Honor se paró, dejó caer las manos en el costado y estrechó los hombros de Henke aterrorizada.

—Honor. —El tono con que Henke pronunció su nombre sonó como una pésima parodia de su voz habitual y Honor intentó contactar a través de su vínculo con Nimitz. Lo hizo y dio un grito ahogado al percibir la angustia que se retorcía tras el rostro atormentado de Henke. Sus emociones eran demasiado intensas, demasiado dolorosas como para que Honor pudiera llegar a ellas, pero golpearon a Nimitz como si de un garrote se tratara. La estilográfica desmontada cayó al suelo cuando Nimitz se irguió con las orejas pegadas al cráneo y bufó un reto sibilante. Honor, conmovida, le extendió otra vez la mano, aturdida por la ferocidad del dolor de su amiga.

—¿Qué ocurre, Mike? —Se obligó a que su voz siguiera siendo desapasionada y suave—. ¿Por qué no te has intercomunicado conmigo?

—Porque… —Henke respiró profundamente—. Porque tenía que decírtelo en persona. —Parecía como si cada palabra le supusiera una agonía física terrible. Hizo caso omiso de las manos de Honor y la agarró de los hombros.

—¿Decirme qué? —Honor todavía no estaba asustada. No había tenido tiempo, pues estaba demasiado preocupada por su amiga.

—Honor, es… —Henke volvió a respirar y después la acercó para sí y la estrechó con fiereza—. Desafiaron a Paul a un duelo —le susurró a Honor—. Él… ¡Dios, Honor! ¡Ha muerto!