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Las botas gravitacionales de Honor se arrastraron por la cubierta y sonrió de oreja a oreja cuando asió el remate en forma de gancho del cableado de Nimitz. Al felino siempre le había entusiasmado la gravedad cero; ahora estaba dando vueltas alrededor de Honor mientras los impulsores de su traje emitían zumbidos y el ramafelino gorjeaba de alegría por el comunicador de su casco. Podía escuchar sus comentarios a través del intercomunicador que llevaba en su oído, pero lo cierto era que no lo necesitaba. La euforia que le llegaba a través de su vínculo era bastante más elocuente.
Su precipitado avance deceleró abruptamente cuando se detuvo y su cuerpo largo y sinuoso hizo un rizo perfecto. El «tío Henri» de Paul tenía que ser un genio, pensó mientras escuchaba los aplausos de su audiencia. Había configurado los ordenadores de los impulsores para que reaccionaran ante cualquiera de los movimientos posibles de un felino; todo lo que tenía que hacer era observar a Nimitz y calcular cómo coordinar sus acrobacias aéreas en gravedad cero con la mayor capacidad del traje.
Viró lentamente para cambiar de dirección. Honor tuvo que agacharse cuando el zumbido pasó rozándole la cabeza. Sintió la estela de sus impulsores cuando Nimitz pasó a su lado y Honor le proyectó una advertencia desaprobatoria a través de su vínculo. El ramafelino no había llegado a comprender del todo la necesidad de respetar la zona de seguridad de los impulsores, pero Honor notó su arrepentimiento y moderó el tono de su bronca. Y, se recordó a sí misma, al menos el tamaño minúsculo de los impulsores hacía que la zona de peligro fuera mucho menor que en un traje de tamaño normal.
Ejecutó otro rizo y se propulsó hacia ella. Sus impulsores se apagaron cuando sus cuatro extremidades traseras alcanzaron su hombro acolchado. Se tambaleó por el impacto (incluso en caída libre, conservaba la velocidad y la inercia de sus más de nueve kilos estándares, además de la masa del traje), pero, sobre todo, le impresionó lo suavemente que había aterrizado. Tenía talento natural para ello, algo que probablemente no debería ser una sorpresa, dado el entorno (las copas de los árboles) de los felinos en Esfinge. Aun así, no tenía ninguna intención a corto plazo de dejarlo solo sin el cableado fuera de los límites de seguridad de una nave.
Apretó el mando a distancia para cerrar los impulsores y ponerlos en modo seguro y se acercó a Nimitz para despresurizar su casco, pero este se elevó lo suficiente como para eludir su mano y le emitió un «blik» de reprobación. Sus manos auténticas enfundadas en guantes encontraron los mecanismos de liberación de presión y escuchó el suave shussh del cierre hermético al abrirse. El casco de armoplast le quedó colgando del lomo y se arregló los bigotes meticulosamente.
—Buen trabajo, don Apestoso. —Sacó una ramita de apio de una bolsita que tenía en su cinturón y Nimitz dejó de acicalarse y lo cogió con avidez, más feliz de lo que sus acrobacias aéreas le habían hecho. No se trataba de un entrenamiento respuesta-recompensa (Nimitz no necesitaba ese tipo de cosas), pero sin duda se lo había ganado.
La gravedad volvió de repente. No las 1,35 ges de su mundo natal, sino la gravedad mucho más ligera de Grayson. Miró por encima del hombro, en el que no estaba Nimitz. El capitán Brentworth estaba al lado del panel de control del gimnasio sonriéndoles abiertamente.
—Es ágil este pequeño diablillo, ¿eh? —dijo el capitán del Álvarez.
—Lo es —se mostró de acuerdo Honor. Pasó la yema del dedo por uno de los mechones de pelo de las orejas de Nimitz y este dejó por unos instantes de mordisquear el apio para repeler su caricia. A continuación retomó los importantes asuntos que se traía entre manos con un jugoso crujido.
Honor se echó a reír y lo cogió en brazos. Los trajes malla podían ser bastante más ligeros que la ropa de vacío antigua, pero sus vacuolas de almacenamiento internas les hacían pesar mucho más de lo que aparentaban y el peso de Nimitz enfundado en el traje era demasiado incluso en esa gravedad. Al felino no le molestaba el cambio; tan solo se enroscaba cómodamente en su regazo y se aferraba a su rama de apio. La sonrisa de Honor se convirtió en una risa divertida. Nimitz ahora estaba cómodo en el traje, pero se había enfadado e indignado cuando ella le había presentado las conexiones de la instalación de las que Paul le había advertido.
Se agachó para quitarse las botas gravitacionales, pero un miembro de la tripulación de Brentworth ya estaba allí para ayudarla. El técnico electrónico, que apenas había superado la adolescencia, apoyó una rodilla en el suelo y le ofreció la otra a modo de plataforma. Ella le sonrió mientras levantaba un pie y lo colocaba sobre el soporte que le habían ofrecido. Le desabrochó la bota y la dejó a un lado y después repitió el mismo proceso en el otro pie.
—Gracias —dijo y, el joven, que no podía tener más de veinte años-T, se sonrojó.
—Es un placer, milady. —Se puso en pie y Honor tuvo que controlarse para no reírse por el tono casi reverencial de su voz. Lo cierto es que no le había hecho demasiada gracia la veneración que la tripulación de Brentworth profesaba por ella. La miraban casi con adoración, con una deferencia que en otras circunstancias solo se la habrían mostrado al mismísimo protector. Le había irritado mucho, sobre todo porque no tenía ni idea de cómo debía reaccionar. Pero no había nada adulador en ello, así que Honor optó por ser ella misma, independientemente de cómo la trataran, y parecía haber sido una buena idea. La reverencia había pasado a algo mucho más parecido al respeto y ya no parecía como si quisieran hacer una genuflexión cada vez que se la encontraban en un pasillo.
Aun así, pensó, todo habría resultado más fácil si no fuera la única mujer en la dotación de ochocientas personas del Álvarez. Nunca antes se había encontrado con esa situación, pero hasta hacía tres años-T las mujeres de Grayson tenían prohibido realizar el servicio militar… o poseer alguna propiedad, formar parte de un jurado y gestionar su dinero, entre otras cosas. Aún tardarían un tiempo en comenzar a servir en la Armada.
Asintió de nuevo al joven que le había ayudado con las botas y después colocó en sus brazos el peso ya más uniforme de Nimitz y se dirigió a la escotilla. Brentworth acomodó su paso al de la capitana.
El capitán estudió su perfil en silencio mientras recorrían el pasillo. Tenía mejor aspecto del que se había atrevido a esperar, pero, ahora que ya llevaba un par de días a bordo, estaba empezando a darse cuenta de que las operaciones no habían ido tan bien como él había pensado en un primer momento. El lado izquierdo de su boca se movía con un titubeo, aunque mínimo, lo que hacía que su sonrisa pareciera torcida, si bien era una cuestión de coordinación más que de otra cosa. Y, por mucho que lo intentara superar, todavía arrastraba algunas consonantes. La medicina graysoniana anterior a la alianza jamás habría podido realizar el trabajo casi milagroso que habían hecho en Mantícora, pero no pudo evitar sentir una punzada de remordimiento.
Honor volvió la cabeza y vio su expresión. El capitán se sonrojó cuando una de sus sonrisas torcidas le puso de relieve que sabía en qué estaba pensando, pero la capitana se limitó a mover la cabeza y él le devolvió la sonrisa.
Era una mujer muy distinta a la que había visto defendiendo la estrella de Yeltsin. Entonces se había comportado de forma resuelta y severa. Era indefectiblemente cortés, pero una determinación férrea y fría reflejaba a través de su único ojo sano mientras el dolor y la retorcían en su interior. Ella era, pensó, la persona más temeraria con la que se había encontrado. Recordaba cómo había colocado sus dos naves dañadas entre el crucero de batalla Saladino y un planeta lleno de gente que ni siquiera era aliada de su reino. Gente que había hecho lo que había estado en su mano para humillarla y denigrarla por atreverse a insultar sus prejuicios vistiendo un uniforme de oficial. Se había alzado por aquel planeta contra una nave de guerra que doblaba con mucho sus dos naves dañadas juntas y había perdido a novecientas personas de su tripulación por ello.
Esos recuerdos todavía le avergonzaban… y explicaban la veneración que la tripulación del Álvarez sentía hacia ella. Brentworth también sentía veneración por ella, pero él la conocía mucho mejor que la mayoría, pues había estado en el puente del Nike como su oficial de enlace cuando hizo todo aquello. Se echó a reír de repente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Honor y él la sonrió.
—Estaba pensando, milady.
—¿En qué? —le indujo a contestar.
—Oh, en lo divertido que le habría resultado ver a su asistente subir a bordo.
—¿Mac? —Levantó una ceja—. ¿Qué pasa con él?
—Nada, tan solo que es un hombre, milady. —Honor levantó la otra ceja cuando comprendió a qué se refería y comenzó a reírse entre dientes pícaramente—. Sí —continuó Brentworth—. Impresionó mucho a algunos de los nuestros. Me temo que no estamos tan liberados como nos gustaría.
—¡Me imagino la situación! —La sonrisa de Honor se convirtió en risa—. ¡Y también me hago una idea de cómo reaccionó Mac!
—¡Oh no, mi señora! Se lo tomó con calma. Se limitó a mirarlos como si fuera un profesor de catequesis que acabara de pillar a una panda de adolescentes contándose historias lascivas en la proa.
—A eso me refería. Mac se reserva esa misma mirada para mí cuando llego tarde a la cena.
—¿De veras? —Brentworth se echó a reír y después asintió con la cabeza—. Sí, me lo puedo imaginar. Le tiene mucho cariño, milady.
—Lo sé. —Honor sonrió orgullosa y después movió la cabeza—. Por cierto, Mark. Hay algo que quería mencionarle. Usted es ahora un capitán superior. No hay razón para que siga llamándome «milady» todo el tiempo. Mi nombre es Honor.
Brentworth estuvo a punto de perder el paso del susto. La sociedad graysoniana a penas había comenzado a desarrollar los modales adecuados para una sociedad en la que prevaleciera la igualdad entre sexos. De hecho sospechaba que gran parte de la población del planeta seguía aun desconcertada por la radicalidad de los cambios que el protector Benjamín había ordenado. El empleo del nombre cristiano de una mujer soltera con la que no tenía ninguna relación habría sido un asunto impensable hacia ella de acuerdo con las costumbres anteriores, incluso aunque no hubiera sido gobernadora, ¡Pero especialmente siendo gobernadora!
—Yo… milady. No sé si…
—Por favor —le interrumpió—. Se lo pido como un favor personal. No tiene que hacerlo en público si no lo desea, pero todos estos «milady» y «gobernadora» me están asfixiando. ¿Se da cuenta de que no hay una sola persona a bordo de esta nave que se plantee siquiera llamarme por mi nombre?
—¡Pero usted es gobernadora!
—No he sido gobernadora en mi vida —le respondió un tanto cortante.
—Bueno, no, lo sé, pero…
Brentworth dejó de hablar para luchar contra sus emociones. Una parte de él estaba inmensamente halagado, pero no era tan simple como ella parecía creer. Como él había dicho, ella era una gobernadora y la primera y única mujer que había ostentado ese cargo en los mil años de historia de Grayson. También era la única persona viva que poseía la Estrella de Grayson y la persona que había salvado su planeta. Y, lo que no era menos importante, poseía una belleza angulosa y enigmática.
Honor Harrington no se parecía a las mujeres graysonianas y era diez años-T mayor que él, pero el cuerpo del capitán ya había alcanzado la plena madurez y era demasiado viejo para responder a las terapias de prolongación cuando Mantícora las puso a disposición de su gente. Lo que significaba que ella parecía diez años-T más joven que él… y sus hormonas eran irrespetuosamente conscientes de su evidente juventud.
Las facciones marcadas y angulosas de su rostro y la exótica inclinación de sus ojos no respondían a los cánones de belleza clásicos, pero eso no importaba. Como tampoco importaba el hecho de que fuera fácilmente quince centímetros más alta que la mayoría de los hombres graysonianos. Otros cambios más profundos hacían que su atractivo fuera aún más evidente. Se la notaba… más feliz, más relajada de lo que él hubiera imaginado que pudiera llegar a estar y parecía ser mucho más consciente de su feminidad. En Yeltsin siempre llevaba el rostro limpio, sin rastro de maquillaje, incluso antes de resultar herida. Ahora el uso de cosméticos discretos y bien aplicados realzaba las gráciles virtudes de su rostro y el pelo, que antes llevaba casi rapado, le llegaba casi hasta los hombros.
Cayó en la cuenta de que había dejado de andar, ensimismado como estaba en sus pensamientos, y alzó la vista para encontrarse con sus ojos mientras ella le esperaba en silencio. Su ojo izquierdo cibernético era exactamente igual que el de verdad, pensó de un modo ilógico, pero luego la miró con más detenimiento y percibió la soledad en ellos. Era una soledad a la que ella estaba acostumbrada, una soledad a la que él estaba aprendiendo a acostumbrarse. Era algo a lo que estaban abocados todos los capitanes de naves, pero eso no la hacía más llevadera y, cuando se dio cuenta de ello, su mente volvió de repente a la realidad.
—De acuerdo… Honor. —Le tocó el brazo, algo que ningún varón educado en Grayson habría hecho jamás, y sonrió—. Pero solo en privado. ¡El alto almirante Matthews haría que me cortaran la cabeza si alguien le llegara a sugerir que le he dado tratamiento de lesa majestad en público!
* * *
La NAG[9] Jasón Álvarez llegó a la órbita de Grayson y Honor se recostó sobre la silla del almirante del puente de mando del crucero pesado. Le parecía un poco presuntuoso sentarse en el lugar de alguien con tan elevada posición, pero Mark había insistido en ello y tenía que reconocer que tampoco lo había discutido demasiado.
En el puente de mando solo había un oficial de guardia con ella mientras Mark realizaba las maniobras finales desde su propio puente de mando, pero los visualizadores funcionaban, así que ella los observó con reconocimiento y reverencia al ser consciente de lo mucho que Grayson había logrado desde su última visita.
Grayson seguía siendo tan bello como lo recordaba… y tan letal. La Iglesia de la Humanidad Libre había llegado allí huyendo de lo que ellos consideraban la tecnología corruptora de almas de la Vieja Tierra para descubrir que habían ido a parar a un planeta con una mayor concentración de metales pesados que la mayoría de los vertederos de residuos tóxicos. Si hubiese dependido de ella, habría abandonado la superficie planetaria a favor de los entornos orbitales, pero los pertinaces graysonianos habían rechazado esa política. Habían desplazado la mayor cantidad de la producción de alimentos que les había sido posible a las órbitas, pero ellos seguían aferrándose a ese mundo que habían convertido en su hogar tras un esfuerzo y un trabajo titánicos. Las enormes construcciones que flotaban en órbita con el Álvarez eran incluso más numerosas de lo que habían sido antes de que Grayson se uniera a la Alianza y tuviera acceso a la capacidad industrial moderna, pero todavía había en ellas granjas y pastos, no refugios.
Y pensó, eso no debería sorprenderle. No creía que los graysonianos supieran cómo replegarse. No eran los religiosos fanáticos que poblaban su planeta hermano, Masada, pero poseían una pertinacia que solo un esfingino pudiera apreciar en su totalidad. Para tratarse un pueblo que descendía de fanáticos religiosos fundamentalistas contrarios a la tecnología, habían mostrado una flexibilidad increíble y también una gran ingenuidad técnica.
Un porcentaje sorprendente de sus construcciones orbitales eran fortificaciones; quizá fueran pequeñas, pero habían sido fuertemente reacondicionadas ahora que disponían de tecnología moderna con la que trabajar. Se estaban construyendo fuertes más modernos y grandes para aumentar los que habían quedado tras la larga guerra fría entre Grayson y Masada. No había visto ningún boceto ni ningún plano, pero estaba dispuesta a apostar que sus diseños eran extraordinariamente innovadores. Los graysonianos no se habían limitado a comprar los diseños manticorianos. Todavía necesitaban asesoramiento y asistencia técnica, pero habían estudiado sus necesidades defensivas y habían tomado sus propias decisiones con una confianza impresionante, como había ocurrido con el propio Álvarez. El crucero pesado tenía casi la mitad de las armas de energía que un crucero manticoriano, sin embargo eran más pesadas, lo que las situaba a la altura de los haces de los cruceros pesados. No podían impactar en tantos objetivos, pero aquellos en los que impactaran quedarían inutilizados. Se trataba de un cambio radical en el diseño de naves, sin embargo, tenía una lógica inflexible, dado el incremento de potencia de las armas de energía modernas. Ahora que lo había visto, Honor se preguntó cuántos otros aspectos de la política de construcción manticoriana habrían sido determinados por una aceptación inconsciente de anticuados formalismos.
El esfuerzo de los graysonianos era aún más asombroso que su sentido de la innovación. La población total del planeta apenas alcanzaba los dos mil millones, una cuarta parte de esa cifra correspondía a los varones, y Honor dudaba que ni siquiera una minúscula fracción de sus mujeres hubiese sido ya integrada en su mano de obra. Sin embargo, ya habían instalado no uno ni dos, sino tres astilleros orbitales modernos (con mucha ayuda manticoriana, había que reconocerlo). El pequeño tenía fácilmente ocho kilómetros de ancho que iban aumentando a un ritmo constante…, todo ello a pesar de que estaban construyendo a la vez una armada moderna partiendo de la nada.
Asintió con la cabeza, maravillándose en silencio mientras el visualizador le mostraba un cuarteto de cruceros pesados en órbita. Eran unidades de la nueva clase Courvosier y los ojos se le llenaron de lágrimas al verlos. La Armada Graysoniana había escogido su propio modo de reconocer su deuda con el almirante Courvosier y los otros manticorianos que habían caído defendiendo su planeta natal. De algún modo, pensó, al almirante le habría parecido un tributo a su medida una vez hubiera conseguido dejar de reírse. Pero…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de la escotilla del puente de mando al abrirse. Volvió la cabeza y dirigió una sonrisa de bienvenida a Mark Brentworth.
—¿Todo está correctamente en órbita, capitán? —preguntó, consciente de que el vigilante les estaba oyendo y él asintió.
—Sí, milady —le contestó con la misma formalidad. Se dirigió hacia ella, observó el visualizador y pulsó en la imagen de uno de los cruceros de batalla.
—Este es el Courvosier. Puede reconocerlo porque le falta el soporte del gráser situado en medio de la nave. Lo quitaron para liberar peso y volumen para su camarote y para un CIC de la flota a escala natural. Los otros tres deberían ser el Yountz, el Yanakov y el Madrigal. Los cuatro conforman las Divisiones Primera y Segunda.
—Son maravillosos —dijo Honor, y lo pensaba de veras. Tenían el tamaño del Nike, o quizá eran un poco más grandes, y sus diseños se asemejaban al del Álvarez exceptuando que tenían menos armas, si bien más poderosas.
—Nosotros también lo creemos —admitió Brentworth. Se inclinó hacia ella para manipular los controles y la imagen del visualizador cambió a un objetivo más lejano—. Y esto, milady, es lo que su reino dio a la Armada Graysoniana —dijo.
Honor respiró bruscamente al verlo. Había oído hablar de ello, claro, pero era la primera vez que lo veía. Cuando el almirante de Haven Albo tendió una emboscada a la poderosa flota havenita que había atacado Yeltsin, once de sus superacorazados se vieron obligados a rendirse. Habían sufrido daños, pero podían ser reparados. El almirante de Haven Albo y el almirante D’Orville, su subordinado manticoriano inmediato, se los habían entregado directamente a Grayson.
Había sido un gesto generoso en muchos sentidos. Haven Albo y D’Orville habían renunciado a una gratificación económica casi inimaginable y algunos oficiales de la Armada Real habían sostenido que deberían haberse quedado con las naves, dada la necesidad apremiante de Mantícora. Pero la reina Isabel había refrendado la decisión de Haven Albo sin dudarlo y Honor había estado totalmente de acuerdo con su majestad. La Armada Graysoniana, a pesar de toda su gallardía y voluntad, aún tenía que construir su primera nave insignia. Había sido poco más que un mero espectador en la lucha titánica que se había desencadenado en su sistema, pero Grayson se merecía esas naves e incluso una ignorante en política como ella entendía el enorme beneficio diplomático que suponía dárselos a la Armada Graysoniana. Ese gesto decía a los graysonianos lo mucho que Mantícora valoraba su alianza con ellos (y les decía exactamente lo mismo a todos los demás aliados del Reino Estelar).
Pero incluso a pesar de saberlo, no estaba emocionalmente preparada para ver aquellos gigantes heridos que yacían bajo los cañones de los fuertes orbitales de Grayson. Las naves hacían que los fuertes alcanzasen dimensiones liliputienses; sin embargo, su mera presencia era la prueba de que la armada que los había construido no era ni mucho menos invencible. Las naves de reparación se aglomeraban a su alrededor mientras las actividades de reparación y reacondicionamiento proseguían. Parecía que una de ellas estaba a punto de volver al servicio, esta vez bajo la bandera graysoniana.
—A ese de allí lo vamos a volver a bautizar como Regalo de Mantícora —le dijo Brentworth y se encogió de hombros cuando Honor levantó la vista y lo miró—. Nos pareció apropiado, milady. No sé cómo han decidido llamar a los demás y ya no serán naves hermanas cuando hayamos acabado de arreglarlas. Estamos actualizando sus sistemas electrónicos a los estándares manticorianos y poniendo los nuevos compensadores inerciales a cada uno de ellos, pero también vamos a conservar todas las armas que sobrevivieron. Supongo que las «acondicionaremos» con los mismos estándares en cuanto tengamos tiempo para ello; ahora mismo nos estamos centrando en ponerlas en servicio tan pronto como sea posible.
—Si Regalo de Mantícora está tan cerca como parece de estar ya a punto, su gente va a establecer nuevas marcas —dijo y el capitán le sonrió por su sinceridad.
—Lo estamos intentando de veras, milady. De hecho, nuestro mayor problema ahora mismo es averiguar cómo lograr tripulación para ellos. ¿Se da cuenta de que el tonelaje total de la Armada es cerca de ciento cincuenta veces mayor de lo que era antes de la Alianza? El primer grupo de oficiales está terminando el entrenamiento acelerado en su isla Saganami y la magnitud de nuestro trabajo orbital siempre nos ha proporcionado más espaciales cualificados de lo que nuestra población planetaria podría sugerir, pero estamos reclutando también a un gran número de miembros de la flota mercante. —Se echó a reír de repente—. No sin algunas «acusaciones» de caza furtiva por parte de su Almirantazgo. Por supuesto, les hemos prometido devolvérselos tan pronto como podamos.
—Estoy segura de que eso ayudará —rió Honor—. Pero, dígame ¿están reclutando a tripulaciones mixtas?
—Si, milady, así es. —Brentworth volvió a encogerse de hombros—. Hubo quien se opuso, pero aquellos superacorazados hicieron un gran agujero en nuestro personal. Hemos conseguido a duras penas continuar construyendo con los medios de que disponíamos y algunos de nuestros miembros más conservadores querían que hiciéramos lo mismo con nuestros oficiales… hasta que vieron las cifras. Aun así, lamento decir que todavía estamos restringiendo la tripulación femenina a las naves principales.
—¿De veras? ¿Por qué?
—Porque —Brentworth respondió ligeramente sonrojado—, el departamento de construcción de naves insistió en que tuvieran camarotes separados y solo las naves insignia disponen del espacio para hacerlo. —Honor pestañeó atónita y el capitán se sonrojó todavía más si cabe—. Sé que suena estúpido, milady, y el alto almirante Matthews ha intentado hacerles entrar en razón, pero se trata de un concepto demasiado nuevo para nosotros. Me temo que va a pasar algún tiempo hasta que dejemos de hacer tonterías.
—No se preocupe por ello, Mark —le dijo Honor instantes después—. Nada dice que Grayson tenga que imitar las prácticas manticorianas. Y me imagino que lo último que querrán es desestabilizarse por hacer cambios demasiado bruscos.
Brentworth ladeó la cabeza como si le hubiera sorprendido escuchar eso precisamente de ella y Honor se rió entre dientes.
—Bueno, estaba furiosa por la forma en que trataron a nuestro personal femenino la primera vez que llegamos aquí, pero usted y su gente han hecho un trabajo increíble y sé que no les ha resultado sencillo. Le aseguro que nadie del Reino Estelar, con la probable excepción de algunos idiotas del Partido Liberal, les está llevando la cuenta de nada. Estoy segura. Nuestra armada y la suya se conocen lo suficientemente bien como para que ocurriera una tontería así.
Brentworth fue a responderla pero cerró la boca y asintió con una sonrisa, antes de alejarse de su silla y señalar a la escotilla.
—En ese caso, lady Harrington, ¿podría invitarla a que me acompañe? Algunos miembros de la Armada, incluidos el alto almirante Matthews, el almirante Garret y mi padre, deberían llegar en quince minutos a la Dársena de Botes Dos para darle la bienvenida.