12
—Me va a dar mucha lástima de mí mismo los próximos dos meses —murmuró Paul Tankersley mientras la lanzadera se iba acercando al crucero pesado que les estaba esperando—. Sobre todo por las noches —añadió con picardía.
Honor se sonrojó y miró a su alrededor, pero nadie estaba lo suficientemente cerca como para haberlo oído. La docena de diplomáticos con quienes compartía la lanzadera del Ministerio de Asuntos Exteriores había escogido asientos cerca de la parte delantera del compartimento de pasajeros, más que dispuestos a dejar a los dos oficiales de la Armada solos. En ese momento permanecían sentados charlando en voz baja mientras el crucero iba aumentando de tamaño en el visualizador. Ella respiró aliviada y le hizo una mueca.
—Eres igual que mi madre —le reprendió—. Ninguno de los dos tenéis ni un ápice de autocontrol. O de educación elemental, si quieres llamarlo así.
—Lo sé. Por eso me gusta tanto. De hecho, si fuera un poco más alta…
Tankersley rompió a reír cuando el codo de Honor se clavó en sus costillas, pero en la mejilla derecha de esta se dibujó un hoyuelo que no pudo controlar. Paul y ella solo habían encontrado tiempo para una visita de un día a Esfinge, pero sus padres (especialmente su madre) lo habían recibido con los brazos abiertos. Allison Harrington era una emigrante de Beowulf, planeta situado en el sistema Sigma Draconis, y las costumbres sexuales de Beowulf eran muy diferentes a las de los puritanos esfinginos. La ausencia total de vida sexual de su hija había desconcertado a la doctora Harrington casi tanto como a la propia Honor, y habría estado dispuesta a recibir con los brazos abiertos a cualquier hombre que tuviera aproximadamente el número correcto de apéndices. Cuando vio la calidad del hombre que Honor había encontrado y fue consciente de lo mucho que se amaban, le faltó poco para estrecharlo entre su pecho, y no de manera metafórica. De hecho, Honor hasta llegó a temer que el medio siglo-T de aculturación de Allison pudiera írsele de las manos y traducirse en una oferta que habría chocado hasta al propio Paul. Aquello no había ocurrido, pero no podía evitar desear, un tanto nostálgica, poder haber visto la reacción de Paul si eso hubiera ocurrido.
—Aléjate de Esfinge hasta que vuelva, Paul Tankersley —le dijo con dureza. Nimitz alzó la vista desde su regazo y emitió un «blik» a modo de risa. Tankersley se puso la mano en el pecho e intentó poner cara de inocente.
—¿Por qué. Honor? No estarás pensando…
—No quieras saber lo que estoy pensando —le interrumpió—. Vi cómo los dos os ibais a hurtadillas a una esquina. ¿Se puede saber qué estabais cuchicheando?
—Muchas cosas —dijo Paul alegremente—. Aun así, tu madre me sorprendió un par de veces, y no solo por ese holo tuyo de cuando eras un bebé en el que salías con el culito al aire. ¿Sabías que los beowulfanos no creen en los niños probeta?
Honor notó cómo volvía a sonrojarse de nuevo, pero esta vez no pudo contener un gorjeo de alegría embarazosa. Uno de los diplomáticos los miró y luego se volvió de nuevo. A Paul se le llenaron los ojos de lágrimas de la risa cuando la miró.
—Sí —dijo instantes después—. Creo haberlo oído alguna vez.
—¿De veras? —Le sonrió burlonamente por su negativa a morder el anzuelo con lo del holo y negó con la cabeza—. Resulta difícil de creer que una cosa tan chiquitita te llevara a término. Se me antoja un trabajo espantoso.
—¿Acaso estás queriendo decir que no sé de qué hablo? ¿O tan solo estás sugiriendo que fue un esfuerzo desperdiciado?
—¡Pues claro que no! Ninguna de las dos cosas tendría mucho tacto, ni sería prudente sugerirlo, ahora que lo pienso. —La sonrisa de Paul se amplió para luego desaparecer tras una expresión más seria—. Ahora en serio, tuvo que ser bastante latoso en Esfinge.
—Lo fue —asintió Honor—. La gravedad en Beowulf es mayor que en Mantícora, pero aun así, es diez veces menor que en Esfinge. Mi padre estaba más que dispuesto a concebirme in vitro, pero mi madre se negaba siquiera a escucharlo. Todavía estaba en las Fuerzas Armadas y tampoco tenían dinero como para acondicionar la casa con placas gravitacionales, pero mi madre es muy testaruda.
—Sabía que tenía que venir de algún lado —murmuró Paul—. Pero no entiendo por qué insistió tanto. No es lo que habría esperado de alguien de Beowulf.
—Lo sé.
Honor frunció el ceño y se frotó la punta de la nariz mientras pensaba en la mejor manera de explicar tan aparente incongruencia, Beowulf había abanderado el estudio de las ciencias biológicas en la galaxia explorada y se vanagloriaba de poseer las instalaciones de ingeniería genética más avanzadas, sobre todo en lo que a eugenesia aplicada se refería. El resto de la humanidad había abandonado prácticamente ese campo durante más de setecientos años-T, ya a finales del décimo siglo de la Diáspora, después de que las construcciones de combate especializadas, las armas biológicas y los «supersoldados» de la Guerra Final de la Antigua Tierra hubiesen provocado unas carnicerías increíbles en el mundo patrio. Algunos historiadores insistían en que solo las velas de Warshawski y las expediciones de ayuda organizadas por otros miembros de la recientemente constituida Liga Solariana habían salvado el planeta y el sistema solar había necesitado casi cinco siglos-T de recuperación antes de recobrar su lugar preeminente en la galaxia.
Sin embargo, cuando el resto de la humanidad rehuyó tales procedimientos, horrorizado por lo que habían desencadenado, Beowulf no lo hizo. Probablemente, pensó Honor, porque desde un primer momento los beowulfanos habían tenido mucho cuidado de que el concepto de «mejorar la raza» no se les fuera de las manos. Beowulf, la más antigua de las colonias hermanas de la Antigua Tierra, ya había desarrollado su propio código biocientífico antes de la Guerra Final, y ese código había prohibido la mayoría de los excesos que otros mundos habían adoptado. Tampoco la comunidad médica había ejercido demasiada presión para unirse a la retirada general como podría haberse esperado, ya que habían sido los investigadores de Beowulf quienes se habían enfrentado y vencido, una tras otra, a las espantosas enfermedades y daños genéticos que la Guerra Final había causado a los supervivientes de la Antigua Tierra.
Sin embargo, todavía hoy (casi mil años-T después), Beowulf seguía manteniendo su código. Quizá hasta fuera más riguroso de lo que había sido en un principio. El Reino Estelar de Mantícora, al igual que la mayoría de los planetas con una ciencia médica decente, no establecía ninguna distinción ética o legal entre los niños nacidos de forma natural y los concebidos mediante fecundación in vitro.
Había muchos argumentos convincentes a favor de lo último porque se conocía bien el proceso, por la forma en que se podía monitorizar al feto y por la relativa facilidad con la que se podía corregir los defectos y malformaciones. Y, por supuesto, porque revestía un gran atractivo para las mujeres trabajadoras, sobre todo para las soldados como la propia Honor. Pero Beowulf rechazaba esa práctica.
—Es difícil de explicar —dijo finalmente—. Personalmente creo que tiene que ver con el hecho de que mantuvieran su programa de eugenesia cuando todos los demás lo rechazaron Era… bueno, como un gesto para tranquilizar a la galaxia en el sentido de que no iban a hacer ningún ajuste descabellado a los genotipos humanos. Y así fue. Siempre se han mostrado a favor de un enfoque gradualista. Estudiarán y trabajarán hasta los límites del material genético disponible, pero no irán ni un milímetro más allá con los humanos. Supongo que podrás aducir que cruzaron la línea cuando presentaron el proceso de prolongación, pero lo cierto es que no cambiaron nada del proceso. Tan solo convencieron a un par de grupos de genes para que trabajaran de forma diferente durante dos o tres siglos. Por otro lado, su insistencia en la maternidad natural es también más que un gesto para con el resto de nosotros. Mi madre dice que la razón oficial es el deseo de evitar una «dependencia tecnoreproductora», pero sonríe mucho cuando lo dice y una o dos veces ha llegado a reconocer que había algo más.
—¿El qué? —preguntó Paul cuando Honor hubo dejado de hablar.
—No me lo ha dicho, tan solo que lo entenderé en su momento. Cuando habla de ello llega a ponerse hasta mística. —Honor se encogió de hombros, sonrió de forma burlona y le estrechó la mano—. Por supuesto, puede que decida hacer una excepción en nuestro caso, dados los calendarios que es probable que tengamos en los próximos años.
—Ya lo ha hecho —dijo Paul en voz baja. Las cejas de Honor se arquearon y Paul sonrió—. Dijo que la próxima vez que tú y yo la visitáramos sacaría sus frascos. Creo recordar que comentó algo —levantó la nariz y resopló con un aire de superioridad— de no dejar que se te escapara un esperma de primera calidad.
Los ojos de Honor se le abrieron como platos de la sorpresa y después se calmó. No se había dado cuenta de lo mucho que a su madre le gustaba Paul y le apretó fuertemente la mano mientras lo pensaba.
—Creo que es una idea maravillosa —dijo en voz baja y se inclino hacia delante para besarlo a pesar de la presencia de los diplomáticos, después se irguió en el asiento y le sonrió con picardía—. No es que tuviera intención alguna de dejar escapar ningún «esperma de primera calidad», por supuesto.
* * *
Un tractor de acoplamiento se extendió para conducir la lanzadera a la dársena de botes del crucero pesado Jasón Álvarez. La nave de pequeñas dimensiones giró sobre sus giróscopos y propulsores para alinearse con los brazos de acoplamiento. Después se posó sobre el puerto con apenas una sacudida y Honor permaneció sentada muy quieta mientras observaba al puñado de civiles con atuendos de vivos colores ponerse en pie y comenzar a armar ruido con su equipaje de mano mientras el personal de control de tráfico del Álvarez corría por el tubo de personal hasta la escotilla. El momento había llegado y Honor se dio cuenta de repente de lo poco que deseaba estar allí.
Nimitz le cantó suavemente en su regazo y el brazo de Paul rodeó sus hombros para estrecharla brevemente. Ella lo miró y sus ojos se humedecieron mientras sus manos acariciaban el pelaje suave y sedoso del ramafelino.
—¡Eh! ¡Que son solo dos meses! —le susurró Paul.
—Lo sé. —Se apoyó contra él un instante y después respiró profundamente—. ¿Sabes? Me sentía un poco despectiva cuando veía a la gente gimotear en las salas de preembarque. Siempre me había parecido una tontería. Ya no.
—Te está bien empleado por haber sido tan cruel todos estos años. —Paul le rozó la punta de la nariz con un dedo y ella hizo como si se lo fuera a morder—. Mucho mejor. Además, me molesta que me lloriqueen encima. Las lágrimas dejan manchas en mi guerrera. Por eso nunca dejo que ninguna de mis mujeres lo haga.
—Me apuesto a que no, canalla. —Soltó una risa ahogada y se puso en pie mientras subía a Nimitz a su hombro acolchado. La belleza dorada de la Estrella de Grayson sobre el galón carmesí relucía con el contraste del negro espacial de su guerrera. Era el uniforme de gala de las Fuerzas Armadas de Grayson y Honor ajustó el peso del uniforme (al que no estaba acostumbrada) antes de que sus manos revolotearan por encima de su cuerpo. Comprobó su aspecto impecable. Para ella se trataba de un gesto totalmente automático después de tantos años y Paul sonrió ante ese acto reflejo.
—Sabía que no podría ocultarte ningún secreto. Excepto los importantes, claro.
—¡Si crees que ocultar un harén no es importante, te vas a llevar una sorpresa muy desagradable, amigo! —le advirtió Honor y Paul se echó a reír.
—¡Ah, eso! —dijo quitándole importancia con un ademán. Se puso en pie al lado de Honor, abrió el compartimento del equipaje que estaba encima de ellos y sacó una bolsa grande con aspecto de ser cara. Era de cuero negro brillante y también, observó Honor sorprendida, tenía la insignia dorada con el escudo de armas que ella había escogido para su título de gobernadora: las representaciones de los hemisferios occidentales de Grayson y Esfinge unidos por la llave estilizada que era el sello patriarcal de un gobernador, todo ello bajo la cimera de un casco de vacío. El casco no parecía muy moderno, pero era el símbolo que había denotado a la Armada durante casi dos mil años-T—. ¿Qué es esto?
—Esto, mi amor —le sonrió socarrón—, es uno de los secretos importantes que te acabo de mencionar. Pretendía que pareciera un regalo de despedida, pero lo cierto es que llevo trabajando en él desde hace bastante tiempo. De hecho, no pensaba que fuera a estar terminado antes de que partieras, pero se dieron prisa en acabarlo por mí.
—¿En acabar qué? —preguntó, y él se echó a reír. Puso la bolsa en el asiento del que Honor se acababa de levantar y la abrió. Los ojos de Honor se abrieron como platos de la sorpresa.
Era un traje de vacío. Para ser más concretos, era exactamente igual que un traje malla de la Flota… exceptuando su tamaño reducido y que estaba diseñado para seis extremidades.
—¡Paul! —exclamó—. ¡No puede ser lo que parece!
—¡Ah! Pero lo es. —Rebuscó entre el traje y sacó un casco, también de dimensiones reducidas. Lo bruñó con su antebrazo y se lo acercó con una reverencia y una floritura—. Para su señoría —explicó sin necesidad.
Honor cogió el casco y lo sostuvo con ojos incrédulos mientras Nimitz lo miraba detenidamente desde su hombro. El felino se dio cuenta de lo que estaba mirando y Honor percibió su sorpresa y su alegría a través de su vínculo.
—Paul, ni siquiera me lo había planteado; quiero decir, ¿cómo no había pensado en ello antes? ¡Es perfecto!
—Cómo no iba a serlo —dijo con aire de suficiencia—. Respecto a por qué nunca habías pensado en ello, bueno, no sería ni mucho menos mi intención sugerir que a veces puedes resultar un poco estrecha de miras pero… —Se encogió de hombros con una perfección gala.
—Y también es diplomático —se maravilló Honor—, ¡Dios mío! ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
—Me basta con que saques tus buenos modales y no me des una paliza cada vez que dejo la ropa interior por la alfombra. —Se echó reír cuando vio la cara que Honor le ponía y después se puso serio—. Lo cierto es que pensé en ello la primera vez que vi ese módulo de soporte vital que tienes para él en tu camarote. Antes de desviarme con mis misiones a bordo, empecé con los de DepNav. Y una de mis primeras tareas fuera de la Academia fue estar un periodo como oficial subalterno de proyectos en el rediseño de viejos trajes malla cuando surgieron las vacuolas de almacenamiento de mayor presión, así que empecé a hacer esbozos en mi terminal durante mi tiempo libre. Para cuando regresamos de Hancock ya tenía el diseño acabado.
—Pero debe de haberte costado una fortuna —dijo en voz baja Honor—. Ya solo ese módulo me costó un riñón y parte del otro.
—No fue barato —asintió Paul—, pero mi familia siempre ha estado implicada en la construcción y suministro de naves. Se lo llevé a mi tío Henri. No es que su trabajo guarde mucha relación, pero él dirige nuestra sección de I+D, y fue él quien tomó el relevo. Me dio bastante guerra con mi diseño —añadió pensativo—. Supuse que lo mejoraría en un doscientos por ciento para cuando dejara de juguetear con él. Después de eso —se encogió de hombros—, fabricarlo resultó muy sencillo.
Honor asintió, pero su expresión era incómoda. Le había sorprendido descubrir lo adinerada que era la familia de Paul. Quizá no debería haberse sorprendido, dada su relación con Mike Henke, pero su familia estaba en el lado plebeyo de la de Mike. Sin embargo, a pesar de lo despreocupado que se mostraba Paul por el dinero, Honor sabía cuánto costaba un módulo de soporte vital estándar y esto tenía que ser mucho más caro.
—Es genial, Paul, pero no deberías haber hecho algo tan caro sin avisarme.
—¡Oh! ¡No te preocupes por eso! Mi tío Henry también pensaba que iba a acabar convirtiéndose en una especie de juguetito caro. Hasta que los del departamento de marketing se enteraron. —Honor lo miró sorprendida y Paul se echó a reír—. Usted no es la única persona con un ramafelino, lady Honor. Suministramos casi la tercera parte de los módulos que la gente compra para ellos y los que venden los otros dos tercios van a sentirse muy desdichados cuando empecemos a comercializar estos trajes. No tienes ni idea de lo halagador que resulta ser considerado un prodigio después de todos estos años tan decepcionantes.
—Me lo imagino. —El ceño fruncido de Honor se enterneció hasta tornarse en una sonrisa. Levantó el casco para que Nimitz lo examinara más de cerca. Este lo olisqueó con delicadeza y sus bigotes se estremecieron. Dio un empellón con la cabeza a la parte transparente del armoplast y Honor rompió a reír cuando Nimitz empezó a mover las orejas.
—Gracias —le dijo con afecto. Acarició la mejilla de Paul con su mano libre—. Muchas gracias. De parte de los dos.
—No hay de qué. —Hizo un gesto despreocupado y le tendió las manos. Honor le devolvió el casco y él lo colocó encima del traje, cerró la bolsa y le ajustó la bandolera en el hombro.
—Ya estás lista. —Le indicó con un gesto la escotilla y ella alzó la mirada. Se sorprendió al ver que los demás ya se habían marchado. Él la acompañó hasta la escotilla y sus ojos centellearon—. Tiene hasta sus propios propulsores. No son tan flexibles como los de un traje malla estándar, pero vienen equipados con accionadores de bioretroalimentación. A juzgar por las acrobacias aéreas que le he visto hacer a Nimitz, no debería tener muchos problemas una vez conozca el truco. Ahora mismo están inutilizados y descargados, por supuesto, y el software ha sido configurado para permitir modificaciones de flexibilidad una vez hayáis visto qué grupo de músculos funciona mejor para iniciar cada maniobra. Tiene una línea de cableado para entrenarle en gravedad cero y los manuales están en la bolsa. Asegúrate de leerlos bien antes de empezar a hacer el tonto con el traje.
—A la orden, señor.
—Bien. —Llegaron a la escotilla y Paul inclinó la cabeza de Honor para poder besarla bien. Sus labios se rozaron—. Que tengas buen viaje.
Ella le sonrió y no dijo nada, resuelta a no lloriquear, y Paul la empujó con suavidad dentro del tubo de personal. Alcanzó la barra de agarre del fueraborda y se balanceó por la interfaz gravitacional. Después se detuvo y se volvió, flotando en caída libre, cuando escuchó un carraspeo detrás de ella.
—Esto…, una cosa que no te había mencionado. —Ella ladeó la cabeza y arqueó las cejas cuando percibió su regocijo profano.
—¿Sí?
—Bueno, solo quería decirte que estoy tan contento de que estuviera listo antes de tu viaje y no después. —Honor arqueó aún más las cejas y él sonrió con dulzura—. Verás, de esa forma tú serás la que se lo tengas que explicar a Nimitz. El tío Henri se esforzó mucho por la seguridad de su funcionamiento, pero hubo una dificultad que no pudo sortear.
—¿Cuál?
—Digámoslo de esta forma, cariño. Espero que Nimitz esté de buen humor cuando empieces a explicarle las conexiones de la instalación.
* * *
El capitán superior Mark Brentworth terminó de saludar al último de los dignatarios manticorianos en la galería de la dársena de botes del Álvarez cuando se volvió bruscamente hacia el tubo de personal después de que alguien carraspeara a modo de advertencia. Una capitana alta y esbelta vestida de negro y dorado salió por el tubo, grácil como un pájaro (especialmente después de ver los torpes esfuerzos de los diplomáticos). Una forma larga y sinuosa se aferraba a su hombro y los ojos de Brentworth se iluminaron de alegría.
Su mano derecha hizo un gesto casi imperceptible y el suboficial superior de la formación hizo sonar con sus potentes pulmones una corneta antigua en lugar de su pito electrónico de contramaestre. Más de uno de los diplomáticos manticorianos se giraron sorprendidos cuando las notas doradas y vigorosas se abrieron paso por la galería y la guardia de honor de la Infantería de Grayson se puso en posición de firmes.
—¡Presenteeeeen armas! —gritó su comandante. Los fusiles de pulsos se alzaron perfectamente al unísono, la formación saludó y Brentworth se quitó la gorra e hizo una reverencia cuando Honor Harrington salió del tubo justo en el momento en que sonaba una segunda fanfarria de corneta.
Ella permaneció en el mismo sitio sin moverse, tan atónita como los diplomáticos, y solo las décadas de disciplina a sus espaldas lograron contener la sorpresa de su rostro.
—Gobernadora Harrington. —La voz de Brentworth era grave. Se puso firme y se guardó la gorra bajo el brazo—. Es un honor y un privilegio para mí, y en nombre de la población de Grayson, poder darle la bienvenida a bordo de mi nave, milady.
Honor se le quedó mirando mientras se preguntaba cuál sería la respuesta adecuada y optó por hacer una reverencia cortés.
—Gracias, capitán Brentworth. Me alegro de estar aquí y… —Sonrió y le extendió su mano derecha—. Es una nave maravillosa, Mark.
—Gracias, milady. Estoy muy orgulloso de ella y estoy deseando enseñársela cuando usted lo desee.
—Le tomo la palabra. —Le estrechó la mano con firmeza y se sorprendió por lo bien que le sentaba el uniforme de capitán. Y también el mando de la nave. La última vez que lo vio era comandante, pero ella sospechaba que su ascenso tenía poco que ver con su familia ni con la necesidad apremiante de altos oficiales que tenía la Armada de Grayson, Brentworth le sostuvo la mano más tiempo del que el protocolo exigía y Honor, tras haberse dado cuenta de que la estaba observando volvió a propósito su cara hacia la derecha para mostrarle su perfil izquierdo. La última vez que Mark la vio, su ojo izquierdo destrozado estaba cubierto por un parche negro y toda esa parte de su cara parecía una máscara sin expresión ni sensibilidad algunas. Honor percibió el alivio en sus ojos cuando ella le sonrió y la comisura izquierda de su boca se movió con naturalidad. O de un modo que parecía natural, se recordó a sí misma. Solo la había visto sonreír una o dos veces antes de resultar herida.
Soltó la mano y retrocedió un paso atrás con un gesto que dejaba claro, de una manera cortés, que ella tenía preferencia sobre los diplomáticos de rango medio y superior que la habían precedido a bordo.
—Espero el momento de poder enseñarle la nave, milady. Mientras tanto, permítame acompañarla a sus dependencias. Su asistente ya habrá terminado de colocar sus enseres.