11
Las pitadas del contramaestre sonaron, los oficiales de la formación se pusieron en posición de firmes y el joven teniente que encabezaba el destacamento saludó a Honor cuando esta entró en la dársena de botes de la Reina Caitrín. Intentó no sonreír y mantener su expresión tranquila y fría de capitana mientras Nimitz se atusaba como si todo aquel revuelo fuera en su honor; sin embargo, la satisfacción de Honor aumentó cuando vio al oficial que estaba esperando detrás de los demás oficiales. El estupendo superacorazado hacía parecer pequeña la nave que Honor tenía a su mando; y, además, el capitán de la nave del almirante de Haven Albo había bajado en persona a saludarla.
—Bienvenida a bordo, lady Harrington. —El capitán Frederick Goldstein tenía la talla profesional que se podría esperar del capitán del almirante de Haven Albo. No solo era uno de los capitanes más respetados de la RAM, sino también uno de los de mayor rango. Los rumores lo colocaban en la lista de ascenso a corto plazo al rango de almirante. Le sonrió dándole una sincera bienvenida.
—Gracias, señor —dijo estrechándole la mano y la sonrisa del capitán se hizo más evidente.
—Me imagino que estará contenta de poder salir del Nike y no encontrarse con ningún reportero —le insinuó. Fue el turno entonces de Honor de sonreír.
—Me temo que se han convertido en algo más que una molestia, señor.
—Que quede entre nosotros, lady Honor. Siempre lo han sido. Y, también entre usted y yo, permítame que aproveche esta oportunidad para felicitarla por su actuación en Hancock. Buen trabajo, capitana. Muy buen trabajo.
—Gracias, señor —dijo de nuevo Honor con sinceridad. Un oficial como Goldstein sabía exactamente lo que la batalla de Hancock tenía que haber sido y eso hacía que su cumplido fuera más valioso que cualquier adulación proveniente de un civil—. Ojalá pudiera llevarme esos honores —añadió—, pero fue el almirante Sarnow quien ideó el plan de batalla y disponíamos de gente muy eficiente para hacer que funcionara. Y también tuvimos suerte.
—No lo dudo. —Los ojos de Goldstein aprobaron tanto su tono como sus palabras—. Conozco a Mark Sarnow y sé qué tipo de escuadrón debe de haber reunido. Pero hacía falta mucho juicio y agallas para sacar provecho de lo que le había proporcionado y hacer que funcionara cuando toda la responsabilidad recayó sobre usted. Mucha gente no las habría tenido, como cierto oficial cuyo nombre no mencionaremos.
Honor balanceó la cabeza en silencioso asentimiento. Goldstein le indicó que le acompañase a la galería de la dársena de botes. Era más bajo que ella, lo que le obligó a acortar un poco sus zancadas mientras recorrían el pasillo, pero él se movía con pasos rápidos y enérgicos. Le indicó que entrara en el ascensor por delante de él. El trayecto fue largo (como era lógico, dadas las dimensiones del Reina Caitrín), pero no se lo pareció. Goldstein había sido el capitán del almirante de Haven Albo desde que el conde asumiera el mando del Reina Caitrín antes de la batalla tercera de Yeltsin, la de Chelsea y la de Mendoza, y se las fue trazando con detalles claros y concisos conforme Honor le iba preguntando. La primera batalla empequeñecía a la de Hancock; sin embargo, el capitán logró destilar su esencia en unas cuantas frases muy precisas. No es que se valiera de la brevedad para abatir su pretensión de preguntarle. Es más, revivió las tres batallas de una forma que ningún informe oficial podría haberlo hecho y lo hizo sin sermonear y sin resultar condescendiente. Se trataba de una discusión entre iguales, a pesar de la diferencia de edad y jerarquía, y Honor sintió un poco de pesar cuando llegaron finalmente al camarote del almirante de Haven Albo y Goldstein se despidió de ella con otro apretón de manos. Pero no fue hasta que el centinela del almirante hubo anunciado su presencia que se preguntó por qué Goldstein se habría excusado. Era el capitán del almirante y ella estaba a punto de unirse al destacamento, en la mismo puesto y bajo el mando de otro almirante. Habría sido una oportunidad excelente para conocerse… ¿A menos que hubiera alguna razón por la que el almirante quisiera verla a solas?
Arqueó una ceja cuando ese pensamiento le pasó por la mente, pero la bajó rápidamente cuando la escotilla se abrió y se encontró cara a cara con el mismísimo almirante.
—Lady Honor. —El conde de Haven Albo le tendió la mano para darle la bienvenida—. Me alegra verla de nuevo. Por favor, entre.
Honor obedeció la invitación y los recuerdos de la última vez que se vieron se repitieron en su mente. Había sucedido tras la segunda batalla de Yeltsin y tuvo que intentar no sonreír al recordar el sermón que le había soltado sobre la virtud de contener su temperamento. No es que no se lo mereciera, pero después de aquello habían llegado a sus oídos algunas historias de situaciones en las que el también había perdido los estribos, lo que daba a su amonestación un cierto aire de «haz lo que digo, no lo que hago». Por otro lado en uno de los episodios más famosos, había chamuscado todos y cada uno de los pelos de la cabeza del por aquel entonces almirante sir Edward Janacek y Haven Albo había pasado cuatro años-T con reducción de sueldo cuando Janacek se convirtió en primer lord. Por todo ello, su advertencia quizá procedía de sus difíciles experiencias personales.
—Tome asiento —prosiguió el almirante señalándole una butaca. Su asistente apareció casi tan silenciosamente como lo habría hecho MacGuiness y le ofreció una copa de vino, que ella aceptó murmurándole las gracias.
El almirante, alto y con el pelo oscuro, se dejó caer en un sillón que estaba enfrente del suyo y se recostó sobre él. Después levantó su copa de vino señalando a Honor.
—Por un trabajo muy bien hecho, lady Honor —dijo. Esta vez Honor sí se sonrojó. Una cosa era que un capitán, si bien de rango superior, la felicitara, pero solo nueve oficiales en activo de toda la Real Armada poseían un rango superior al del almirante de Haven Albo. Asintió dándole las gracias en silencio, incapaz de pensar en una respuesta verbal que no sonara estúpida o estirada. La sonrisa con la que le respondió el almirante fue casi dulce, salpicada de entendimiento y compasión.
—No se avergüence, lady Honor, pero he visto cómo los periodistas la han machacado por todo este asunto del consejo de guerra. Para ellos se ha convertido en algo más importante que lo que usted y su gente hicieron en Hancock. Resulta bastante repugnante, pero a menudo la política funciona de esa forma. La Flota, sin embargo, sabe lo que pasó realmente… al igual que yo. Me gustaría poder decir que quedé sorprendido por su actuación, pero conozco su historial y lo que ocurrió en Hancock no fue menos de lo que esperaba de usted. Esa es una de las razones por las que solicité de forma expresa la asignación del quinto escuadrón de cruceros pesados al Destacamento Cuatro y estoy muy contento de que el Almirantazgo estimara conveniente conceder mi solicitud.
—Yo… —Honor se detuvo y se aclaró la voz, algo aturdida por la inmensidad del cumplido que aquella solicitud llevaba implícita—. Gracias, señor. Lo valoro mucho y espero lograr que siga pensando de esa forma.
—Estoy seguro de que así será. —Paró para tomar un sorbo de vino y después suspiró—. Estoy seguro de que así será —repitió— pero también me temo que la política sigue aún detrás de nosotros. Para serle franco, esa es la razón por la que la he invitado esta noche y, si no le importa, me gustaría despachar los asuntos principales antes de que el capitán Goldstein regresara de nuevo.
Honor arqueó las cejas. No pudo evitarlo y el almirante de Haven Albo rió discretamente.
—Oh, sí. Tanto él como los oficiales de mi tripulación se unirán a nosotros en la cena, pero pensé que sería justo aclararle ciertas cosas en privado. Verá, está a punto de cogerse un permiso prolongado.
—No comprendo. —Tenía que haberle entendido mal. Su nave estaba siendo reparada, iban a incorporarse nuevos oficiales para sustituir las bajas y tenía una nueva y flamante primera oficial. Ningún capitán iba a pedir un permiso con todo eso a su disposición. Un día o dos para ir a visitar a sus padres o estirar las piernas en tierra firme podría tener sentido, pero dejar que Eve Chandler lidiara sola con tantas responsabilidades durante su ausencia sería imperdonable. Además, ¡si ni siquiera había solicitado un permiso!
—Que va a pedir un permiso. Le sugiero, extraoficialmente, por supuesto, que visite sus propiedades en Grayson durante, mmm, un mes o dos.
—Pero… —Honor cerró la boca y miró al almirante de Haven Albo con gesto grave—. ¿Podría preguntarle por qué, señor? Extraoficialmente, por supuesto.
—Por supuesto que puede. —El almirante no evitó su mirada—. Podría decir que se lo ha ganado con creces, algo que sería cierto. Pero decir que sería extremadamente conveniente para el Gobierno sería lo más adecuado y acertado en esta ocasión.
—¿Tan embarazosa resulta mi presencia, señor? —La pregunta salió de su boca con más amargura de la que (era consciente de ello) un capitán debería utilizar para dirigirse a un almirante del rango del conde de Haven Albo, pero aquello era demasiado. ¿Iba a tener que salir corriendo del Reino Estelar por orden del Gobierno después de todo lo que había tenido que soportar por parte de la oposición? Una frustración reprimida surgió dentro de ella, avivada por el hecho de recibir tales órdenes de un oficial al que respetaba tanto. Nimitz se puso rígido, sorprendido ante el repentino estallido de emociones, pero el almirante de Haven Albo ni siquiera frunció el ceño.
—Supongo que eso es lo que puede parecer, lady Honor, y lo lamento. —Su voz grave se mostró tan cabizbaja como su mirada y cuando ella lo entendió se sintió avergonzada de su rabia, algo que solo logró empeorar las cosas. Cogió a Nimitz y lo colocó sobre su regazo para intentar tranquilizar su indignación con caricias mientras luchaba por controlar su amargura y que esta no repercutiera en el felino. El almirante prosiguió en el mismo tono impávido.
—Lo cierto es que sí resulta una presencia embarazosa, si bien no por su culpa. La forma ejemplar en que ha cumplido con su deber, junto con todo lo demás que está ocurriendo, es lo que hace que usted resulte embarazosa.
Se recostó aún más en su butaca y cruzó las piernas. Honor sintió cómo su ira comenzaba a fluir cuando se dio cuenta de cuan seria era su expresión.
—La situación en la República Popular está yendo a peor, no a mejor —dijo en voz baja—. Estamos captando noticias sobre purgas y ejecuciones masivas de los legislaturistas que sobrevivieron al asesinato de Harris. Hasta la fecha, tenemos la confirmación de que han matado a tiros a más de cien capitanes y oficiales y al menos doscientos altos oficiales han desaparecido sin dejar rastro. Algunos de sus mandos intermedios están recurriendo a la resistencia armada, sin duda en un intento de «autopreservación», y al menos ocho sistemas estelares han declarado su independencia del gobierno central. Esto no ha evitado que el presidente del Comité de Seguridad Pública, el señor Pierre, se asegurara el control de sus principales bases de flotas y hay indicios inquietantes de que una especie de fervor revolucionario se está extendiendo por el sistema havenita. Los pensionistas ya no se pasan todo el día de brazos cruzados sin hacer nada, esperando a que llegue el día para recoger su Subsidio Básico de Manutención. Pierre ha logrado que se impliquen de verdad por primera vez que se recuerde en la memoria viva, y otros sistemas, sobre todo aquellos a los que los repos tienen bajo el control central, están experimentando lo mismo.
El almirante hizo una pausa mientras observaba su expresión y asintió a Honor cuando los labios de esta se tensaron.
—Exacto, lady Honor. Nuestros analistas están divididos en cuanto a lo que esto puede significar. El golpe de estado, o lo que quiera que fuese aquello, nos pilló totalmente desprevenidos y los comités de expertos andan a la gresca para construir nuevos modelos. Mientras tanto, nadie sabe qué es lo que está pasando realmente o a qué puede conducir. Algunos de nosotros, incluidos el duque de Cromarty y yo mismo, creemos estar viendo la evolución de algo bastante más peligroso de lo que el antiguo régimen fue. Pierre ha mostrado un sentido táctico excelente al concentrarse primero en las bases principales y en los sistemas más poblados. Si su comité, junta o como queramos llamarlo puede asegurarse su posición allí, que es exactamente lo que parece estar haciendo, siempre podrán atacar después a los sistemas más débiles y a los que se han separado, sobre todo si cuenta con el respaldo popular para abordar este problema.
Volvió a hacer una pausa y Honor asintió lentamente mientras acariciaba con cariño las orejas de Nimitz.
—Y matar a los almirantes les permite poner a su propia gente en posiciones de mando cuando empiecen a hacer eso —murmuró Honor.
—Eso es. Significa que tendrán comandantes de flota de su confianza, oficiales que deben su nueva posición única y exclusivamente al patrocinio del comité, cuando vuelvan a ir por nosotros. —El almirante se encogió de hombros—. Esto les está costando perder experiencia, al menos a corto plazo. Le diré, y esto es información clasificada, lady Honor, que algunos de sus altos oficiales más cualificados han huido de la república. Algunos incluso han acudido a nosotros y, según ellos, su Armada no tuvo nada que ver con el asesinato de Harris. En lo que a mí respecta, me inclino a creerlos. Lo que, a su vez, suscita algunas cuestiones muy interesantes acerca del señor Pierre y sus compinches, sobre todo en vista de la rapidez con que evitaron un «golpe de estado militar». Pero lo importante es que hasta que lo que está ocurriendo resulte tan obvio que nadie pueda objetarlo, los miembros de nuestras facciones son libres de suponer lo que mejor les convenga a efectos de sus propios prejuicios. Para serle totalmente sincero, puede que también sea cierto en mi caso y en el del duque de Cromarty, pero el duque no tiene el lujo de poder debatir los asuntos havenitas con una copa de brandi en su club. Tiene que actuar en el mundo real y ahí es donde entra usted, lamento decirle.
—¿Yo, señor? —Honor frunció el ceño, pero no fue un gesto de frustración, sino de concentración. La franqueza de Haven Albo había hecho desaparecer su ira. Escuchar su análisis de la situación era como oír a un comandante de flota trazar las misiones y los planes operativos de sus unidades.
—Usted. Raoul Courvosier me dijo una vez que a usted no le gustaba la política, lady Honor. Ojalá él estuviera aquí para poder explicárselo, pero no está, y ahora mismo está metida en política hasta el cuello.
Honor sintió un dolor familiar al recordar la muerte del almirante Courvosier, pero había algo más bajo ese dolor. Nunca imaginó que Courvosier hubiera hablado de ella con nadie más, especialmente en la medida en que tal afirmación daba a entender. Su sorpresa se reflejó en su rostro y el almirante de Haven Albo sonrió con tristeza.
—Raoul y yo éramos amigos íntimos, lady Honor, y él siempre la consideró como una de sus pupilos más destacados. De hecho, me dijo en una ocasión que la consideraba la hija que nunca había tenido. Estaba extremadamente orgulloso de usted y no creo que le decepcionara o sorprendiera la manera en que usted ha justificado su confianza.
Honor parpadeó, pues los ojos se le habían llenado de lágrimas. Courvosier nunca le había dicho eso. Ni lo habría dicho, ciertamente. Sin embargo, lo que más le había dolido cuando lo perdió en Yeltsin fue el profundo e imperecedero pesar que sentía por no haberle dicho nunca lo mucho que significaba para ella. Pero si así era como realmente la veía, entonces quizá significara que él ya lo sabía. Que siempre lo había sabido.
—Gracias, señor —dijo finalmente con voz ronca—. Por decirme eso. El almirante también significaba mucho para mí.
—Lo sé —dijo el conde con dulzura—, y desearía con todo mi corazón que estuviera hoy aquí. Pero la cuestión es que le guste la política o no, capitana, esta vez tendrá que jugar siguiendo las normas de los políticos.
—Sí, señor. —Honor carraspeó y asintió—. Lo entiendo, señor. Dígame qué es lo que quiere que haga.
El almirante de Haven Albo sonrió ante su aprobación y descruzó las piernas. Se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas.
—Por el momento los partidos de la oposición, cada uno por sus propios motivos, quieren dejar que la República Popular de Haven se las arregle sola. Han optado por refrendar a los analistas que creen que los repos están intentando reformarse, o que al menos acabarán por destruirse ellos mismos si nos negamos a proporcionarles una amenaza exterior contra la que unirse. Se trata de una proposición atractiva o, mejor, descaradamente atrayente. Por desgracia, opino, al igual que el duque de Cromarty, que es la proposición incorrecta. Que tenemos que atacarlos ahora, mientras todavía estén divididos y antes de que su Comité de Seguridad Pública consolide su poder. La oposición no está de acuerdo, que es la razón por la que muchos grupos políticos tan dispares se han unido para defender a Young. Están buscando cualquier cosa que mantenga paralizada la Cámara de los Lores y evitar así la declaración de guerra hasta que Haven se venga abajo. La idea de que el consejo de guerra de Young tenía motivaciones políticas no es más que un montón de tonterías, pero son tonterías muy emocionales y la política es un juego de percepciones. Ellos lo saben y se están valiendo del alboroto que ha causado el veredicto para paralizar las acciones de peso sobre cualquier otro asunto. Por desgracia, para defender a Young tienen que atacarla a usted y, francamente, su historial les da razones más que suficientes al menos desde su punto de vista, para querer su cabeza.
—Así que me quiere fuera del alcance de los medios —dijo Honor con rotundidad.
—Exacto, lady Honor. Sé que ha estado evitando las entrevistas pero los periodistas no se van a dar por vencidos mientras la oposición siga manteniendo vivo este asunto. En cierto modo, el hecho de que usted haya estado prácticamente recluida a bordo del Nike también le hace el juego a la oposición. Pueden especular con que tiene algo que esconder, con los motivos por los que usted no quiere hablar con los medios y exponer su punto de vista, pero si lo hiciera, les daría la oportunidad de tergiversar sus palabras en su propio beneficio.
—Pero ¿enviarme a Grayson no empeorará las cosas, señor? Quiero decir, ¿no parecerá que estoy huyendo?
—Puede. Por otro lado, usted también es la gobernadora Harrington.
Se detuvo de nuevo arqueando una ceja y Honor asintió. El almirante de Haven Albo había estado presente cuando Benjamín Mayhew la nombró gobernadora.
—Tanto usted como yo sabemos que el Protector Benjamín sabía cuando le pidió que asumiera ese cargo que sus obligaciones y deberes como oficial de marina limitarían la posibilidad de que estuviera físicamente presente en Grayson —continuó el almirante—. El Protector ha estado en contacto con el duque de Cromarty, no obstante, y ha solicitado un permiso oficial para convocarla para acudir al Cónclave de gobernadores que se celebrará en Grayson dentro de tres semanas. Estoy seguro de que su majestad le concedería el permiso para acudir a cualquier acto, pero, dadas las circunstancias actuales, esta oportunidad parece como caída del cielo. Es una solicitud real e incontestable de su presencia por parte de un jefe de estado aliado a quien usted le debe lealtad personal y en cuyo sistema tuvo lugar no hace mucho una batalla decisiva. Si el portavoz de la oposición intenta que parezca como una especie de retirada por su parte, el Gobierno los crucificará.
—Comprendo. —Honor volvió a asentir, sus ojos estaban pensativos. Era un buen plan y lo cierto era que ya debería haber regresado a Grayson hacía tiempo, por mucho que en el fondo aquella idea le aterrorizara. Había hecho todo lo que había estado en su mano para mantenerse al corriente de los acontecimientos en «su» asentamiento había prestado especial atención a todas las proclamaciones y nombramientos que había aprobado por recomendación de su regente. Sin embargo, no deseaba ser nada más que una aristócrata ausente. Por otro lado, era su responsabilidad saber lo que estaba haciendo… y no lo había hecho. No mucho.
—Sabía que lo entendería. —El almirante de Haven Albo ni siquiera intentó disimular su aprobación—. Además, también nos proporciona una ventaja muy oportuna.
—¿Una ventaja, señor?
—Sí. Su majestad ha informado al duque de Cromarty de que aún no ha tomado posesión de su escaño en la Cámara de los Lores de manera oficial.
—Bueno, sí señor. Lo sé, pero… —Honor se detuvo, incapaz de expresar sus sentimientos encontrados. Era miembro de la nobleza manticoriana, pero nunca se había sentido cómoda del todo con la idea, sobre todo porque su único mérito para tener esa posición era su título de Grayson. Ningún manticoriano se había sentado antes entre los lores por tener unas posesiones en el extranjero y ella había estado más que encantada de dejarlo pasar mientras la Corona olvidaba hacerla sentar allí.
—¿Algún problema, lady Honor? —preguntó Haven Albo y ella se armó de valor para contestar después de oír la ironía comprensiva y cariñosa de su tono.
—Señor, preferiría no ocupar mi lugar con los lores tan pronto. Como usted ha dicho antes, no me gusta la política. Por lo general, tampoco la entiendo demasiado y no me gusta la idea de tener que votar sobre cosas que no entiendo. Intento evitar tomar decisiones sobre asuntos que no estoy capacitada para juzgar, señor. Y, para serle sincera, dada la irregularidad de mi título, me parecería impertinente hacerlo.
El almirante de Haven Albo ladeó la cabeza y estudió su expresión un instante para a continuación sonreírle levemente.
—No creo que esa vaya a ser una opción muy viable, capitana. Le recuerdo que la pertenencia a la Cámara de los Lores le exigirá tomar bastantes menos decisiones que su cargo como gobernadora.
—Soy consciente de ello, mi señor. —Honor le devolvió la mirada con ojos serios—. De hecho, si hubiera sabido todo el trabajo y las responsabilidades que ese cargo suponían, el protector Benjamín jamás me habría convencido para que lo aceptara. Pero lo hizo. Eso significa que no puedo abandonar ese cargo y lo único que puedo decir es que le estoy más agradecida de lo que jamás podré expresar porque me haya encontrado un regente tan extraordinario. Y al menos entendió desde el principio que nunca podría permanecer en Grayson a tiempo completo, que tendría que delegar mi autoridad allí.
Haven Albo consintió que su sonrisa se convirtiera en un ceño fruncido igual de débil.
—¿Debería deducir, entonces, que pretende no ser más que una mera figura decorativa? ¿Que va a delegar sus responsabilidades con respecto a Grayson en alguien más capacitado que usted?
—No, señor. No debería. —Honor sintió que se ponía roja por el aguijón cuidadosamente planeado que la voz del almirante había dirigido hacia su persona—. Acepté ese cargo y si sabía o no lo que estaba haciendo en ese momento no viene al caso. Ahora es mi cargo y cualquier oficial que haya estado al mando de una nave de la reina conoce y entiende las responsabilidades que eso significa. No tengo otra opción que aprender mis deberes y obligaciones para con Grayson y cumplir con ellas lo mejor que pueda. —La mirada del almirante se dulcificó y ella prosiguió en un tono más bajo—. Pero esa perspectiva me aterra, señor, y preferiría no tener que asumir más responsabilidades y tomar más decisiones en nuestra Cámara de los Lores a la vez.
—Deje que le diga que eso demuestra que usted votaría de una forma mucho más responsable que muchos de nuestros nobles actuales —dijo el conde con seriedad y Honor se sonrojó aún más. El título del conde de Haven Albo se remontaba a la fundación del Reino Estelar; sin embargo, su ennoblecimiento significaba que, técnicamente, ella era su igual. Eso le hizo sentir incómoda, como una niña pequeña vestida de mujer, y se retorció en la silla.
—La cuestión, sin embargo —prosiguió el almirante tras unos instantes—, es que su majestad quiere que ocupe su escaño en la Cámara de los Lores y no está especialmente contenta con el hecho de que el duque de Cromarty lo haya retrasado durante tanto tiempo. Por lo que sé, se expresó con, digamos, bastante contundencia.
El sonrojo de Honor se volvió escarlata cuando ese pensamiento cruzó por su mente y él se rió entre dientes.
—Si lo desea puede presentar su renuncia gentilmente, pero le recuerdo que tendrá que explicarle sus reservas a su majestad.
Honor negó con la cabeza al instante y el almirante de Haven Albo se echó a reír.
—En ese caso, creo que podemos considerar zanjado este asunto. Al mismo tiempo, sería más prudente esperar hasta que la declaración se resuelva antes de echar más leña al fuego. Enviarla a Grayson nos permitirá retrasarlo hasta que Young tome posesión de su escaño y se cuenten los votos.
Honor bajó la vista, miró las orejas de Nimitz y asintió. Ella, personalmente, preferiría retrasarlo de forma permanente. Haven Albo sonrió a la coronilla de su cabeza inclinada y recuperó su copa de vino, a la que le dio un sorbo para dejar que Honor tuviera tiempo para adaptarse a las noticias. El silencio se extendió entre ellos, solo para ser interrumpido por el zumbido de la señal de admisión de la escotilla del camarote.
—¡Ah! —Haven Albo sonrió a su crono y habló con tono de eficiencia cuando Honor alzó la vista—. El capitán Goldstein y compañía, justo a tiempo. Nunca olvide, lady Honor, que los almirantes exigen una puntualidad estricta en todas las ocasiones sociales.
Honor sonrió ante el cambio de tema.
—Creo que comentaron algo al respecto en la Academia, mi señor.
—Siempre supe que la Academia era buena para algo, milady. —Haven Albo le devolvió la sonrisa y se puso en pie cuando la señal volvió a zumbar—. Y ahora que nos hemos quitado de en medio las paparruchas políticas, espero que esté lista para contarnos de primera mano lo que ocurrió en Hancock. —Su sonrisa se volvió una carcajada entre dientes—. Lo que ocurrió realmente. Aquí está entre amigos.