10
—¡Dios santo!
El murmullo de Paul Tankersley parecía una mezcla de desconcierto incredulidad, y Honor giró su cabeza, apoyada sobre el hombro de Paul, para ver por qué. La RAM velaba por la comodidad de los capitanes de sus cruceros de batalla, lo que significaba que su camarote a bordo del Nike era más amplio y considerablemente más palaciego que el camarote de Paul en la estación Hefestos. En ese momento yacían cómodamente entrelazados en su enorme cama, todavía sudorosos, todavía sonrojados y radiantes de placer.
No es que fuera el placer lo que había suscitado el comentario de Paul. Ya se había expresado con elocuencia, si bien sin palabras, sobre ese asunto antes; ahora estaba viendo la retransmisión más reciente de la ciudad de Aterrizaje un tanto sobrecogido.
—Me parece increíble —dijo, tras un instante—. ¡Mira eso, Honor!
—Prefiero no mirar. —Cerró los ojos e inhaló su aroma fuerte y cálido, paladeando la textura de sus largos cabellos atrapados entre su mejilla derecha y su hombro—. Estoy tan feliz como si hubieran cazado a cualquier otro, pero no estoy para nada interesada en Young. Ya no volverá a molestarme más. Francamente, en lo que a él respecta, eso es lo único que me importa.
—Eso es ser un poco estrecha de miras por tu parte, amor. —Paul la regañó en broma—. Se trata de un momento histórico. ¿Cuántos hombres crees que son expulsados del ejército y heredan un condado en apenas tres minutos?
Honor le hizo una mueca de asco y abrió los ojos cuando la pantalla del terminal situado en la cabecera de su cama cambió el material de archivos de las últimas manifestaciones en las inmediaciones del Parlamento por un plato de HD con una gran iluminación. La pantalla plana carecía de los detalles dimensionales de un HD decente y el sonido estaba muy bajo, pero reconoció a Minerva Prince y a Patrick DuCain (del programa local Al rojo vivo) y a sus invitados. Sir Edward Janacek y Lord Hayden O’Higgins habían sido primeros lores del Almirantazgo, pero tenían convicciones muy diferentes y, al igual que la elección de los invitados reflejaba las líneas de fractura política, lo mismo ocurría con la situación general del día: al fondo del plató, dos enormes hologramas, uno de Pavel Young y el otro de Honor, aparecían enfrentados entre sí. No necesitaba oírles para averiguar el tema del debate, pero Paul subió el volumen de todas formas, y ella le hizo una mueca.
—… En su opinión, ¿en qué medida, afectará al equilibrio de la Cámara de los Lores, sir Edward? —preguntó el corpulento DuCain y Janacek se encogió de hombros.
—Resulta difícil decirlo, Pat. Después de todo, no creo que esta situación se haya dado antes. Por supuesto que lord Young, perdón, el conde de Hollow del Norte, debe ser admitido entre los Lores. Puede que el veredicto del consejo de guerra le resulte un poco embarazoso para su nuevo cargo político, pero es un noble, y la ley es clara al respecto. Eso significa que el equilibrio entre las partes seguirá inalterado y, francamente, dada la votación descaradamente partidista del tribunal, dudo mucho que…
—¡¿Partidista?! —le interrumpió lord O’Higgins—. ¡Tonterías! Ed, el tribunal no era ni mucho menos «unipartidista» y decidió expulsarlo de las Fuerzas Armadas con un margen de dos terceras partes.
—¡Claro que era partidista! —le espetó Janacek—. Independientemente de la votación, ese tribunal fue constituido con el único fin de avergonzar a la oposición, sin olvidar que estaba presidido por un oficial que es el hermano del ministro de Economía y uno de los mayores defensores de la capitana Harrington. En Hancock se produjeron muchas irregularidades y no solo por parte de lord Young, conde de Hollow del Norte. Es más, algunos de nosotros creemos que se ha juzgado al capitán equivocado y si cree por un momento que la oposición va a dejar pasar este insulto, está muy equivocado. El duque de Cromarty y su Gobierno pueden jugar a la política en tiempos de crisis si lo desean, pero ¡tenga por seguro que la oposición les va a pedir cuentas de sus actos!
—¿Está sugiriendo que los miembros del tribunal estaban manipulados? —le preguntó Minerva Prince. Janacek comenzó a responder, pero cerró la boca y arqueó una ceja de forma muy expresiva.
—¡Estupideces! —le espetó O’Higgins—. Sir Edward puede sugerir lo que quiera, pero sabe tan bien como yo que es imposible que se produzcan intromisiones humanas en el proceso de selección de oficiales para un consejo de guerra. Los ordenadores del Almirantazgo los seleccionan de forma aleatoria y la defensa tiene derecho a examinar los registros electrónicos de todo el proceso de selección. Si se produjo algún tipo de fraude, ¿por qué Young o su defensor no impugnaron a los miembros sospechosos del tribunal?
—¿Qué contesta, sir Edward? —preguntó DuCain y Janacek se encogió de hombros visiblemente molesto.
—Por supuesto que no estaba «manipulado» —admitió—. Pero la decisión de proseguir con el juicio bajo esas circunstancias polarizadas y llenas de prejuicios refleja una indiferencia total hacia un proceso judicial razonado y también el peor tipo posible de política partidista, imprudente y mezquina. Solo puede considerarse como…
—¿Por qué, sir Edward —le interrumpió de nuevo O’Higgins—, todo lo que hace el Gobierno son políticas partidistas mezquinas, pero lo que hace la oposición siempre responde a un comportamiento elevado y noble? ¡Abran los ojos antes de que su arrogancia y estupidez les cuesten a usted y a los suyos los doce escaños que todavía poseen en la Cámara de los Comunes!
—¿Deberíamos entender, pues, que respalda la postura del Gobierno frente al juicio y la declaración de guerra, lord O’Higgins? —preguntó Prince, cortando cualquier posible respuesta de Janacek. O’Higgins se encogió de hombros.
—Por supuesto que respaldo la postura del duque de Cromarty sobre la declaración, pero no respaldo su postura sobre el consejo de guerra contra Young porque el Gobierno no ha adoptado ninguna. Eso es lo que estoy intentando hacer entender a mi colega, que anda un tanto espeso. Era un juicio militar, regido por la legislación militar, en el que se juzgaban unos cargos recomendados por un consejo de investigación convocado inmediatamente después de la batalla para tal fin. Es más, uno de los tres supuestos partidarios de Young en el tribunal ha tenido que haberse mostrado de acuerdo con el veredicto de culpabilidad y la condena.
—¿Qué quiere decir con «partidarios de Young»? —preguntó Janacek con vehemencia—. ¿Acaso está sugiriendo que hubo una especie de conspiración para salvarlo?
—¡Dios me libre, no! Estoy seguro de que usted no cree que yo esté sugiriendo que ese tipo de acuerdo estaba pactado, ¿no?
—¿Qué tipo de acuerdo, lord O’Higgins? —DuCain cortó la discusión entre los dos de nuevo, esta vez con más prisa que modales, antes deque Janacek con el rostro morado por la rabia, explotara.
—Me parece sorprendente que Young haya sido encontrado culpable de todas las especificaciones excepto aquellas que implicaban una pena capital —respondió O’Higgins en un tono mucho más frío y grave—. Me parece especialmente sorprendente dado que sus motivos para su expulsión de las Fuerzas Armadas se expusieron casi con la misma terminología que se habría empleado si esos cargos capitales hubiesen sido corroborados. Hoy en día ya no soy más que un ciudadano, pero esa combinación me da a entender que alguna de las personas que votaron contra los cargos seguía creyendo que era culpable de ellos. Si es así, me inquieta que quienquiera que fuera se negase a votar de acuerdo con su conciencia y condenarlo, puesto que esto indica el triunfo de la política sobre las pruebas. Pero al menos lo quisieron fuera de las Fuerzas Armadas y tuvieron el coraje moral para que así fuera. ¡A Dios gracias! Si alguien que ha mostrado tal grado de cobardía escapase con un simple tirón de orejas, la Armada…
—¡Eso que dice es escandaloso! —le espetó Janacek—. ¡Por Dios santo, su preciado consejo de guerra se negó a condenarlo por cobardía! ¿No le parece suficiente que haya sido desprestigiado y expulsado del Ejército con deshonor? ¿Que su padre muriera de un infarto cuando escuchó el veredicto? ¿Cuánto tiempo pretenden seguir hostigándolo?
—Hasta que el Infierno se congele, si es necesario —le dijo con frialdad O’Higgins—. Es el ejemplo más deleznable de…
—¿Cómo se atreve? —explotó Janacek—. Haré que…
—¡Caballeros, caballeros! Por favor. —Prince agitó las manos con angustia, pero DuCain permaneció sentado, intentando librar una batalla perdida de antemano contra su risa, mientras los dos ex lores ignoraban a la presentadora para arremeter el uno contra el otro. Y, de repente, los invitados que se interpelaban a grito pelado y sus anfitriones desaparecieron de la pantalla cuando el director del programa lo cortó para dar paso a los consejos publicitarios.
Honor negó lentamente con la cabeza y se volvió para mirar a Paul. Su amado, poco consciente de sus deberes en ese momento, se estaba partiendo de la risa. Honor le quitó el mando de las manos. El terminal se oscureció cuando Honor lo apagó y tiró el mando a la mesilla.
—Oh, Paul. ¡Yo también lo encuentro muy divertido! —le soltó—. ¿Es que no van a parar nunca?
—Los-s-siento —dijo Paul con voz entrecortada mientras luchaba por controlar su risa. Sus ojos mostraron un arrepentimiento sincero—. Es solo que… —Se encogió de hombros en un gesto de impotencia y sus labios se curvaron en una sonrisa rebelde.
—Supongo que desde un punto de vista macabro, la cosa tiene su gracia —suspiró Honor—, pero lo odio. ¡Lo odio! ¡Y todavía sigo sin poder poner un pie fuera de la nave sin que un estúpido periodista intente abalanzarse sobre mí!
—Lo sé, cariño. —Su rostro estaba ahora más serio y la estrechó contra sí—. Pero estarás atrapada en la galería de reparación al menos hasta que el Nike se desacople de la estación Hefestos. Así que mucho me temo que vas a tener que soportarlo hasta que todo esto pase.
—Si es que alguna vez se pasa —dijo Honor seria.
—Oh, claro que se pasará. Ni siquiera ha pasado un día. Creo que gran parte de todo este sensacionalismo debería terminar una vez que Young sea degradado oficialmente.
—Esperas, querrás decir. Todavía queda su investidura en los Lores y ese pequeño detalle de la declaración de guerra. Yo…
Honor dejó de hablar cuando la escotilla del dormitorio se abrió y Nimitz entró en el compartimento. Saltó a los pies de la cama y se sentó sobre sus cuartos traseros con la cabeza ladeada. Honor frunció el ceño cuando sus brillantes ojos verdes se posaron sobre ella. Ni a ella ni a Paul les molestaba su desnudez porque, si bien Nimitz estaba muy contento por ellos, las aventuras amatorias de los humanos simplemente no interesaban a los felinos, lo que quería decir que estaba allí por otra razón.
Honor se concentró en el vínculo que había entre los dos. Los felinos empáticos siempre habían sido capaces de sentir las emociones humanas, pero, por lo que ella sabía, ningún otro humano había sido capaz de percibir las emociones de los felinos. Tampoco ella hasta hacía dos años-T y su sensibilidad hacia los sentimientos de Nimitz seguía creciendo. El cambio era un tanto perturbador, después de casi cuarenta años juntos, pero era una perturbación agradable… si bien no se lo había contado a nadie.
Paul lo había percibido y Honor sospechaba que también Mike Henke, James MacGuiness y sus padres. Nadie más lo había hecho y ella les había pedido a esas cinco personas que mantuvieran su secreto. No estaba segura de por qué era importante para ella, pero lo era.
Nimitz permaneció sentado pacientemente, mirándola a los ojos mientras ella intentaba adivinar su mensaje. No era fácil cuando lo único que se podían transmitir eran emociones y algunas imágenes muy vagas, pero había estado practicando y de repente se echó a reír sonoramente.
—¿Qué pasa? —preguntó Paul.
—Creo que será mejor que nos vistamos —le respondió Honor.
—¿Por qué? —Paul se incorporó en la cama, rodeó las rodillas sus brazos y arqueó las cejas. Ella se rió entre dientes mientras se levantaba de la cama y cogía el quimono de seda que su madre le había regalado.
—Mac está a punto de decidirse a interrumpirnos y no me gustaría que se escandalizara.
—Mac —le dijo Tankersley en tono irónico— sabe todo lo nuestro cariño. Nos ha encubierto miles de veces.
La risa de Honor se convirtió en una sonrisa de asentimiento. Su asistente le doblaba la edad y a menudo parecía como si la considerara una adolescente imprudente, incapaz siquiera de comprobar la presión del cierre de la escotilla antes de entrar. Pero si bien podía inquietarse e intentar hacerle chantaje psicológico (por su propio bien, por supuesto), también era la discreción personificada. Honor sabía que estaba al tanto de las visitas de Paul e interceptaba cualquier posible interrupción, algo por lo que le estaba tremendamente agradecida. Él también se alegraba por ella y eso era todavía más importante.
—Soy plenamente consciente de que sabe lo nuestro —le dijo—. Ese es el problema. Teme que podamos estar, esto…, ocupados, y si intenta comunicarse conmigo por la pantalla y yo solo activo el audio va a estar seguro de que nos ha interrumpido. ¡Así que ponte algo de ropa, exhibicionista!
—Órdenes, órdenes, órdenes —farfulló Paul. Cogió su bata y se puso en pie; después se recogió el pelo hacia atrás y ella lo miró con cierta envidia. Su pelo ya era por fin lo suficientemente largo como para hacerse una coleta (de hecho, tenía que hacérsela cuando se ponía el casco), pero la coleta de Paul era más larga y espesa que la que ella podía hacerse. Le gustaba tanto hundir su cara y dedos en su pelo que pretendía hacer de esa costumbre un ejercicio mutuo.
Se rió entre dientes y se contempló en el espejo mientras se cepillaba su sedosa mata de pelo. Lo tenía menos rizado que antes o, mejor dicho, las puntas seguían siendo tan rizadas como siempre, pero el resto de su pelo estaba adoptando unas elegantes ondas conforme iba creciendo. Le gustaba. Durante un tiempo temió tener que llevarlo como Mike y el antiguo estilo llamado «afro» (por razones perdidas en la neblina de la etiología) habría resultado un tanto apabullante para alguien del tamaño de Honor.
Volvió a reírse de nuevo y guardó el cepillo en su sitio. Apenas lo había dejado y se había atado el quimono cuando sonó un bip desde su terminal.
—¿Lo ves? —le dijo a Paul con aire de suficiencia y pulsó la tecla de aceptación—. Hola, Mac. ¿Qué puedo hacer por usted?
Mac la sonrió desde la pantalla con una expresión jovial, aliviado por no haberles importunado en mitad de un momento delicado.
—Lamento interrumpirla, señora, pero la comandante Chandler ha transmitido dos mensajes para usted.
—¿Ah sí? —Honor arqueó una ceja y su mente comenzó a funcionar hasta engranarse con la de su cargo de capitana—. ¿Qué tipo de mensajes, Mac?
—Creo que el primero es una mera puesta al día del programa de reparaciones del astillero, señora. No lo he visto, por supuesto, pero la comandante me ha asegurado que podía esperar hasta la cena. Me temo que el otro es algo más urgente, sin embargo. Creo que es del almirante de Haven Albo.
—¿Del almirante de Haven Albo? —La columna de Honor se puso rígida y MacGuiness asintió—. ¿Tiene alguna prioridad especial?
—No, señora. Pero dado que era de un alto oficial… —MacGuiness se encogió ligeramente de hombros y ella asintió. Cualquier mensaje de un almirante automáticamente implicaba una prioridad que un civil no habría podido entender.
—Entendido Mac. ¿Están en el sistema?
—Almacenados en su memoria de mensajes, señora.
—Gracias. Los veré ahora mismo.
—Muy bien, señora.
MacGuiness cortó el circuito y desapareció. Honor apretó la tecla de reverso y la pantalla volvió a iluminarse con el rostro de Eve Chandler.
—Mac me dice que no está disponible, señora —decía la primera oficial del Nike—, y esto no es lo suficientemente urgente como para molestarla, pero pensé que le gustaría saber que finalmente hemos logrado el visto bueno para el reemplazo total del Gráser Seis.
El tono de Chandler era casi de regodeo y la sonrisa de Honor tampoco se quedó corta. El Gráser Seis había sufrido graves daños colaterales por el impacto que había destrozado el Gráser Ocho, pero los peritos de la estación Hefestos habían sostenido que si se reparaba quedaría como nuevo. La reparación tenía la ventaja de ahorrar cerca de catorce millones de dólares, si llevaban razón; si estaban equivocados, la Nike podría encontrarse con que, la próxima vez que entrara en combate, su ataque desde estribor fuese una décima parte más corto. Ivan Ravicz, el ingeniero del Nike, se había mantenido firme en la necesidad de su reemplazo, y Chandler y ella habían respaldado su decisión y le habían hecho la cama al vicealmirante Cheviot para lograr que lo reemplazaran. No había sido fácil, pero la ayuda de Paul entre bastidores había reafirmado los argumentos de Honor y parecía haber dado resultado.
—El capitán de la dársena ha prometido darle prioridad y ponerse mañana manos a la obra con ello —prosiguió Chandler. Bajó la mirada como si estuviera consultando algunas notas y después se encogió de hombros—. Eso es todo, excepto que también dijo que tendría la Dársena de Botes Uno para el miércoles. Casi una semana por delante de lo programado. Esta noticia mata dos pájaros de un tiro: simplificará nuestro tráfico de botes enormemente y, con presión de nuevo en las galerías de la dársena, no tendremos que preocuparnos de la integridad de los sellados de emergencia del CIC Eso significa que los mecánicos podrán trabajar sin trajes especiales en el compartimento, lo que debería reducir unos cuantos días el tiempo programado a ese efecto. —Volvió a mirar al comunicador y sonrió—. Todavía no son tan rápidos como en la base de Hancock, señora, ¡pero están aprendiendo! Chandler, corto y cambio.
—¡Bien, bien, bien! ¡Ya iba siendo hora de que tuviéramos buenas noticias por aquí! —dijo Honor, sin disimular su placer, y la pantalla parpadeó de nuevo.
—¿Perdón? —Paul asomó la cabeza por la escotilla que se encontraba detrás de Honor y una nube de vapor se escapó tras ella—. ¿Hablabas conmigo?
—Sí, supongo que sí. —Honor le sonrió mirándolo por encima de su hombro. Ni siquiera se había percatado de que se había ido del dormitorio de Honor, pero eso era típico de él. Jamás se había inmiscuido en los asuntos internos de su mando y tenía la costumbre de encontrar otro sitio donde estar cuando ella tenía que ocuparse de cualquier cosa que pudiera ser vagamente considerada información privilegiada.
—¿Ocurre algo? —le preguntó.
—Según Eve, al final van a reemplazar el Gráser Seis.
—¿De veras? ¡Genial! ¿Puedo suponer que mi humilde contribución a tu causa haya tenido algo que ver?
—No me sorprendería, pero lo importante es que el almirante Cheviot les ha dicho por fin a esos contables inútiles del Peritaje que saquen las manos de ahí y escuchen por una vez a la Armada.
—¡Honor, Honor! No deberías hablar así de los de Peritaje. Después de todo, yo hacía trabajos de inspección y vosotros, que parecéis perros espaciales cortos de miras, no estáis preparados para entender las presiones que sufren. Mis propuestas siempre se veían entorpecidas por algo tan indigno de consideración como la incidencia de los costes en los índices de productividad, pero pocas personas poseen mi carácter resuelto e intrépido. La mayoría de los expertos en peritaje e inspección se pasan toda la noche dando vueltas, bañados en sudor frío, con las manos paralizadas y aferrados a botellas vacías de alcohol de garrafa como protección inútil frente a las pesadillas de la próxima inspección de costes. —Movió la cabeza con tristeza—. Lo último que necesitan es una capitana con un acorazado en el que gastar dinero.
—Pobrecitos. Qué pena me dan.
—Que dios te bendiga, hija. Eres la comprensión hecha persona. —Paul había adoptado un tono afectado y ella se echó a reír cuando él levantó la mano para bendecirla. Pero entonces sonó un timbre en la parte más alejada de la escotilla y Paul aulló—. ¡Se va a cortar el agua caliente! ¡Debo irme volando!
Desapareció antes de que los sensores que habían percibido su ausencia cortaran el agua de la ducha. Honor se echó a reír y apretó la tecla para ver el siguiente mensaje que tenía almacenado. La pantalla volvió a parpadear y el rostro del almirante de Haven Albo apareció delante de ella.
—Buenas tardes, lady Honor —dijo en tono de comunicación oficial—. Acabo de recibir la notificación de que el quinto escuadrón de cruceros pesados será reasignado a la Flota Territorial cuando se hayan completado sus reparaciones. Soy consciente de que usted no ha recibido ninguna orden a tal efecto aún, pero ha sido agregada al Destacamento Cuatro.
Honor se sentó más erguida y sus ojos se iluminaron. Tras las pérdidas que había sufrido en Hancock, había llegado a temer que el quinto ECP[8] fuera disuelto. Ahora sabía que no sería así y una asignación al Destacamento Cuatro lo pondría bajo el mando directo del almirante de Haven Albo.
—Su notificación oficial debería llegarle en un día aproximadamente —continuó el almirante— y deduzco que la almirante Mondeau asumirá el mando del almirante Sarnow. Por supuesto, necesitará al menos dos meses más para completar sus reparaciones y el Almirantazgo sigue buscando naves de reemplazo para fortalecer el destacamento, así que no me anticiparé a su llegada, pero he hablado con ella y su intención es mantener la Nike como nave insignia del escuadrón. Eso quiere decir que va a ser uno de mis capitanes, así que pensé en comunicarme con usted para darle la bienvenida a bordo.
La satisfacción de Honor se convirtió en una amplia sonrisa. Dos periodos consecutivos como capitana de la nave insignia y con dos almirantes distintos. Se trataba de un enorme cumplido profesional hacia su persona y Honor llevaba mucho tiempo deseando estar bajó la órdenes del almirante de Haven Albo. No había dado mucho crédito a los reportajes de los medios, que decían que él era una especie de mecenas de Honor. Aquello tenía toda la pinta de ser un rumor auspiciado por la oposición para atacar el fallo del consejo de guerra pero ella respetaba muchísimo al almirante. Y el hecho de que fuera uno de los principales comandantes de la Armada garantizaría al escuadrón un lugar destacado en el centro de la acción, una vez la Cámara de los Lores moviera el culo y votase a favor de declarar la guerra a los repos.
—No obstante, mientras tanto —prosiguió el almirante—, le estaría muy agradecido si pudiera cenar conmigo esta noche. Hay algunos aspectos que quiero tratar con usted tan pronto como sea posible. Le ruego se ponga en contacto conmigo a través del comunicador a las catorce-cero-cero para confirmar su presencia. Almirante de Haven Albo, corto.
La pantalla se apagó. Honor se sentó en la cama y se frotó la punta de la nariz. El tono del almirante había cambiado al final. No podría poner la mano en el fuego acerca de cuándo había sido exactamente o qué podría significar, pero sí había cambiado. ¿Cautela? ¿Preocupación, quizá? Fuere como fuere, no parecía ir dirigido a ella; sin embargo, resultaba obvio que tenía algo más en mente que una cena con la capitana de su nueva incorporación al Destacamento Cuatro.
Suspiró y negó con la cabeza. Después se incorporó y se despojó de su quimono. Independientemente de lo que se tratara, podía esperar. En ese momento tenía a un hombre en su ducha y era una oportunidad demasiado buena como para desaprovecharla.