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Los miembros del tribunal del consejo de guerra se retiraron a la sala de reuniones a deliberar. No intercambiaron palabra alguna cuando pasaron junto a los infantes de marina que flanqueaban el único acceso de la sala y el leve clic de la puerta al cerrarse detrás de ellos fue casi ensordecedor.

El almirante de Haven Albo presidía la mesa. Desde su posición miró a la almirante de los Verdes, Theodosia Kuzak, que se había colocado al otro extremo. Los oficiales de menor rango tomaron asiento en butacas que flanqueaban la tabla pulida de madera dorada nativa, dos en cada lado. El conde dejó que sus ojos fríos e inexpresivos los estudiaran mientras iban tomando asiento.

De todos los allí presentes, a quien mejor conocía era a Kuzak. Por méritos propios, la almirante de cabellos rojos se había labrado la reputación de ser una persona con una disciplina férrea y carente de todo sentido del humor casi desde que se graduara en la Academia y sus ojos verdes y gesto severo podían componer una cara de póquer que concordaba muy bien con esa percepción. Excepto, pensó con cariño, para aquellos que conocían a la mujer que había detrás. Theodosia y él habían sido amigos desde la infancia y, durante un corto tiempo, también algo más. Aquella época fue un momento muy difícil en la vida del conde; el momento en el que se vio obligado a aceptar finalmente que las heridas de su mujer eran reales y permanentes. Que ningún milagro médico podría lograr que abandonara su silla de soporte vital. El accidente no había sido culpa suya, pero él tampoco había estado allí para evitarlo y los remordimientos y un dolor casi insoportable le atormentaban cuando veía que su mujer se iba convirtiendo en un fantasma frágil y débil de la mujer a la que había amado. De la mujer a la que aún amaba y con la que nunca podría volver a tener una relación física. Theodosia había entendido que ya no podía seguir haciéndose el fuerte. Que necesitaba consuelo, nada más, de alguien cuya integridad él supiese que nunca iba a tener que cuestionar… y nunca había tenido que hacerlo.

El contraalmirante de los Verdes, Rexford Jurgens, a la izquierda de Kuzak, era otro cantar. Era un hombre fornido con cabellos rubios rojizos y una expresión agresiva permanentemente, pero esa agresividad era más pronunciada de lo habitual aquel día, como decían sus ojos marrones. No parecía un hombre que fuera a tomar una decisión; parecía un hombre que ya la había tomado y estaba preparando para defender su posición contra viento marea.

La almirante de los Rojos, Hemphill, la siguiente en la jerarquía después de Kuzak, era todavía más difícil de escudriñar, a pesar de todos los años en que el conde y ella habían sido adversarios. Tan pálida como Kuzak, Sonja Hemphill era una mujer guapa, con el pelo dorado y unos increíbles ojos azules verdosos, pero, si bien el rostro de Theodosia a menudo escondía a la verdadera Theodosia, la determinación que impulsaba a Hemphill tensaba sus rasgos y le hacía parecer tan dogmática como realmente era. Si bien era veinte años menor y tenía un rango bastante inferior al del conde de Haven Albo, Hemphill se había hecho un nombre en la comunidad de I+D y era la principal defensora del «nuevo pensamiento táctico» de la nueva escuela, mientras que el conde era el líder reconocido de los tradicionalistas. El conde respetaba tanto su coraje personal como sus habilidades en sus áreas de competencia, pero nunca se habían gustado y sus diferencias profesionales solo lograban empeorar la antipatía natural que existía entre ellos. Sus conflictos habían alcanzado dimensiones míticas durante los últimos quince años-T, si bien esta vez había otras preocupaciones: también era la prima de sir Edward Janacek y heredera de la baronía de Low Delhi y, al igual que Jurgens, su hogar espiritual era la Asociación Conservadora.

El tercer miembro femenino del tribunal, la comodoro Lemaitre, era totalmente distinta a Theodosia Kuzak, no solo físicamente. Tenía el pelo castaño y la piel oscura, era delgada como un galgo inglés, sus ojos tenían un color marrón intenso e irradiaba una energía tensa, casi impaciente; Lemaitre, también de la nueva escuela, era una excelente teórica táctica, aunque nunca había comandado ningún combate. También era, a pesar de su brusca personalidad, una administradora excelente. El almirante de Haven Albo sospechaba que su apoyo a la nueva escuela se debía no tanto a un riguroso análisis de sus méritos como a los vínculos de su familia con el antimilitar Partido Liberal y su desconfianza hacia todo lo tradicional, si bien sus grandes aptitudes estuvieron a punto de hacerle conseguir una estrella de contraalmirante. Por desgracia, ella lo sabía, pero le faltaba la única cosa que hacía a Hemphill soportable. Sonja podría ser una piloto dura e implacable y confiaba opresivamente en los méritos de sus teorías tácticas y técnicas, pero estaba dispuesta a admitir que era humana. Lemaitre no. Estaba totalmente convencida no solo de su propia rectitud, sino también de la superioridad de cualquier ideología a la que prestara su apoyo y el almirante de Haven Albo había visto cómo sus orificios nasales se habían ensanchado cuando la capitana Harrington había subido al estrado.

El honorable capitán Thor Simengaard era el oficial de menor rango del tribunal y también el más corpulento. Su familia había emigrado a Esfinge hacía dos siglos-T, pero venían de Quelhollow, un mundo antiguo que se había colonizado antes de la Guerra Final de la Antigua Tierra y de la prohibición en toda la galaxia de la práctica de ingeniería genética en colonos de los nuevos hogares. El increíblemente musculoso Simengaard medía más de dos metros y su pelo era tan oscuro que hacía daño a los ojos. El tono cobrizo oscuro de su tez hacía que sus ojos color ámbar parecieran aún más brillantes y sus rasgos dulces y feos enmascaraban una terquedad bastante mayor que la agresividad de Jurgens.

Presidir a estas personalidades no iba a ser una tarea muy agradable, pensó Haven Albo.

—De acuerdo. —Rompió finalmente el silencio y cinco pares de ojos se giraron hacia él—. Todos conocemos las normas pertinentes y confío en que todos nosotros hayamos estudiado las notas sobre los procedimientos del cuerpo de abogados de la Armada y los términos específicos de los artículos citados en los cargos, ¿estoy en lo cierto? —Dejó que su mirada recorriera la mesa hasta que todos hubieron asentido. Incluso la forma en que algunos lo hicieron ponía de manifiesto que ya habían tomado una decisión, independientemente de lo que las reglamentaciones dijeran acerca de las decisiones deliberadas. El almirante se recostó en su asiento, dejó que sus codos descansaran sobre los brazos de la butaca y entrecruzó los dedos sobre su regazo mientras cruzaba las piernas.

—En ese caso —prosiguió—, vayamos al grano. Hemos visto y escuchado las pruebas, pero, antes de comenzar a discutir los cargos, admitamos que nuestra decisión, sea cual sea, va a desencadenar una guerra política.

Lemaitre y Jurgens se pusieron tensos y el conde de Haven Albo sonrió sin humor. Estaba prohibido trasladar la política a la resolución de un consejo de guerra. Es más, se había exigido a cada uno de esos oficiales que ratificara bajo juramento que su decisión sería apolítica basada solamente en las pruebas. Estaba seguro de que Kuzak y Simengaard lo habían jurado de buena fe. Estaba igualmente seguro de que Jurgens no y la expresión de Lemaitre era reveladora, por decir algo. Sin embargo, Hemphill… No estaba muy seguro de Sonja. Ella simplemente lo miraba y, si bien sus labios parecían tensos, sus ojos aguamarina eran inquebrantables.

—No estoy sugiriendo que ninguno de nosotros vaya a usar su voto para propósitos partidistas —prosiguió (ante todo, uno tiene que ser educado)—. No obstante, somos humanos y estoy seguro de que todos nosotros hemos considerado las repercusiones políticas.

—¿Puedo preguntarle adonde quiere llegar, señor? —le preguntó la comodoro Lemaitre con frialdad. Los gélidos ojos azules del almirante se posaron sobre ella al tiempo que se encogía de hombros.

—Lo que quiero decir, comodoro, es que cada uno de nosotros debería darse cuenta de que nuestros compañeros son tan conscientes como nosotros de la dimensión política de este proceso.

—Su afirmación parece sugerir que alguna de nosotros pudiera emitir un voto partidista, señor —contestó Lemaitre—. Y, en lo que a mi persona respecta, me ofende tal imputación.

El almirante de Haven Albo fue prudente y no dijo nada acerca de que su afirmación venía como anillo al dedo a más de uno de los allí presentes. Se limitó a sonreír levemente manteniéndole le mirada hasta que ella se sonrojó y bajó la vista a su cartapacio.

—Es muy libre, por supuesto, de hacer cualquier interpretación sobre mis observaciones, comodoro —dijo tras un momento—. Simplemente me limitaré a repetir que se trata de una decisión políticamente delicada, como todos sabemos, y que no debería permitirse que esto influyera en nuestra percepción de las pruebas. Esta advertencia, y la necesidad de darla a conocer, es una de mis responsabilidades como presidente de este tribunal. ¿Ha quedado claro?

Volvieron a asentir, si bien Jurgens parecía haberse tragado una espina de pescado. Lemaitre, sin embargo, no asintió. El almirante de Haven Albo la miró con dureza.

—He preguntado si ha quedado claro, comodoro —repitió sin subir la voz. Ella se movió como si la hubiera pellizcado y asintió con enfado—. Bien —dijo con el mismo tono y miró a los demás—. En ese caso, ¿qué es lo que prefieren? ¿Emitir sus votaciones iniciales sin debatir o comenzar por la discusión preliminar de los cargos y las pruebas?

—No veo ninguna necesidad de emitir una votación, señor —dijo Jurgens inmediatamente, como si hubiera estado esperando esa pregunta. El tono irritado de su voz fue de una brusquedad casi histriónica—. Todos los cargos se basan en una interpretación ilegal del código de justicia militar y, como tal, no tienen fundamento.

Se produjo un momento de silencio absoluto. Hasta Lemaitre y Hemphill parecían atónitas y la cara de póquer de Kuzak logró evitar que se filtrara su desprecio hacia Jurgens y el comentario que acababa de hacer. El conde de Haven Albo se limitó a asentir frunciendo la boca y balanceó con delicadeza su asiento.

—Quizá debería molestarse en desarrollar ese punto de vista, almirante —dijo instantes después. Jurgens se encogió de hombros.

—Los cargos se resumen en que lord Young rompió la acción militar por iniciativa propia y que después se negó a cumplir las órdenes de reincorporarse a la formación. Que sea o no una descripción precisa de sus acciones o si muestran buen o mal juicio no afectan al hecho de que tenía todo el derecho legal a hacerlo. El almirante Sarnow había resultado herido e incapacitado, y el resto de los altos oficiales del destacamento habían muerto en el combate. Como comandante al mando del escuadrón de cruceros pesados, era su responsabilidad tomar las medidas que él considerara pertinentes ante la ausencia de órdenes que indicaran lo contrario por parte de alguna autoridad competente. Es cierto que adoptó una decisión deplorable, pero tenía todo el derecho legal a hacerlo y cualquier otra interpretación es absurda.

—¡Eso es una locura! —La voz grave y ruidosa de Thor Simengaard fue un gruñido de indignación sincera—. ¡El mando táctico seguía estando en el Nike y él no tenía forma alguna de saber que Sarnow había sido herido!

—No estamos discutiendo lo que lord Young sabía o dejaba de saber. —Jurgens miró al capitán, pero, a pesar de su rango inferior, Simengaard no se achantó—. Estamos discutiendo los hechos de la causa —el contraalmirante prosiguió— y los hechos son que lord Young era un oficial de rango superior al de la mujer que le ordenó que regresara a la formación. Por tanto, él no estaba obligado a obedecer sus órdenes y ella no tenía autoridad para darlas.

—¿Está sugiriendo que dio las órdenes equivocadas, almirante? —le preguntó Theodosia Kuzak en un tono gélido y peligroso, y los hombros de Jurgens se movieron de nuevo.

—Con el debido respeto, almirante, que fueran o no equivocadas no afecta a su legalidad.

—¿Y el hecho de que el almirante Sarnow, el almirante Danislav, el almirante Parks, un consejo de capitanes independiente y el Consejo General del Almirantazgo la hayan refrendado con rotundidad tampoco afecta a este caso? —La voz mesurada y tranquila de Kuzak goteaba virulencia. Jurgens se sonrojó.

—De nuevo, con los debidos respetos, no —dijo con rotundidad.

—Un momento, damas y caballeros. —La mano alzada del almirante de Haven Albo cortó la respuesta de Kuzak y los miembros del tribunal lo miraron—. Preví que este punto iba a surgir —continuó una vez consiguió que todos le prestaran atención— y pregunté al cuerpo de abogados de la Armada al respecto.

Puso un memobloc en la mesa y lo encendió, pero sus ojos seguían fijos en Jurgens más que en la pequeña pantalla.

—Esta situación en concreto no se había dado nunca antes, pero, de acuerdo con la vicealmirante Cordwainer, los precedentes son claros. Las acciones de un oficial deben juzgarse por dos criterios. Primero, por la situación que realmente imperaba en el momento de esas acciones; segundo, por la situación que el oficial creía que imperaba de acuerdo con la información de que disponía. El almirante Jurgens está en lo cierto al decir que el almirante Sarnow estaba incapacitado. De igual modo, no obstante, lord Young creía que el almirante seguía al mando y que lady Harrington, como capitana de la nave insignia del almirante Sarnow, estaba plenamente autorizada a darle órdenes. Por tanto, su negativa a obedecer sus repetidas órdenes de que regresara a la formación constituye un acto de rebeldía para ese oficial teniendo en cuenta la información de que disponía. Esa es la razón, de acuerdo con la almirante Cordwainer, de que las especificaciones figuren de esa forma. Se le acusa no de desobedecer a la capitana Harrington, su subalterna, sino de desobedecer las órdenes de la nave insignia que, en la medida en que él conocía entonces, tenía todo el derecho legal a dar esa orden.

—¡Eso son tergiversaciones maliciosas! —bufó Jurgens—. ¡Ambigüedades de abogados! ¡Lo que sabía o dejaba de saber no puede cambiar los hechos!

—Lo que sabía o dejaba de saber es el quid de la cuestión, señor —le contestó bruscamente Simengaard.

—¡No sea absurdo, capitán! —Lemaitre habló en alto por primera vez. Sus ojos centellearon—. No puede condenar a un oficial que actuó dentro de la ley tan solo porque otro oficial le ocultó información fundamental. Era obligación de la capitana Harrington pasar el mando cuando el almirante Sarnow resultó herido. ¡El que no lo hiciera le hace a ella culpable, no a él!

—¿Y a quién sugiere usted que debería haber pasado el mando, comodoro? —preguntó Kuzak—. El siguiente oficial vivo en la cadena de mando tras Sarnow era el capitán Rubenstein, pero, según su declaración jurada, su sistema de comunicaciones estaban tan dañado que le habría sido imposible ejercer el control táctico desde su nave.

—Entonces debería habérselo pasado al capitán Trinh —contraatacó Lemaitre—. Las comunicaciones del Intolerante estaban perfectas y era el siguiente en la jerarquía después del capitán Rubenstein.

—El Intolerante también se encontraba bajo fuego cruzado, como el resto del destacamento —replicó Kuzak en un tono frío y desapasionado—. La situación táctica era más desesperada de lo que yo he visto jamás. Cualquier confusión sobre el mando en aquel momento podría haber tenido consecuencias catastróficas y lady Honor no podía saber cuánto conocía Trinh de la situación. Dadas las circunstancias, mostró un juicio sumamente sensato al negarse a correr el riesgo de sembrar la confusión en el mando del destacamento en ese instante. Es más, sus acciones llevaron al enemigo directamente a los brazos de las fuerzas de relevo del almirante Danislav y dejaron a cuarenta y tres naves enemigas sin más opción que la de rendirse. Las acciones del capitán Young por otro lado, dicen mucho de lo que él hubiera hecho de haber estado en el lugar de ella.

Kuzak torció el gesto y tanto Lemaitre como Jurgens se sonrojaron. Fue más evidente en la tez pálida y pecosa de Jurgens, pero el rostro de la comodoro se oscureció más que nunca.

—Incluso si la capitana Harrington fuera un dechado de todas las virtudes militares, algo que no estoy preparada para ratificar, se arrogó una autoridad que no era legalmente suya. —Lemaitre escupió cada palabra con una precisión furiosa—. Lord Young no estaba legalmente, ¡legalmente, señora!, obligado a aceptar esa autoridad, especialmente cuando ella estaba por debajo de él en la jerarquía del destacamento. Los detalles de la situación táctica no pueden afectar a la ley.

—Comprendo. —Kuzak observó inexpresiva a la comodoro y después sonrió con frialdad—. Dígame, comodoro, ¿cuándo fue la última vez que ejerció un mando táctico en una situación de combate?

La tez oscura de Lemaitre palideció. Abrió la boca para responder, pero los nudillos del almirante de Haven Albo golpearon bruscamente la mesa atrayendo una vez más la atención de los allí presentes su gesto fue serio.

—Permítanme que les indique, damas y caballeros, que las acciones de lady Harrington han sido aprobadas y refrendadas en las altas esferas. Ella no ha sido, ni es ni será acusada de ninguna falta.

Su voz grave y comedida fue tan severa como su expresión. Lemaitre apretó la mandíbula y apartó la vista. Jurgens resopló con sorna, pero Sonja permaneció en silencio.

—Una vez dicho esto, este tribunal tiene sin duda derecho a considerar cualquier efecto que sus acciones hayan podido tener sobre las de Young. Puesto que estas circunstancias no se habían dado con anterioridad nosotros, como muchos consejos de guerra, nos enfrentamos a la necesidad de sentar precedente. Las instrucciones del cuerpo de abogados de la Armada son claras al respecto: la interpretación de un oficial de la situación es una base aceptable para determinar la probidad de sus acciones. Hay que reconocer que es un baremo que suele emplear la defensa y no la acusación, pero eso no significa que su aplicación solo se haga en una dirección. Que sea de aplicación o no en esta causa y cómo puede influir está en nuestras manos. Desde este punto de vista, y solo desde este punto de vista, las acciones de lady Harrington y cómo las entendió lord Young guardan relación. Este tribunal se limitará a considerarlas en cuanto a ese aspecto.

—¿Es una orden, señor? —preguntó Jurgens apretando los dientes.

—Es una directriz del presidente del tribunal —le respondió con frialdad el almirante—. Si no está de acuerdo con ella, tiene todo el derecho a hacer constar por escrito su disconformidad. Incluso —le enseñó los dientes con una sonrisa seca— tiene derecho a retirarse del tribunal, si lo desea.

Jurgens se quedó mirándolo, pero no dijo nada. El almirante de Haven Albo esperó un segundo y después volvió a recostarse sobre su asiento.

—¿Podemos retomar la discusión? —sugirió y Kuzak asintió con dureza.

—Los supuestos, en mi opinión —dijo—, son: primero, que la nave insignia no había pasado el mando y, por tanto, lady Honor estaba facultada (dentro de lo que Young sabía en ese momento) para dar las órdenes que dio. Segundo, por iniciativa propia, ordenó una retirada unilateral de su escuadrón que dejó al destacamento en grave peligro. Y, tercero, se negó a obedecer las órdenes de la nave insignia del destacamento de regresar a la formación, a pesar de que todas las naves que estaban bajo su mando sí lo hicieron. Creo que la relación es clara. Se dejó llevar por el pánico, huyó y no dejó de hacerlo incluso después de que las otras unidades bajo su mando regresaran a la formación.

—¿Está diciendo que el pliego de especificaciones es válido en todos y cada uno de los aspectos? —El tono de Jurgens fue mucho más mordaz de lo que un contraalmirante debería usar para dirigirse a un almirante y Kuzak lo miró como si de un insecto asqueroso se tratara.

—Creo que es básicamente lo que he dicho, almirante Jurgens. —Su voz sonó glacial cuando se dirigió a él—. Si prefiere, no obstante, que sea más clara y directa, creo que las acciones de lord Young fueron tan deleznables como cobardes y que, si algún oficial ha desertado alguna vez ante las fuerzas enemigas, ha sido Pavel Young. ¿Le ha quedado lo suficientemente claro, almirante?

Jurgens se puso morado e hizo un amago de levantarse de la silla, pero en ese instante el almirante de Haven Albo carraspeó.

—No tendremos más intercambios personales, damas y caballeros. Esto es un consejo de guerra, no una competición por ver quién grita más. La formalidad puede relajarse para que las decisiones y las discusiones fluyan con libertad independientemente de la jerarquía, pero la cortesía militar deberá acatarse. Les ruego que no me hagan repetirles esta advertencia.

Jurgens volvió a sentarse lentamente; el silencio que le siguió fue frágil y sombrío. El almirante de Haven Albo lo prolongó algunos instantes más y después prosiguió.

—¿Alguien desea exponer algún punto adicional que considere que el tribunal deba tener en cuenta? —Nadie respondió y el conde se limitó a encogerse de hombros—. En ese caso, damas y caballeros, les sugiero que votemos sobre el pliego de especificaciones. Les ruego indiquen sus votos en los impresos que tienen delante de ustedes.

Se escuchó el garabateo de las estilográficas y el crujido del papel cuando doblaron los impresos y los pasaron a la cabecera de la mesa. El almirante hizo un pequeño montón con ellos y después los fue abriendo uno por uno. Su corazón dio un vuelco cuando se encontró con la que ya se temía.

—La votación ha sido la siguiente: culpable de todos los cargos, tres; inocente de todos los cargos, tres. Parece que vamos a estar aquí un buen rato, damas y caballeros.